ENTREVISTA
Después de 10 años sin publicar ficción, obtuvo el prestigioso Premio Herralde de novela con El pasado. En esta charla, Alan Pauls habla de las ideas y las "enfermedades" que lo llevan a escribir, y de la minuciosa tarea de "fabricar un mundo" en su última novela.
Con la publicación, en 1987, de El pudor del pornógrafo, su primera novela, Alan Pauls se convirtió en una de las jóvenes promesas de la literatura argentina. Después de El coloquio (1990) y Wasabi (1994), tuvieron que pasar 10 años para que apareciera El pasado, ganadora del Premio Herralde. Alan Pauls ya no es un joven escritor. Y si bien esta novela lo confirmó como uno de los escritores argentinos más interesantes, también lo dejó en el espacio más amplio e incierto de la madurez.
¿Por qué tanto tiempo sin publicar ficción?
Antes me sentía condenado a escribir, escribía con un grado de apremio y de obligación que ahora ya no siento. En un momento dado, en esos diez años, descubrí que podía no escribir, que me podía estar esperando una vida sin escribir, y en ese momento sentí un gran alivio. Curiosamente, después de pensar eso, empecé a escribir con mucho más placer. También tuve una hija, y yo diría que probablemente no hubo nada que me interesara más que la ficción de ver crecer a mi hija. Lo único que puedo decir es que algo cambió en mi manera de pensar la literatura, sobre todo la relación entre la literatura y la vida. Elaborar esos cambios y destilar de ese proceso las herramientas que a mí me podían servir para seguir escribiendo me llevó ese tiempo.
¿En qué consistió ese cambio?
Hubo algo que entró en crisis en mi concepción de la literatura, sobre todo en ese repertorio de creencias y de incertidumbres que uno tiene que tener para poder escribir. Cambié de disco rígido, de software, de todo. Dejé la idea de que para escribir tenía que estar en el centro de una fortaleza inexpugnable y que la vida tenía que quedar afuera. Lo que perdí en sistematicidad y rigidez, lo gané en permeabilidad, en libertad, en disposición al contagio en el campo de la escritura.
Hay muchos puntos de contacto entre El pasado y Wasabi, tu novela anterior.
Yo también creo que hay mucha conexión. Wasabi puede ser leída ahora, retrospectivamente, como una especie de embrión de El pasado. La diferencia importante para mí es que Wasabi no llegaba a constituir realmente un mundo, y en El pasado una de las cosas que más me interesaba era construir, fabricar un mundo. La pretensión de El pasado, en todo caso, es tragarse a los lectores, lograr que vivan adentro de la novela, igual que yo viví adentro de la novela durante los casi cinco años que tardé en escribirla.
¿Esa es tu propuesta de lo que debe ser una novela?
Todo lo que diga puede aplicarse a las novelas que ya escribí. No tengo idea de lo que puede pasar de aquí en adelante. No tengo un programa literario. Si hay plan, eventualmente, ese plan se deducirá retroactivamente. Con El pasado yo decidí que para escribir una novela como esa tenía que fijar de algún modo el perímetro del mundo. Descubrí como un truco, un mecanismo que me permitía, una vez delimitado ese territorio, que era el territorio de la novela, hacer adentro cualquier cosa. Perderme. Y me di cuenta de que una novela es un territorio. No es una flecha, ni una línea, ni un vector, ni un viaje, sino que es un territorio.
En El pasado hay grandes hechos (momentos decisivos de los personajes, por ejemplo muertes) que están omitidos, ¿por qué?
Yo escribo en general historias de personajes que se dan cuenta tarde de las cosas. Me gusta mucho esa especie de delay que hay entre el momento en que las cosas pasan y el momento en que alguien se da cuenta de que las cosas pasaron, y qué representan para su vida. Es como el costado idiota de los personajes de mis libros. Yo creo que en eso se abre un mundo, una dimensión emocional, que me parece mucho más interesante para escribir que la narración del hecho mismo. Yo tiendo a pensar incluso que los hechos no existen, que no son importantes, que lo que importa es el momento en que los hechos reaparecen en una conciencia, o en una inconsciencia, mucho tiempo después.
