23.11.07

¿HA MUERTO LA NOVELA?


Don Carlos Fuentes contribuyó con sus reflexiones como novelista a una pregunta recurrente, que de tanto en tanto, y casi sin oficio, se hacen los enterradores del género, que expiden partidas de defunción del arte de la novela. Mejor los dejó con sus propias palabras.


“Sin embargo, ¿qué es la imaginación sino la transformación de la experiencia en conocimiento? ¿no requiere esa transformación un tiempo, una pausa y un deseo?...Los escritores, por serlo y para serlo, siempre se han sentido solos, incompletos, enajenados- Catulo como Proust-, seducidos y abandonados por el contacto directo con el público –Flaubert y James y sus incursiones en el teatro-, quebrantados por su aislamiento –Poe- o alegremente desafiantes de las fuerzas de la publicidad y el dinero-Balzac-.
La verdadera tiranía de nuestro tiempo es la alianza de la información y el poder, una alimentando la razón de ser del otro; ambos, simulacros- cito de nuevo a Braudillard- en los que la circularidad masiva se instala, identificando al emisor con el receptor en una forma de comunicación irreversible, sin respuesta...
El problema se desplazó de la pregunta “¿Ha muerto la novela?”, a la pregunta ¿”Qué puede decir la novela que no puede decirse de ninguna otra manera?”.¿Le toca al novelista decir lo que no dicen los medios de información? Esto sí debe inquietarnos a todos y muy particularmente al escritor que vive en el tiempo lento, sedimentado, que la información feliz nos niega pero que la escritura y la lectura novelesca reclaman...¿Vale la pena, por imposible que parezca, intentar múltiples proyectos de comunicación narrativa a fin de diseminar las excepciones a la tiranía circular y simulada de la información y el poder? ¿Puede la literatura contribuir, junto con los medios de información que pueden ser mejores y más libres, a un orden de socialización creciente, democrático, crítico, en el que la realidad de la cultura creada y portada por la sociedad determine la estructura de las instituciones que deberían estar al servicio de la sociedad y no al revés? Tiempo y deseo. Pausa para transformar la información en experiencia y la experiencia en conocimiento. Tiempo para reparar el daño de la ambición, el uso cotidiano del poder, el olvido, el desdén. Tiempo para la imaginación. Tiempo para la vida y para la muerte...Necesita tiempo para morir su vida...El autor de novelas continuaría enfrentándose al territorio de lo no-escrito, que siempre será, más allá de la abundancia o parquedad de la información cotidiana, infinitamente mayor que el territorio de lo escrito. Lo sabía Tristam Shandy, cuyo problema era escribir diez veces más rápido de lo que había vivido y cien veces más rápido de lo que estaba viviendo a fin de admitir su vida en su obra: así, se condenaba a escribir como un esclavo y a dejar de vivir. Pero lo sabe también cualquier ciudadano del mundo actual: Lo no-dicho sobrepasa infinitamente a todo lo dicho o mal dicho en el discurso cotidiano de la información y de la política. ¿Qué puede decir la novela que no puede decirse de otra manera? ¿Cuántas veces, en nuestros países, la realidad más vasta, la que incluye no sólo al mundo objetivo, sino a la individualidad subjetiva y a la individualidad colectiva, no fue sacrificada al documento chato, sin imaginación ni realidad- objetiva, subjetiva o colectiva-por miedo a la fantasía, el sueño, el delirio y otros pecados contra el canon realista? ¿Cuántas veces se entendió que el nacionalismo era una especie de calendario de fiestas patrias y ofrendas florales, que no al pie de las letras, olvidando la saludable advertencia de Wole Soyinka: Ejercer la crítica de la nación es una forma de optimismo; solo el silencio es pesimista; y la crítica , como la caridad, empieza por casa? Cuántas veces, en fin, el compromiso político, se entendió como triunfo fehaciente de las buenas intenciones? La exigencia realista nos decía que la novela debía ser el reflejo fiel de una supuesta realidad que, de serlo, debería bastarse a sí misma sin necesidad alguna de libros. La exigencia progesista proponía que el arte debería avanzar junto con el progreso de la sociedad, la política, las ideas y el desarrollo material. La literatura habría de ser el postre de un bamnquete de “anagnórisis”, buenos sentimientos, grandes ilusiones respecto al futuro y promesas de felicidad en la historia. Los grandes novelistas del siglo XIX, está de más decirlo, siempre frustraron este programa bienhechor. Más que nadie, Dostoievski.
Una violencia acumulada sobre violencia, exigió a la novela someterse a una ideología política y servir como medio para los fines totalitarios. Otra, en el extremo opuesto de la frivolidad, consignó a la novela la función de entretener, de alimentar a lo que Wright Mills llamó “the cheerful robot”, el alegre robot de la sociedad consumista, dispuesto a morirse de la risa, a divertirse hasta la muerte. En fin, corriendo el riesgo del nihilismo, una tercera posición se atrevió a mirar el rostro de la novela y encontró en él un espejo vacío: la nada. El sujeto era un espacio vacío. “Yo no existo” dice el personaje de Beckett. “El hecho es evidente.”
La cárcel del realismo es que por sus rejas sólo vemos lo que ya conocemos. La libertad del arte consiste, en cambio, en enseñarnos lo que no sabemos. El escritor y el artista no saben: imaginan. Su aventura consiste en decir lo que ignoran. La imaginación es el nombre del conocimiento en literatura y en arte. Quién sólo acumula datos veristas. Jamás podrá mostrarnos, como Cervantes o como Kafka, la realidad no visible y sin embargo tan real como el árbol, la máquina o el cuerpo.
