16.4.11

Alberto Manguel no cree en nacionalismos

Recorre en un libro su increíble vida, que lo ha llevado a residir en varios continentes y a acumular una biblioteca de casi 40.000 volúmenes, y que le ha hecho también no creer en fronteras y rechazar los nacionalismos exacerbados

El escritor argentino Alberto Manguel habló de su libro "Conversaciones con un amigo", en el que cuenta su increible vida y su pasión por la literatura.foto:EFE.fuente:lainformacion.com

"No creo en fronteras de ningún tipo, ni dogmáticas ni políticas ni literarias", aseguró hoy Manguel en una entrevista con Efe, en la que repasó algunos momentos de su vida, empezando por su "extraña infancia", y reflexionó sobre ciertas cuestiones a propósito del libro "Conversaciones con un amigo", publicado por Páginas de Espuma en coedición con el sello argentino "La Compañía".

El libro, que saldrá también en México, contiene una serie de conversaciones con su editor francés, Claude Rouquet, en las que Manguel habla de su pasión por los libros, defiende la necesidad de no quedarse callado "frente a las injusticias" y muestra una cierta culpabilidad por su falta de reacción ante la dictadura argentina.

"Yo no reaccioné como hubiese debido ante la dictadura, y como reaccionaron tantos otros que fueron torturados, asesinados y obligados al exilio", decía hoy Manguel, quien en su nueva obra resume su actitud con esta frase: "Yo fui sólo un turista en el infierno".

Este escritor, traductor, editor y antólogo, uno de los mayores expertos mundiales en la lectura, tuvo sus razones para comportarse así en aquellos duros años de la dictadura, y eso hace que se tome "mucho más tiempo antes de juzgar a los que no actúan en otras circunstancias".

La infancia de Manguel (Buenos Aires, 1948) fue "bastante extraña", reconoce el escritor. Su padre fue nombrado embajador de Argentina en el recién creado Estado de Israel y delegó la educación del niño en una niñera checa de familia judía alemana, llamada Ellin Slonitz, que hizo de "padre y madre" para el pequeño.

Ellin le hablaba en inglés y en alemán, le despertó el interés por la literatura y le enseñó también geografía, historia, matemáticas...

Los padres de Manguel hablaban español y algo de francés y durante los siete años que duró la estancia en Israel no intercambiaron palabra con su hijo ni lo harían luego con los otros dos hermanos que nacieron en aquel país y de cuya educación se encargó una gobernanta suiza que "pegaba horriblemente" a uno de los niños (de eso Manguel se enteraría de adulto) y que mimaba al otro.

Manguel se encontraba de vez en cuando con sus padres (la casa era inmensa) y les decía: "buenos días, señor; buenos días, señora". A sus hermanos apenas los veía. Jugaba con ellos "a veces, pero como se hace con los amigos", y se entendían en inglés.

Con el tiempo, su madre nunca pudo explicarle por qué no les enseñaron a los niños el castellano, una lengua que el escritor aprendería a partir de los siete años, cuando la familia regresó a Argentina. Fue entonces cuando empezó a tener una cierta relación con sus padres.

A pesar de todo, el autor de "Una historia de la lectura" aseguraba hoy que su infancia fue "muy feliz". "Podía hacer lo que yo quería y recibí una educación maravillosa. Tuve a una persona que hacía de padre y madre, que estaba conmigo 24 horas al día y que no tenía otra vida. Ahora veo esto último como algo muy cruel, pero, cuando niño, fue extraordinario".

Manguel tiene dos hijas y un hijo y va a ser abuelo muy pronto. El escritor no entiende "el comportamiento" de sus padres. No concibe "tener un hijo y estar separado de él durante siete años". Necesita saber qué hacen sus hijos y habla con ellos "casi todos los días".

Cuando fue creciendo, y tras esa experiencia enriquecedora de trabajar a los quince años como lector para Borges, que se había quedado ciego a principios de los cincuenta, Manguel empezó a cambiar de país como quien cambia de camisa y a lo largo de su vida ha vivido en Europa, Tahití y Canadá.

