8.10.07

Una llovizna tierna 2

Muy puntuales ya estaban otros tres escritores: el argentino Pedro Mairal, autor de Una noche con Sabrina Love, su novela premiada por un jurado de lujo: Augusto Roa Bastos, Adolfo Bioy Casares y Guillermo Cabrera Infante en 1998: El venezolano Rodrigo Blanco Calderón, comprobado el más joven de todos(26); y la bella brasileña Verónica Stigger con sus profundos ojos azules. Me cuando me senté para la segunda sesión programada con el interrogante ¿Qué está pasando en la literatura de América Latina? Pero el moderador Jaime Monsalve no se ciñó al instructivo con la pregunta, sino que abrió con ¿Tiene una edad la literatura?, citando la nota publicada en el semanario El Espectador con motivo de Bogotá 39. Cada uno dijo que eso no era una condición per se para escribir, o alcanzar la calidad literaria. Se recordó a Saramago que ya en su senectud empezó a publicar. El moderador volvió a recordar la pregunta esencial del panel: el debate se hizo más jugoso y se entró en verdadera substancia literaria. Coincidieron en que prácticamente estaban escribiendo casi de lo mismo: “las intimidades que nos pasan son iguales a todos”, señaló Mairal. Además, dijo que este evento se le hacía algo histórico para romper con lo que llamó una balcanización que se vive en la literatura (y por supuesto en muchos aspectos de las realidades latinoamericanas) de nuestros países por culpa de las editoriales, donde para poder publicar en toda Latinoamérica extrañamente se debe publicar primero en España. Que no se sabía si de este grupo, volviendo a Bogotá 39, iría a salir una gran obra maestra, y que si salía se alegraría por ello. Y contaron que el acto de escribir a veces se vuelve placentero, que nunca pensaba en una obra betsellera para dedicarse por completo al oficio, y que se entrega ritualmente a escribir medio tiempo y que para sobrevivir, coordina un taller de narrativa. El oficio en sí mismo no se le complica cuando escribe, sino cuando tiene que buscar el tono y el ritmo que tendrá su nuevo libro. Esto lo llena de una ansiosa preocupación constante. El venezolano Blanco Calderón ha escrito de una forma mercenaria desde manuales de autoayuda pasando por folletos de belleza y diccionarios para “redondear la arepa” porque la literatura aún no le permite vivir de ella. Además oficia de catedrático para ganarse la vida. En un portugués de ráfagas rápidas a la brasileña Sttigger le oí en la traducción decir que el acto de escribir no la llenaba de pánico ante la hoja en blanco, y aplicó una vieja premisa de Borges, según la cual conoce el principio y el final de su cuento y sólo debe rellenar el trasunto del qué sucede entre esas dos orillas del relato. Al final casi todo el público universitario había abandonado el hemiciclo. Quedaba un exiguo número de participantes, sobresaliendo una mujer madura y de lentes, que dijo ser profesora de una comunidad bogotana y que se desató en las desdichas que ha sufrido por la indiferencia con que la trata la burocracia con los proyectos que ha presentado a las diversas entidades distritales. El moderador, con total educación, la dejó hablar y le recordó formular la pregunta a los escritores. Mairal, muy educado, comentó( para salir todos rápidamente después) que en la provincia argentina sucede frecuentemente y es una practica de la burocracia en todas las latitudes del planeta. Afuera el cielo estaba en ese característico color gris bogotano y ya no caía esa llovizna tierna que alguien escribió en una novela que es una crónica.

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