29.6.10

Cuando la historia es una gran novela épica

El autor italiano de la famosa serie Aléxandros habla del fenómeno editorial del género, de sus investigaciones y del lugar que ocupa la imaginación en sus documentados y trepidantes libros

Valerio Massimo Manfredi.foto.fuente:adnCULTURA

Entrevista en Módena con uno de los reyes de la narración histórica.

El taxi llega a su villa , rodeada por un cuidadísimo parque, luego de media hora de viaje desde la estación de Bolonia, a través de una encantadora campiña llena de duraznos en flor. Valerio Massimo Manfredi, barba y melena blanca, 67 años muy bien llevados, nos espera en la entrada.

Apenas lo reconoce, el taxista, un muchacho joven, sale como una saeta del auto y corre a saludarlo. "Me leí todos sus libros y quería felicitarlo", le dice. Manfredi, escritor italiano que saltó a la fama internacional con la serie Aléxandros , no oculta su satisfacción. Está acostumbrado a este tipo de escenas. Según cuenta a adncultura durante una larga entrevista en su enorme y ecléctica casa de Piumazzo -"hecha a mi imagen y semejanza", según dice-, que se hizo construir hace cinco años en un terreno cercano al de su familia, para él es normal que la gente lo pare por la calle para decirle que ha leído todas sus novelas. En la charla, almuerzo y café de por medio, Manfredi reveló cómo llegó a ser tan conocido en Italia -donde condujo varios programas televisivos de historia- y a ser considerado en el mundo (mal que le pese) una suerte de "rey" de la novela histórica.

La serie Aléxandros , que escribió en 1998, vendió seis millones de ejemplares y fue traducida a treinta y seis lenguas en cincuenta y cinco países. "Escribí la trilogía como en apnea, sin parar nunca para mantener la tensión y la excitación. Escribí mil ciento setenta y cinco páginas en once meses: es una exageración y también una blasfemia, porque una opinión difundida entre los escritores es que debe haber una suerte de maceración... Pero el mío es otro modo de escribir, que hace que uno arrastre al lector en un vórtice", explica.

Manfredi, casado con una estadounidense y padre de dos hijos (Giulia, de 25 años y Fabio, de 22), escribió muchos otros libros exitosos. Y acaba de publicar un thriller político, Los idus de marzo , sobre el asesinato de Julio César. Nacido en Piumazzo, pueblito de la provincia de Módena, en la región de Emilia Romaña, en los años 70 se dio cuenta de que tenía talento para escribir. En ese momento, enseñaba en la universidad Arqueología y topografía del mundo antiguo, tras haber estudiado Letras Clásicas en la Universidad de Bolonia y haberse especializado en topografía del mundo antiguo en la Universidad Católica de Milán. Fueron sus estudios, junto a sus apasionantes viajes y aventuras por el mundo (en Oriente, Pakistán, Afganistán, Irán, Irak, Marruecos, Jordania, etcétera), lo que permitió que fuera madurando en su interior el mundo que luego saldría a flote en sus libros.

-¿Escribía de niño?

-No, de chico leía muchísimo, porque al estar cinco años pupilo en un colegio, tampoco había muchas otras distracciones...

-¿Y leía de todo?

-De todo. Pero me gustaban mucho la aventura, los viajes. Julio Verne, Emilio Salgari, pero también otras cosas. A los 16 años había leído todo Edgar Allan Poe, Dickens. Me gustaba escribir, por ejemplo, las redacciones para la escuela. A los 20 años, como todo el mundo, yo también probé escribir. Justo el otro día encontré en el archivo, poniendo un poco de orden, una carpeta que decía "Intentos literarios". Y hay poesías de cuando estaba en la secundaria. Creo que todos hemos escrito poesías en la secundaria...

-¿Cómo fue el paso hacia la novela histórica?

-A la novela en general, porque yo he escrito de todo. La mitad de mis libros está ambientada en el presente: El oráculo (años 70), La torre de la soledad (años 30), Quimaira (ahora), El faraón del desierto (tercer milenio). Es decir, no tengo límites. Por otra parte, creo que todas las novelas son históricas. ¿Quién puede escribir una novela fuera de la historia? ¡Dios! Empecé a escribir por pura casualidad. Yo hacía unas pequeñas colaboraciones para una editorial de Bolonia. Ellos publicaban sólo clásicos, porque no pagaban derechos de autor... Un día la editora me dijo que iban a sacar una serie de narrativa, pero esta vez original y me preguntó: "¿Por qué no probás vos también? Sé que estás en el Instituto de Historia Antigua". Le contesté que nunca lo había hecho, pero que podía probar. Fue así como escribí una novela (en verdad, la mitad de una novela, porque ellos no querían que superara las 150 páginas) que se vendió bastante bien.

-¿Cuál?

-El título era otro, pero esa novela se convirtió luego en la primera parte de uno de mis libros más exitosos, Talos de Esparta .

-¿En qué año lo escribió?

-Años 70... Entonces me di cuenta de que era capaz de escribir. Y unos años más tarde se me ocurrió otra idea. Estaba excavando cerca de Roma con mis estudiantes de la Universidad Católica de Milán, huésped de mis colegas de la Universidad de Roma. Pensé que quería un editor más grande y sin ningún tipo de límites. La idea de escribir un libro, enviarlo y que después me mandaran la tarjeta amarilla "No entra en los programas editoriales" no me cerraba. Gracias a un amigo que trabajaba en Mondadori, logré obtener una cita con el editor y le planteé que quería exponerle un proyecto editorial. "Sabe, si todos vinieran a exponernos proyectos editoriales, nosotros no haríamos nada", me contestó. "Tiene razón, ya no lo molesto más", le respondí. Mientras me estaba yendo, agregué: "Pero si usted me da cinco minutos, se dará cuenta de que si no me los hubiera dado, no se lo habría perdonado jamás". Él se quedó descolocado. "A ver, escuchemos", me dijo. Y yo empecé a contarle la trama, como si fuera una película, todo pá, pá, pá...

-¿Era Aléxandros?

-No, Aléxandros llegó varios años después. Era Paladión , una historia moderna, con un ritmo infernal, un thriller arqueológico impresionante. Terminados los cinco minutos que habíamos convenido, le dije: "No quisiera aprovecharme de usted". Y el editor me detuvo: "No, no, tómese todo el tiempo que quiera, siéntese por favor". Entonces me di cuenta de que la cosa estaba cerrada... Me hizo hablar durante una hora, y yo también inventaba mientras hablaba, porque ni siquiera había hecho un esqueleto de la novela. Al final me dijo: "Es una historia fantástica, pero quién sabe cuándo usted la va a escribir". Le contesté: "Este verano, y si mientras tanto usted también me hace un contrato, voy a estar aún más contento". Fue así como salió esa novela, que fue un éxito.

-La primera novela con Mondadori.

-Sí, y después siempre me quedé en Mondadori.

-¿Por qué se leen las novelas históricas?

