29.3.10

Ficción de la realidad

"Cada vez me interesa más la realidad y menos la ficción, pero cada vez me parece que todo es ficción"

Héctor Abad Faciolince. autor colombiano. El olvido que seremos.fOTO;fUENTE:Elpais.com

"Esa tarde de Lisboa estaba escrita. Y no hubo manera de reescribirla. Terminó pasadas las cinco de la tarde con el mismo cielo pálido y el mismo tema que había empezado, aunque con una ligera variación en la despedida de Héctor Abad Faciolince, autorretratado y resumido en las 17 palabras de su adiós: "Soy un exiliado español. La próxima vez nos veremos en la frontera o allí donde murió Machado, en Collioure".

Lo dice saliendo de una inmensa nube de humo de castañas asadas que envuelve la esquina de las rúas de Garrett con António Maria Cardoso. El periodista y escritor colombiano está vestido de negro y gris, potenciando su aspecto de profesor de física con gafas y pelo blanco acaracolado, aunque en este instante parece un científico loco con el cabello revuelto. Desde que publicó hace cuatro años El olvido que seremos (Seix Barral), su nombre asciende lento en una espiral. Una novela-crónica en la cual reconstruye la impunidad sobre el asesinato de su padre a manos de los paramilitares en 1987, que deriva en una de las más hermosas manifestaciones de amor de un hijo por su papá; al tiempo que desanda los caminos que recorrió su familia hasta ese momento, que los llevó a toparse con el cadáver del doctor Héctor Abad Gómez 99 días antes de que cumpliera 66 años, en la calle de Argentina, de Medellín, donde el hijo encontró en un bolsillo un poema premonitorio y desconocido de Jorge Luis Borges.

Ahora, el nombre de Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) estará más en boca de todos por sus dos nuevos libros: Traiciones de la memoria (Alfaguara) y El amanecer de un marido (Seix Barral). El primero reúne tres relatos, del cual destaca el primero, donde la realidad parece predestinada a la ficción al rastrear policiaca y literariamente el origen y la autoría del poema que llevaba su padre el día de su asesinato y que termina revelando la noticia de que cinco poemas de Borges considerados apócrifos son auténticos. "Una prueba de que si se investiga se puede llegar a la verdad". Mientras que en El amanecer de un marido sus cuentos se asoman en los vericuetos del desamor y el desencuentro. El penúltimo en elogiar al autor colombiano ha sido Mario Vargas Llosa en su artículo del 7 de febrero pasado publicado en EL PAÍS y reproducido en medios de medio mundo.

La de Héctor Abad es una vida personal, periodística y literaria de apurados trazos dramáticos y borgeanos donde la realidad parece ficción y la ficción suplanta a la realidad. Un territorio fronterizo cuyas claves revelará más tarde: "Cada vez me interesa más la realidad y menos la ficción, pero cada vez me parece más que todo, todo, es ficción". Una idea de la que no escapa la identidad, "es una ficción, no es una realidad, es una cosa que uno se inventa y se pone, como un sombrero". Lo dice un hombre que considera que "el escritor tiene que tener una personalidad disociada, ser capaz de salirse de sí mismo". Y así transcurrirá una tarde sobre búsquedas de la verdad, de falsificaciones, de azares, de determinismos, de ex futuros, de bifurcaciones y con, como si estuviera escrito, un fotógrafo de apellido Socías, que lo retratará.

Tres horas antes de aquella despedida entre la nube de humo olorosa a castañas asadas, Abad Faciolince empieza a recapitular su vida en el suave y coqueto, e incluso embaucador, acento paisa, propio de su montañoso departamento de Antioquia. La cita es en Lisboa aprovechando que él participa en unas jornadas literarias, pero, sobre todo, porque cumple su palabra de no volver a España. Una promesa que hizo en 2001 cuando firmó una carta muy sonada de escritores y artistas colombianos en protesta por la exigencia de visado a sus compatriotas para entrar en este país. De ahí su despedida de: "Soy un exiliado español".

Dos semanas antes de aquel martes 2 de marzo pasado, él ya había dicho que quería tener la entrevista en alguno de los cafés que frecuentaba Fernando Pessoa. Pero ahora, de repente, está sentado al lado de un ventanal del restaurante Tapas Bar & Esplanada donde ve cómo se descuelga Lisboa hasta la mansa y ancha desembocadura del río Tajo en el Atlántico. El fotógrafo le propone alterar los planes y cruzar en ferry el río e ir hasta la otra orilla para tomarle fotos con la ciudad al fondo. El escritor duda un pestañeo, pero accede cordial. Al final caerá un aguacero y la entrevista continuará en A Brasileira, uno de los cafés preferidos del poeta portugués.

Una vez dentro, el rumor de la lluvia es reemplazado por el del rugido de la máquina de café y el barullo de la gente. Es una especie de zaguán muy ancho y largo con la barra a la derecha y las mesas a la izquierda junto a una pared cubierta de espejos. Al fondo, en el rincón, hay una mesa disponible. Héctor Abad se sienta y todo el bar queda delante de él y a su espalda, también, gracias a los espejos. En la línea entre la realidad y su reflejo.

Pide un oporto. Saca del bolsillo de la chaqueta un cuaderno de cubiertas negras y hojas amarillas y un bolígrafo. La grabadora se enciende. La mira, y confiesa entre risas y casi disculpándose: "No soy capaz de pensar hablando. Por eso tengo este cuaderno para contestarte por escrito. Porque con otras entrevistas cuando las leía me veía muy mal, me parecía que yo no había dicho lo que me ponían a decir, aunque no podía demostrarlo. Entonces opté por nunca más leerlas para no enfadarme".

Tras este prólogo improvisado sobre su experimento, piensa un segundo una pregunta sobre si acaso lo que acaba de decir no es más que su alto grado de autoconciencia sobre lo que quiere proyectar. Levanta la mirada que parece irse hasta la entrada del café, agacha la cabeza y empieza a escribir muy juicioso en su cuaderno con su bolígrafo azul.

El silencio del rincón lo rellena el rumor de las siete mesas del café y la larga barra, esparcido por el tintineo de las cucharillas que remueven los vasos. Unos minutos después empieza a leer como en el colegio: "Cuando yo hablo me distraigo mucho. Me distrae la cara de la otra persona, la mirada. Hay demasiadas variables que tengo que controlar: mi voz, lo que pasa a mi alrededor, mientras que cuando escribo por encanto el mundo desaparece y lo único que hay es tres dedos apretando un bolígrafo que escribe sobre un papel, o una pantalla del computador. Porque en los cuadernos tomo nota, pero siempre he pensado, y las personas que me conocen lo saben, que tengo una personalidad por escrito y una personalidad hablada; y hablado tiendo a ser muy condescendiente, a darle la razón a la otra persona".

Al terminar la frase bromea sorprendido al descubrir que es la primera vez que ve a dos personas hablando a la vez que escriben. Luego aclara que la costumbre de dar la razón al otro está enraizada en su educación. "Fuimos educados en el Manual de urbanidad y buenas costumbres de Carreño. Y ahí dice que contradecir es parte de mala educación. Aunque eso hace que uno se vuelva un interlocutor idiota porque siempre le da la razón al otro". Entonces improvisa: "¿Que por qué no lo remedio? Me viene lo más ancestral, que es ser una persona cordial. Nosotros los latinoamericanos estamos llenos de cortesía, siempre envolvemos el pensamiento en buenas maneras".

Afuera la gente sigue guareciéndose de la lluvia en los marcos de las dos puertas del A Brasileira. Ante las teorías antropológicas y sociológicas de que buena parte de esa cortesía hispanoamericana se debe a los rezagos del servilismo de la Conquista, la Colonia y la Independencia, Héctor Abad está de acuerdo. Aprovecha para recordar que él creció en el voseo, en el "vos" como tratamiento entre iguales. Una característica de su tierra y de otras regiones como el Río de la Plata, Chile o Costa Rica. "No sabemos dónde está el límite entre la cortesía y el servilismo. Pero yo no soy servil. No me gusta ni mandar ni obedecer, pero sí tenemos muy inculcadas normas de cortesía demasiado rígidas que son probablemente las que hacen que para mí sea difícil comunicarme verbalmente. Y eso tiene que ver también con un problema audiopersonal, y es que viví rodeado de mujeres que hablaban mucho mejor. Ellas siempre hablan mejor que los hombres. Más rápido, con más gracia, son más ocurrentes".

Parece escucharse, entonces, el barullo de diez mujeres de todas las edades que van y vienen por esa casa de la infancia de Antioquia donde un niño se siente arrullado y apabullado por sus voces. Pero gracias a eso el niño habrá de refugiarse en la lectura y la escritura. Por eso le encanta cuando su padre lo lleva a la universidad. El doctor se va a dar clases y el niño, que aún no va a la escuela, se queda en su despacho, sentado en una silla enorme frente a una máquina de escribir enorme, colocando hojas en blanco en el rodillo que aprende a girar rápido, ¡Rrrrrrrrm! Luego empieza a jugar con las teclas, sacando con sus pequeños dedos índices sonidos como en un piano de letras. Tac, tic, toc, tac, tac, toc... Una hoja llena de letras. ¡Rrrrrrrrm! La saca y pone otra. Cuando el padre vuelve de clase el niño se las enseña y recibe una gran felicitación.

