12.11.09

Todorov alerta de nuevos muros

El filósofo francés atisba tics totalitarios en las democracias occidentales "Era parte básica de su supervivencia, pero nunca la legalizaron" Palestina, Bagdad, barrios marginales, fronteras calientes, inmigración...

Branev y Todorov, al mirarse, ven su destino cambiado: uno frusró su vocación de cineasta al quedarse en Sofía; el segundo logró la celebridad mundial al exiliarse / Roser Vilallonga

Los nazis estuvieron en el poder doce años; el comunismo dominó el Este europeo cuatro décadas y Rusia, 74 años. Para Tzvetan Todorov (Sofía, 1939), que habló anteanoche en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) y ayer junto al escritor Vesko Branev, la caída del Muro "es uno de los acontecimientos más significativos de la historia europea, y mundial, de los dos últimos siglos".

El pensador búlgaro, nacionalizado francés, considera que "el comunismo es la gran religión secular de los tiempos modernos, la que ha orientado la historia durante 150 años", un mesianismo que en lugar de ofrecer el paraíso futuro, creó un infierno en la tierra, "no sólo crímenes narrados por escritores de vidas extremas, como Solzenitsin o Eugenia Ginzburg, sino también una sociedad de personas marcadas por pequeños crímenes cotidianos, ya sea por cobardía o por debilidad, que al final del día no permitían mirarte en el espejo con la conciencia tranquila, en la que nadie era culpable porque todos lo eran y en la que se destruía el alma de las personas por dentro". Todorov habló en el CCCB de los nuevos muros: los visibles (Palestina, Mauritania, la zona verde de Bagdad, un barrio de mala reputación de Padua), los fronterizos de países en conflicto (Corea, Cachemira, Chipre) y los invisibles (los que detienen a los "nuevos bárbaros", la inmigración: frontera mexicana, Ceuta y Melilla...). Veinte años después de la caída del muro de Berlín, ¿qué tics totalitarios ve en las democracias occidentales? Todorov cree que renace "una nueva forma de mesianismo. En nombre de la defensa de los derechos humanos y de la democracia, los países occidentales han emprendido guerras contra países estratégicamente importantes para imponerles la democracia". Para Todorov, una tentación totalitaria de las democracias es el intento de los gobiernos por domesticar el poder judicial. "En general, la justicia funciona independiente de los gobiernos, pero hay una tendencia cada vez más fuerte del poder ejecutivo en presionar por todos los medios a los jueces para obtener sentencias que se acomoden a sus intereses". Otro eco totalitario que Todorov ve en las democracias "es la legalización de la tortura. En los estados totalitarios - recuerda-se torturaba cotidianamente e incluso era parte básica de su supervivencia, pero nunca la legalizaron. Occidente tiene que erradicar la tentación de practicar la tortura de forma legal". A pesar de la desconfianza hacia el poder omnímodo de los estados, Todorov dice que si queremos aprender una lección de la crisis financiera es la necesidad de no dejar que el mundo sea gobernado sólo por las reglas y valores de la economía. "Es necesario - sostiene-que los gobiernos y los parlamentos vuelvan a orientar las políticas para conseguir el bien común de los ciudadanos".
Branev, el hombre vigilado
En la larga noche totalitaria no todos los gatos son pardos", dijo ayer Todorov al presentar El hombre vigilado (Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores) de su compatriota Vesko Branev, a quien elogió como hombre que vivió "con decencia y dignidad" el día a día de una sociedad envilecida por el comunismo. Todorov es un pensador célebre y multipremiado y Branev, un aspirante frustrado a director de cine. El primero se exilió a París en 1963 y el segundo, tras una fuga fallida al Berlín Occidental en 1957, regresó a su país para enfrentarse al día a día de una población primero sometida y después cómplice con una burocracia asfixiante y a ratos absurda. Los dos se miran ante el mismo espejo búlgaro y Todorov ve en Branev lo que hubiera sido de haberse quedado y Branev ve en Todorov lo que hubiera sido de haberse largado del país. Branev acabó emigrando a Canadá, caído ya el comunismo, pero - dice-"todos los que han vivido bajo el totalitarismo quedan marcados de por vida". El pasado les persigue como un fantasma y, para espantarlo, la gran mayoría se hacen acróbatas de la amnesia. Branev no. Él salió, dolorosamente, al encuentro de su sombra y se hizo con el dossier de 800 páginas que la policía había ido acumulando con laboriosidad surrealista durante quince años. Y volvió a repasar su vida, vista por sus espías. Descubrió la traición de sus amigos, la delación de su propio cuñado, su propia debilidad. Ahora ha abierto una web en la que da la oportunidad a sus compatriotas de que descarguen anónimamente su conciencia y confiesen sus pequeños o grandes crímenes.
fuente: lavanguardia.es

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