Ni botellas de whisky medio vacías, ni el humo de mil pitillos o huellas de balazos. Los despachos de los modernos investigadores filosóficos y culturales no se parecen en nada a los de Sam Spade o Marlowe, pero el talento y la constancia de José Antonio Marina (Toledo, 1939) y de su ayudante MaríaTeresa Rodríguez de Castro (Jerez, 1970) aseguran la enjundia del proyecto, nada sencillo pero apasionante. Cuentan con menos de 300 páginas para desentrañar La conspiración de las mujeres, que lanza Anagrama el próximo jueves y que descubre uno de los casos más interesantes y olvidados de nuestra historia. El de un puñado de mujeres que a principios del siglo XX se propusieron adelantar la hora de España antes de que la guerra civil lograse silenciarlas.
José Antonio MarinaLa primera pista se la dio Carmen Martín Gaite a José Antonio Marina hace más de diez años, al descubrirle la historia “fascinante” de “un grupo de mujeres brillante, en un ambiente intelectual también brillante, viviendo un momento trágico de la historia de España que desembocó en la guerra civil, y decididas a adelantar el reloj de la historia”. “Pero olvidé el proyecto -se lamenta Marina-. Lo recuperé cuando hace un par de años, al escribir La revolución de las mujeres, volví a tropezarme con este extraordinario grupo”.
Sólo entonces comenzó a investigar la aventura del Lyceum, el centro que entre 1926 y 1936 reunió a unas mujeres audaces que, evoca Marina, “tenían procedencias ideológicas, políticas y religiosas muy dispares, pero supieron unirse por un proyecto más importante que sus diferencias: mejorar la situación cultural, social y política de las mujeres españolas”.
Ignoradas por las españolas de hoy en día, les debemos, según María Teresa Rodríguez de Castro, “la igualdad jurídica por la que ellas pelearon. Las madres trabajadoras son las mejores herederas del espíritu del Lyceum. La incomprensión que sufren por su situación (que les lleva a sentir que son malas madres o malas trabajadoras) y la falta de apoyo social a las mismas es una de nuestras asignaturas pendientes”. Por eso, en este volumen, prosigue Rodríguez de Castro, “hemos pretendido reproducir el ímpetu de estas mujeres, su inconformismo, sus deseos de mejorar lo que les rodea, su convicción de que la educación y la ética serán nuestra tabla de salvación. El libro está tratado con un enfoque sistémico; dentro de los movimientos sociales, el que condujo al reconocimiento de la igualdad jurídica, política, social y económica de la mujer es uno de los más interesantes, por su riqueza y particularidades”.
El Lyceum fue, confirma Marina, un ejemplo de “inteligencia compartida”, una demostración de que es posible hallar un marco común de entendimiento, a partir del cual defender posiciones diversas.
-¿De qué manera las 115 primeras socias del Lyceum aceleraron la hora de España?
-Creo que tuvieron una influencia grande. Personalidades como María de Maeztu, Clara Campoamor, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Lejárraga, María Teresa León, y muchas otras ayudaron a crear el clima que favoreció la llegada de la República, y sus importantes cambios educativos y jurídicos. También fueron víctimas de su caída. El interés de los periódicos y las revistas de la época por el Lyceum demuestra su importancia.
Pero ¿de quiénes estamos hablando? Rodríguez de Castro describe brevemente a las protagonistas de esta aventura:
María de Maeztu: una de nuestras grandes pedagogas; dirigió la Residencia de Señoritas. Como diría Marañón, una trapera del tiempo: aprovechaba cada minuto del día, se embarcaba en múltiples proyectos. Según Pedro Laín, era sobre todo una mujer de vocación. Fue la primera presidenta del Lyceum.
Victoria Kent: abogada, diputada en las cortes constituyentes republicanas, Directora General de Prisiones en los años 30, y vicepresidenta del Lyceum. Mujer de fuerte carácter y gesto sobrio que amaba su trabajo. En su opinión, “nada se pierde en la obra que se realiza con nobleza de miras y fundada en la realidad cotidiana”.
María Teresa León: su amor por Alberti le lleva a permanecer en un segundo plano, lo que oscurece su trayectoria literaria. Su Memoria de la melancolía es un estupendo testimonio de aquella época, el de una niña a la que “se le iba a desarrollar junto con las trenzas un principio de crítica”.
Zenobia Camprubí: una mujer muy activa, alegre, dinámica, que vivió su vida con bastante independencia pese a permanecer a la sombra de Juan Ramón Jiménez. “En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho”, aseguraría en su Diario. Fue secretaria del Lyceum.