La droga de la enfermedad
En El pasado, el cuerpo de los personajes está muy presente: sufren sarpullidos, enfermedades. ¿Cómo pensás la relación entre el cuerpo y la ficción?
Me gusta mucho pensar la enfermedad como laboratorio de transformación de las cosas, de los cuerpos, de las materias, de las sensaciones. Me parece que las enfermedades son de algún modo como drogas. Me interesa pensar las enfermedades como maneras de percibir el mundo, no solamente como afecciones, como estados en los que el cuerpo es víctima de alguna fuerza desconocida. Es esa especie de positividad alucinógena de la enfermedad. Detesto el insomnio, es una cosa espantosa, pero al mismo tiempo no puedo evitar pensar que muchas veces, cuando uno sale a la calle, el modo en que uno mira todo después de una noche de insomnio es increíble. Por eso me gusta pensar a las enfermedades como drogas, y a los hipocondríacos como drogadictos.
Uno de los que trabaja con su propio cuerpo es Riltse, el artista conceptual de El pasado. ¿Cómo surgió ese personaje?
Me tentó mucho la posibilidad de usar la novela para escribir una biografía de un pintor más o menos apócrifo, que fuera una mezcla un poco vulgar entre Bacon y Orlan, entre un artista de vanguardia pero clásico y un artista de vanguardia contemporánea. Además, desarrollé la idea de contar la biografía del pintor a través de la biografía de uno de sus cuadros. Al mismo tiempo me parece que el personaje de Riltse entró muy bien en la novela. Lo que venía a hacer Riltse era realizar esa idea de cómo se puede convertir una vida, o dos vidas, en una obra de arte. Sofía y Rímini viven eso como pueden, y de hecho la relación estalla y se convierte en una ficción gótica, o pesadillesca, después de que Sofía le dice a Rímini: "Somos una obra de arte". Pero Riltse sí lleva esa idea hasta las últimas consecuencias, y convierte su propia vida en una obra de arte, que es lo que hace buena parte de los artistas conceptuales hoy.
En esa biografía del cuadro de Riltse hay un personaje que recuerda a Fogwill...
Más bien para mí Fogwill fue como un punto de partida para ese personaje. Yo trabajé con él, de muy joven, en una agencia de publicidad que Fogwill tenía. De modo que estuve muy cerca y fue alguien que a mí me marcó mucho. Es un personaje que en esa época me producía una fascinación increíble. Me di cuenta tarde de eso, pero siempre lo vi como un personaje totalmente de ficción. Creo que cuando lo conocí, dije: este es un escritor. Incluso si Fogwill no publicaba nunca un libro en su vida, para mí siempre iba a ser un escritor.
Al hablar de gustos e influencias, Pauls pasa de las referencias obvias (Juan José Saer, Ricardo Piglia, César Aira) a las menos célebres (Juan José Becerra, Luis Chitarroni, Daniel Guebel). Pero se detiene al mencionar a Marcel Proust. "Por supuesto me gusta mucho Proust, que aparece bastante en El pasado, y me enseñó a pensar la literatura como experiencia. En un momento dado, escribiendo esta novela me pasó que pensé que podía seguir escribiéndola toda mi vida. Me di cuenta de que eso justificaba todo. Incluso en un momento pensé que con una pequeña decisión podía cambiar de arte sin cambiar nada. Me dije: ¿por qué no cobro entrada para que la gente venga a verme escribir? Podía hacer una obra llamada El Escritor, con un tipo que está escribiendo una novela que sólo va a terminar con su muerte. Era un salto de la literatura al teatro, o al performing"
El Pasado
Editorial Anagrama
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