De allí procederá este experimento de contestar esta entrevista con su puño y letra y luego leer la respuesta. "Cuando escribo pienso mejor, no oigo mi voz, no vigilo mi voz, es la voz de otro, una voz no interior sino exterior que me dicta aunque no sea el Espíritu Santo, pero sí creo que mi mano se comunica mucho mejor con mi cerebro que mi lengua. La escritura también tiene su ritmo y se parece más a mi pensamiento. Sabes, siempre he fingido que sé hablar", y su burla bordea la carcajada. Hasta que confiesa: "Yo pienso muy despacio". Así es que se llega al acuerdo de que algunas preguntas tendrán una respuesta más amplia o matizada a través del correo electrónico para poder avanzar en la conversación.

Vuelve a escribir. En silencio y sin tachaduras. Con la mano derecha, mientras la izquierda la pone extendida cuidadosamente sobre el pupitre, sobre la mesa.

Acaba. Inclina un poco el cuaderno y lee: "El escritor tiene que tener una personalidad disociada, algo esquizofrénica. Tiene que ser capaz de salirse de sí mismo, de ponerse en el lugar de la otra persona. Siempre, cuando un periodista me pregunta algo, yo soy el periodista, no estoy pensando en su pregunta sino en lo que hay detrás de esa pregunta. Los escritores podemos definirnos así: somos detectores de mentiras, detectores biológicos de mentiras. Cuando tú me preguntas esto, yo pienso ¿qué es lo que me está preguntando realmente? Entonces me desconcentro y no sé qué contestar y digo: usted tiene razón, es una manera de ganar tiempo".

Tiempo. En mayúscula. Ésa es una de las presencias latentes en sus libros. Sobre todo en las tres crónicas o relatos de Traiciones de la memoria. Recuerdo, olvido, memoria, vida, vidas disociadas, sueños, futuro, pasado, reinvención; todo bajo el amparo del Tiempo. Como si apareciera el río de Heráclito citado a su vez por Borges. El último de los textos es una pieza sobre los ex futuros. "Es una idea muy bonita de don Miguel de Unamuno. Los ex futuros son esos yoes que se quedaron en la vera del camino de la vida, lo que nunca llegaron a ser, lo que pudieron haber llegado a ser. Todo el mundo tiene despojos de yoes que se van quedando ante una encrucijada...".

Rrriiinnnggg... rrriiinnnggg...

Ante la sorpresa del móvil, él coge la grabadora con la mano derecha para acercársela a la cara mientras dice: "Tranquilo, yo le voy contestando a la máquina. Cuando uno llega a una encrucijada, a una disyuntiva y toma por un lado de la ye (Y), pues en Colombia decimos una ye, sea la parte izquierda o derecha eso hace que la vida se aleje del tronco; tome por un camino muy distinto. Todos tenemos de alguna manera una cierta nostalgia por el camino que no tomamos, una cierta curiosidad por saber qué hubiéramos llegado a ser si nos hubiéramos ido por otro lado. Eso es de lo que trata el tercer relato de ese libro. Indago en eso que Unamuno dejó esbozado. Como te das cuenta, a mí me gusta más hablar solo o con una máquina o con un papel que con alguien", y sus palabras terminan entre risas que eclipsan el rugido de la máquina de A Brasileira.

Un tema perfecto en un café de Pessoa, porque él creó yoes absolutos con sus heterónimos, a los que hizo incluso horóscopos y dotó de una personalidad definida. "Una vez leí esto: 'Los cuatro poetas portugueses del siglo XX son Fernando Pessoa'. Es verdad, y se llaman Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Fernando Pessoa".

Es el paso a la procesión de ex futuros de Héctor Abad Faciolince. "Pienso en ellos permanentemente. La vida de cada uno está colgada de un hilito. La mayoría de mis ex futuros son muertos. Yo vivo en un mundo de pesadilla donde mis hijos se viven muriendo. Y yo sé que el hecho de que un hijo mío sufra una catástrofe transformaría mi cerebro en una mente loca y desesperada y destrozada".

Echa un vistazo atrás en su vida y ve que varios de sus ex futuros quedaron en la Italia de comienzos de los noventa. Lo esboza ahora, pero dos semanas después lo precisará por Internet fundiendo este tiempo presente con el futuro: "Hubo un momento en que yo quise dejar de ser colombiano y volverme italiano. Dejé incluso de hablar en español. La nacionalidad también es una ficción, un disfraz: algo que uno se pone, como la ropa. Tal vez la única nacionalidad auténtica es la lengua, como pensaba Canetti: uno es lo que habla. Y yo hablo una variedad del castellano que es el antioqueño: una especie de español antiguo que se habla en las montañas centrales y aisladas de Colombia. Pero no soy un nacionalista; en realidad no soy nada, o no sé qué soy. Uno tiene que inventarse cada año lo que quiere ser. La identidad -esa palabra tan antipática- también es una ficción, no es una realidad, es una cosa que uno se inventa y se pone, como un sombrero".

Pide otro oporto en medio de tintineos y el ruido de la máquina registradora por alguien que ha pedido la cuenta. Le llama la atención que la entrevista haya derivado en el tema del relato de los ex futuros, "el que a menos personas le ha interesado". Pero cuya idea del tiempo y el espacio, y concepciones de realidad y ficción, se entrecruzan en las tres piezas de Traiciones de la memoria. Incluso la última frase del tercer relato conecta y complementa al segundo al desmontar de un plumazo la realidad contada hasta ese instante difuminando lo real con lo ficticio y lo imaginado. Mientras el primero es una gran crónica periodística y literaria que se convierte en sí misma en un cuento policiaco donde el hijo quiere saber por qué su padre llevaba el día de su asesinato un poema de Borges que empieza diciendo: "Ya somos el olvido que seremos", y que todos creían apócrifo, pero que tras un largo periplo geográfico y filológico encuentra su paternidad y lo confirma como auténtico junto a otros cuatro en una historia sembrada de pistas, azares y persistencia y que al final parece más un farol del determinismo. El libro alterna muchas imágenes de las pruebas y pistas que Abad Faciolince va encontrando y que invitan a diversificar la lectura, sobre todo porque en Colombia hubo un gran debate sobre la autoría del poema de Borges, puesto como epitafio en la tumba del doctor Héctor Abad Gómez.

La pesquisa sirve para que el hijo plante cara a la justicia colombiana ante la impunidad del asesinato, al encontrar una verdad literaria.

El fotógrafo se acerca a la mesa. Es señal de que fuera ha escampado. El escritor se levanta de la silla y a medida que avanza hacia la puerta su imagen se aleja en el espejo a su espalda. Sale con Jordi Socías a la calle y hace todo lo que él le dice para las fotos. Pasan delante de la estatua de Pessoa, suben por la rúa de Garrett y cruzan la António Maria Cardoso, en cuya esquina acaba de instalarse un puesto de castañas delante de un edificio donde el fotógrafo quiere hacerle unas pruebas. A los pocos minutos vuelven a bajar por la rúa de Garrett y el pelo acaracolado del escritor está más alborotado que nunca al haberle cabestreado a Socías sus peticiones, cuyas imágenes al final han ilustrado esta entrevista.

Su aspecto de científico loco es el de un buen momento. Ya era hora. Tras una adolescencia donde el dolor y la muerte se hizo presente con una hermana y empezó sin terminar varias carreras como medicina, filosofía y periodismo. Luego, en la universidad, un artículo contra el Papa hizo que lo expulsaran, y que al final terminara, precisamente, en Italia, donde se graduó en Literaturas Modernas. Al regresar a Colombia en 1987, en agosto los paramilitares asesinaron a su padre, y el día de Navidad estaba volando de nuevo a Italia por amenazas. Después llegarían su esposa e hijos, y un periodo de incertidumbre y penurias (narrado en parte en el segundo relato). A comienzos de los noventa empezó a escribir una columna dominical el diario bogotano El Espectador, y publicó algunos libros hasta que en 2000 ganó en España, con Basura, el I Premio Casa América de Narrativa Innovadora. Un año después firmaría aquella carta de protesta por la exigencia de visado a los colombianos con la promesa de no volver hasta que eso cambie. En 2006, casi 20 años después del asesinato de su padre, se sintió con fuerzas para escribir sobre aquello, lo que le ha valido el reconocimiento de público y crítica. Ahora es miembro del consejo editorial de El Espectador, con una columna de opinión muy leída.