Carmen Baroja: vivía a caballo entre dos mundos, el doméstico y el artístico. Atraída por el ambiente en el que se movía su hermano Pío, sin embargo se vio atrapada por las obligaciones que como mujer se le imponían, lo que produjo un choque. Sus memorias sirven de magnífico testimonio del club.
Maruja Mallo: pintora vanguardista y mujer de carácter rebelde, perspicaz y curiosa; sus cuadros reflejan mujeres practicando deporte, verbenas una fusión entre tradición y modernidad. Participó en alguna de las actividades del Lyceum.
María Lejárraga: esta maestra amante del teatro fue una mujer con una fuerte vocación política (llegaría a ser diputada). Su obra se escondería bajo el seudónimo de “Gregorio Martínez Sierra”, nombre de su marido, con quien colaboraba. Ayudó a Encarnación Aragoneses a convertirse en Elena Fortún.
Elena Fortún: la autora de los libros de Celia era una mujer peculiar, de gran imaginación, que adoraba anotar las anécdotas relacionadas con los niños que se sentaba a contemplar en el parque. Colaboró con la “Casa de los niños” fundada por las socias del Lyceum.
Concha Méndez: una mujer “inflamada de aventura”. Viajera incansable, poetisa, nadadora, impresora... Una de nuestras vanguardistas. Ella y su inseparable amiga Maruja Mallo paseaban por Madrid, causando escándalo con el “sinsombrerismo”.
Constancia de la Mora: nieta del que fuese Jefe de Gobierno Antonio Maura y criada en un ambiente tradicional, lucha contra las injusticias de las desigualdades sociales. Mujer temperamental y con fuerte vocación política.
Clara Campoamor: estupenda oradora, abogada y diputada durante las Cortes Constituyentes de la República. Su máximo logro, que le enfrentaría a su propio partido, fue lograr la aprobación del voto femenino. “Dejad a la mujer que actúe en Derecho, que será la mejor forma de que se eduque en él”.
Ernestina de Champourcín: vivía para la poesía, aunque lo que le interesaba era el proceso creativo. Joven vanguardista criada en un ambiente tradicional, mujer espiritual de fuertes convicciones religiosas.
Isabel Oyarzábal: las memorias de esta escritora y periodista que llegaría a ser Embajadora en Suecia y Finlandia durante la República, y vicepresidenta del Lyceum, reflejan una fuerte conciencia social.
Hildegart: niña prodigio, moldeada a su antojo por una madre decidida a convertirla en la “redentora del mundo”, que debía salvar a las mujeres y a los oprimidos. Su madre terminaría matándola. La elección que para otras era la única permitida (el matrimonio) habría sido revolucionaria en ella.
La lista mueve al asombro. Pero quedan misterios por resolver. Su defensa de la ética las hizo parecer inmorales a los ojos de gran parte de la sociedad, así que, ¿cómo consiguieron que los corazones de estas mujeres veloces no les pesaran con todos esos prejuicios?
"Éste es el asunto que más me ha interesado desde el punto de vista teórico”, explica José Antonio Marina. “El libro cuenta una historia, que María Teresa y yo hemos procurado documentar, pero además es un ejemplo de filosofía. Me interesa pasar de la anécdota a la categoría. El Lyceum fue una oportunidad perdida. Ya sabes que me interesa saber por qué la inteligencia triunfa y fracasa. La República española fue un caso dramático de quiebra de la inteligencia social. Y estas mujeres, que habían demostrado que el triunfo de la inteligencia era posible, fueron arrastradas por el hundimiento del entorno. '¡Qué difícil es no caer cuando todo cae!', escribió el conmovedor Antonio Machado, víctima también de esta situación. Esta historia me hacer sentir una enorme irritación ante la estupidez humana”.
-¿El olvido fue el precio más injusto que debieron pagar?
-No. Casi todas tuvieron que emigrar. Hemos seguido su historia, en muchos casos heroica. Pero, ciertamente, el olvido hace más dolorosa esta situación. Cuando hablamos de “memoria histórica” solemos pensar en la compensación de hechos terribles. Pero no podemos dejar de lado otra memoria histórica que es, ante todo, gratitud.
-¿Cómo se mezclan conceptos como inteligencia, memoria y justicia en el libro?
- La justicia es la culminación de la inteligencia social. La meta de la inteligencia es la felicidad, privada y pública. Y a la felicidad pública conviene llamarla “justicia”, o viceversa. Recuperar la memoria da profundidad y densidad al presente. El actual desconocimiento de la historia que tienen nuestros jóvenes no es sólo un fallo en su cultura, es una simplificación y trivialización de la realidad. No podemos comprender el presente sin saber cómo hemos llegado hasta aquí.
