Jaimison Ocampo y Laura Martínez han emergido desde los silencios que la ciudad ha impuesto a su historia reciente para quedarse como parte (¿o víctimas?) de una historia comúnmente vivida y colectivamente no nombrada: la de la ciudad que cayó en la tentación del dinero y sufrió en la trampa de la violencia.
Ellos llegaron de la mano de María Cristina Restrepo, novelista, experta en literatura, y mujer sensible que puso su alma en la obra.
Fueron presentados el viernes en evento que encabezó el alcalde Alonso Salazar.
En “De una vez y para siempre” y en “Amores sin tregua” usted escribió novela histórica con mucho éxito. Con “La mujer de los sueños rotos” ¿abandona ese género o se da un espacio para explorar otras opciones?
Efectivamente, “La mujer de los sueños rotos” no cabe dentro de la clasificación de novela histórica. Sin embargo, al igual que con mis anteriores novelas, tuve que recurrir a los archivos, a los documentos, a la fotografía, en suma, a la investigación. Incluso conté de nuevo con la ayuda de un historiador quien me colaboró con la localización de documentos. Podría decirse que he explorado otras opciones, pues en ella hay un nuevo elemento, dado que la narración ocurre en un tiempo vivido personalmente. En este caso apelé también a la memoria, y como siempre que se escribe una novela, bien sea histórica o no, fue preciso echar mano de la imaginación a cada momento”.
¿Se puede decir que esta es una novela de época?
“Yo diría que sí. La novela pinta de manera específica un momento particular de la vida de la ciudad, a través de los miembros de tres familias que se mueven en ese ambiente de guerra y paz, de altruismo y de mezquinas pasiones”.
En todas sus novelas se revelan algunos hombres con muchas dificultades para amar a las mujeres que depositan en ellos sus esperanzas y terminan frustradas por el desamor que viven. ¿Ese desencanto frente al amor es una denuncia?
“Nunca lo había pensado así. En mis novelas hay hombres que encuentran difícil amar. Que no saben asumir ese compromiso. Pero también hay otros que aman sin cobardía. En “La mujer de los sueños rotos”, la historia de amor de la protagonista, quién además se embarca en una aventura prohibida, la lleva al mismo desencanto que en un comienzo la había llevado su marido.
Pero en ese mismo libro hay una bella relación amorosa. La de doña Zoila y don Pedro, el techador. Aunque no se habla mucho de ella, creo que el lector puede quedar con esa doble idea: hay amores que triunfan y otros, quizás la mayoría, que conducen a la desilusión.
“Quiero dejar en claro que cuando escribo no me propongo ni denunciar, ni tampoco rescatar nada. No escribo novelas de tesis. Trato de mostrar un fragmento de vida. El lector, que lee con toda su carga de experiencias, saca sus propias conclusiones”.
Usted es una experta en la obra “En busca del tiempo perdido” ¿No es esta una novela en busca de la ciudad perdida?
“La novela establece un paralelo entre ambas ciudades, la de ayer y la de hoy, cuando los problemas que se plantean todavía siguen vigentes. Era necesario mostrar ese contraste para que el argumento tuviera sentido. Creo que en ningún momento se idealiza la Medellín de ayer, o se sataniza la ciudad de la cual se ocupa la novela. Entre otras cosas, porque en la primera estaba sembrado el germen de lo que ocurriría luego. Y en la ciudad asediada también hay oasis de calma, como el concierto de música sacra en una iglesia del centro, por ejemplo”.
En la novela, usted aborda las contradicciones de los individuos de distintos grupos sociales que protagonizaron la historia local en los años sesenta a comienzos de los noventa. ¿Cómo los estudió?
“A través de mucha investigación, pero también a través de la observación. Tratando de recordar a cada momento lo visto, lo oído, lo leído. Un escritor debe trabajar constantemente, aunque no esté escribiendo. Debe mantenerse alerta, registrar en su mente lo que ve, lo que oye, lo que observa. Tratar de desentrañar ese misterio que es la naturaleza humana. Y como no lo va a lograr, intentar conocer el mayor número posible de rasgos y características de sus congéneres.
Prestar atención a lo que hablan, a lo que callan y que quizás sea más importante, a las fuerzas que los mueven, a los temores que los paralizan. Debe mirar cómo se comportan frente a los demás, cómo lo hacen cuando creen que nadie los está observando. Este pequeño cúmulo de conocimientos se traslada luego a los personajes de ficción”.
¿Existe una metodología para escribir una novela?
“Cada escritor debe inventarse la suya. Hay algo esencial, que es el hecho de sentarse a escribir. Conozco algunos escritores en ciernes que sienten el deseo de hacerlo, pero les falta cumplir ese propósito.
Por mi parte, considero que lo primero es tener un tema. Aunque sea un esbozo del mismo. Luego hay que pensar en los personajes que podrían ayudar a darle vida a ese tema. Allí es donde me concentro, antes de comenzar a escribir la novela propiamente dicha. Les levanto un perfil a todos y cada uno de ellos, los conozco profundamente antes de permitirles actuar.
Después, son ellos los que en cierta media guían mi mano.
