ENTREVISTA
La salvación a través de la literatura es lo que narra el escritor colombiano en "Necrópolis", ganadora del premio La Otra Orilla 2009. Al autor le interesa encontrar la belleza en lo sórdido.
UNA CIUDAD SITIADA. Fue la primera imagen del autor para esta novela, un diálogo con “Las mil y una noches” Santiago Gamboa dibuja en el aire un tendido eléctrico, como si desplegara unos cables invisibles, unos faroles encendidos. Habla de la luz y compara Buenos Aires con Roma, donde vivió muchos años. Habla de una luz que también inventa sombras, una zona de oscuridad en las dos ciudades. "Noches de un tinte dorado", dice. Nacido en Colombia, Gamboa ganó, con Necrópolis, el Premio de Novela La Otra Orilla 2009, entregado en septiembre por un jurado integrado por los escritores Jorge Volpi, Roberto Ampuero y Pere Sureda. "Es la primera vez que gano, siempre había sido finalista", dice Gamboa en Buenos Aires, en el marco de una gira que hizo la semana pasada para presentar su novela.
En una entrevista posterior a la entrega del premio, Ud. comentó que "Necrópolis" era un intento de experimentación.
Necrópolis es para mí, efectivamente, un tipo de territorio literario que no había explorado antes, y que sigue un poco en línea el trabajo de una novela anterior, El síndrome de Ulises. En esta he querido ir un poco más allá, darles más lugar a las voces de los personajes. Cuando me refería a experimentación, lo hacía en relación a un tipo de arquitectura de novela que yo no había hecho hasta ahora, y que consiste en crear una historia que a su vez contiene otras y que es como un carrusel de voces. Pensé que era la mejor manera de contar esta historia, porque yo tenía en mente una historia de voces, muy global, con una mirada bastante nihilista y descreída del mundo contemporáneo.
¿Cuál fue la primera imagen de "Necrópolis"?
La imagen más fuerte es la de la ciudad sitiada, con columnas de humo y ruido de sirenas. Es una imagen que no se corresponde con la Jerusalén presente sino con una Jerusalén histórica. Una ciudad mártir. Pero también está la idea de un grupo de personas cercadas por la peste, reunidas en un espacio cerrado contando historias, que evidentemente proviene del Decamerón. Esa peste ya no existe, pero hay otras.
¿Cómo fue el trabajo con los personajes?
Según ideas muy clásicas de la literatura. La literatura que me gusta, y que admiro, trata una serie de temas que son siempre los mismos y son importantes tanto en la literatura como en la vida: la lealtad, la traición, el amor, el sexo, la fragilidad, la búsqueda de un destino, la venganza. Así empecé a establecer un diálogo con ciertas obras. Por ejemplo, "El sobreviviente" es una historia colombiana, pero evidentemente es una relectura de El conde de Montecristo, en Colombia. Es una historia de traición y de venganza y de lo que queda al final: las manos vacías y la vida sin sentido.
Pero está bien extrapolado... La historia que cuenta, ¿es real?
No, aunque un día, leyendo la prensa, encontré el caso de una persona que había vivido una gran injusticia. A partir de esa noticia se organizó la historia. Luego está el reverendo Maturana. En casi todas mis novelas hay siempre una pregunta por el absoluto, que puede ser religiosa. Aunque no soy creyente, me interesa mucho la poética de las religiones. Me pareció interesante construir un personaje que tuviera esas preocupaciones porque desconocía su origen, pero que además fuera una voz muy fuerte que originalmente yo quería que resumiera toda América latina. Y que fuera una suerte de latinoamericano tirado en una calle de Miami buscando su origen. Un hombre violento y al mismo tiempo, tierno. Finalmente, este personaje se quedó en el área del Caribe. Otra, "Jardín de flores raras", es una historia muy dura, de una mujer muy frágil, pero que al final se convierte en una especie de diosa, en una persona sabia y fuerte, y todo esto a través del sexo.
¿Por qué es un sexo tan desesperado, tan poco velado?
