24.10.07

MIS SUBRAYADOS ERÓTICOS (1)

"Mónica se quitó el kimono y comenzó a bailar como si tuviese un abanico en las manos.Su cuerpo era tan perfecto y sus movimientos tan naturales, que él, fascinado, no conseguía quitarle los ojos de encima.¡Las nalgas de Cila! Nalgas, nates, nática. Observando en qué parte de su cuerpo se fijaban más los ojos de Lima Prado, Mónica se detuvo, se le acercó y, volviéndose de espaldas, le preguntó:
"¿Quieres pasar la mano?"
Sus músculos dorsales se delineaban formando un hueco vertical por donde corría la columna vertebral hasta terminar en la fisura que separaba los firmes glúteos. Aquella parte del cuerpo podía, como ninguna otra, representar la decadencia, la fragilidad, la fealdad del cuerpo, o bien la belleza, la energía, el hartazgo.
A excepción de Cila, él siempre había encontrado, en mayor o menor cantidad, espinillas, bultos, asperezas en los culos que había contemplado y acariciado. Delicadamente pasó la yema de sus dedos por la piel templada y lustrosa. Separó tiernamente los dos rígidos hemisferios musculares y admiró el surco claro, el dorado vello que iluminaba el esfinter rosado. Se acordó de un inmenso campo de girasoles difuminado en el horizonte, que había visto en su primer viaje a España, cuando aún era adolescente. Luego, poblaron su mente imágenes de colores de Goya, de Toledo.
"Métela despacio", la muchacha volvió el cuello mirándole a los ojos. Estaban ahora en la cama. La incisión. La cripta. Lentamente penetró en el cuerpo de Mónica hasta sentir que la masa dura de los grandes glúteos le presionaba el pubis. "Toda", Mónica. Uno de sus senos se anidó en la palma de su mano mientras le besaba y lamía el cuello fino y diáfano, balanceando el cuerpo hacia atrás y adelante, sintiendo la fragancia de flor y resina de árbol de su pelo, que le rozaba la nariz. Una vez, muchos años atrás, al asistir a un desfile militar el siete de septiembre, una estudiante, vestida con la falda azul y la blusa blanca de las escuelas públicas, se colocó frente a él exhalando un agradable olor que ahora sentía en la nuca de Mónica. Recuerdos como relámpagos. Mónica dijo entonces una frase que hizo temblar su cuerpo como una descarga eléctrica. Siempre había tenido asco de los desechos humanos. Ahora, un misterio revelado creaba un nuevo misterio y un nuevo asombro. Deseó y temió que Mónica repitiese la frase. ¿Humanum nihil a me alienaum puto? Él, el hombre de letras, siempre había considerado este axioma como una ingenua apología de los vicios y debilidades humanas, y ahora, en la tumultuosa exaltación en que la frase de Mónica le envolvía, el aforismo era visto bajo una nueva luz. (¡Siempre hay un secreto detrás de un descubrimiento!) Annete Bouvignon de la Porte. La caverna. Pidió ansioso que lo dijera de nuevo: "Ah, voy a llenar tu verga de mierda", repitió Mónica. Su cuerpo tembló de pasión y gozo con un placer que nunca había sentido antes. Se quedó un rato agarrado a Mónica, como alguien que despierta en medio de un sueño. Después, a pesar de que ella le pedía que no se apartase, reculó, desenganchó su cuerpo, se levantó de la cama. En el cuarto de baño se sentó en el bidé, sintiendo expandirse de su verga un olor de tierra húmeda y profunda que nunca recibió la luz del sol, y cerró los ojos. Se lavó cuidadosamente, con los ojos cerrados, aún sin valor de mirar, pareciendo que el olor cavernoso nunca se disiparía, como si brotase de una inagotable fuente del recipiente donde estaba sentado. Finalmente, tras lavarse con jabón de manos durante largos minutos, se levantó del bidé. Había una toalla doblada sobre el borde de la bañera y se la llevó a la nariz verificando que aún no había sido usada, notando el agradable olor de la plancha caliente sobre el tejido.
Mónica seguía acostada, boca abajo.
"Las mil y una noches fueron en Bagdad", dijo él.
El timbre sonó. Mónica saltó de la cama.
"Es tu secretario", dijo la muchacha, después de mirar por la mirrilla de la puerta.

El gran arte. Rubem Fonseca.

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