-Creo que la gente lee lo que le gusta, lo que considera lindo y apasionante. De qué tema se trate es un problema secundario. Como dije antes, no existe una novela que no sea histórica porque ¿cómo se hace, si no, para ambientarla? Para mí, más que la novela histórica, lo que fascina es la Antigüedad. La Antigüedad fascina porque vivimos en una dimensión cada vez más aleatoria, en una situación en la que prácticamente el ser humano, el individuo, es como una hoja al viento. Ya no hay más ideologías, no hay más creencias. La religión sufre por varios motivos. No hay más un punto de referencia: la globalización ha roto todos los obstáculos, todas las separaciones, pero también todas las formas de contención. Si uno va al pueblo a comprar algo, hay cosas chinas. Ya no existe el mundo al que estábamos acostumbrados y las personas tienen la impresión de no ser importantes. Las sociedades son cada vez más grandes y el individuo está cada vez menos presente o es cada vez menos tenido en consideración. Por ejemplo, Internet y el hecho de que todos quieran ser visibles en la Red, que todos quieran comunicarse, es una señal. No quieren estar en la oscuridad. La Antigüedad aparece como una dimensión en la que todavía había espacio para el individuo, el misterio, la aventura, para expandir la propia personalidad. Hoy la gran mayoría de las personas lleva una vida que no tiene ningún sentido: se levantan a la mañana, van a trabajar, hacen lo mismo todos los días, vuelven a la noche a su casa, encienden el televisor y se van a dormir. Esto, trescientos días al año. Y cuando se toman las vacaciones, van a los mismos lugares a hacer lo mismo que hacen todos. Por eso la Antigüedad es another time , another place , un lugar donde de algún modo todo era posible y todo era imposible. De hecho, podía suceder que un muchacho de 21 años como Alejandro tuviera el mundo de rodillas, frente a él, a la edad de mi hijo, a quien mi mujer todavía persigue diciéndole: "Comé la banana". Y también está la cuestión del exotismo y la curiosidad por dialogar de alguna manera con los propios antepasados. Hay muchos aspectos que ayudan.

-¿Quizás también ayude el hecho de que ya no existe una épica moderna?

-La épica no existe más. La épica fue el cine por un cierto período de tiempo. Pero también ahí estamos en las últimas fronteras. Sí, está Avatar pero después de Avatar, ¿qué se puede hacer?

-¿La vio?

-Sí, el distribuidor para Italia, que es muy amigo mío, quiso que yo estuviera en el estreno.

-¿Le gustó?

-Bueno... Es un film extraordinario desde muchos puntos de vista. Pero su importancia es que uno se da cuenta de que hemos llegado a un punto en que ya no hay nada imposible. La verdad es que ahora ni siquiera recuerdo la trama de Avatar , me acuerdo más de los pitufos. Las películas que me sé de memoria son Blade Runner , de Ridley Scott, 0 The Blues Brothers , o Matrix , el primero, o El Padrino . Es decir, ese tipo de películas que te quedan impresas porque están construidas de manera potente, con densidad sentimental, emotiva, con potencia expresiva. Es ése el tipo de películas que recuerdo. Avatar es una orgía óptica pero no me convence.

-¿Y cuánto de aventura y cine hay en sus novelas?

-En una novela hay de todo. El objetivo principal de la literatura es transmitir emociones y, a través de las emociones, también mensajes. Deriva justamente del hecho de que tenemos una mente que es mucho más grande que nuestra vida. Una mente que tiene capacidades infinitamente superiores a nuestro destino personal. Salgari, por ejemplo, que es uno de los más grandes escritores de aventura italianos, no se movió nunca de Turín. Sin embargo, ambientó sus novelas en todo el mundo porque era capaz de soñar, de inventar, de imaginar. Para que la emoción se transmita, todo debe parecer auténtico, aun si no lo es, aun donde no lo es. Por eso la perfección de los detalles, de los ambientes, de las situaciones es fundamental, si no, se rompe la magia.

-¿Hay reglas en cuanto a la imaginación histórica? ¿Cuál es el equilibrio entre la imaginación histórica y la ficción o la invención?

-La imaginación es ficción. Si nosotros hablamos de una novela, prescindiendo del período en que está ambientada, porque no cambia nada, siempre es imaginación. El otro día presentaba Los idus de marzo en Estados Unidos y en un momento me preguntaron cuánto hay de auténtico y cuánto de imaginación. Y es todo imaginación, si bien todo lo que cuento ha ocurrido en la realidad. Porque cuando habla César y hay un diálogo entre él, y por ejemplo, su mujer, o entre él y Cleopatra, soy yo el que habla. ¡No es él, no es Cleopatra, soy yo el que habla! De lo que realmente dijo César en su vida tendremos poquísimas frases que nos han llegado. Por lo tanto, es todo imaginación. Al mismo tiempo, digamos que mucho de lo que sucede en las páginas de la novela realmente ha sucedido. ¡Es otra dimensión! La historia con H mayúscula es el intento colectivo de la humanidad de construir una memoria común. La memoria después se transforma en identidad, algo de lo que tenemos una necesidad absoluta. Nadie puede vivir sin memoria, nadie puede vivir sin identidad. Pero sustancialmente hay dos dimensiones: la cronológica (esto pasó antes, esto pasó después) y la "política" (esto pasó debido a esto y tuvo estas consecuencias). La literatura tiene una tercera dimensión que es la de la vida, de los sentimientos, de las emociones, del terror, de la ansiedad, del amor. Tiene la capacidad de recrear ambientes. Ninguna página histórica mueve sus personajes en una situación ambiental de la misma forma, de modo unitario. Tenemos, por ejemplo, textos especializados que hablan de la vida cotidiana de Roma en el siglo I. Pero si hablamos de César, es todo un discurso, a nivel histórico, político, ideológico y cronológico. Son dos formas expresivas totalmente distintas.

-¿Como investiga los temas?

-Bueno, en literatura la investigación es bastante esencial pero no es tan radical, profunda y abarcadora como en el campo científico y es muy distinta de la que se hace en el ámbito histórico y científico. Por ejemplo, nada de lo que se cuenta en mi novela La torre de la soledad es verdadero, pero es una de las novelas que más me gustan. Tomemos la Odisea , que es para mí la novela más grande de todos los tiempos: nosotros sabemos bien que los cíclopes no existen, que las sirenas no existen, que los monstruos no existen, pero sin la Odisea seríamos mucho, mucho más pobres. Porque ahí el tema es otro: es contar la historia de un hombre en el que todos nos reconocemos. Cada uno de nosotros se reconoce en el protagonista de la Odisea , en esa ansiedad de ir siempre más allá, de perseguir un horizonte que se aleja cada vez que tratamos de acercarnos. El hecho de querer ir lejos pero también querer volver, las contradicciones del hombre, sus sentimientos, que son contradictorios pero que son el sentido de la vida, la sal de la vida. En suma, la investigación tiene como fin sobre todo dar un ambiente que sea auténtico. Si yo planto una banana en el jardín de Julio César, ya está, no es más algo creíble, no tiene más sentido, se descubre enseguida lo falso.