A Canadá le debe su carrera literaria y admira el civismo de sus ciudadanos. Le encanta tener la nacionalidad canadiense, aunque se siga diciendo de él que es un "escritor argentino".

Desde hace once años reside en Mondion (Francia), donde encontró el lugar adecuado para instalar su inmensa biblioteca. De adolescente quiso vivir rodeado de libros, y lo consiguió. La literatura le sirvió para "descubrir el mundo"·

En "Conversaciones con un amigo" Manguel critica con dureza cierto tipo de arte contemporáneo, "que son simples estafas contra las que no se alza ninguna voz", y rechaza con rotundidad "la mala literatura deliberada, al estilo de Paulo Coelho, Ángeles Mastretta o Michel Houellebecq"

13.4.11

Ultimas noticias de la ciencia ficción

País de espías, de William Gibson, el creador del cyberpunk, narra una historia que aborda de extraña manera los años posteriores al 11 de septiembre de 2001

William Gibson, considerado el padre del cyberpunk, en la ciencia ficción.Foto:internet.fuente:adncultura.com

Neuromante (1984), primera novela del norteamericano William Gibson (1948), fue mucho más que un libro. A través del término "cyberpunk" creó todo un concepto sugerente y elusivo que iba a influir en terrenos tan diversos como la música, el cine, la moda o el propio género de la ciencia ficción al que pertenecía, en ese entonces en crisis. Dio además un formato entre visual y de vocabulario al gran mundo digital en expansión (en especial a "la Red"), suspendido entre la mitología y el romanticismo profundo. Lejos de sentirse abrumado por el impacto de su primera obra extensa, la siguió con otras dos, Conde cero (1986) y Mona Lisa acelerada (1988): las tres formaron la "trilogía del Sprawl" (o ensanche), unidas a los cuentos de Quemando cromo (1986).

Una segunda trilogía se integraba con Luz virtual (1993), Idoru (1996) y Todas las fiestas de mañana (1999). A esas alturas, su voz y su estilo eran de los más reconocibles dentro de la ciencia ficción o de la literatura a secas en inglés: parecía tomar el pulso del presente en que vivía y proyectarlo al futuro con una sutileza de poeta para elaborar metáforas e imágenes exactas, y con una masa de datos monumental, que indicaba una permanente investigación y puesta al día. En todo caso esta "trilogía del Puente" no se alejaba hacia un futuro más lejano, sino que parecía acercarse de nuevo en el tiempo.

El salto clave lo dio Gibson con Mundo espejo (2003), donde una especialista en reconocer tendencias y calificar "logos" es contratada por una firma inglesa, a partir de lo cual se amplían sus movimientos hasta abarcar Rusia, la proyección fragmentada de un film en Internet, y otros hilos. A diferencia de las novelas anteriores, aquí Gibson trabajaba con el presente, pero manteniéndose en el filo mismo del avance tecnológico. Era una obra a la vez compleja y diáfana, ubicada en un territorio propio en el que la sorpresa ante los infinitos datos de marcas, sellos u objetos, lejos de caer en el esnobismo, respaldaban los momentos de emoción o avance de la trama.

País de espías (Spook Country, 2003) continúa de modo muy tenue la acción de aquel libro. En su afán de etiquetarlo todo, mucho comentario o publicidad ha hablado de una "novela pos 11 de setiembre". En parte lo es, pero de un modo muy peculiar. Los 84 breves capítulos que la componen siguen a tres grupos básicos de personajes, que sólo confluirán en las últimas páginas. Los que lideran los movimientos de cada grupo son Hollis Henry (ex cantante pop, actual periodista), un consumidor de drogas de diseño secuestrado por un misterioso señor Brown, y Tito, un latino de raíces chinas que suele ser auxiliado por "los Guerreros", un grupo de personajes entre alucinados y espirituales.

Cada grupo se mueve sin cesar. Gibson se ocupa de ir tensando los hilos de la trama, pero lo hace con un curioso distanciamiento. Los personajes caminan, corren, entran en aviones o helicópteros, hablan entre sí con el estilo telegráfico y lleno de sobreentendidos típico de su autor. Pero la trama parece, a pesar de todo ese movimiento, extrañamente detenida. En ese sentido, Mundo espejo conseguía crear auténticos personajes que rendían momentos verdaderos de cambio o profundidad emocional.

