Edmundo Paz Soldán
Gustavo Faverón PatriauEDITORIAL CANDAYA
Roberto Bolaño (1953-2003) ha pasado, en muy pocos años, de ser un poeta marginal a ocupar un espacio medular en el imaginario de las últimas generaciones de lectores, que perciben en él una nueva manera de concebir el mundo de las letras como una aventura pasional y de asumir la tarea del escritor con la rebeldía de un perpetuo inconforme.
A medida que la influencia de Bolaño crece, la crítica trata de comprender su vida y de acceder a la tierra todavía salvaje y secreta de sus mundos ficcionales. Explorar desde perspectivas y enfoques muy diversos el inagotable universo Bolaño es, precisamente, el propósito de este libro colectivo. Junto a ensayos inéditos (como el de Celina Manzoni, pionera en los estudios de Bolaño, o el de Chris Andrews, su traductor al inglés) que dan una buena muestra de la forma en que la crítica académica aborda hoy la obra del escritor chileno, el lector encontrará en Bolaño salvaje textos más personales de escritores muy cercanos a Roberto Bolaño, como Ignacio Echevarría, Juan Villoro, Rodrigo Fresán, Enrique Vila-Matas o Carmen Boullosa.
INTRODUCCIÓN.
ROBERTO BOLAÑO: LITERATURA Y APOCALIPSIS
En "Apocalipsis en Solentiname", Julio Cortázar indaga en las posibilidades del arte en América Latina: dar una visión naif de la realidad, o testimoniar el horror. En el cuento, el narrador, un escritor argentino llamado Julio Cortázar que vive en Paris, visita Nicaragua en plena revolución sandinista. Ya en el primer párrafo, las contradicciones asoman en el personaje, y se resumen en la dificultad de conciliar un arte comprometido con el pueblo con una escritura difícil, vanguardista, "hermética" (283).
Cuando "Julio Cortázar" llega a la isla de Solentiname, descubre las pinturas de los campesinos, que dan cuenta de una realidad en la que hay una comunión del hombre con la naturaleza, "una vez más la visión primera del mundo, la mirada limpia del que describe su entorno como un canto de alabanza" (285). Esa América Latina de las pinturas contrasta con la sensación del narrador en la misa del domingo, en la que, siguiendo los postulados de la teología de la liberación, el evangelio es leído como si fuera parte de la vida cotidiana de los campesinos, "esa vida en permanente incertidumbre de las islas y de la tierra firme y de toda Nicaragua y no solamente de toda Nicaragua sino de casi toda América Latina, vida rodeada de miedo y de muerte, vida de Guatemala y vida de El Salvador, vida de la Argentina y de Bolivia, vida de Chile y de Santo Domingo, vida del Paraguay, de Brasil y de Colombia" (285).
El arte naif de los campesinos no da cuenta del miedo, del horror de vivir en la América Latina de los setenta. Pero no es difícil rasgar la superficie y encontrar las tinieblas, lo siniestro. En el cuento, el narrador, como un turista agradecido y conmovido más, toma fotos de las pinturas y se las lleva a París. Allí, ya instalado con el proyector a su lado, se pone a ver las fotos de Solentiname. De pronto, en un típico giro cortazariano, ocurre lo fantástico para hacer estallar las estructuras del realismo convencional: aparece en la pantalla, en vez de una pintura de un campesino, la foto de un muchacho con un balazo en la frente, "la pistola del oficial marcando todavía la trayectoria de la bala, los otros a los lados con las metralletas, un fondo confuso de casas y de árboles" (287). Después, más fotos del horror: "cuerpos tendidos boca arriba", "la muchacha desnuda boca arriba y el pelo colgándole hasta el suelo", "ráfagas de caras ensangrentadas y pedazos de cuerpos y carreras de mujeres y de niños por una ladera boliviana o guatemalteca" (287-8).
La mayoría de las fotos remite a la violencia estatal: hay uniformados en jeeps, autos negros de paramilitares, torturadores de corbata y pull-over. Es la violencia de las dictaduras del Cono Sur, tiempos de "guerra sucia" y Operación Cóndor. "Cortázar", en el paréntesis revolucionario de la Nicaragua sandinista, escribe un cuento sobre los límites de cierto arte para dar testimonio de ese destino sudamericano, esa violencia latinoamericana. Lo que el escritor comprometido debe hacer es, sin renunciar a su proyecto artístico, sin simplificar sus hermetismos, enfrentarse a esa realidad atroz y representarla. En el ejercicio literal del fotógrafo/escritor en "Apocalipsis en Solentiname", se debe revelar el apocalipsis que está detrás de los paisajes bucólicos y la mirada prístina de los habitantes del continente.
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