-Y para Los idus de marzo, ¿cuánto tiempo de investigación necesitó?, ¿qué documentación?

-Son cosas que conozco, por lo que se trata sobre todo de fórmulas de control. Es decir, yo voy a controlar si efectivamente tal día Cicerón estaba presente en Roma, o si Cleopatra estaba tal noche en la villa de César del otro lado del Tíber... Porque todo lo que es posible restituir a su autenticidad tiene que estar. Después, está la libertad del escritor de representar a los personajes de modo creíble, pero desde el punto de vista de la vida. O sea, el lector en ese momento puede asistir a un encuentro de los conjurados en una casa de Roma, de noche, a las dos de la mañana; puede asistir a las discusiones, observar las rivalidades, los distintos puntos de vista, los miedos de los unos, las decisiones de los otros... Y todo esto es imaginación, aun si es plausible. Por otra parte, tampoco en la historia existe un confín neto entre imaginación, literatura y expresión histórica. El discurso de Pericles sobre los caídos, llamado Epitafion , del primer año de la Guerra del Peloponeso, es considerado una de las piezas más altas tanto de la historia como de la literatura porque, por un lado, es el manifiesto de la democracia ateniense, y por otro, su fuerza y su potencia expresiva son extraordinarias. Si leo una obra literaria ambientada en un determinado período histórico, absorbo también una cantidad de elementos que son parte del ambiente de esa época, pero que nunca veo juntos en una página de historia. Por ejemplo, en este momento está ocurriendo una cosa: hay una entrevista, yo estoy vestido de un cierto modo, ésta es una alfombra hecha de tal otro modo, hay un cuadro en la pared, hay un fotógrafo que está sacando fotos, estamos tomando un café, que fue hecho de tal modo, etcétera. Son los elementos que forman la realidad. Nunca están todos juntos en una página de historia, sino que sólo están en una página de literatura, y es ésa la magia, la fascinación... ¡Es la vida! ¿Nosotros qué queremos de la literatura? Queremos esa vida que nuestro destino personal no nos ha concedido. Por eso soñamos de noche y soñamos también de día. La investigación, si uno quiere, se la puede mandar a hacer a un muchacho del tercer año de la universidad. Le da tres mil euros y le dice: "Controlame estas cosas". Si es diligente y no es un estúpido, lo hace. Pero ser un escritor exige una cosa que se llama talento, que no se puede aprender. O se lo tiene o no se lo tiene. En eso reside la capacidad de cautivar a las personas, de transmitir emociones.

-¿Con cuál de todas las novelas que escribió se divirtió más?

-Más que diversión escribir es siempre una fatiga... Una de las novelas que más amo es El oráculo , que está ambientada en la Grecia de los años 70, durante la dictadura de los coroneles. Yo estaba en Atenas durante la noche del asalto al Politécnico... La historia está infiltrada por una profecía del undécimo libro de la Odisea , es decir, una profecía de dos mil setecientos años, que en un momento es lo que da el sentido del misterio y de la imaginación, lo que da el sentido de todos los hechos. Esto sólo puede suceder en una historia imaginada, inventada, construida, donde existe la posibilidad de combinar de todo, de crear todos los elementos posibles, que pueden recrear completamente el mundo. Eso es lo que hace que el lector se encuentre dentro de la novela y no afuera. Como en una página histórica, en la que el lector también está fuera de los sentimientos y de las emociones, porque debe él mismo, como el historiador, intentar acercarse lo más posible a una posible verdad. ¿Qué pasó realmente? Sabemos que la verdad es un concepto abstracto. Cada uno de nosotros tiene su punto de vista sobre la verdad. La historia tiene la carga de la prueba, mientras que la literatura, no. En literatura uno habla como si fuera el único testigo existente de lo que está contando. Después, está en su honestidad intelectual crear un mundo donde existen las emociones, que son protagonistas, y al mismo tiempo, un mundo que él, en su alma, siente que es el más cercano posible, de todos modos, a una verdad. Pero es otro registro, es otra forma expresiva.

-¿En qué sentido?

-Cuando Tucídides escribe la Guerra del Peloponeso , que marca el inicio de la historiografía moderna, dice: "Olvídense de los poetas, ellos escriben por el placer del auditorio, de la gente que los escucha, ellos escriben para entretener; lo que escribo yo es un patrimonio para siempre, porque yo soy testigo de las cosas, yo les digo lo que realmente sucedió". Aunque después esto no sea cierto, porque existe lo que llamamos "crítica de las fuentes", que es un sistema muy sofisticado para analizar cualquier tipo de testimonio y tratar de extraer todo lo que es atendible y lo que, en cambio, es un punto de vista, también quizá muy personal, de la fuente que estamos leyendo. Por eso, al final, se trata de mundos que no se pueden separar con una línea neta. Reitero, no importa el tipo de ambientación. Cualquier ambientación es posible en literatura. También en el futuro. Las cosas no cambian por eso. ¿Por qué nacieron la épica, el teatro, la poesía, la ópera, el cine? Porque nos ofrecen vidas que nosotros nunca hubiéramos podido vivir, pero que queremos vivir. Cuando íbamos al cine de chicos, salíamos y enseguida cada uno quería ser en el juego el héroe que había visto en la pantalla. Imitábamos su modo de comportarse, de hablar, de empuñar la pistola. ¿Por qué? Porque en esas dos horas cada uno de nosotros se había convertido en el héroe que veía en la pantalla, así como cuando uno lee la Odisea , se convierte en Ulises. Ésa es la fuerza de este modo de narrar. Nosotros necesitamos de la memoria y de la identidad, pero también necesitamos de la emoción. Porque una vida sin emociones es una vida sin sentido.

-Usted dirigió una colección en la que eligió a escritores para que novelaran todo Roma...

-Sí, el editor eligió buenos escritores y cada uno tomó un argumento principal de la historia de Roma. Yo participé en el proyecto general y es algo que está funcionando bien. Son cosas que, si están bien hechas, ejercen siempre mucha fascinación.

-¿Ahora en qué está trabajando?

-El año pasado trabajé mucho para el cine, un gran proyecto internacional, una trilogía épica que está en fase de guión... Pero veremos, son proyectos enormes.

-¿De qué se trata?

-Lamentablemente no puedo decir más que eso. La producción en su momento anunciará la cosa, porque son proyectos tan complejos, difíciles y costosos que es mejor no hablar. Para mí fue una experiencia extraordinaria. Lo más extraordinario fue indagar sobre un período, una época y una situación que conocía en la medida en que cualquier persona de cierta cultura conoce esas cosas, pero en las que nunca había ido a fondo. Ahí sí que tuve que estudiar a fondo, porque si uno quiere tener una competencia aceptable en cualquier campo, debe especializarse, si no, es imposible saber todo.