Horacio Quiroga decía "toma a los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final". Los personajes de Necrópolis son marginales, de una gran fragilidad, que buscan un lugar en el mundo, pero que no lo encuentran con facilidad. Me parece que en esos espacios duros, el sexo es uno de los grandes elementos vitales. Pero claro, como es una vida violenta y dura, es un sexo violento y duro, que tiene a veces connotaciones de crueldad, de humillación.
Uno de los personajes dice "lo que debemos hacer mientras estemos en este agujero es contarnos cosas". Los personajes viven mientras cuentan o escuchan relatos. Una suerte de "Las mil y una noches": el relato les sirve para mantenerse vivos.
Claro, en Necrópolis también se establece un diálogo con Las mil y una noches. Lo que sucede es que hay un grupo de personas que están asediadas por algo que puedes llamar el mal, una guerra metafórica. Sí, es una especie de salvación a través de las historias y de las palabras. Que a mí me parece algo metafórico también de lo que es la vida, incluso de lo que ha sido mi vida. A mí me han salvado las historias, el mundo en el que yo vivo, que es el mundo de la literatura, de los libros. Es el único mundo en el que yo podría haber vivido. De otra manera me habría ausentado hace rato.
¿Por qué?
Porque no soy una persona excesivamente fuerte, segura. Para mí la belleza de la humanidad está en la literatura. En las historias, en el trabajo de pulido de la palabra. A mí eso me conmueve. El resto de la vida tiene muchas cosas bellas y difíciles, pero también duras y jodidas. Estos personajes brillan a través de las historias.
Otro de los personajes dice que "nadie comprende ni sabe nada". ¿En qué medida "Necrópolis" le sirvió para comprender algo más de lo que ya sabía o entendía?
Una de las cosas maravillosas de la literatura es que te transmite experiencias que no tienes. Y te das cuenta de que una vida es poca vida. Cada libro, cada lectura que te llega a lo profundo no es una lectura solamente, es como si te hubiera ocurrido. Un buen libro te pasa. No sólo lo lees, te sucede. Entonces escribir es una aventura extrañísima, porque tú estás creando algo que no existe y, por lo tanto, nadie necesita. A mí me ha cambiado mucho la literatura, cierto libro en el momento que más lo necesitaba. Para mí, y por eso lo cito en el prólogo, la obra de Bukowski ha sido importantísima, porque fue como una especie de cataclismo encontrar que alguien pudiera lograr tanta belleza partiendo de un mundo tan sórdido, tan triste.
En la novela hay una marca muy fuerte de la extraterritorialidad. Los personajes son de distintas partes del mundo. Y a veces conectan en algún lugar. El nombre Ebenezer se repite a lo largo del libro, tomando distintas personalidades o cumpliendo distintas funciones. También se repiten los sándwiches de pollo y las coca diet. Son como un personaje que viene, de algún modo, a curar.
Es algo bien sencillo. Casi un artilugio. Las historias son totalmente diferentes unas de otras y yo quería que el lector sintiera que esas historias estaban relacionadas, a pesar de lo distintas que son. Entonces pensé "pues voy a poner como pequeñas lucecitas...". Imaginé que, en algún momento, todos tenían una situación muy humana y muy de la soledad, que es estar uno sentado en una alfombra en un hotel, solo, esperando a alguien o esperando que suene el teléfono, o sencillamente esperando que amanezca, y entonces pides un sándwich de pollo con una coca. El nombre, Ebenezer, genera una especie de transmigración de una persona a través de las diferentes historias.
La descripción que hace de un congreso de literatura es la de un "bazar de humanidades". ¿Por qué elegió ese tono?
Porque eso también me permite ser un poco cínico e ironizar sobre ciertas cosas que no me gustan.
¿Qué es lo que no le gusta?
Por ejemplo, ese editor arrogante, ese trato displicente con los autores. Hay algunas experiencias negativas que tuve en mi vida como escritor; que las conté para señalar la gran distancia que hay entre autores y editores. Y también hay una cierta ironía sobre los propios escritores, una especie de sátira sobre el propio mundo. Hay que reírse también de uno mismo. Los congresos muchas veces se convierten en eso, en un bazar extraño de egos.