La novela ni muestra ni demuestra al mundo, sino que añade algo al mundo, refleja el espíritu dl tiempo...
Lo cierto es que el proceso de saturación de noticias quizás atentó contra la voz de la novela, pero acaso, también contribuyó a darle una nueva voz a la novela. Abrió un nuevo capítulo de la historia de la novela: también inauguró una nueva geografía de la novela, disolviendo la frontera artificial entre “ realismo” y “fantasía” y situando a los novelistas, más allá de sus nacionalidades, en la tierra común de la imaginación y la palabra. De nueva cuenta, ¿ qué le proporciona un escritor a su nación, sino lo mismo que se exige a sí mismo: imaginación y lenguaje? ¿Puede una nación existir sin una u otro? Su compromiso carece de importancia literaria si no llega acompañado de imaginación y lenguaje. Pero la ausencia de una militancia política no sustrae el valor social o político a una obra narrativa, pues ésta , mientras más valores literarios reúna, mejor cumple la función generosa que Milan Kundera le atribuye: redefinir perpetuamente a los seres humanos como problemas, en vez de entregarlos, mudos y atados de pies y manos, a las respuestas prefabricadas de la ideología.
Dicho de otro modo: el punto donde la novela concilia sus funciones estéticas y sociales se encuentra el descubrimiento de lo invisible, de lo no-dicho, de lo olvidado, de lo marginado, de lo perseguido, haciéndolo, además, no en necesaria consonancia, sino, muy probablemente, como excepción a los valores de la nación oficial, a las razones de la política reiterativa y aun al progreso como ascenso inevitable.¿es separable el contenido de una novela de la forma en que responde a la pregunta acerca de cómo traducir la experiencia de la realidad en formas específicas? ¿No es la historia de toda novela una evocación de la historia más que una correspondencia con la historia?
La novela siempre se ha dirigido hacia el porvenir. La novela de mundos que se están haciendo o por hacerse. La novela es la voz de un mundo nuevo en proceso de crearse. Esta noción dinámica de la novela es, por otra parte, idéntica a la naturaleza incompleta del género: Arena del lenguaje en la que nadie ha dicho la última palabra. La historia no ha concluido. El reino de la justicia aún no se alcanza. Abierta hacia el futuro, la novela exige, para serlo plenamente, idéntica “apertura hacia el pasado”. ..La tradición y el pasado sólo son reales cuando son tocados- y a veces avasallados- por la imaginación poética del presente...Pero lo es, sobre todo, de su apertura simultánea hacia el futuro y el pasado a través de la imaginación verbal... ¿Qué es entonces, aquello que la novela dice y que no puede decirse de ninguna otra manera? La relación con el pasado es fundamental en este proceso de novelar simplemente porque todos los nuevos novelistas nos dicen lo que esperaba ser dicho, pero no sólo lo que es nuevo, como quería la vanguardia; no sólo lo que es real, ni lo que es políticamente correcto, o religiosamente aceptable, o nacionalmente glorificable, o sentimentalmente reconfortante Sí, otra vez ha triunfado Don Quijote: Todo es relativo, y la novela proclama la universalidad de lo posible.
La literatura potencial y conflictiva de nuestro tiempo trata de darnos, pues, la parte no escrita o no leída del mundo. Pero, como lo dijo y comprendió supremamente Borges, las grandes obras del pasado son parte del futuro. Están siempre esperando ser leídas por primera vez Don Quijote y Tristam Shandy son novelas que aguardan a sus lectores porque, aunque fueron escritas en el pasado, fueron escritas para ser leídas en el presente. La nueva novela, igualmente, nos dice que el pasado puede ser la novedad más grande de todas.El cruce de la novela potencial, crítica, omnívora que ha dado nueva vida a un género que se consideraba moribundo, se encuentra, acaso, en este mestizaje del tiempo con el acto de escribir, y del tiempo con el acto de leer.
El tiempo de la escritura es finito.
Pero el tiempo de la lectura es infinito.
Y así, el significado de un libro no está detrás de nosotros: su cara nos mira desde el porvenir...La novela es una pregunta crítica acerca del mundo, pero también acerca de ella misma. La novela es, a la vez, arte del cuestionamiento y cuestionamiento del arte. No han inventado las sociedades humanas instrumento mejor o más completo de crítica global, creativa, interna y externa, objetiva y subjetiva, individual y colectiva, que el arte de la novela. Pues la novela es el arte que gana el derecho de criticar al mundo sólo si primero se critica a sí misma. Y lo hace con la más vulgar, gastada, común y corriente de las monedas: La verbalidad, que es de todos o no es de nadie. ¿Qué dice la novela? Búsqueda de la novela, búsqueda de la segunda historia, del otro lenguaje, del conocimiento mediante la imaginación; búsqueda, en fin, del lector y de la lectura: Vicio impune, dijo Gide, admirador de las novelas que crean lectores.
Leer una novela: Acto amatorio, que nos enseña a querer mejor.
Y acto egoísta también, que nos enseña a tener conversaciones espléndidas con nosotros mismos.



Geografía de la novela. Carlos Fuentes. México. Fondo de Cultura Económico. 1993.178 páginas.

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