El destino de quien aspira a edificar una obra literaria es de los más inescrutables y probablemente duros que quepa concebir. Nadie toma en burla, que yo sepa, a alguien decidido a triunfar en la pintura, en la escultura, en la música...Menos a quien se proyecta hacia profesiones liberales: medicina, ingeniería, abogacía...O a quien estudia sistemas o desea ser submarinista o boxeador o jugador de fútbol.
En cambio, quien anuncia su deseo de convertirse en escritor suele padecer idéntico rechazo, idéntico cúmulo de consejos disuasivos, idénticas chirigotas que aquel que aspira a llegar a ser un gran actor o, pobre de él, un payaso genial.
Acaso obre en ello la certidumbre de que un futbolista ya fracasado puede esperar un poco de piedad y hasta de admiración; un escritor fracasado sólo consigue cosechar desprecio, o bien burlas, cuando no crueles, apenas disimuladas.
Una experiencia bastante rica en esta materia acumulamos quienes como yo padecimos por largo tiempo el ultraje del anonimato, la indiferencia del público lector.
Pero cuando, como en mi caso, algunos triunfos en el extranjero no se concedían con los apabullantes fracasos en mi patria, donde nadie me aceptaba ni siquiera como mediano escribiente. “olvídese de eso, hombre, no insista”, me decían; “no sirve usted para la literatura.
Ello en momentos en que ya había publicado novelas como Los cortejos del diablo o La tejedora de coronas .Todavía a cinco años de la aparición de esta última, al serme presentada una señora y oí esta, la, para mí, temible frase: “El escritor Germán Espinosa”; me miró con insolencia y le preguntó en tono peor que desdeñoso: “¿Escritor? ¡Y usted qué escribe?”
He comprobado con tristeza cómo escritores noveles, que apenas hacen sus primeras armas, albergan resentimientos hacia quienes hemos obtenido así sea un mínimo prestigio, imaginando que desde el comienzo contamos con la aceptación de las editoriales y el favor del público.
Para algunos, en efecto, ha sido así más no para la mayoría. Cuando Óscar Wilde propuso a una editorial El abanico de lady Windermere, la respuesta que obtuvo rezaba: “Estimado señor: hemos leído ya la obra que nos remitió. Ay, estimado señor...” ¿Cómo olvidar los rechazos de que fue objeto James Joyce con Ulyses ¿Cómo olvidar que Cien años de soledad fue rechazada por Seiz Barral, cuya colección Biblioteca Breve jabía lanzado ya a escritores como Mario Vargas Llosa?
Esos jóvenes resentidos suelen suponer que, para publicar nuestros libros, nos valemos de influencias, acaso políticas, o de nuestras colmadas bolsas de millonarios.
No sospechan siquiera los calvarios que debimos sufrir, las burlas que tuvimos que soportar. Acababa de publicar yo un libro con cierta importante editorial bogotana, cuando un escritor barranquillero, ya no muy joven, me preguntó cómo podría hacer para acceder a ella. Le aconsejé que enviara su libro a determinada persona(el director editorial) y que aguardara el fallo de los lectores designados para resolver si se publicaba o no.
Así lo hizo, en efecto. A la vuelta de unos seis meses, regresaba un día a casa cuando, al activar el archivo de mensajes en mi teléfono, hallé una retahíla de insultos, aquí irreproducibles, endilgados a grito herido por el escritor en cuestión, pues su obra había sido rechazada. Quizás había acariciado la ilusión de que fuera yo a intervenir para que se publicara, en el supuesto de poseer yo influencias de tal género.
Jámas, por cierto, he detentado en editorial alguna el poder de hacer publicar por mi solo consejo. Por eso siempre digo a quien me consulta: envíe su obra, la someterán al juicio de lectores... Nada más puedo hacer.
* Germán Espinosa falleció el pasado 17 de octubre, pero nos dejó su inmensa obra literaria, donde vivirá siempre en nosotros, sus fervientes lectores. Requiéscat in pace
27.10.07
Los calvarios de un escritor
Por Germán Espinosa*
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