De vuelta en A Brasileira, la conversación va hacia su vida entre la realidad real del periodismo y la ficción literaria. Es la penúltima pregunta. Se entusiasma e improvisa, pero luego la matizará en un correo electrónico: "Yo creo que vivo siempre en la realidad; y al mismo tiempo, como lo que percibe y filtra la realidad es mi cerebro, creo que vivo siempre en la ficción. Nunca sé muy bien si algo que viví lo viví realmente o si mi cerebro se está inventando un recuerdo. Cuando uno se da cuenta de las deformaciones que hace permanentemente la memoria, cuando uno ve los sesgos con que la ideología nos hace percibir la realidad, a veces me da la impresión de que todos vivimos en un mundo ficticio. La ideología es como una lente de color rosa o de color negro y todo depende del cristal con que se mire. Dos periodistas asisten a una misma batalla y parece que nos hablaran de dos batallas distintas cuando la cuentan: un periodista cubano y un periodista español nos hablan de una huelga de hambre en La Habana, y parece que hablaran de dos cosas distintas. Yo como escritor trato de ponerme dentro de la cabeza del hombre que hace la huelga de hambre, y aparece otra historia más, diferente. ¿Cuál de las tres es la historia real? Y si la historia es contada por el mismo protagonista, y él se ve a sí mismo como un mártir o un héroe, también hace de su misma huelga una leyenda. Cada vez me interesa más la realidad y menos la ficción, pero cada vez me parece más que todo, todo, es ficción".

La máquina registradora suena ahora por la mesa del rincón. Un par de minutos después, el barullo y el olor a café de A Brasileira quedan atrás y son reemplazados por el ruido de la calle y el olor a castañas asadas. Ya en la esquina de la humareda, antes del adiós, el escritor colombiano le pregunta al fotógrafo si su apellido es con ese o con ce: "Con ce", responde. "Ya, pero viene de sosias, es decir, de algo doble o que se parece mucho, está en el Anfitrión, de Plauto, cuando Mercurio se hace pasar por Sosias el criado del general Anfitrión". Son casi las cinco y media, y la tarde va a terminar como empezó, el mismo cielo pálido y el mismo tema de tres horas antes cuando Héctor Abad Faciolince se despida, saliendo del humo oloroso a recuerdos, contestando la última pregunta: ¿Cuándo vuelve a España? Y se autorretratará y resumirá en 17 palabras: "Soy un exiliado español. La próxima vez nos veremos en la frontera o allí donde murió Machado, en Collioure...", para perderse andando por la rúa de Garrett arriba en busca de una de sus pasiones, librerías de viejo.

26.3.10

Fernando Vallejo hace una reflexión sobre la vejez en "El don de la vida"

El escritor colombiano se siente ya "medio muerto" y cree que escribir en ese estado "es la única forma de renovar la literatura". Por eso habla de su "muerte inminente" en su nueva novela, "El don de la vida", una reflexión sobre la vejez y "una burla a muchas cosas, ante todo a la muerte"

Fernando Vallejo, escritor colombiano.fOTO;fUENTE:que.es

"No le veo ninguna razón a la vida y por eso no la puedo defender", decía hoy Vallejo, en vídeoconferencia desde Bogotá, al presentar en la Casa de América la novela que Alfaguara acaba de publicar en España y que también ha llegado a las librerías de Argentina, Colombia y México, país este último donde el escritor reside desde hace casi cuarenta años.

El propio Vallejo (Medellín, 1942) ha dicho en alguna ocasión que esta novela es su "testamento literario", pero hoy reconocía que quizá "viole" su propia palabra y vuelva a escribir otro libro sobre su muerte, un tema al que ya ha dedicado también las obras "Entre fantasmas" y "La rambla paralela".

"Lo único que me interesa es mi muerte. No estoy seguro de que esté muy vivo porque uno se muere de a poquito. Tal vez sea la única forma de renovar la literatura. Juan Rulfo puso a hablar a los muertos en 'Pedro Páramo' y aquí en Colombia queremos ir más allá que en México: escribimos libros los escritores muertos. Yo estoy medio muerto", aseguró Vallejo, siempre polémico y transgresor.

Vallejo intentó escribir su nueva novela "sin insultos, sin ira y sin escenas violentas de sexo", pero lo que resultó es muy distinto. El libro es "un catálogo de injurias" que él ha formulado "a la aventura" y como ha podido, pero "no es un testamento literario", porque, cuando se muera, no va a "dejar nada, sino viento, como el común de los mortales".

El autor de "La Virgen de los sicarios" echa la culpa a la Iglesia de casi todos los males que padece la humanidad, pero no comparte del todo las críticas que se oyen estos días hacia los sacerdotes pederastas.

"Este asunto lo veo muy distinto de cómo lo está viendo el común de la gente, porque se ha creado una histeria en Europa y en Occidente buscando chivos expiatorios", ha señalado.

"Están poniendo el grito en el cielo porque unos pobres curitas, a los que les han arruinado la vida, masturban a un muchachito de doce o quince años", decía el escritor, poco después de haber contado que, en su caso, "el problemita" de la sexualidad lo resolvió acostándose "con los dos sexos". "Y me ha ido muy bien", apostilló.

"La pederastia es inocente siempre y cuando no vaya destinada a la reproducción, en cuyo caso es el crimen máximo, y siempre y cuando no medie la violencia física y la coacción moral", añadió Vallejo, quien no se suma "a la campaña de satanización de la Iglesia por la pederastia".

Hace tres años, Vallejo dijo que renunciaba a la nacionalidad colombiana, pero no lo decía "en sentido literal" por más que algunos lo han querido interpretar así. "Yo sigo cargando con Colombia hasta que me muera, o sea, hasta que me acabe de morir", afirmó el autor de "El desbarrancadero" y "Mi hermano el alcalde", que fue presentado hoy por la directora de Alfaguara, Pilar Reyes.

En su opinión, los males de Colombia se deben "sólo a la clase política y a la Iglesia", que ha dirigido los destinos de los colombianos desde que se independizaron de España, hace doscientos años. "Seguimos cargando con el burocratismo, heredado de España, y con esa plaga de la Iglesia", señaló.

La Iglesia, dice en la novela y repitió hoy en su encuentro con la prensa, padece "el mal de Alzheimer" porque se olvida siempre de "los incontables crímenes cometidos a lo largo de veinte siglos". Aunque, eso sí, "es muy buena para enterrar, y para cobrar hasta por los entierros".

Como le sucede al protagonista de la novela, "alter ego" de Vallejo, el escritor tiene una libreta en la que va anotando los nombres de las personas que ha visto y tratado alguna vez en la vida y que han muerto.

Lleva anotados casi setecientos, y hoy no quiso dar los nombres de colombianos de cuya muerte se alegra. "Los muertos ya tienen saldadas sus cuentas conmigo. No les tengo odio sino más bien envidia".

En el libro arremete contra numerosos personajes públicos de reconocido prestigio, como Albert Einstein, Jorge Luis Borges, Federico García Lorca, Octavio Paz, Gabriel García Márquez o Ghandi.

"Borges es un 'güevón' y todos lo saben. ¡Pero quién le da patadas a un ciego!", escribe Fernando Vallejo en su novela.

Sin embargo, aclaró hoy, ésa es la opinión del narrador del libro, no la suya. Él cree que Borges "es un buen prosista, pero no es el más grande. Para ser un gran escritor hay que tener un alma grande y Borges no la tenía, al contrario que Cervantes, que sí la tenía y por eso pudo escribir el Quijote"

22.3.10

La ficción y la verdad periodística

La biografía del gran cronista polaco Ryszard Kapuscinski, escrita por Artur Domoslawski, desató una polémica mundial. El reportero de guerra habría acomodado muchas veces datos y situaciones a su arbitrio

KAPUSCINSKI el consagrado periodista del siglo XX debió recibir el Premio Nobel, pero de literatura. fOTO; fUENTE:Revista Ñ