¿Qué hay de Ud. en la novela? Esa enfermedad extraña que sufre el escritor, por ejemplo.
Pues son como pequeños guiños, porque al fin y al cabo el protagonista es un escritor colombiano que vive en Roma, como viví yo. Son guiños, y tienen que tener mucho con mi vida, pero hasta cierto punto. El protagonista estuvo enfermo mucho tiempo y yo también lo estuve en una época, un tiempo no tan largo pero estuve enfermo de algo muy raro. De hecho, el médico vino un día y me dijo "tengo que hablar contigo". Yo quedé paralizado de miedo. Cuando a uno le hablan así... nunca es nada bueno. Entonces me explicó que quería mi autorización para publicar en una revista médica la radiografía de mis pulmones, porque era una cosa muy rara.
Ahora vive en Nueva Delhi, ¿se siente en su sitio?
Sí, moverse es también una forma de estar en el propio lugar. Trabajo, tengo a mi familia, y por las noches escribo y leo. Nueva Delhi es como un enorme pueblo, donde por las noches se escuchan las cigarras y, al atardecer, los pájaros. Es como vivir en un pueblo: tú puedes ir por una avenida y encontrarte con un señor que va manejando un tractor por el centro de una avenida. Es, también, una ciudad sucia. Tú llegas a Europa y las ciudades, en la superficie, son bellísimas. Pero con el tiempo va apareciendo el horror, que tiene que ver con esas actitudes de sociedades que han crecido en la abundancia, en la seguridad de que son absolutamente necesarias para el resto del mundo. En cambio, en ciudades como Delhi, la superficie es horrible; está llena de mugre, de gente enferma, pero lentamente va surgiendo una cierta belleza también en la gente, también a través de la gente. Hoy prefiero esa otra belleza.
Sin revelar el final de la novela, pensaba en el amor como una salida a tanta desilusión.
Claro, pero el amor tiene la desdicha de imponer condiciones muy especiales. En mi novela se apuesta más por la amistad, porque la amistad, por definición, es recíproca; tú no puedes ser amigo de alguien que no sea amigo tuyo, pero en cambio, sí puedes amar a alguien que no te ama. Pero el amor es un producto costoso; la amistad es más democrática y, en términos económicos, digamos que tiene una relación calidad-precio muchísimo más interesante. El amor a veces te mata... casi siempre te mata.
En una entrevista posterior a la entrega del premio, Ud. comentó que "Necrópolis" era un intento de experimentación.
Necrópolis es para mí, efectivamente, un tipo de territorio literario que no había explorado antes, y que sigue un poco en línea el trabajo de una novela anterior, El síndrome de Ulises. En esta he querido ir un poco más allá, darles más lugar a las voces de los personajes. Cuando me refería a experimentación, lo hacía en relación a un tipo de arquitectura de novela que yo no había hecho hasta ahora, y que consiste en crear una historia que a su vez contiene otras y que es como un carrusel de voces. Pensé que era la mejor manera de contar esta historia, porque yo tenía en mente una historia de voces, muy global, con una mirada bastante nihilista y descreída del mundo contemporáneo.
¿Cuál fue la primera imagen de "Necrópolis"?
La imagen más fuerte es la de la ciudad sitiada, con columnas de humo y ruido de sirenas. Es una imagen que no se corresponde con la Jerusalén presente sino con una Jerusalén histórica. Una ciudad mártir. Pero también está la idea de un grupo de personas cercadas por la peste, reunidas en un espacio cerrado contando historias, que evidentemente proviene del Decamerón. Esa peste ya no existe, pero hay otras.
¿Cómo fue el trabajo con los personajes?
Según ideas muy clásicas de la literatura. La literatura que me gusta, y que admiro, trata una serie de temas que son siempre los mismos y son importantes tanto en la literatura como en la vida: la lealtad, la traición, el amor, el sexo, la fragilidad, la búsqueda de un destino, la venganza. Así empecé a establecer un diálogo con ciertas obras. Por ejemplo, "El sobreviviente" es una historia colombiana, pero evidentemente es una relectura de El conde de Montecristo, en Colombia. Es una historia de traición y de venganza y de lo que queda al final: las manos vacías y la vida sin sentido.