-¿Entonces no está escribiendo ninguna novela ahora?

-No. Mi última novela fue Los idus de marzo, que presenté en Estados Unidos hace unas semanas.

-Una novela que es muy actual...

-Sí, es un thriller político. Yo me quedé fascinado por el componente caótico de la historia. Es una ilusión creer que el ser humano puede forjar su propio destino. Puede hacer mucho, pero al final se le escapa. Puede pasar cualquier cosa. Basta un terremoto, o pensemos en el avión que se cayó con el presidente y medio gobierno de Polonia... Ése es un aspecto caótico de la historia. Nadie podía esperarse algo parecido. En Los idus de marzo yo me di cuenta de que en los últimos veinte minutos, pasó de todo. Yo hice mis cálculos y diez minutos antes de que se diera el primer golpe de puñal, los conjurados estaban listos para matarse. Pero después pasó otra cosa, una estupidez, y eso es muy fascinante. El hecho de que llega cierta noticia, o de que uno interpreta de una cierta manera una mirada, hubiera podido cambiar el curso de los hechos, también de los nuestros, y hubiera podido cambiar nuestra vida de hombres de hoy. Eso es fascinante. Además, hay algo siempre actual, que es cuánto el hombre está dispuesto a pagar en términos de libertad para tener paz, prosperidad, tranquilidad; para olvidar el horror, las venganzas, los asesinatos, las ejecuciones sumarias. ¿Cuánto pesa el miedo en el plato de la balanza? Y el rol de hombres especiales como lo fue César. Un hombre que dice: "Aquí alguien tiene que poner fin a las guerras civiles porque si no, todo este mundo terminará", y tenía razón. Muchos años después Tácito, hablando de la "pax Augustea", dirá tranquillitas non libertas (tranquilidad, no libertad). Pero también es cierto que seguimos viendo cosas tan tremendas como esos padres a quienes les devuelven el cadáver de un hijo de 20 años, uno de esos chicos que caen en Bagdad o en Afganistán... ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar para que esto no sea más necesario? Son problemas eternos. César estaba convencido de que era el hombre justo para poner fin a todo eso. Pero para lograrlo era necesario un poder casi absoluto, nadie sabe por cuánto tiempo. Él se metió en un camino sin retorno, dijo "Ahora o nunca más. O lo hago yo o será el fin".

-¿Qué diferencia hay entre su Idus de marzo y lo que hizo Shakeaspeaere?

-Que Shakespeare es un genio y yo no [risas]. Yo soy una persona dotada de alguna capacidad de imaginación, de intensidad de sentimientos y de capacidad emotiva, pero Shakespeare era un gigante, como Dante Alighieri. Dante siempre me impresionó porque escribió una carta a su protector Cangrande della Scala que dice :"Yo vi en serio las cosas que escribí". Lo cual obviamente no es cierto porque Dante no fue al infierno ni al purgatorio ni al paraíso... Esperemos de todos modos que exista el paraíso, porque se lo ha merecido. Su mente, su potencia imaginativa lo hicieron real. Nunca me olvido de una frase del film Matrix , el primero: "Your mind makes it real" (Tu mente lo hace real), no hay nada más cierto... ¿Cuántas veces a la una o la dos de la mañana, mientras escribo en la oscuridad, con la música, se me llenan los ojos de lágrimas, o siento terror y tengo que parar, mirar un poco de televisión e irme a la cama? ¿Por qué? Porque uno se autosugestiona y es el modo con que uno puede comunicar emociones a la gente. Esto queda confirmado por el hecho de que la gente me para en la calle y me dice: "Leí todo lo que usted escribió", y las ediciones económicas de mis novelas son reimpresas cada cuatro o cinco meses en Italia y también en el exterior.

-¿Cómo es su rutina?

-Lo ideal sería sentarse a escribir cuando uno tiene ganas. Pero en la realidad la vida es distinta. Existen empresas con miles de empleados que ponen en pie toda una maquinaria y uno no puede hacerse la estrella de Hollywood. Existe también un aspecto profesional por el cual, si uno se compromete a entregar el libro tal día, hay que tratar de cumplir. Dicho esto, uno logra desarrollar la capacidad de sumergirse repentinamente adentro de una gran aventura como si no hubiera pasado nada. Yo prefiero trabajar de noche.

-Es un pájaro nocturno...

-Sí, todas las mañanas hago una hora de gimnasia, después leo los diarios, los mails, respondo mensajes, llamados. De tarde estudio, me preparo, pero para la narrativa trabajo de noche. Para los ensayos no, escribo de mañana o en la tarde. Como estoy firmemente convencido de que mis lectores esperan de mí una gran historia y emociones fortísimas, no estoy dispuesto a escribir una página que no merezca ser escrita. Por eso, tengo que trabajar en condiciones ideales. Yo no podría nunca trabajar en un hotel o en una estación. Puedo hacer trabajos de corrección o revisión de cosas ya escritas. Pero nunca lograré componer en un avión, en un tren o en un no lugar.

-¿Y escucha música clásica o de qué tipo mientras escribe?

-No, no. La música clásica es tan importante que termina por distraerte. Uno piensa en Beethoven y no piensa en la historia...

-¿Radio?

-No, son músicas ambientales. Tengo una persona que me hace especialmente unas compilaciones de diversas músicas. Me di cuenta de que para mí la música era vital, fundamental y conocí casualmente a una persona que se ocupa de eso y que elige las músicas. Yo ni siquiera sé lo que estoy escuchando, ella me prepara cosas extraordinarias, la alfombra narrativa: música de suspenso, de terror, patética, etcétera. Es la banda musical de mis sueños o de mis pesadillas.

-Si usted llega a un capítulo dramático, ¿ella ya sabe?

-Cuando yo empiezo a escribir, mi historia ya existe. Entonces le digo: "Mirá, voy a necesitar sustancialmente estas atmósferas", y ella me crea eso y me manda los CD.

-¿Fuma?

-Fumo dos cigarrillos por día.

-¿Cuáles son sus escritores preferidos contemporáneos? ¿Autores de novelas históricas?

-No leo novelas históricas, sino que leo de todo. Hace poco leí La elegancia del erizo . Pero también leo a Saviano, a Valerio Evangelisti, a McEwan... Leí mucha literatura del siglo XIX. A menudo releo los clásicos: Tolstoi, Dostoievski, Manzoni, Verga. Lamentablemente, en los últimos tiempos escribo más de lo que leo.

-Para terminar, usted dice que todas las novelas en verdad son históricas, pero ¿es menos artista un escritor de novelas históricas?