-Casi un siglo después de esta aventura, ¿por qué los sistemas educativos siguen siendo incapaces de crear “las mayorías ilustradas y críticas necesarias para el triunfo de la inteligencia social”?
-Porque hemos primado la instrucción sobre la educación. Desconfiamos de todo. Hay miedo o pereza para admitir una ética universal que es el fundamento de los sistemas democráticos. Por buenas razones, ha triunfado un individualismo que nos libera de tiranías estatales, ideológicas o religiosas, pero que, como efecto negativo, ha producido una glorificación de la opinión personal, y una dificultad para alcanzar evidencias compartidas. Las mismas tensiones que hacen que las parejas fracasen amenazan a las sociedades.
Sólo entonces comenzó a investigar la aventura del Lyceum, el centro que entre 1926 y 1936 reunió a unas mujeres audaces que, evoca Marina, “tenían procedencias ideológicas, políticas y religiosas muy dispares, pero supieron unirse por un proyecto más importante que sus diferencias: mejorar la situación cultural, social y política de las mujeres españolas”.
Ignoradas por las españolas de hoy en día, les debemos, según María Teresa Rodríguez de Castro, “la igualdad jurídica por la que ellas pelearon. Las madres trabajadoras son las mejores herederas del espíritu del Lyceum. La incomprensión que sufren por su situación (que les lleva a sentir que son malas madres o malas trabajadoras) y la falta de apoyo social a las mismas es una de nuestras asignaturas pendientes”. Por eso, en este volumen, prosigue Rodríguez de Castro, “hemos pretendido reproducir el ímpetu de estas mujeres, su inconformismo, sus deseos de mejorar lo que les rodea, su convicción de que la educación y la ética serán nuestra tabla de salvación. El libro está tratado con un enfoque sistémico; dentro de los movimientos sociales, el que condujo al reconocimiento de la igualdad jurídica, política, social y económica de la mujer es uno de los más interesantes, por su riqueza y particularidades”.
El Lyceum fue, confirma Marina, un ejemplo de “inteligencia compartida”, una demostración de que es posible hallar un marco común de entendimiento, a partir del cual defender posiciones diversas.
-¿De qué manera las 115 primeras socias del Lyceum aceleraron la hora de España?
-Creo que tuvieron una influencia grande. Personalidades como María de Maeztu, Clara Campoamor, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Lejárraga, María Teresa León, y muchas otras ayudaron a crear el clima que favoreció la llegada de la República, y sus importantes cambios educativos y jurídicos. También fueron víctimas de su caída. El interés de los periódicos y las revistas de la época por el Lyceum demuestra su importancia.
Pero ¿de quiénes estamos hablando? Rodríguez de Castro describe brevemente a las protagonistas de esta aventura:
María de Maeztu: una de nuestras grandes pedagogas; dirigió la Residencia de Señoritas. Como diría Marañón, una trapera del tiempo: aprovechaba cada minuto del día, se embarcaba en múltiples proyectos. Según Pedro Laín, era sobre todo una mujer de vocación. Fue la primera presidenta del Lyceum.
Victoria Kent: abogada, diputada en las cortes constituyentes republicanas, Directora General de Prisiones en los años 30, y vicepresidenta del Lyceum. Mujer de fuerte carácter y gesto sobrio que amaba su trabajo. En su opinión, “nada se pierde en la obra que se realiza con nobleza de miras y fundada en la realidad cotidiana”.
María Teresa León: su amor por Alberti le lleva a permanecer en un segundo plano, lo que oscurece su trayectoria literaria. Su Memoria de la melancolía es un estupendo testimonio de aquella época, el de una niña a la que “se le iba a desarrollar junto con las trenzas un principio de crítica”.
Zenobia Camprubí: una mujer muy activa, alegre, dinámica, que vivió su vida con bastante independencia pese a permanecer a la sombra de Juan Ramón Jiménez. “En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho”, aseguraría en su Diario. Fue secretaria del Lyceum.
Carmen Baroja: vivía a caballo entre dos mundos, el doméstico y el artístico. Atraída por el ambiente en el que se movía su hermano Pío, sin embargo se vio atrapada por las obligaciones que como mujer se le imponían, lo que produjo un choque. Sus memorias sirven de magnífico testimonio del club.
Maruja Mallo: pintora vanguardista y mujer de carácter rebelde, perspicaz y curiosa; sus cuadros reflejan mujeres practicando deporte, verbenas una fusión entre tradición y modernidad. Participó en alguna de las actividades del Lyceum.
María Lejárraga: esta maestra amante del teatro fue una mujer con una fuerte vocación política (llegaría a ser diputada). Su obra se escondería bajo el seudónimo de “Gregorio Martínez Sierra”, nombre de su marido, con quien colaboraba. Ayudó a Encarnación Aragoneses a convertirse en Elena Fortún.
