29.6.15

Mal fútbol, buenísima literatura

Se abre el telón y aparece un chico que tiene que hacer una crónica de un partido del Nottingham Forest en 1969. Se acuerda de un amigo que se murió y... El autor, B.S. Johnson valía su peso en oro, pero sólo ahora nos damos cuenta

B. S. Johnson, un escritor olvidado, autor de Los desafortunados./elmundo.es

B.S. Johnson sería un peligro para la industria editorial de nuestro tiempo. Sus opiniones eran certeras, su estilo un riesgo inasumible para la desesperada comercialidad actual. Con mucha razón consideraba muerta la novela de corte dickensiano y creía en una literatura donde Joyce, Beckett y Sterne marcaran el paso del futuro. Se suicidó a los 40 años, harto de no ser reconocido y de frustrarse por el continuo desdén de un 'mainstream' inmutable, destinado a perderse entre naderías cuando un ínfimo sector narrativo vislumbraba una nueva era imbuida de innovación y ruptura en consonancia con la transformación de la sociedad británica durante la década de los 60 y los primeros 70, atisbo de otra condición menos luminosa.
'Los desafortunados' apareció en febrero de 1969 y, si fuéramos clásicos en nuestras apreciaciones, deberíamos juzgarlo como un precursor de la literatura del duelo, pero con Johnson es imposible acotar tanto el terreno. La idea de esta novela heterodoxa y con la verdad por bandera nació de un viaje a Nottingham, donde acudió el autor para cubrir un anodino partido de fútbol que le permitió recordar con nítida bruma muchos de los recuerdos vividos en la ciudad junto a su amigo Tony, muerto de cáncer pocos años antes. Mientras el juego avanzaba se amontaba la memoria, deshilachada como el volumen editado por Rayo Verde, y ello no obedece a ningún capricho, sólo a lo aleatorio de la mente, azarosa en el batiburrillo de pensamientos generados por el espacio y las efemérides recobradas, esparcidas en el cerebro sin una estructura concreta, sólidas en el texto, líquidas en el vaivén neuronal.
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Mediante este recurso desafió la lógica de la sucesión numérica sin imitar las hojas sueltas de 'Composición nº1' de Marc Saporta. La única condición para leer como se debe 'Los desafortunados' es respetar el inicio y la conclusión, los 25 pliegues restantes pueden mezclarse como si fueran cartas de una baraja vital donde las piezas terminan por encajar porque forman parte de un todo coherente. La única fisura, motivo de extrañeza para quien se aferre a la normalidad, es su forma, perfecta para dar a la literatura mimbres conceptuales desde lo objetual.
Decía Johnson, uno de esos escritores dogmáticos consigo mismos y polifacéticos por afán de superar los límites del lenguaje, que contar historias es contar mentiras. Por eso no debe extrañarnos el punto de vista clave para entender 'Los desafortunados'. Tony era experto en Boswell, el biográfo del gran Samuel Johnson. Con su operación narrativa el Johnson del siglo XXI, perdonen el enredo, se convierte en el Boswell de su amigo a través de una suma de anécdotas donde su persona nunca desaparece. Ello conduce el texto hacia una pluralidad de enfoques que asumen la prosa como un juego capaz de englobar tanto el artículo deportivo sin la corrección requerida para un periódico hasta conversaciones íntimas entre los dos amigos, cordiales aunque enfrentados por su visión literaria; Tony aferrado a la crítica académica, Bryan Stanley entregado a la demonización de la misma por considerarla retórica, pedante, vacua y poco proclive a entender su función de mejorar lo reseñado con juicios cabales y elementos válidos para entablar un diálogo que rebase el habitual anquilosamiento del género.
En ese momento captamos cómo el autor tomaba todas y cada una de sus obras como una declaración de intenciones artísticas aliñada con un estilo bien reconocible. En el caso que nos concierne las frases largas son puro flujo de conciencia en los pliegues más largos, mientras en otros más cortos hallamos la concisión de ideas formuladas en nuestro cerebro como si fueran suspiros cazados al vuelo, pequeñas perlas fundamentales para aprehender bien los ensamblajes de un rompecabezas con aires de réquiem.
La muerte evocada no busca caer en cursilerías estereotipadas ni lamentos de mercadillo. Si se aborda la agonía de un joven talentoso desaparecido demasiado prematuramente es para loar el estado anterior de amistad y esperanzas en un período de formación donde es normal crecer rodeado de compañeros por mucho que disintamos en la esencia. Los veranos amorosos, las discusiones intelectuales de provincia y las escenas compartidas se describen desde la plenitud de una energía que va disolviéndose poco a poco cuando acecha la enfermedad e irrumpe una descarnada disolución reflejada en el rostro de la víctima, fin de una era, prueba fehaciente de la desnudez del mal con su habilidad para enterrar las máscaras, palabra nada adecuada para Johnson, quien durante la narración del dolor nunca deja de hacernos partícipes de sus sempiternas obsesiones. Ante la noticia del grave estado de su colega lanzará un grito egoísta porque la convalecencia le impedirá asistir a la presentación de su ópera prima, donde había colaborado en calidad de asesor y consejero especial. Lo dice a las claras, sin tapujos y con la voz sincera de un hombre normal que se preocupa por los demás sin olvidarse nunca a sí mismo.
Tras su muerte B.S Johnson cayó en un olvido del que le han rescatado otros escritores como Jonathan Coe, autor del prólogo que acompaña esta caja de truenos, segunda recuperación en España del chico de Hammersmith tras 'La contabilidad privada de Christie Malry', publicada por la tristemente desaparecida Libros del Silencio de Gonzalo Canedo. Esperemos que 'Los desafortunados' no sea un 'miraje' en nuestro mapa de rescates y suponga un acicate para transgredir esas barreras clásicas que atiborran nuestras librerías de novedades con demasiado olor añejo.

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