-Depende. Hay escritores que tienen un buen conocimiento de una determinada época y piensan que eso es suficiente para ser escritores. Y hacen ese híbrido que yo no amo mucho y que llaman historia novelada. En realidad, son personas que no tienen la capacidad de inventar una historia, por lo cual, como la historia ya está hecha, la cuentan como una ficción. Eso es un tipo de literatura menor, sin duda, porque no hay creatividad. Pero, por ejemplo, la literatura italiana moderna comienza con Los novios , de Alessandro Manzoni, que es una novela histórica y una obra maestra. ¿Por qué? Porque existe una historia que imaginó él, pero también existe la descripción de hechos reales, por ejemplo la peste de Milán, que es algo como para quedarse sin aliento. Ahí está la potencia creativa de un gran genio, que toma un hecho histórico y lo transforma en una visión onírica, de pesadilla, de una potencia devastadora. El dónde y el cuándo son relativos, lo importante es que salga una gran historia, que apasione, que cautive, que encante.

© LA NACION

28.6.10

Lucidez vs. ceguera

Algunos escriben obras literarias; otros, filosóficas o políticas, pero sólo unos pocos han sido capaces  de armonizar todos estos  aspectos en cada una de ellas para, a través de la ficción, ahondar en la oscura alma del ser humano y en su conducta como individuo social,
desde una postura crítica y reivindicativa.

Foto: Fundação José Saramago

José Saramago, escritor vital y comprometido hasta sus últimas consecuencias, uno de los más insignes y lúcidos escritores, y uno de los grandes pensadores de nuestra época, ha muerto en su refugio de Lanzarote, y con su desaparición el mundo de  las letras, de la literatura y del pensamiento ha perdido  una de las figuras más destacadas de las últimas décadas.

Desde una ideología declarada y marcadamente comunista y agnóstica, defendida hasta el final de sus días, el escritor lleva a cabo  un profundo análisis del mundo actual y de la condición humana, a la vez que realiza una aguda y dura crítica de la sociedad occidental y de su comportamiento como grupo desde la ficción que supone el hecho literario; pero al mismo tiempo, en cada una de sus obras, se vislumbra  una fe sólida en el ser humano y en su capacidad para salir de ese estado de ceguera intelectual, ideológica y social en el que se halla sumido. El hombre, como individuo, como ente pensante y ser inteligente, debe redimir y salvar al grupo.

Cada una de sus obras es un intento de despertar las conciencias, ya sea desde la provocación, ya desde la simulación o desde la denuncia, y de abrir los ojos a una sociedad, la nuestra, indiferente, poco crítica y dócil ante las manipulaciones y el abuso del poder en cualquiera de sus manifestaciones.

La civilización occidental debe salir del letargo en el que se encuentra, acomodada en un sistema de vida capitalista, en el  que la escala de valores sitúa en primer término lo superfluo, dejando a un lado los valores éticos de solidaridad, compromiso y sensibilidad, y en el que el hombre, ignorante de su alienación, es manipulado por los poderes fácticos y esclavo de unas ideologías impuestas, en algunos casos, por la tradición de la que difícilmente puede liberarse.

Desde una postura ética, abierta y radical al mismo tiempo, critica la resignación para asumir doctrinas, especialmente religiosas, que comprometen la libertad del hombre y nublan su razón. Esta ceguera es la causa de su esclavitud; se hace necesario recobrar la visión, la lucidez, cuando el resto el mundo permanece ciego, vagando sin rumbo en una espesa nube blanca, y la supervivencia, única razón para actuar, marca las pautas de conducta.

Foto: Fundação José Saramago

Usando su palabra como revulsivo para incitar a nuevos planteamientos, ésta será la luz que ilumine el camino hacia una nueva sociedad fruto de una visión renovada que empujará al hombre a la rebelión transformándolo en un ser libre para actuar, para cambiar  el status quo y construir un mundo mejor, más justo y más habitable, más social, en el sentido marxista del término; se trata de la defensa de un socialismo revolucionario que el escritor reivindica desde la literatura y que defiende utilizando como arma la palabra.

Pero para que estos planteamientos se hagan realidad es necesario ver la luz, salir de la oscuridad, abrir los ojos, cuestionarse lo establecido y replantearse las normas que rigen las relaciones sociales y la propia vida. Hay que destruir para crear. Hay que cambiar para progresar.

Esta es la proclama que, de un modo u otro, trasmite con cada una de sus obras desde las que se reivindican valores éticos de compromiso personal, social y político.

Así, inquieto y preocupado, pero  en armonía con su entorno, se nos presenta la figura de este escritor que manejó como ningún otro la alegoría en sus novelas para trasmitir una visión personal y apasionada del mundo en el que le hubiera gustado vivir.

Foto: Fundação José Saramago

"Soy un hombre que mantiene intacta la capacidad de indignación. Tengo un cabreo profundo, permanente… En América, hace poco, me hablaban de los epitafios. Mire, si yo pudiera redactar mi propio epitafio diría "aquí yace, indignado, fulanito de tal". La indignación es, digamos, mi estado habitual. […] Por decirlo de una forma que puede parecer chocante, estoy en armonía con un mundo que no me gusta".

Alejandra Crespo Martínez

Tomado de Revista de Letras


25.6.10

Las revoluciones de Independencia como revoluciones políticas



Se cumplen doscientos años de la independencia de la América española, acontecimiento capital que abrió el acceso a la modernidad de una galaxia de nuevas naciones. Una brillante Junta Autónoma de historiadores y americanistas ilumina hoy en las páginas de El Cultural aquel proceso insurreccional cuajado de guerras y violencias, así como su resonante eco en el presente: Carlos Malamud apunta el carácter político de la revoluciones americanas; Ramón María Serrera analiza su configuración territorial; Luis Ribot da cuenta de su contexto temporal; Carlos Martínez Shaw destaca su perfile ilustrado, y Javier Fernández Sebastián revisita sus mitos y metáforas. Y tres momentos fugaces para la creación: los microrrelatos de Alberto Ruy Sánchez, Óscar Collazos y Alonso Cueto.


En la terminología utilizada por los contemporáneos era frecuente referirse a los procesos de independencia como "revoluciones". Fue tal el impacto del nombre que tanto los histo- riadores del siglo XIX, aquéllos que forjaron la identidad nacional de sus respectivos países, como los del XX siguieron hablando de revoluciones, como fue el caso de John Lynch o Alberto Flores Galindo, entre otros. Sin embargo, de tanto hablarse de revoluciones nadie se paraba a definir qué era lo que se quería decir. A la vista de lo ocurrido en los primeros años del siglo XIX en lo que habían sido las distintas colonias españolas de América está claro que no se produjeron ni revoluciones sociales ni económicas. Desde un punto de vista social no se encuentran rupturas importantes del orden establecido, por más que en las guerras de independencia y en las guerras civiles posteriores nos hubiéramos enfrentado con sucesos de inversión social. Es verdad que con el ánimo de reclutar soldados para los ejércitos los dirigentes de los bandos en lucha prometieron y otorgaron beneficios para los indígenas, esclavos negros y campesinos, pero nada de todo ello afectó los cimientos sociales.

