Arturo Pérez Reverte ha tenido a lo largo de su vida cinco perros -Sombra, Mordaunt,..- y si algo ha aprendido de ellos, y de otros canes ajenos, es que ningún ser humano vale lo que un buen perro
Arturo Pérez-Reverte, vuelve por sus fueros con los nobles perros./lainformacion.com |
Perros e hijos de perra de Arturo Pérez-Reverte |
"Cuando desaparece un perro noble y
valiente -quien escribe es el articulista Pérez Reverte- el mundo se
torna más oscuro. Más triste y más sucio".
De
"Perros e hijos de perra", así de contundente es el título, habla el
nuevo libro del periodista, novelista y académico de la Lengua Arturo
Pérez Reverte, que ha reunido en esta antología sus artículos escritos
entre 1993 y 2014 y que tienen a los canes como protagonistas
principales o secundarios.
Una exquisitez bibliográfica de apenas 150 páginas, ilustrada por el pintor Augusto Ferrer y editada por Alfaguara.
En
todos sus artículos, el escritor no escatima elogios y cariño hacia tan
fieles compañeros de viaje del ser humano, con los que ha convivido
durante la mitad de su vida, una convivencia que le ha enseñado "mucho"
de cuanto sabe, o cree saber, "sobre las palabras amor, desinterés y
lealtad", poco frecuentes, destaca, "entre los humanos, al menos las dos
últimas; y desde luego -escribe- tampoco la primera".
Para el
autor de la saga del capitán Alatriste o de novelas como "La Reina del
Sur" o "El tango de la vieja guardia", "no hay compañía más silenciosa y
grata" que la de un perro, "libertad más conmovedora como la de sus
ojos atentos, sus lengüetazos y su trufa próxima y húmeda". "Nada tan
asombroso -recalca- como la extrema perspicacia de un perro
inteligente".
Perros que son
medicina sanadora, el mejor alivio "para la melancolía y la soledad", de
una fidelidad extrema que, en muchos casos, se prolonga hasta después
de la muerte del amo. "Morirá por tí, sacrificándose por una caricia o
una palabra".
"Nunca conocí -relata- entre los seres humanos, como
en los cinco perros que hasta hoy pasaron por mi vida, un amor tan
desinteresado y tan leal. Tan conmovedoramente fiel".
Hay
recogidos en las páginas de este libro numerosos casos concretos de esa
fidelidad a prueba del paso del tiempo y de otras circunstancias, de ese
coraje que el autor atribuye a los perros. Pero también historias de
soledad, trágicas.
Historias de perros que, muerto su amo, siguen
esperándole a la puerta del hospital donde falleció, o la de aquel otro
que en la antigua Yugoslavia, recuerda el entonces reportero de guerra,
fue el único en defender a una mujer violada por los serbios ante la
pasividad de sus vecinos, y que peleo hasta que los agresores le mataron
de un tiro.
Y a la vuelta al hogar desde alguno de esos
"territorios comanches" en los que el reportero vio tantas veces el
rostro de la muerte y la maldad del ser humano, allí estaba Sombra, el
labrador que le hacía fiestas, que se enredaba entre sus piernas loco de
contento.
Escribe el autor de "El maestro de esgrima", "La piel
del tambor" o "El francotidador paciente", de momento su última novela,
sobre el abandono de perros en la cuneta de cualquier carretera
secundaria, cuando han dejado de ser el juguete caprichoso de los hijos,
o sobre la muerte colgados de una soga en mitad del campo cuando ya no
son útiles para la caza.
"Al abuelo -escribe- se le mete en un
asilo y al perro se lo lleva a un paraje lejano, se abre la puerta y se
le dice sal". Después un acelerón y "libre del jodío chucho". "El nunca
lo haría", como decía aquel slogan publicitario que perseguía
concienciar sobre hechos tan rechazables.
No recuerda Pérez
Reverte quien dijo aquello de que "cuanto más conozco a los hombres más
quiero a mi perro", pero sí tiene claro que "cada vez que desaparece un
animal silencioso, bueno y leal" este mundo "de mierda resulta menos
generoso, menos habitable y menos noble".
Pero no todas las
historias sobre las que escribe conducen a la tristeza, la indignación y
la melancolía. Las hay también esperanzadoras, felices, como la de
Sami, un perro callejero que vagabundeada por la capital mexicana. Un
chucho "a medio camino entre un zorrillo y un pastor alemán, con un
toque chusma, misántropo y poco sociable", al que un gran danés, de
dueño se supone que pudiente, le sacó un ojo en un ataque callejero.
Heridas
de las que Sami fue curado gracias a la generosidad del vecindario, que
sufragó los gastos del veterinario, y que lo devolvió a la calle. La
misma generosidad que poco después le salvó de un atropello, eso sí sin
cola, con la pelvis "hecha cisco" y cojo. "Hizo a todos mejores".
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