Pero está bien extrapolado... La historia que cuenta, ¿es real?
No, aunque un día, leyendo la prensa, encontré el caso de una persona que había vivido una gran injusticia. A partir de esa noticia se organizó la historia. Luego está el reverendo Maturana. En casi todas mis novelas hay siempre una pregunta por el absoluto, que puede ser religiosa. Aunque no soy creyente, me interesa mucho la poética de las religiones. Me pareció interesante construir un personaje que tuviera esas preocupaciones porque desconocía su origen, pero que además fuera una voz muy fuerte que originalmente yo quería que resumiera toda América latina. Y que fuera una suerte de latinoamericano tirado en una calle de Miami buscando su origen. Un hombre violento y al mismo tiempo, tierno. Finalmente, este personaje se quedó en el área del Caribe. Otra, "Jardín de flores raras", es una historia muy dura, de una mujer muy frágil, pero que al final se convierte en una especie de diosa, en una persona sabia y fuerte, y todo esto a través del sexo.
¿Por qué es un sexo tan desesperado, tan poco velado?
Horacio Quiroga decía "toma a los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final". Los personajes de Necrópolis son marginales, de una gran fragilidad, que buscan un lugar en el mundo, pero que no lo encuentran con facilidad. Me parece que en esos espacios duros, el sexo es uno de los grandes elementos vitales. Pero claro, como es una vida violenta y dura, es un sexo violento y duro, que tiene a veces connotaciones de crueldad, de humillación.
Uno de los personajes dice "lo que debemos hacer mientras estemos en este agujero es contarnos cosas". Los personajes viven mientras cuentan o escuchan relatos. Una suerte de "Las mil y una noches": el relato les sirve para mantenerse vivos.
Claro, en Necrópolis también se establece un diálogo con Las mil y una noches. Lo que sucede es que hay un grupo de personas que están asediadas por algo que puedes llamar el mal, una guerra metafórica. Sí, es una especie de salvación a través de las historias y de las palabras. Que a mí me parece algo metafórico también de lo que es la vida, incluso de lo que ha sido mi vida. A mí me han salvado las historias, el mundo en el que yo vivo, que es el mundo de la literatura, de los libros. Es el único mundo en el que yo podría haber vivido. De otra manera me habría ausentado hace rato.
¿Por qué?
Porque no soy una persona excesivamente fuerte, segura. Para mí la belleza de la humanidad está en la literatura. En las historias, en el trabajo de pulido de la palabra. A mí eso me conmueve. El resto de la vida tiene muchas cosas bellas y difíciles, pero también duras y jodidas. Estos personajes brillan a través de las historias.
Otro de los personajes dice que "nadie comprende ni sabe nada". ¿En qué medida "Necrópolis" le sirvió para comprender algo más de lo que ya sabía o entendía?
Una de las cosas maravillosas de la literatura es que te transmite experiencias que no tienes. Y te das cuenta de que una vida es poca vida. Cada libro, cada lectura que te llega a lo profundo no es una lectura solamente, es como si te hubiera ocurrido. Un buen libro te pasa. No sólo lo lees, te sucede. Entonces escribir es una aventura extrañísima, porque tú estás creando algo que no existe y, por lo tanto, nadie necesita. A mí me ha cambiado mucho la literatura, cierto libro en el momento que más lo necesitaba. Para mí, y por eso lo cito en el prólogo, la obra de Bukowski ha sido importantísima, porque fue como una especie de cataclismo encontrar que alguien pudiera lograr tanta belleza partiendo de un mundo tan sórdido, tan triste.
En la novela hay una marca muy fuerte de la extraterritorialidad. Los personajes son de distintas partes del mundo. Y a veces conectan en algún lugar. El nombre Ebenezer se repite a lo largo del libro, tomando distintas personalidades o cumpliendo distintas funciones. También se repiten los sándwiches de pollo y las coca diet. Son como un personaje que viene, de algún modo, a curar.