Desde un punto de vista económico, las estructuras productivas se mantuvieron inalteradas, aunque en numerosos lugares del continente los enfrentamientos bélicos hubieran producido importantes destrozos en campos de labranza, yacimientos mineros o talleres artesanales. Sin embargo, en poco tiempo las cosas volvieron a la normalidad y la agricultura siguió siendo central en todas las economías regionales. Si a corto plazo la independencia supuso la interrupción de las rutas de comercio atlántico con España, aunque no con Europa, a medio plazo los circuitos interregionales se vieron más afectados, pero sin producir cambios radicales.

De modo que la única posibilidad que resta es definir a las revoluciones de independencia como revoluciones políticas. Se puede hablar de ese modo por cuanto la ruptura del orden colonial introdujo dos cambios fundamentales y profundos, con notables repercusiones para el futuro de los países que surgieron a partir de aquel entonces. Por un lado, el paso de súbditos a ciudadanos; por el otro, el de monarquía a repúblicas.

La monarquía absoluta imperante en España estaba también presente en América. La soberanía descansaba en el monarca y era él, o las autoridades que encarnaban su poder, quien tomaba las decisiones y disponía del destino de sus súbditos. La ruptura del orden colonial permitió el surgimiento de nuevas repúblicas. Fue en ellas precisamente donde los súbditos dejaron de ser tales para convertirse en ciudadanos. Y si en el Antiguo Régimen la sociedad se ordenaba a partir de las corporaciones, en las nuevas repúblicas llegó la hora de los individuos. Fueron ellos los titulares de la soberanía y fueron ellos los responsables de elegir a sus representantes y a sus autoridades por un período limitado de tiempo, no por toda la vida, como ocurría con los reyes.

Contradicciones, marchas y contramarchas
El proceso de construcción de la ciudadanía no se produjo de la noche a la mañana, ha estado lleno de contradicciones, de marchas y contramarchas y ha tomado demasiado tiempo. En algunos países de América Latina todavía se está completando, como se puede ver con la incorporación plena de los indígenas a la vida política. Sin embargo, ese proceso es el que lleva a hablar de elecciones, de parlamentos, de libertades y derechos, de democracia en definitiva. Téngase en cuenta que en América Latina se comenzó a votar cuando el derecho al voto era practicado en muy pocos países del planeta.

Los bicentenarios de las independencias han llevado a que estemos asistiendo a importantes debates historiográficos sobre el pasado nacional, aunque lo grave es que en algunos casos, y alentado por algunos gobiernos, se estén produciendo falsificaciones de peso, que llevan forzosamente a una reescritura de la historia con fines políticos. De ahí la importancia de insistir en los valores republicanos y en señalar la vieja filiación democrática de las repúblicas latinoamericanas. Por eso, resulta conveniente señalar frente a aquellas corrientes revisionistas que tienden a rechazar a la democracia como algo ajeno a las culturas y a las raíces históricas latinoamericanas, que su presencia en la región es tan antigua como las repúblicas. Y si el republicanismo es un valor que nadie se atreve a condenar es justo hacer lo mismo con la democracia representativa.

Carlos MALAMUD

21.6.10

Portugal y España tributan un último y emocionado adiós a Saramago

Su esposa, Pilar del Río, pedía que sólo lloren quienes no le conocieron. El primer ministro luso y la vicepresidenta del Gobierno español encabezaron el nutrido grupo de autoridades

El cuerpo de José Saramago reposa en presencia de su viuda, Pilar del Río y su hija Violante, durante su funeral.foto:Francisco Rios.fuente:lavanguardia.es



Los gobiernos de Portugal y España, junto a muchos amigos e intelectuales, dieron hoy un emocionado adiós a José Saramago, cuyos restos fueron incineraron mientras su esposa, Pilar del Río, pedía que sólo lloren quienes no le conocieron.
El primer ministro luso, el socialista José Sócrates, y la vicepresidente del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, encabezaron el nutrido grupo de autoridades presentes en las honras fúnebres.

Ante el ataúd del Nobel, que vio desfilar a miles de personas desde que el sábado fuera abierta la capilla ardiente en el Ayuntamiento de Lisboa -por primer vez-, el alcalde de la ciudad y gran admirador del escritor, Antonio Costa, pronunció un sentido "obrigado José Saramago" para agradecer su huella humana y literaria.

Para Fernández de la Vega, que tomó también la palabra en el acto, el escritor supo "hacer sonar las cuerdas del alma". Y las páginas de ilusiones, sueños y compromisos que desgranó forman parte de los tesoros de una cultura universal, que queda huérfana de su voz "muy humana y muy digna".

Mientras cientos de personas seguían la ceremonia por una pantalla de televisión instalada en la fachada del Ayuntamiento, el ensayista Carlos Reis, el secretario general del Partido Comunista Portugués, Jerónimo de Sousa, y la ministra lusa de Cultura, Gabriela Canavilhas, evocaron también al "maestro y amigo Saramago".

Su mujer, Pilar del Río, la hija y los nietos del escritor, asistían emocionados al acto, que concluyó con la interpretación de una pieza de Bach al violonchelo. La interpretó la concertista Irene Lima, vestida con el traje rojo que llevó Pilar del Río cuando Saramago recibió el Nobel y en el que él mismo escribió a mano esta frase: "quiero estar dónde esté mi sombra si es ahí donde estarán tus ojos".

Al término de la ceremonia, los asistentes, entre ellos numerosos intelectuales y amigos del escritor, expresaron sus condolencias a la familia y Pilar del Río salió al balcón del Ayuntamiento para dar un saludo agradecido a los muchos lisboetas que acudieron a la Cámara Municipal.

Jerónimo de Sousa, en nombre del Partido Comunista en el que militó Saramago hasta su muerte, expresó el luto de "todo el pueblo al que amó y fue fiel" y subrayó que el Nobel no se limitó a narrar y participó activamente en muchas de las causas que defendió.

La ministra Canavilhas resaltó, como los otros oradores, la fuerza que aportó Pilar del Río a la vida y la obra de un autor con una destacada colaboración a la "afirmación y difusión de la lengua y la literatura portuguesa y lusófona". "Era un hombre sencillo y valeroso del que se enorgullece Portugal", afirmó la titular lusa de Cultura, que recordó también el compromiso político de Saramago y su "comunismo hormonal".

El alcalde Costa anunció en su intervención que las cenizas de Saramago reposarán en Lisboa, la ciudad donde trabajó y escribió, en la que presidió su Asamblea Municipal y dónde reside la Fundación que lleva su nombre. Fuentes de la familia del Nobel dijeron a EFE que todavía no se ha decidido el lugar exacto donde se depositarán las cenizas en la capital lusa, que según destacó el alcalde no sólo fue escenario de muchas de sus obras sino también "uno de sus personajes más queridos y a los que dedicó más amor en toda su obra".

El escritor, que falleció el viernes, a los 87 años, en su casa de Lanzarote, fue repatriado el sábado en un avión militar portugués y desde entonces no han cesado los homenajes a su memoria en Lisboa, donde acudió también a recibir sus restos la ministra española de Cultura, Ángeles González-Sinde.