"Todos los periodistas y aspirantes a autores de reportajes pueden aprender mucho de la controversia sobre Kapuscinski. La "no ficción creativa" es una pendiente peligrosa.
Si hubiera vivido unos años más, Ryszard Kapuscinski quizá habría podido obtener el Premio Nobel de Literatura. Aunque esas cosas se llevan con un secreto digno del Vaticano, estoy seguro de que era uno de los candidatos constantes de la Academia sueca. Entonces, los periodistas de muchos países habrían celebrado su designación por ser el primer escritor de "no ficción" que lo ganara desde Winston Churchill en 1953. Ahora ha estallado una seria polémica en su Polonia natal por un nuevo libro que sugiere que su no ficción no era tan "no ficción", después de todo. Es una polémica que ya ha dado la vuelta al mundo, porque el nombre de Kapuscinski es sinónimo en todas partes de un cierto tipo de reportaje político-literario.
Kapuscinski non fiction
Acabo de leer el libro, que se titula, en polaco, La no ficción de Kapuscinski. Su autor es el periodista Artur Domoslawski, de quien Kapuscinski fue modelo, mentor y amigo, y ha sido criticado por varios motivos. Entre ellos, su forma de abordar las numerosas aventuras amorosas del escritor viajero, que es verdad que me parece poco delicada, y su tratamiento del pasado comunista y los contactos ocasionales de Kapuscinski con la policía secreta, que en mi opinión está bien explicado.
Más en general, se ha criticado al libro por denunciar a un antiguo mentor. La viuda de Kapuscinski lo llama "parricidio". Yo creo que no lo es. Creo que el autor trata de ser imparcial y permite que hablen muchas voces diferentes. Capta al Ryszard que yo conocí, empezando por una brillante evocación de su cálida sonrisa, con la que desarmaba a cualquiera. Desarmaba a cualquiera literalmente, porque aquella sonrisa de humildad casi infantil le permitió salir bien librado de muchos enfrentamientos peligrosos con hombres armados, en Africa y otros lugares. Por otro lado, este libro es el grito prolongado de un discípulo preocupado e incluso desilusionado, alguien que, en sus casi tres años de investigación, encontró cosas que le perturban enormemente.
El quid de la cuestión, para Domoslawski, para mí y probablemente para el resto del mundo, es que se cruce el límite entre la realidad y la ficción. Es un tema que a algunos nos preocupa desde hace años. En 2001, para conmemorar el centenario del Premio Nobel de Literatura, la Academia sueca organizó un simposio sobre la Literatura de testigos, una delicada forma de sugerir que la Literatura, con mayúscula, no consistía sólo en ficción y poesía. Yo di una charla (reproducida en mi libro Facts are Subversive) en la que comenté que "con Kapuscinski pasamos sin cesar de la Kenia real a la Tanzania de ficción y viceversa, pero la transición no está claramente indicada en ningún sitio".
Ese mismo año, el antropólogo y escritor John Ryle escribió una brillante reseña en The Times Literary Supplement en la que documentaba numerosas inexactitudes, exageraciones y mitificaciones de Kapuscinski en sus escritos sobre África. Decía que, en su mayoría, tendían a lo que él denominaba el "barroco tropical", un estilo en el que todo se vuelve más exótico, salvaje, descontrolado, extremo y, por qué no decirlo, oriental. Ahora, Domoslawski sigue en parte las huellas del maestro, hasta Addis Abeba, por ejemplo, donde Kapuscinski investigó para escribir su famoso libro sobre la caída de Haile Selassie, El emperador, y a Santa Cruz, Bolivia. Y se ha encontrado con que los propios testigos de Kapuscinski se quejan de que hay material falso e inventado. Da numerosos ejemplos.
Lo que hizo Kapuscinski está ya fuera de toda duda. La cuestión es cómo reaccionar. Una corriente de opinión es la representada por el escritor estadounidense Lawrence Weschler, quien, según Domoslawski, ha dicho "¿qué más da en qué estante tengamos que colocar El emperador (1978) y El Sha o la desmesura del poder (1987), en ficción o no ficción? Siempre seguirán siendo unos libros magníficos". Un compañero de colegio de Kapuscinski afirma que El emperador es "la mejor novela polaca del siglo XX". Y, por supuesto, esos libros hablaban también de Polonia. Los lectores polacos los leían en parte como alegorías de su propia situación, y los censores del comunismo podrían haberlos prohibido si no se hubieran presentado como libros de no ficción que trataban de lugares reaccionarios y lejanos.
Una segunda corriente, que podríamos llamar de los "nerviosos defensores de Ryszard", está bien representada por Neal Ascherson, autor a su vez de soberbios reportajes sobre Polonia y otros países. Kapuscinski era un gran narrador de historias, no un mentiroso –escribe en la página web de The Guardian–, y existe una diferencia importante entre dar noticias y escribir libros. Pero luego hace esta afirmación, que me resulta muy sorprendente: "Casi todos los periodistas, excepto un puñado de santos, sacan punta a las citas o varían ligeramente las horas y los lugares para causar más efecto. Quizás no deberían, pero lo hacen; lo hacemos". ¿De verdad, Neal? ¿Y cuánto es, si no te importa explicarlo, "ligeramente"? ¿Y hasta dónde puede atreverse uno a "sacar punta"? No obstante, en el resto de su blog muestra su preocupación por el hecho de que Kapuscinski no dejara suficientemente claro al lector lo que hacía.
La tercera postura, en la que me incluyo, afirma que, aunque no haya –en los gráficos términos que emplea Ascherson– una "frontera con alambrada y focos", sí existe un límite fundamental, una zona fronteriza, que los escritores de no ficción debemos intentar no cruzar jamás. Si cruzamos ese límite, entonces debemos asignar una etiqueta distinta al producto final. Domoslawski ofrece una razón por la que hay que hacerlo: sencillamente, el deber de ser justos con nuestros lectores. Ustedes necesitan saber qué están leyendo. Al fin y al cabo, parte de la emoción de leer a un escritor como Kapuscinski nace de pensar que esas cosas han ocurrido. El estaba allí. Lo vio con sus propios ojos. Estuvo a punto de morir por informar de los hechos. Es un principio que su propia retórica ha defendido con frecuencia a capa y espada.
El segundo motivo es más profundo. Me da la impresión de que, para una persona armada con una pluma, existen pocas obligaciones más serias que la de ser testigo veraz de grandes acontecimientos. Al presentar el simposio de 2001 sobre la Literatura de testigos, el entonces secretario de la Academia sueca, Horace Engdahl, sugirió que "la verdad, en un principio, no es nada más que lo que certifica un testigo fiable". Quizá no sirva como regla filosófica universal, pero desde luego sí es aplicable a lo que hacen quienes escriben testimonios, sobre todo cuando se alzan solos en medio de la tragedia o el triunfo. Ser testigos de genocidios, guerras, revoluciones y muestras de valor humano en medio de la humanidad es –perdónenme el tono melodramático– una responsabilidad sagrada.
La verdad de la historia
Es cierto que, al elegir los hechos, las imágenes y las citas, al caracterizar a las personas reales sobre las que escribimos, quienes realizamos reportajes trabajamos, en muchos aspectos, como los novelistas. Pero, si tenemos en cuenta esa responsabilidad respecto a la historia y la promesa de "no ficción" que hacemos a nuestros lectores, debemos atenernos a los hechos de la mejor forma posible. No debemos cambiar el orden de los acontecimientos ni siquiera "ligeramente", ni "sacar punta" a nada que aparezca entre comillas. Todos cometemos errores. Nadie puede ver una situación en su conjunto ni ser totalmente objetivo. Todo el mundo tiene un punto de vista. Ahora bien, si digo que vi una cosa, es que vi esa cosa. No estaba en otra calle, en otro momento, ni me lo contó alguna otra persona mientras tomábamos una copa en el bar del hotel.
Creo que podemos hacer dos cosas. Una, sugerida en tono humorístico por el propio Domoslawski en una entrevista tras la publicación del libro, es que debería haber en las librerías una sección entre la ficción y la no ficción, en la que estuviera una nueva categoría llamada simplemente Kapuscinski. La otra es aprender del maravilloso trabajo de Kapuscinski pero también de sus transgresiones y, de esa forma, dar un testimonio más veraz."
(c) el pais y clarin

KAPUSCINSKI BASICO

VARSOVIA 1932-2007.
PERIODISTA

Luego de sus estudios en Varsovia, trabajó hasta 1981 como corresponsal extranjero de la agencia polaca PAP. Obtuvo numerosos reconocimientos, entre ellos, en 2003, el Premio Grinzane Cavour a la Lectura y el Premio Príncipe de Asturias. Entre sus libros-reportaje de mayor éxito figuran "Ebano", "El Negus", "Esplendores y miserias de un autócrata" (1983-2003), "Imperium", "Lapidarium" y "La primera guerra del fútbol y otras guerras de los pobres". Además publicó "El Sha o la desmesura del poder", "Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo"; "Un día más con vida"; "El mundo de hoy"; "Viajes con Heródoto" (Todos en Anagrama). "Los cinco sentidos del periodismo" (FCE y FNPI). Murió en Varsovia el 23 de enero de 2007.

12.3.10

Muere Miguel Delibes, alma del castellano

OBITUARIO

El escritor renovó la literatura española y publicó más de 60 obras. Tenía 89 años

Miguel Delibes, renovador de la lengua castellana.fOTO; fUENTE:El país.com

"Miguel Delibes ha fallecido hoy en Valladolid a los 89 años, según ha informado su familia. El escritor padecía un cáncer del que fue intervenido en los años noventa. Con su obra Delibes consiguió dar nuevo vuelo a la literatura española, postrada tras el rodillo de la Guerra Civil. Era el último gran referente de las letras castellanas del siglo XX. La capilla ardiente está instalada desde las doce en el Ayuntamiento de Valladolid. La ciudad ha decretado tres días de luto oficial. Las reacciones a su fallecimiento se suceden a esta hora: "Era la voz austera de un país sumido en el silencio; la más alta cima de la literatura española", ha dicho a través de un telegrama el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Una gran ovación y gritos emocionados han recibido al cuerpo del literato a su entrada en la Casa Consistorial, donde se han congregado cientos de personas.

El legado literario de Delibes está surcado por el sentimiento amoroso, la desigualdad social y el contraste entre la vida en el medio rural y en la ciudad. Atento al habla de las gentes del campo, su rico y preciso léxico es considerado como uno de los últimos reductos del español de Castilla, aunque el novelista introdujo importantes innovaciones formales.