Es algo bien sencillo. Casi un artilugio. Las historias son totalmente diferentes unas de otras y yo quería que el lector sintiera que esas historias estaban relacionadas, a pesar de lo distintas que son. Entonces pensé "pues voy a poner como pequeñas lucecitas...". Imaginé que, en algún momento, todos tenían una situación muy humana y muy de la soledad, que es estar uno sentado en una alfombra en un hotel, solo, esperando a alguien o esperando que suene el teléfono, o sencillamente esperando que amanezca, y entonces pides un sándwich de pollo con una coca. El nombre, Ebenezer, genera una especie de transmigración de una persona a través de las diferentes historias.
La descripción que hace de un congreso de literatura es la de un "bazar de humanidades". ¿Por qué elegió ese tono?
Porque eso también me permite ser un poco cínico e ironizar sobre ciertas cosas que no me gustan.
¿Qué es lo que no le gusta?
Por ejemplo, ese editor arrogante, ese trato displicente con los autores. Hay algunas experiencias negativas que tuve en mi vida como escritor; que las conté para señalar la gran distancia que hay entre autores y editores. Y también hay una cierta ironía sobre los propios escritores, una especie de sátira sobre el propio mundo. Hay que reírse también de uno mismo. Los congresos muchas veces se convierten en eso, en un bazar extraño de egos.
¿Qué hay de Ud. en la novela? Esa enfermedad extraña que sufre el escritor, por ejemplo.
Pues son como pequeños guiños, porque al fin y al cabo el protagonista es un escritor colombiano que vive en Roma, como viví yo. Son guiños, y tienen que tener mucho con mi vida, pero hasta cierto punto. El protagonista estuvo enfermo mucho tiempo y yo también lo estuve en una época, un tiempo no tan largo pero estuve enfermo de algo muy raro. De hecho, el médico vino un día y me dijo "tengo que hablar contigo". Yo quedé paralizado de miedo. Cuando a uno le hablan así... nunca es nada bueno. Entonces me explicó que quería mi autorización para publicar en una revista médica la radiografía de mis pulmones, porque era una cosa muy rara.
Ahora vive en Nueva Delhi, ¿se siente en su sitio?
Sí, moverse es también una forma de estar en el propio lugar. Trabajo, tengo a mi familia, y por las noches escribo y leo. Nueva Delhi es como un enorme pueblo, donde por las noches se escuchan las cigarras y, al atardecer, los pájaros. Es como vivir en un pueblo: tú puedes ir por una avenida y encontrarte con un señor que va manejando un tractor por el centro de una avenida. Es, también, una ciudad sucia. Tú llegas a Europa y las ciudades, en la superficie, son bellísimas. Pero con el tiempo va apareciendo el horror, que tiene que ver con esas actitudes de sociedades que han crecido en la abundancia, en la seguridad de que son absolutamente necesarias para el resto del mundo. En cambio, en ciudades como Delhi, la superficie es horrible; está llena de mugre, de gente enferma, pero lentamente va surgiendo una cierta belleza también en la gente, también a través de la gente. Hoy prefiero esa otra belleza.
Sin revelar el final de la novela, pensaba en el amor como una salida a tanta desilusión.
Claro, pero el amor tiene la desdicha de imponer condiciones muy especiales. En mi novela se apuesta más por la amistad, porque la amistad, por definición, es recíproca; tú no puedes ser amigo de alguien que no sea amigo tuyo, pero en cambio, sí puedes amar a alguien que no te ama. Pero el amor es un producto costoso; la amistad es más democrática y, en términos económicos, digamos que tiene una relación calidad-precio muchísimo más interesante. El amor a veces te mata... casi siempre te mata.
Gamboa Básico
Estudió literatura y es licenciado en Filología Hispánica. Entre sus novelas, "Páginas de vuelta", "Perder es cuestión de método", "Vida feliz de un joven llamado Esteban", "Los impostores" y "El síndrome de Ulises". Es autor del libro de viajes "Octubre en Pekín" y del libro de relatos "El cerco de Bogotá". Participó de las antologías "McOndo" y "Líneas aéreas", de nueva narrativa latinoamericana. Vivió en París, en Roma y actualmente reside en Nueva Delhi, India, donde es agregado cultural en la Embajada de Colombia.
fuente: Revista Ñ
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