Tras la ceremonia en la Cámara Municipal, el féretro partió hacia el cementerio del Alto de San Juan en un cortejo fúnebre y entre gritos de "camarada la lucha continua" y muestras de afecto de cientos de personas concentrados ante el Ayuntamiento.

El féretro de Saramago, cubierto con la bandera portuguesa, entró al crematorio en medio de una ovación de más de diez minutos y una lluvia de claveles rojos, el símbolo de la Revolución portuguesa del 25 de abril de 1974.

Los restos mortales fueron incinerados ante sus familiares, amigos cercanos y autoridades mientras Pilar del Río expresaba, emocionada, que ha muerto "un hombre bueno, una excelente persona y un magnifico escritor".
Sus libros, analizados en Revista de Letras
'Ensayo sobre la ceguera', por Elbio Aparisi

'El viaje del elefante', por Diego Giménez

'Caín', por Javier Munguía

'Caín', por Jack Farfán

'El cuaderno', por Pedro Crenes

18.6.10

Fallece a los 87 años José Saramago

El escritor fue el primer premio Nobel en lengua portuguesa

Arriba, el escritor, en su casa de Lanzarote. Abajo, firmando un ejemplar de su novela 'La caverna' en 2001.(Fotos:Carlos Miralles y Fernando Ruso) fuentes:elpais.com,elmundo.es

El escritor portugués y Premio Nobel José Saramago ha muerto a los 87 años en su residencia de la localidad de Tías (Lanzarote). El autor de La balsa de piedra fue poeta antes que novelista de éxito y antes que poeta, pobre. Unido el periodismo a esos otros tres factores (pobreza, poesía y novela) se entenderá la fusión entre preocupación social y exigencia estética que ha marcado la obra del único Premio Nobel de la lengua portuguesa hasta hoy.


En 1998, el máximo galardón literario del planeta reconoció a un hijo de campesinos sin tierra que había nacido en 1922 en Azinhaga, Ribatejo, a 100 kilómetros de Lisboa. Tenía tres años cuando su familia emigró a la capital, donde las penurias rurales se tornaron en penurias de ciudad. Así, el futuro escritor se formó en la biblioteca pública de su barrio mientras trabajaba en un taller después de abandonar la escuela para ayudar a mantener una casa en la que ya faltaba su hermano Francisco, dos años mayor que él y muerto poco después del traslado.

Las pequeñas memorias (editadas en España por Alfaguara, como el resto de su obra desde que abandonara Seix Barral) es el título que Saramago puso al relato de una infancia que siempre tuvo un pie en la aldea de la que había emigrado. Su novela Levantado del suelo (1980) cuenta las peripecias de varias generaciones de campesinos del Alentejo. No fue su primera novela pero sí la que supuso su primera consagración después de que Manual de pintura y caligrafía rompiera en 1977 un silencio de casi 30 años. Eran los que habían pasado desde la aparición de Tierra de pecado, su verdadero, aunque poco exitoso, estreno como novelista. En esas tres décadas Saramago había trabajado como administrativo, empleado de seguros y de una editorial; se había casado y divorciado de su primera esposa, publicado tres libros de poemas, ingresado en el Partido Comunista -clandestino durante la dictadura de Salazar- y, sobre todo, consagrado como periodista.

Levantado del suelo siguió Memorial del convento, en 1982, y dos años más tarde El año de la muerte de Ricardo Reis. Centrada en la figura del heterónimo de Fernando Pessoa, el gran poeta del Portugal moderno, la novela es un intenso retrato de Lisboa de la mano de un poeta imaginario que, igual que pasó nueve meses en el vientre materno, ha de pasar un tiempo equivalente desde la muerte del hombre que lo creó antes de desaparecer definitivamente. La fama internacional le vino a Saramago precisamente con esta novela escrita con una rara intensidad poética que había sabido asimilar todas las lecciones de la narrativa moderna. En una conferencia pronunciada por esos mismos años 80 solía recordar el consejo que él mismo solía dar a los lectores que decían no entender bien sus libros por las mezclas de voces y la ausencia de marcas convencionales en los diálogos: "Léalos en voz alta". Funcionaba.

En ese tiempo, la actividad de Saramago se vuelve frenética. Una laboriosidad que le ha acompañado hasta su muerte con la escritura incansable de novelas, diarios, obras de teatro y hasta un blog . Tras la fábula iberista La balsa de piedra (1986), en la que España y Portugal se desgajan literalmente del continente europeo y se lanzan a flotar sobre el Atlántico, llegaron Historia del cerco de Lisboa (1989) y El evangelio según Jesucristo (1991). Su visión heterodoxa del mesías cristiano levantó una polémica que arreció cuando el gobierno de su país se negó a presentar el libro al Premio Literario Europeo. Herido con aquel gesto, Saramago se instaló en Lanzarote con Pilar del Río, su segunda esposa y nueva traductora. La misma polémica de tintes religiosos se reprodujo en 2009 al hilo de la publicación de una novela considerada hiriente por la jerarquía católica lusa, Caín. Meses antes, el escritor se había visto envuelto en otro rifirrafe. Esta vez en Italia: su editorial de siempre, propiedad de Silvio Berlusconi, se negó a publicar El cuaderno, un libro basado en el blog del escritor, que no ahorraba en él críticas al primer ministro italiano.

La publicación en 1995 de Ensayo sobre la ceguera, el relato de una epidema que convierte en ciegos a los habitantes de una ciudad -Fernando Meirelles la llevó al cine en 2008 con Julianne Moore como protagonista- abrió una nueva etapa en la obra de José Saramago. Novelas como La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez o Las intermitencias de la muerte llevan al terreno narrativo reflexiones sobre el consumo, la sociedad de masas, el sistema democrático o la idea de la muerte. Muchas de ellas parecen nacidas de una pregunta: "¿qué pasaría si?" Si la gente votase masivamente en blanco en unas elecciones, si alguien decidiese vivir al margen de la economía capitalista, si se encontrasen dos hombres totalmente idénticos. Otra de esas preguntas era qué pasaría si la gente dejase de morir. José Saramago sabía que había cosas que sólo suceden en la imaginación crítica de un escritor de novelas.