Con su primera novela, La sombra del ciprés es alargada (un relato sobre la pérdida y la posibilidad de la felicidad, ambientado en Ávila y Barcelona,), obtuvo en 1947 el prestigioso premio Nadal. Ha sido acreedor de las distinciones más importantes de las letras hispanas y varias veces candidato al Nobel de Literatura. En 1973 ingresó en la Real Academia Española; en 1982 ganó el premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1993 el premio Cervantes.

Nacido en Valladolid en 1920, Delibes comenzó una prolífica carrera como escritor tras lograr el Nadal, siendo autor de unas 60 obras, entre novelas, libros de viajes y diarios, la gran mayoría de ellas publicadas en la editorial Destino . Su último trabajo, aparecido en 2006, es una recopilación de relatos breves titulada Viejas historias y cuentos completos. Una decena de sus novelas ha sido adaptada al cine o a la televisión. Su personaje de Azarías en Los santos inocentes (interpretado en la versión cinematográfica de Mario Camus por el actor Paco Rabal) es uno de los iconos culturales españoles de la segunda mitad del siglo XX.

El franquismo

En su obra de 1966 Cinco horas con Mario, Delibes realiza con éxito no sólo un arriesgado ejercicio formal (el texto es un monólogo dividido en 27 capítulos) sino también una profunda crítica del provincianismo y de la realidad de la dictadura franquista. El autor, no obstante, nunca ocultó su respeto y admiración por la tradición castellana, aun con el rubro de conservadurismo que eso pudiera conllevar. Pese a su tradicionalismo, la obra de Delibes supuso un revulsivo para la apolillada realidad literaria de la España de la posguerra.

Pero la carrera de Delibes no arrancó como escritor, sino como caricaturista. En calidad de tal comenzó a publicar en 1940 en el diario El Norte de Castilla, en el que firmaba bajo el pseudónimo de Max. En esta etapa de su vida Delibes además sacó la cátedra de Derecho Mercantil (en 1945), contrajo matrimonio con Ángeles de Castro (1946) y comenzó a realizar críticas de cine. Llegaría a ser director de El Norte de Castilla entre 1958 y 1963. Siempre compaginó la actividad literaria con la periodística (fue colaborador entre otros del diario EL PAÍS).

En 1950 publica El camino, una obra sobre la pérdida de la inocencia infantil de su protagonista, Daniel el Mochuelo. Con esta novela, según la crítica, Delibes encuentra su lugar en las letras hispanas y consigue retratar con precisión y elegancia el habla de Castilla.

La caza

Con Diario de un cazador Delibes logró en 1955 el Premio Nacional de Literatura y abrió una de las corrientes de su literatura, la del deporte cinegético, a la que dedicó una docena de libros, entre otros: La caza de la perdiz roja (1963), El libro de la caza menor (1966), Con la escopeta al hombro (1970), La caza de España (1972), Alegrías de la Caza (1977) y Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo (1978).

"El hombre-cazador debe esforzarse, por ejemplo, porque este duelo se aproxime al rigor que presidía los torneos medievales: armas iguales, condiciones iguales. Por sabido, la perdiz no podrá disparar sobre nosotros, pero nosotros quebraremos el equilibrio de fuerzas, incurriremos en deslealtad o alevosía, si nos aprovechamos de sus exigencias fisiológicas (celo, sed, hambre), de sofisticados adelantos técnicos (transmisores, reclamos magnetofónicos, escopetas repetidoras), o de ciertos métodos de acoso (batidas, manos encontradas) para debilitarla y abatirla más fácilmente. De aquí que yo no considere caza, sino tiro, al ojeo de perdiz y recuse la caza del urogallo -mientras canta a la amada, a calzón quieto-, por considerarlo un asesinato", decía el escritor en las páginas de este periódico en 1982.

Autobiográfico y familiar

La obra de Delibes está teñida de datos y experiencias autobiográficas. En Señora de rojo sobre fondo gris (1991), el escritor revisita la muerte de su esposa, ocurrida en 1974, cuando ésta tenía 50 años. Ese hecho marcó la trayectoria creativa de Delibes, un hombre muy apegado al concepto tradicional de familia y con una abundante descendencia. Entre sus hijos destaca el reputado biólogo Miguel Delibes de Castro.

En la década de los noventa al novelista le fue detectado un cáncer del que fue intervenido con éxito en 1998 en la clínica de la Luz de Madrid. Ese mismo año publicó El Hereje, su última gran novela, con la que dio por terminada su actividad creativa y con la que logró el Premio Nacional de Literatura. En 2007, en una entrevista concedida a EL PAÍS, Delibes se mostró cansado por su mal estado de salud: "Ya no puedo hacer más. Se me ha saltado la cuerda como a los coches de los niños pequeños", señaló.

Consulte aquí especial sobre Miguel Delibes

11.3.10

Entrevista inédita e insólita a Eduardo Caballero Calderón

En 1966, el autor de esta nota envió un cuestionario al gran escritor cuyo centenario natal se celebra este mes. Caballero lo respondió, pero había permanecido engavetado hasta ahora
fOTO: Obra de Luis Caballero.fUENTE:Credencial

En aquel tiempo -mediados de los años sesenta- quien esto escribe (QEE) era consagrado lector y admirador de la obra de Eduardo Caballero Calderón (ECC). Aún lo soy, pero ocurre que aquel tiempo era la década dorada de ECC y ahora, en cambio, estamos celebrando el centenario de su nacimiento el 6 de marzo. En 1962 había publicado Manuel Pacho, un relato que contó con el definitivo aval de la censura del rector del colegio donde yo estudiaba y donde había estudiado ECC medio siglo antes (el rector era tío del novelista, por si acaso); en 1964 habían salido a la luz sus deliciosas Memorias infantiles; y en 1965 había ganado el Premio Nadal con El Buen Salvaje, una historia de picaresca posmoderna escrita en primera persona -como corresponde al género- que recoge las tribulaciones parisinas de un estudiante colombiano siempre a punto de convertirse en escritor.

Estos tres libros publicados en aquel tiempo se sumaban a algunas de las mejores prosas escritas en Colombia, mezcla de ensayo, crónica y memorias -Ancha es Castilla, Tipacoque y Diario de Tipacoque- y a dos obras fundamentales en el género nacional de la Novela de Violencia Partidista y Germen del Conflicto Social: El cristo de espaldas (1952) y Siervo sin tierra (1954).

QEE empezaba en aquel tiempo a trabajar como reportero de El Tiempo y se empecinó en buscar una entrevista con Caballero Calderón. A raíz del éxito de El Buen Salvaje a ECC lo habían entrevistado repetidamente en los últimos meses, pero QEE estaba interesado en una entrevista distinta, mezcla de preguntas ligeras e inesperadas que exploraran el reconocido ingenio del personaje, preguntas que propusieran un tema para explayarse y preguntas de mayor calado que explotaran su vena de ensayista. Eso, al menos, era lo que pretendía QEE, dispuesto a revolucionar el periodismo. Imbuido del espíritu tenaz y ambicioso del pichón de reportero, conseguí la dirección de ECC, que en aquel tiempo era diplomático colombiano ante una agencia internacional, y le envié a la dirección pertinente (49, Rue de Courcelles, París, VIII, Francia) un cuestionario cincelado con primor de relojero suizo.

Corría marzo de 1966, y por fin, al cabo de un mes y pico, llegó el sobre de París cuyo origen postal era la Delegación de Colombia ante la Unesco. Tardé menos en desilusionarme que en abrirlo. En apenas una página y 326 palabras (cinco Padrenuestros y medio), ECC salía de mi cuestionario con una mezcla de desdén, soberbia y mala leche que fueron para QEE su primer nocáut como periodista. Con el curso de los años, uno aprende en esta profesión a desencantarse, a perseverar, a besar la lona, a levantarse y a calzar los guantes de nuevo. Pero aquella entrevista era el primer costalazo y dolió mucho.

Releída después de 44 años, la cosa no parece tan grave, el cuestionario no parece tan malo, las respuestas no parecen tan groseras (algunas eran francamente interesantes) y la entrevista merece publicarse por lo que revelaba sin proponérselo, más que por lo que ECC contestaba. Pero el espejo se había roto y QEE decidió, erguido en su orgullo de los veinte años, que si el personaje que tanto admiraba lo trataba a patadas en sus respuestas, él aún podía ejercer el pequeño poder de no publicarlas nunca. Que se jodiera ECC.

Así fue como guardé durante casi medio siglo mis veintiuna preguntas a ECC y sus veintiuna respuestas. Pero al cumplirse el centenario de su nacimiento, QEE quiso hacer un homenaje a uno de los autores que mejores ratos le ha ofrecido con sus libros y entonces rebuscó la entrevista entre sus archivos y la ofrece aquí, tal como la respondió ECC el 18 de abril de 1966 antes de firmarla con el autógrafo que aparece transcrito. Y sin la mínima cortesía de despedirse.

QEE- ¿Cuál es el libro que más ha influido en usted?