Cuando desarrollo la trama, escribo muy poco, unas tres páginas al día. Luego viene el período de corrección, de profundización. Ahí sí me sumerjo durante horas en la escritura.”
Sobre sus personajes, ¿usted por qué dota de tanta ternura a un ser tan terrible como Jaimison Ocampo?
“No creo que haya seres humanos absolutamente terribles, ni seres humanos completamente buenos. Somos, todos, una mezcla de bien y mal.
Ángeles y Demonios al mismo tiempo. Considero que un personaje que pueda mostrar esa personalidad compleja, contradictoria, es más verosímil que un malevo puro y simple. O que un santo. De otro lado, Jaimison Ocampo fue irguiéndose solito, sin mayor intervención de mi parte. Terminó mostrándose tal cual era. Terrible y tierno”.
¿Y por qué dio tanta dureza a los hombres que Laura amó?
“Laura, también sin mucha intervención de parte mía, terminó envuelta en dos relaciones que la dejaron en el aire. Primero amó a un hombre superficial, poseído por el afán de figurar, de labrarse una vida fácil, amena. Después se enamoró de uno temeroso, hasta el ridículo. Un hombre que tenía miedo de su mujer, miedo de su amante, miedo de los nuevos ricos, miedo de la vida. Más que duros, considero que son débiles. ¿Por qué resultaron así en la novela? Realmente, no lo sé. Tal vez, como dije durante la presentación, en una historia de tanta desmesura, una relación de amor predecible, feliz, habría sido una nota discordante. La única pareja que verdaderamente se ama en el libro son don Pedro, el techador, y doña Zoila. Quizás de ahí provenga también la ternura que a veces es capaz de manifestar Jaimison Ocampo”.
¿Están las mujeres antioqueñas: las Lauras protegidas o las Mory Francy desechables, condenadas a la ruptura de sus sueños?
“Están condenadas a la ruptura de sus sueños, peor aún, a no poder formularlos, todas aquellas mujeres, antioqueñas o no, que carecen de acceso a la educación. Las demás, protegidas o desechables, si cuentan con una educación, verán derrumbarse muchos sueños, pero siempre podrán tejer otros”.
Todo Medellín, como dirían las tías, queda mal parado en su novela. ¿Usted fue provocadora o sincera?
“No creo que todo Medellín quede mal parado en la novela. Quedan así dos personajes que se equivocaron, representantes de un pequeño pero influyente sector de la sociedad. Queda mal parada la tradicional familia antioqueña, con su innecesaria dureza. Queda al descubierto el desmedido amor al dinero, que tanto dolor nos ha traído.
“En la novela también hay ejemplos de solidaridad, de generosidad, de amor desinteresado. Hay madres que se preocupan por los hijos, hijos, que a pesar de su maldad, tienen una fibra de compasión en su alma, no sólo hacia los suyos, sino hacia sus enemigos, como en el caso de Jaimison Ocampo. Hay ejemplos de amistad, de solidez en las relaciones. Hay un padre que está dispuesto a perderlo todo con tal de salvar la vida de la hija. Esposas que a pesar de no ser felices, son absolutamente leales.”
Esta parece una novela local ¿puede ser leída en el mundo?
“Me atrevo a decir que cualquier novela, salvo que sea una mala novela, puede ser leída en cualquier parte del mundo.
Tenemos que superar ese complejo de inferioridad que nos lleva a creer que lo local, riñe con lo universal. ¿Hay algo más local que el imaginario universo de Yoknapatawpha, un pequeño condado rural en el Sur de los Estados Unidos, donde se desarrollan las magníficas novelas de Faulkner?
Por no hablar de Aracataca…
“Tenemos que dejar de creer que la localización geográfica despoja a la novela de su carácter universal, que nada tiene que ver con la geografía, ni con el número de habitantes de una ciudad. Toda novela tiene que ver con la condición humana. Y esa condición no es menos, o más, por el hecho de narrarse en Medellín, en lugar de hacerlo en París, en Tokio o en Nueva York. O en Bogotá”.
Cuando el lector se sienta con sus novelas, queda atrapado en sus páginas. ¿A qué atribuye esa seducción?
“Supongo que al gusto con el cual escribo. No conozco el terror de la página en blanco, tal vez porque al terminar una de esas tres páginas diarias, dejo anotada en negrillas lo que voy a comenzar a escribir al día siguiente. En algún momento de la escritura de la novela, comienza la etapa de la obsesión, que es la que más placer me produce. Entonces empiezo a vivir, incluso a dormir con la novela, porque en sueños se me ocurren soluciones a algunos problemas que se van planteando. En el día pienso en descripciones, oigo los diálogos en mi cabeza.
Claro que también hay momentos de frustración, que hay que superar a punta de tesón”.
¿Aplica usted normas del lenguaje para escribir?
“No. Trato de escribir utilizando el buen castellano que aprendí en mi casa. En la etapa de corrección, utilizo el diccionario”.
Si usted no escribiera, ¿qué estaría haciendo?
“Leyendo”.
María Cristina, ¿qué sigue en su obra?
“Por ahí me ronda una novela situada a finales de los años treinta en Medellín. Vamos a ver qué resulta”.
Pensar ¿Se repite la historia?
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