Elena Fortún: la autora de los libros de Celia era una mujer peculiar, de gran imaginación, que adoraba anotar las anécdotas relacionadas con los niños que se sentaba a contemplar en el parque. Colaboró con la “Casa de los niños” fundada por las socias del Lyceum.
Concha Méndez: una mujer “inflamada de aventura”. Viajera incansable, poetisa, nadadora, impresora... Una de nuestras vanguardistas. Ella y su inseparable amiga Maruja Mallo paseaban por Madrid, causando escándalo con el “sinsombrerismo”.
Constancia de la Mora: nieta del que fuese Jefe de Gobierno Antonio Maura y criada en un ambiente tradicional, lucha contra las injusticias de las desigualdades sociales. Mujer temperamental y con fuerte vocación política.
Clara Campoamor: estupenda oradora, abogada y diputada durante las Cortes Constituyentes de la República. Su máximo logro, que le enfrentaría a su propio partido, fue lograr la aprobación del voto femenino. “Dejad a la mujer que actúe en Derecho, que será la mejor forma de que se eduque en él”.
Ernestina de Champourcín: vivía para la poesía, aunque lo que le interesaba era el proceso creativo. Joven vanguardista criada en un ambiente tradicional, mujer espiritual de fuertes convicciones religiosas.
Isabel Oyarzábal: las memorias de esta escritora y periodista que llegaría a ser Embajadora en Suecia y Finlandia durante la República, y vicepresidenta del Lyceum, reflejan una fuerte conciencia social.
Hildegart: niña prodigio, moldeada a su antojo por una madre decidida a convertirla en la “redentora del mundo”, que debía salvar a las mujeres y a los oprimidos. Su madre terminaría matándola. La elección que para otras era la única permitida (el matrimonio) habría sido revolucionaria en ella.
La lista mueve al asombro. Pero quedan misterios por resolver. Su defensa de la ética las hizo parecer inmorales a los ojos de gran parte de la sociedad, así que, ¿cómo consiguieron que los corazones de estas mujeres veloces no les pesaran con todos esos prejuicios?
"Éste es el asunto que más me ha interesado desde el punto de vista teórico”, explica José Antonio Marina. “El libro cuenta una historia, que María Teresa y yo hemos procurado documentar, pero además es un ejemplo de filosofía. Me interesa pasar de la anécdota a la categoría. El Lyceum fue una oportunidad perdida. Ya sabes que me interesa saber por qué la inteligencia triunfa y fracasa. La República española fue un caso dramático de quiebra de la inteligencia social. Y estas mujeres, que habían demostrado que el triunfo de la inteligencia era posible, fueron arrastradas por el hundimiento del entorno. '¡Qué difícil es no caer cuando todo cae!', escribió el conmovedor Antonio Machado, víctima también de esta situación. Esta historia me hacer sentir una enorme irritación ante la estupidez humana”.
-¿El olvido fue el precio más injusto que debieron pagar?
-No. Casi todas tuvieron que emigrar. Hemos seguido su historia, en muchos casos heroica. Pero, ciertamente, el olvido hace más dolorosa esta situación. Cuando hablamos de “memoria histórica” solemos pensar en la compensación de hechos terribles. Pero no podemos dejar de lado otra memoria histórica que es, ante todo, gratitud.
-¿Cómo se mezclan conceptos como inteligencia, memoria y justicia en el libro?
- La justicia es la culminación de la inteligencia social. La meta de la inteligencia es la felicidad, privada y pública. Y a la felicidad pública conviene llamarla “justicia”, o viceversa. Recuperar la memoria da profundidad y densidad al presente. El actual desconocimiento de la historia que tienen nuestros jóvenes no es sólo un fallo en su cultura, es una simplificación y trivialización de la realidad. No podemos comprender el presente sin saber cómo hemos llegado hasta aquí.
-Casi un siglo después de esta aventura, ¿por qué los sistemas educativos siguen siendo incapaces de crear “las mayorías ilustradas y críticas necesarias para el triunfo de la inteligencia social”?
-Porque hemos primado la instrucción sobre la educación. Desconfiamos de todo. Hay miedo o pereza para admitir una ética universal que es el fundamento de los sistemas democráticos. Por buenas razones, ha triunfado un individualismo que nos libera de tiranías estatales, ideológicas o religiosas, pero que, como efecto negativo, ha producido una glorificación de la opinión personal, y una dificultad para alcanzar evidencias compartidas. Las mismas tensiones que hacen que las parejas fracasen amenazan a las sociedades.
Nuria AZANCOT
El Cultural. es
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