ECC- Los libros que han influido en mí de acuerdo con las distintas épocas: de niño, el Pinocchio de Collodi, que fue el primero que leí de un tirón; poco más tarde, los cuentos de Perrault; de adolescente, Julio Verne; en los años finales del colegio, el Quijote; en mi primera juventud, A la recherche du temps perdus, de Proust. Después, otros muchos han tenido influencia sobre mí, a veces una influencia perdurable, como Tolstoi y Dostoievsky, las hermanas Brönte, etc.

QEE- ¿Cuál es el libro suyo que más le gusta?

ECC- Manuel Pacho.

QEE- ¿Qué opina sobre El Buen Salvaje?

ECC- Me parece, con su perdón, inoportuna la pregunta sobre un libro que acabo de escribir.

QEE- Si fuera Presidente de Colombia, ¿qué cargo le daría a Gonzalo Arango (con quien en aquel tiempo sostenía una polémica)?

ECC- No me interesa la pregunta.

QEE- ¿Cree que existe una Novela colombiana?

ECC- ¿Usted no cree? Yo me limito a escribirlas, como muchos compatriotas míos.

QEE- El día que se decrete destruir todas las obras musicales del mundo excepto una, ¿cuál salvaría usted?

ECC- Es una pregunta para revista de modas.

QEE- ¿Qué prefiere entre un libro de Rafael Pombo y una corrida de toros?

ECC- Es una pregunta para revista de peluquería.

QEE- Entre el ensayo y la novela, ¿cuál es su favorito?

ECC- El ensayo.

QEE- ¿Por qué no ha escrito poesía?

ECC- Porque no soy poeta.

QEE- ¿Cuál era su actividad preferida cuando niño?

ECC- Leer; ahora, escribir.

QEE- ¿Qué fue de Siervo Joya?

ECC- Ahora anda caminando en ruso por tierras comunistas, y a fin de este año comenzará a caminar en Francia y en francés.

QEE- ¿Qué país prefiere para vivir?

ECC- El mío; y, dentro del mío, Boyacá; y, dentro de Boyacá, Tipacoque.

QEE- ¿Cuál es, a su juicio, el personaje más importante en la historia del mundo?

ECC- Jesucristo.

QEE- ¿Y el que más admira en la historia de Colombia?

ECC- Bolívar.

QEE- ¿Cuál es el gremio que estima menos

ECC- Nunca me he detenido a pensarlo.

QEE- ¿Cuál es el escritor que detesta con mayor cordialidad?


ECC- Hay escritores a quienes leo, otros a quienes todavía no he leído y otros a quienes ni leo, ni he leído, ni me interesaría leer. Eso es todo.

QEE- ¿Sobre qué le gustaría escribir?


ECC- Sobre la mística, que es una tercera forma de conocimiento: un conocimiento que no se basa en el raciocinio, como las matemáticas, ni tampoco en la experiencia, como las ciencias naturales. Me gustaría escribir la autobiografía, no la biografía de Santa Teresa de Jesús, pero no me atrevo.

QEE- ¿Qué está escribiendo actualmente?


ECC- Nada. En los últimos cuatro años he escrito tres libros (Manuel Pacho, Memorias infantiles y El Buen Salvaje) y ahora necesito descansar.

QEE- ¿Qué fue del movimiento revolucionario que fundó hace muchos años con Eduardo Carranza?


ECC- Se acabó por falta de adherentes y no de ideas. En cambio, al ex dictador Rojas Pinilla le sobran los primeros y le faltan las últimas.

QEE- ¿Le gustaría ser el primer terrícola que llegue a la Luna?


ECC- La Luna dejó de interesarme aún como poesía.

QEE- ¿Qué opina de la Academia de la Lengua

ECC- A mí me eligieron académico hace 20 años y me sentí muy honrado. ¿A usted le gustaría que lo eligieran?

EPÍLOGO

Unos años después de esta entrevista frustrada, que yo siempre recordé como una piedra en el zapato y a ECC seguramente se le olvidó cinco minutos después de meter el papel en el sobre, conocí personalmente al personaje. Había regresado de París y se vinculaba de nuevo como columnista de El Tiempo bajo el seudónimo de Swann. QEE había sido promovido al cargo de asistente del director y, como tal, disponía de una pequeña oficina al lado del despacho del inolvidable Roberto García-Peña.

Muchos de los colaboradores del periódico que pasaban a saludar a García-Peña hacían una pequeña escala en mi oficina. Entre ellos estaba ECC. Resultó ser distinto a lo que había mostrado en la entrevista: mucho más cordial, mucho más ocurrente, mucho más gracioso. García-Peña le tenía franco aprecio y lo llamaba irónicamente "el Rápido", porque cojeaba. Nunca QEE le mencionó la famosa (sólo para mí) entrevista. Muchas veces charlé con ECC. Me tomaba el pelo aludiendo a tíos míos que habían sido sus condiscípulos y proveía noticias de su hijo Antonio, mi amigo desde los tiempos escolares. Conservo algunos libros de ECC que me regaló y dedicó. Acudí varias veces a las tardes de salón abierto en su apartamento de Residencias El Nogal, donde se hablaba de literatura y política. Y en 1969, cuando lo nombraron primer alcalde de Tipacoque, me invitó especialmente a la gran ceremonia que iba a celebrarse en aquella hacienda matriculada en los mitos literarios de QEE. Allí compartí cuarto y desvelos con mi maestro, Lucas Caballero Calderón, Klim. Cubrí la noticia para El Tiempo y le hice una larga entrevista a ECC.Ocho años después él y su primo Enrique Caballero Escovar, un estupendo escritor y un cachaco adorable, se retiraron de El Tiempo cuando de sus páginas salió Klim, censurado. Lo vi menos entoncesAl morir ECC, en 1993, QEE ya vivía en una tierra que aprendió a querer, antes que todo, en sus libros. "Porque -decía ECC- lo mejor del mundo es España, y España es Castilla, y ancha es Castilla".

Por Daniel Samper

10.3.10

El affaire Roncagliolo

Todos están furiosos con el escritor peruano Santiago Roncagliolo. Escribió una biografía, se comprometió a no publicarla y luego lanzó una novela casi idéntica. Él alega que es ficción, pero no piensan lo mismo ni sus editores ni la familia de la biografiada. Historia de un lío de la Madonna

Santiago Roncagliolo, autor de Memoria de una dama. fOTO; fUENTE: Arcadia.com

"Los Barletta son una de esas familias con las que hay que tener cuidado. Un poco a lo Corleone, un poco a lo Berlusconi, Amadeo Barletta –calabrés, pelo engominado, saco y corbata, papada y barriga– llegó de Italia a República Dominicana a comienzos de los años veinte como cónsul de Mussolini en Santo Domingo. Una vez instalado, Barletta fundó la empresa automotriz Santo Domingo Motors con la que distribuiría los vehículos de General Motors por todo el Caribe. Al tiempo, se cree que ejerció como doble agente del gobierno italiano y de la cia y se inmiscuyó en el negocio del tabaco –cuyo monopolio pertenecía a Leonidas Trujillo–. Para entonces, Trujillo empezaba una dictadura que acabaría dos décadas después y República Dominicana, como el resto de las Antillas, estaba a merced de la mafia y las políticas anticomunistas. Trujillo expulsó a Barletta de la isla –al fin y al cabo no estaba dispuesto a compartir las regalías del tabaco con nadie–, así que Amadeo se fue para Cuba en donde el negocio de autos marchó bien hasta que Fidel Castro (recién llegado de la Sierra Maestra) lo expropió. Años atrás, Trujillo había encarcelado a Barletta por una supuesta conspiración para asesinarlo, pero tuvo que ordenar su liberación cuando Mussolini amenazó con mandar un acorazado a la costa dominicana. Durante su estadía en La Habana, Barletta fue presidente del Banco Atlántico, dueño del periódico El Mundo, del canal de televisión Telemundo y de varios casinos y cabarés. En 1961, con Trujillo asesinado, él y su hijo 'Barlettica' volvieron a Santo Domingo y retomaron las riendas de su antigua empresa: el Grupo Ambar.

Hoy, 40 años después, Miguel Barletta, nieto y único hombre de la tercera generación, continúa con el negocio familiar. Esa es la familia Barletta. Hombres de negocios precedidos por su arrogancia. Mujeres al margen y un hermetismo heredado de la tradición del sur de Italia que deja por fuera todo aquello que no lleve el apellido paterno. Una familia poderosa. El escritor peruano Santiago Roncagliolo se metió con ella y, por eso, está en problemas. Roncagliolo, un enfant beau de las letras peruanas, se ha ido por el camino corto. Apenas con 32 años, en 2006, ganó el Premio Alfaguara de Novela por Abril rojo, un relato policial en el que un asesino en serie abre la oscura puerta de la violencia política en el Perú de Fujimori. En Colombia lo vimos en 2007 entre los escritores de Bogotá 39 por donde paseó su talento y arrebató más de un suspiro. Y eso, su audacia con las palabras y su indiscutible atractivo, fue lo que llamó la atención de Nelia Filomena Barletta Ricard (hija de Amadeo y hermana de 'Barlettica'), quien contactó al escritor para que redactara sus memorias. A comienzos del 2000, Roncagliolo viajó a Madrid. En ese momento era un escritor suramericano con ganas de entrar al mundillo literario europeo y que, para sobrevivir, hacía textos por encargo, guiones para telenovelas, traducciones y hasta servicio doméstico. Entonces recibió la llamada de Nelia Barletta, lo que fue sin duda una salvación. Corría 2001 cuando Roncagliolo escribió Lobos en el paraíso: memorias de Nelia Barletta de Cates. Una biografía que, al parecer, indigestó a los hijos de Nelia, Miguel y Nellyta, tanto que habrían llegado a un acuerdo con el escritor para quedarse con el indeseable manuscrito. Lobos en el paraíso permaneció inédito y sin firma, tal como querían los Barletta.