El sonido del sol al caer en el mar

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1.6.10

Un día hay vida

No hay lugar más mítico en la obra de Paul Auster que el cuarto del número 6 de la calle Varick. Allí escribió El libro de la memoria, la segunda de las dos partes de La invención de la soledad, que se inaugura con una frase que ha vencido al tiempo

Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947), en su casa de Brooklyn en 1993.foto:ARNOLD NEWMAN.fuente:elpais.com

Enrique Vila-Matas
Camino por la ciudad y lo que pienso va dibujando un trayecto mental construido por mis propios pasos. Es un modo de marchar que sirve para mejor inventar mi soledad, de la misma forma que para el narrador de La ciudad de cristal identificarse con Auster se convertía en "sinónimo de ser útil al mundo". Es también un modo de pensar y guarda cierto parecido con un viaje alrededor de mi cuarto, aunque sólo lo veré como tal si, al llegar a la meta, puedo afirmar que he estado en algún sitio, incluso aun cuando no sepa en cuál. El sitio podría no ser un lugar exactamente, sino un breve momento de La invención de la soledad, por ejemplo. Podría ser ese fragmento en el que Paul Auster celebra, con palabras muy felices, la vida. Es un momento que me recuerda la dedicatoria del Persiles, aquella página póstuma en la que Cervantes nos dejó dicho que amaba la vida. Las palabras de Auster tienen algo de la confesión cervantina:

"Juzga extraordinario que algunas mañanas, poco después de despertar, cuando se agacha para atarse los cordones, lo inunde una dicha tan intensa, una felicidad tan natural y armoniosamente a tono con el mundo, que le permite sentirse vivo en el presente, un presente que lo rodea y lo impregna, que llega hasta él con la súbita y abrumadora conciencia de que está vivo".

La felicidad que descubre el cervantino Auster en ese momento es extraordinaria. "Así es, no volveremos a vagar", recuerdo que escribió Byron. Y ese verso me lleva también a la conciencia feliz de estar vivo y a recordar a todos que la oportunidad de deambular es única, no la volveremos a tener y, por tanto, mejor será que veamos que se abre ante nosotros la posibilidad excelsa de vagar, de perderse quizás al modo de esos héroes austerianos que han buscado siempre su identidad en una vida errante, hecha de innumerables pasos en sus trayectos mentales y urbanos que imitan viajes por cuartos cerrados.

No hay Auster sin la invención de un cuarto cerrado y sin la invención de la soledad en ese cuarto, del mismo modo que no hay soledad sin la escritura, ni escritura sin un lugar. Y quizás, en la órbita austeriana no hay lugar más mítico que el cuarto del número 6 de la calle Varick, aquella buhardilla neoyorquina en la que una sola persona llenaba la estancia y dos la volvían sofocante, lo que no fue inconveniente para que en la habitación cupiera "un universo entero, una cosmología en miniatura que contenía en sí misma lo más extenso, distante y desconocido" y en definitiva el mundo interior de un hombre que iba a ser escritor. No hay habitación más importante en su obra. En ella redactó El libro de la memoria, que es la segunda de las dos partes de ese libro, La invención de la soledad, que se inaugura con una frase que ha vencido al tiempo: "Un día hay vida".

"Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera viejo...". Aquellas palabras han ido gozando de suerte propia y de un destino ciertamente muy fértil. El hombre de excelente salud, ni siquiera viejo, es el padre del escritor. Es alguien que pasa un día y otro ocupándose sólo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante. Y entonces, de repente, nos dice Auster, aparece la muerte. El hombre deja escapar un pequeño suspiro, se desploma en un sillón y muere.

Fascina la singularidad de la estructura de La invención de la soledad, ver cómo están tan admirablemente combinadas las dos partes del libro. La primera, Retrato de un hombre invisible, es más famosa que la segunda, quizás porque el tema de la muerte del padre y el enigma de un asesinato ocurrido en la familia sesenta años antes la convierten en una historia perdurable.

"Pensé: mi padre ya no está, y si no hago algo deprisa, su vida entera se desvanecerá con él", escribe el joven Auster. Y ésta es, por cierto, la clase de pensamiento que parece haber acompañado también a Marcos Giralt Torrente en Tiempo de vida, su sorprendente e interesantísima ficción sin invención, su conmovedora y extraña historia en torno a la muerte del padre. De hecho, aunque no se parezcan en ningún otro aspecto más, el final de Retrato de un hombre invisible y el hondo desenlace del de Giralt Torrente son muy parecidos: los dos pensando en el hijo casi recién nacido y preguntándose qué sacará éste en limpio de esas páginas cuando tenga ya edad para leerlas.

El libro de la memoria tiene menos fama que Retrato de un hombre invisible, pero es un bello texto que contiene el germen de toda la obra austeriana y el más poético análisis que he leído nunca en torno a habitaciones de artistas y desamparo. En él, Auster enlaza sutilmente la reflexión acerca de su papel de hijo con su propia paternidad y con la soledad del escritor, y logra así que invención y aislamiento se hermanen en un encuentro doblemente trágico, puntuado por ese inmenso fragmento sobre la felicidad que releo -releer es una forma muy amable de oír la temblorosa verdad que dice que hay vida- siempre que puedo.

Sabemos que en otros tiempos se consideraba que las desgracias de los hombres venían de su incapacidad para quedarse quietos en una habitación. Y también sabemos que hoy en día se ve todo de forma distinta, pues no salir del cuarto es lo que en verdad lo complica todo, muy especialmente si quien se queda encerrado es receptivo y sabe -como sabe Auster- que una habitación es tanto el espacio central del drama humano -"el lugar donde Hölderlin alcanzó la locura y donde Emily Dickinson pensó sus mil setecientos poemas"- como también el sitio donde, por ejemplo, Vermeer conoció "la experiencia de la plenitud e independencia del momento presente". Porque no todo lo que ocurre entre las cuatro paredes de la conciencia es tedio, angustia, pesadumbre, desesperación. Basta pensar -dice Auster- en las mujeres que pintara Vermeer, solas allí en sus habitaciones, pero con la luz brillante del mundo real entrando a raudales por una ventana abierta o cerrada.

A veces, al igual que en su novela La habitación cerrada, la melancolía y sus adláteres son el precio que hay que pagar para un día llegar a ver la luz y constatar que hay vida y, tras un largo encierro en un cuarto de hotel, poder decir, al fin, como el narrador de ese tercer libro de la Trilogía de Nueva York: "De pronto, tumbado sobre la cama y mirando las rendijas de las persianas cerradas, comprendí que había sobrevivido".

Es la luz que, a la larga, encuentra toda persona encerrada. Pascal, sin ir más lejos, entre pensamiento y pensamiento, dio con ella en la noche del 23 de noviembre de 1654 y, pasado el momento de asombro -cuenta Auster, experto en iluminaciones y encierros-, se dedicó a coser en el forro de su ropa todo lo que pudo memorizar del instante crucial. Quería tener a mano cuando lo necesitara, durante el resto de sus días, el registro detallado del éxtasis que le había llevado a la extraña felicidad de estar vivo: su encuentro con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y también su encuentro con la certeza de la grandeza del alma humana. Un tipo de certeza que, a decir verdad, se acopla como un guante al ritmo de los trayectos mentales construidos por nuestros propios pasos y termina por acercarnos siempre a la vida. Y la vida, ya se sabe, es la zona más honda de la sufrida calle Varick.

La invención de la soledad. Paul Auster. Traducción de María Eugenia Ciocchini. Anagrama. Barcelona, 1982. Tiempo de vida. Marcos Giralt Torrente. Anagrama. Barcelona 2010.