Una vez dicho esto tal vez sea hora de recordar el 11 de septiembre de 2001, y de percibir el modo extraño en que Gibson dibuja los años posteriores a esa fecha fatídica. De allí viene el título, que en inglés alude también a los espectros o fantasmas (spooks). La contradicción reside en la mirada que caracteriza a Gibson, quien describe en profundidad miedos o terrores, pero mantiene una actitud de fondo interesada, atenta, en última instancia más activa y optimista que depresiva y pesimista.

En la deriva por el mapa de Estados Unidos, sus personajes van registrando o captando de paso el crecimiento geométrico de los sistemas de seguridad, de vigilancia, incluso de detención ilegal o tortura: es el retroceso de las leyes básicas de una democracia. El capítulo 29 es el único explícito: "Una nación -dice un personaje- consiste en sus leyes. Una nación no consiste en su situación en un momento dado. Si la moral de un individuo es situacional, ese individuo carece de moral. Si las leyes de una nación son situacionales, esa nación no tiene leyes, y pronto no será una nación". Otro personaje, menos ético y preocupado, más insertado en la nueva realidad espectral, más frío, agrega por su parte: "Se basa en la misma característica de la psicología humana que permite a la gente creer que puede ganar la lotería. Estadísticamente, casi nadie gana nunca a la lotería. Estadísticamente, los ataques terroristas no suceden casi nunca".

El punto de llegada de las trayectorias de los personajes depende de una muy buena idea (desde luego no conviene revelarla aquí), que despista las expectativas por un lado y, por otro, inesperado, las colma. Pero las casi 400 páginas para llegar allí pueden resultarle lentas en extremo a quien no sea ya un lector habitual de Gibson. Con frases cortantes o frescas como aforismos, entregando decenas de datos o sorprendentes y cargados de humor o útiles a la trama, como en otros libros, les falta en cambio carnadura humana a los personajes. Incluso se podría hablar de un exceso de nombres a seguir, y de poca diferenciación entre los seres a quienes bautizan.

Un dato adicional es que dentro de un vaciamiento ya casi total del sello Minotauro a partir de su venta al grupo Planeta, Gibson fue uno de los nombres que se dejaron caer. Mundo espejo, la primera parte de esta trilogía, fue el último que formó parte de su catálogo. País de espías aparece en la colección Plata Negra del sello Plata.

Gibson tiene el coraje bien asentado de desarrollar lo que le interesa, sin pensar en el rendimiento económico como factor de estilo. La segunda novela de su primera trilogía, Conde Cero, también resultaba menor y un poco confusa en relación con Neuromante. Sería bueno que Plata no se amilane y dé a conocer también Zero History, el volumen que cierra la trilogía, aún no traducido.

Tal vez el propio Gibson, captador permanente del llamado "espíritu de la época", ahora que ese espíritu cambia cada tan poco tiempo, se reserve una gran décima novela, esta vez sí (como pensaba serlo al principio Mundo espejo) desprovista de continuaciones. Para quien no haya leído a Gibson conviene entrar en su mundo por su clásico, Neuromante, por el libro de cuentos Quemando cromo, o por ese giro importante que fue Mundo espejo. Un primer encuentro con cualquiera de esos libros es memorable.

Quien lo ha ido siguiendo a lo largo del tiempo, por el contrario, se internará con preocupación alterna en las páginas de País de espías, pero verá recompensada su relativa paciencia por fragmentos o cambios de dirección que están a la altura de su prestigio. Para estarlo del todo, tal vez tendría que haberse animado a escribir por una vez una novela corta, o hasta una combinación de tres relatos, uno por cada grupo en movimiento. Pero lo que hay es esto: 380 páginas de novela con mucho trabajo encima, pero poco de narrativa en su despliegue.

País de espías
Por Wiliam Gibson
Plata
Trad.: Rafael Marín
380 páginas
$ 89