En efecto era un libro molesto para la influyente familia pues revelaba secretos que durante décadas se habían guardado con celo. El más polémico de todos fue la herencia de Amadeo Barletta, estimada en 250 millones de dólares que, en los noventa, enfrentó a Nelia y sus hijos en un complicado proceso judicial. El periodista de El Nuevo Herald Gerardo Reyes, quien siguió el caso de cerca, cuenta que la Comisión de Finanzas del Senado de República Dominicana recibió un video de 50 minutos en el que Nelia sostenía que Miguel, Nellyta y funcionarios de un banco se habían confabulado para quedarse con su dinero. Otras versiones sugieren que se gastaron cerca de 400.000 dólares en sobornos para evitar el pago de impuestos sucesorios. En esa ocasión, Miguel Barletta aseguró que su madre tenía desequilibrios emocionales. "Todo esto lo hace por venganza, por ocupar su tiempo, porque está sola y motivada por muchos rencores y resentimientos", dijo al Nuevo Herald. No hay muchas fotos de Nelia, pero se sabe que fue una mujer de gran influencia en la alta sociedad caribeña. Una dama sofisticada que, de vez en cuando, practicaba por gusto la filantropía. Nació en Santo Domingo en 1932. Estudió en París y Estados Unidos. Se casó, se divorció y se volvió a casar. Vivió en París en un apartamento cerca a los Campos Elíseos. Allí murió, en agosto de 2002, a causa de un cáncer pancreático que los médicos habían descubierto cinco años atrás. Segundo round Si las cosas se hubieran detenido allí, nadie se habría enterado de las infidencias de tres generaciones de la familia Barletta. Sin embargo, el año pasado –cumplidos siete de la muerte de Nelia– Roncagliolo apareció con Memorias de una dama, una novela editada por Alfaguara, cuya protagonista es la millonaria Diana Minetti, italo-dominicana hija de un poderoso magnate de Santo Domingo que se codea con Trujillo, Batista, Mussolini, la mafia y la cia. Tamaña sorpresa. Los personajes, las situaciones y los escenarios reconstruyen a la perfección lo que hasta entonces no eran más que rumores sobre los Barletta.

O por lo menos, eso creen cientos de dominicanos que, en la clandestinidad, devoran las páginas del libro y no se dejan convencer por aquello de que cualquier parecido con la realidad es coincidencia. La novela empieza bien. Con la desenvoltura que le ha valido a Roncagliolo ser una promesa de la literatura en su país y con un humor que no se ve, pero que está allí, cuenta que conoció a Diana Minetti en su residencia de la avenida Roosevelt, a pocos metros de los Campos Elíseos. El protagonista es un joven recién desempacado en Madrid, que quiere ser escritor, pero que no tiene dinero ni un editor. Por eso, acepta la propuesta de Minetti para escribir sus memorias y concederle alguno que otro favor. (Sí, se permiten sonrisas). Por el teléfono, Madame Minetti me había dado la impresión de ser una anciana venerable, más bien débil. Supuse que sería algo egocéntrica, a juzgar por el tipo de trabajo que requería. Pero en cualquier caso, su llamada había caído del cielo. Hacia el final, Diana muere y el joven cobra a sus hijos para no publicar la polémica biografía. Decisión que con seguridad habría molestado a la anciana, pues quería vengarse de sus hijos por haberla despojado de una herencia de 400 millones de dólares. Roman à clef es un relato en clave que describe hechos reales con elementos de ficción. Hay ejemplos por montones, pero uno particularmente atrayente es la novela Intimidad del inglés Hanif Kureishi. Un "conflicto delicioso" –según el propio Kureishi– no lo fue tanto para su ex esposa, que se vio reflejada de manera injusta en las páginas del célebre escritor. De nada valió la histeria de la señora Kureishi pues los libros se vendieron como arroz. Roncagliolo, por su parte, enfrenta una situación similar –aunque no tan publicitada como la de Kureishi– pues Alfaguara, tras el lanzamiento de Memorias de una dama en España, decidió parar su distribución en República Dominicana y en el resto de Latinoamérica apenas lo ha hecho con sospechosa timidez. ¿Cuál es el motivo? En Alfaguara no hay respuestas: la orden es mantener el asunto en silencio. Solo Juan González, su director de contenidos, habló. En un comunicado dijo que las razones para no publicar la novela en algunos países latinoamericanos habían sido comerciales. "Es un hecho que el libro no se lanzó en su país por decisión comercial", señaló. Una razón distinta a la entregada por González llegó a Arcadia a través de un correo electrónico anónimo.

El misterioso remitente saluda a la revista desde República Dominicana –aunque, después de un rastreo de la dirección se supo que el correo había sido enviado desde México–. En adjunto, aparece un boceto de contrato fechado en Madrid en julio de 2009 para ser firmado por Santiago Roncagliolo, Santillana Ediciones (casa matriz) y Miguel y Nelia (Nellyta) Barletta, apoderados por uno de los abogados del prestigioso bufete Ramón Hermosilla y Gutiérrez de la Roza, con oficinas en España, Estados Unidos, Brasil y México. Con una redacción sospechosa y algunas irregularidades en las fechas –que distan mucho de la meticulosa escritura legal– se establece un supuesto compromiso entre las partes para no distribuir, comercializar o reeditar la novela, bajo pena de una indemnización de 250.000 euros. De haberlo firmado, Roncagliolo y Alfaguara aceptarían mantener absoluta confidencialidad respecto al acuerdo y a los Barletta. "En el caso de que fueran eventualmente requeridos por los medios a realizar algún comentario acerca de cualquier aspecto relativo o concerniente al libro, la editorial y el autor deberán limitarse a indicar que la obra no ha tenido la acogida esperada", dice el documento. Eso explicaría mucho. Explicaría por qué los dominicanos leen Memorias de una dama en fotocopias y libros piratas o por qué los cuestionamientos que al respecto ha hecho José Rafael Lantigua, secretario de Cultura de ese país, se han quedado sin respuesta. No se puede decir lo mismo de Roncagliolo, cuya actitud es, por lo menos, ambigua. Roncagliolo –quien hasta hace apenas unos días accedió a hablar sobre el asunto– dice que su novela, a la que califica como su mayor éxito, es "en esencia" una historia original. ¿Qué significa eso? ¿Acaso se debe entender que en el fondo es original, pero en la superficie no? ¿Y respecto a qué? ¿A Lobos en el paraíso? Tampoco queda claro si recibió dinero de Nelia Barletta o de los abogados de la familia. Y, por cierto ¿por qué no puede dar detalles sobre trabajos privados? Hay algo de picardía en sus declaraciones, en los guiños constantes que hace –como cuando en el perfil de su blog escribe que fue "biógrafo de una millonaria"– y en la sutil evasiva con que ha manejado todo el asunto que recuerda un poco eso de tirar la piedra y esconder la mano. Quien conozca a Roncagliolo se lo puede imaginar a gusto con la situación. Ya no es el escritor ignorado y pobre de hace unos años. ¿No es esa una buena razón para sonreír?"

2.3.10

La antorcha de la ceguera

Acaba de aparecer la edición crítica de la colección Archivos dedicada a Sobre héroes y tumbas (Alción). El texto, depurado de las erratas debidas a las sucesivas reimpresiones, está acompañado de una serie de estudios, lecturas, cronología completa de Ernesto Sabato y bibliografía actualizada. A continuación, el prólogo de María Rosa Lojo, coordinadora de la edición

fOTO;fUENTE:página12.com.ar

"Con la antorcha de la ceguera, Sobre héroes y tumbas ilumina un camino desviado hacia la noche original. A mediados del siglo XX, en una ambiciosa ciudad periférica de Occidente, se abre un agujero negro, un hueco estelar. En su espejo invertido desaparecen las formas de las cosas habituales, "el sentido de lo cotidiano". Desaparecen, a secas, las formas, devoradas por una succión que disuelve los contornos de todos los seres, la "conciencia que establece las grandes y decisivas divisiones en que el hombre debe vivir".

Como moneda de oro, la esfera entonces refulge, una vez que las cosas de este lado se han desprendido profundamente. ¿Es la utopía de un orden nuevo y radiante lo que aparece cuando el orden viejo de las "grandes divisiones" de las inadecuadas diferencias, se ha destruido? ¿O es ese "orden" la otra cara del Caos, nacido antes del Tiempo y de la Conciencia?

No lo sabemos, y poco importa. Lo que cuenta es el camino, que es, sin duda, el extraño camino de la poesía. Muy por debajo de la ciudad que vemos fluye un río turbio, de aguas fétidas, que en algún momento deja de ser un confuso torrente de desechos, para convertirse en el lecho "limoso y elástico" de una laguna pampeana, y en una planicie iluminada por otro sol, y en una cordillera sumergida y en un paisaje lunar, y en el lomo petrificado de un dragón gigantesco. Un mundo seco y muerto, desolado y vastísimo, donde sin embargo arde un fuego eternamente vivo. El fuego late en el fondo de su contrario: el agua. Proviene de un Ojo Fosforescente iluminado como una gruta submarina.

Aquí tiene lugar la más extrema y radical aventura poética, la aventura de la traslación y la transformación: "vi mi pasado y mi futuro (mi muerte), sentí que el tiempo se detenía confiriéndome la visión de la eternidad, tuve edades geológicas y recorrí las especies: fui hombre y pez, fui batracio, fui un gran pájaro prehistórico".

La apuesta más audaz y más feroz de las vanguardias, y en particular del surrealismo: la alianza de los extremos, la "correlación de lejanías", desborda en la poética de Sabato los puntuales resplandores de la metáfora, para extenderse a toda la concepción de la novela: "En realidad sería necesario inventar un arte que mezclara las ideas puras con el baile, los alaridos con la geometría. Algo que se realizase en un recinto hermético y sagrado, un ritual en el que los gestos estuvieran unidos al más puro pensamiento y un discurso filosófico a danzas de guerreros zulúes. Una combinación de Kant con Jerónimo Bosch, de Picasso con Einstein, de Rilke con Genghis Khan" (Abaddón, el exterminador).

En Sobre héroes y tumbas el arte novelesco de "Gengis Kant" ("bárbaro conquistador y filósofo alemán", afirmaba la genial boutade de Uno y el universo) llega a un punto clave de esplendor turbulento. Fernando Vidal Olmos ha encontrado su Aleph, su centro del Universo, donde coinciden los opuestos, donde conviven de algún modo todos los espacios y todos los tiempos. Pero a diferencia del contemplador borgeano, Vidal Olmos se hunde de cuerpo entero en la "fosa de la verdad". La experiencia visual se transforma en experiencia táctil y enteramente corpórea, la comtemplatio en pathos. No se está frente a la summa abrumadora de lo visible sino frente al desafío de lo vivible y lo tolerable por una criatura, a la que le es dado retrasar en su carnadura única y mortal, la entera historia no ya de la propia especie sino de la vida misma y sus incontables metamorfosis. Como el "inmortal" de Borges, Vidal Olmos agota las posibilidades de lo humano, aunque no en la sucesión interminable sino en un solo episodio de brutal y vertiginosa combustión. Y a diferencia del personaje borgeano, el registro de sus vivencias lo lleva también a las máscaras animales y las combinaciones monstruosas (...)

Sobre héroes y tumbas, "novela total" (de acuerdo con la aspiración romántica, que solicitaba del género la visión de lo humano en todas sus dimensiones) entreteje múltiples voces e historias con la Historia, expande en direcciones contrapuestas los ámbitos geográficos, abre, desde la ciudad cotidiana, una grieta en la percepción, una ventana oscura hacia el otro lado de lo que creemos real. Hay en ella un relato de amor entre un adolescente solitario e inseguro que no sabe aún cómo devenir hombre (Martín) y una muchacha (Alejandra) que parece llegar desde un pasado inmemorial. Hay también un relato de horror que es la Historia de un país donde se vuelven a deshacer, con el trabajo del odio, los cimientos de una fundación que nunca pudo asentarse en la inestable arena del combate. Hay otra historia de incesto (entre Fernando Vidal Olmos y Alejandra –y también la madre o la Diosa Madre–) que le reclama al héroe volver insaciablemente a los orígenes y afrontar (como otro Dionysos) el terror y la desintegración para nacer de nuevo, acaso, desde la unidad primordial. Este mandato imposible, esta paradoja, encontrará su adecuado escenario en las cloacas de Buenos Aires, y su expresión simbólica es la Ceguera. Una Ceguera que tiene su propia y oculta sabiduría, que cuestiona la luz meridiana del "logos", de la razón platónica, para instalar, en un territorio mítico, más allá de las engañosas copias visuales, fuera del tiempo, el camino del "conocimiento por el tacto": la recuperación convulsiva del cuerpo –negado y escindido– en las experiencias agónicas del devoramiento y de la fusión.

Ese camino poblado de imágenes alucinatorias, tan afín al surrealismo y sus paisajes oníricos, que marcaron de manera decisiva la estética del autor, no obstruye otras visiones más familiares y cercanas. Sobre héroes y tumbas es también una novela de Buenos Aires-Babel, la gran ciudad donde convergen, no siempre felizmente, las etnias y las lenguas, donde las muchedumbres no alcanzan a constituir una comunidad sino la conjunción azarosa de seres humanos que viven ensimismados, su propio extrañamiento: no sólo los inmigrantes europeos sino los "cabecitas negras" que llegan desde las provincias como otros desterrados, no menos extranjeros en la ciudad cosmopolita.

Desde su singularidad, la novela expresa cabalmente los temas y debates de la coyuntura de "los sesenta" (la vuelta de la mirada hacia el Interior, la indagación en la historia nacional, la relectura del peronismo, el "compromiso" del escritor); se convierte en inexcusable referencia y en hito representativo con el que dialogará la generación siguiente (la de El escarabajo de Oro). Más allá de su contexto inmediato, es un palimpsesto, una obra complejamente simbólica, susceptible de asedios desde los más diversos registros (metafísico, sociológico, histórico, político, gnoseológico). Por lo demás, en su espacio desdoblado y sinuoso cada peregrino o transeúnte podrá hallar el diseño de su propio itinerario vital, de sus preocupaciones intelectuales, de sus terrores y sus deseos.

Unos la leerán como el vademécum que nos guía por una ciudad aparentemente conocida y esencialmente misteriosa. Algunos rastrearán en ella el origen del Mal o del mal argentino, o el mal del Origen. O las torsiones del arte moderno, desde el romanticismo al surrealismo, o las antinomias de la condición hispanoamericana (y de la condición humana). O verán en sus mapas de escrituras diversas, de grafittis y relictos verbales, vislumbres posmodernas. Otros seguirán el hilo fracturado del discurso amoroso que alcanza, en Martín y Alejandra, una configuración ya legendaria.

Acaso por la variedad de estas "entradas" posibles, por sus potencialidades de abordaje, Sobre héroes y tumbas fue, a partir de su primera recepción, una novela sujeta a todo tipo de discusiones críticas. Por mi parte, siempre encontré en ella, desde la pasión empírica de la lectura, un "núcleo duro" perteneciente al orden de lo irrefutable. Cuando Fernando Vidal Olmos, después de descender a las cloacas de Buenos Aires, despierta en su cuarto de Villa Devoto, no se cuestiona la "realidad" de su periplo subterráneo, sino la del mundo "normal" al que parece haber sido devuelto. "Enceguecido y sordo, como un hombre emerge de las profundidades del mar, fui surgiendo nuevamente a la realidad de todos los días. Realidad que me pregunto si al fin es la verdadera." "¿Cómo llegué nuevamente hasta mi casa? ¿Cómo los ciegos me dejaron salir de aquel cuarto rodeado por un laberinto? No lo sé. Pero sé que todo aquello sucedió, punto por punto."

Si de algo tengo certeza yo también es de que en el núcleo de Sobre héroes y tumbas ha sucedido y sucederá la poesía en estado puro, esto es, en estado mágico. Las metamorfosis de Fernando son más que metáforas, tal como las entiende la "razón interpretativa". Son encarnaciones fascinantes que seducen, horrorizan y encandilan. Unen lo arcaico inmemorial y la novedad atroz, inclasificable, ingobernable. El espanto gozoso de la transformación prescinde de traducciones, explicaciones, paráfrasis. Es, simplemente.

Bajo la luz del sueño, dijo Jean Paul, vemos ambular, en libertad, de noche, las fieras que la razón diurna mantenía encadenadas. O, según Novalis, adivinamos la eternidad, el pasado y el porvenir. A veces la literatura se inviste con los poderes del sueño y libera a los animales enjaulados, ilumina territorios imaginados y perdidos. Sobre héroes y tumbas, gótico surrealista y argentino, galería de fantasmas familiares, geología fantástica, perverso libro de viajes fabulosos en el corazón de lo cotidiano, nos ofrece la ilusión de recobrar un tesoro siniestro. De asomarnos a la "forma oculta del mundo", y de atisbar en ella, como en un diseño abismal de cajas chinas, todos los "otros mundos" que están en éste."

Sobre héroes y tumbas

Ernesto Sabato

María Rosa Lojo coordinadora

Alción

1036 páginas