21.9.09

Noticias frescas sobre Barba Jacob

Un libro de reciente aparición descubre el talento de prosista del gran poeta antioqueño.


"Durante siete años estuve trabajando en México y logré crearme una buena posición; pero vino después la guerra y yo, metido en el torbellino de la política, tuve que correr la suerte del país y salir huyendo a Guatemala... En la fuga perdí todo lo que tenía, es decir, mis libros, que eran más de cinco mil, que me habían costado tantísimo dinero y que representaban mi tesoro". Así escribía el poeta Ricardo Arenales a su hermana en 1916.
"En Nicaragua, una noche, un tal Ricardo Arenales, su homónimo, cometió un asesinato. El poeta fue llevado a la cárcel y escarnecido. Al día siguiente, con la intervención del cónsul de Colombia y sus amigos escritores y periodistas fue aclarado el grave error y capturado el verdadero asesino. Ricardo, enfurecido con el suceso, renegó de su nombre y se bautizó con otro inconfundible: Porfirio Barba Jacob". Así recordaba J. B. Jaramillo Meza en 1960 el episodio que motivó el nacimiento de Porfirio Barba Jacob.
"Se encierra bajo llave. Ha pedido una escalera. Nadie entra a la habitación. No se le ha podido hacer la cama, cambiar la ropa, mudar el agua de beber. Todo el día con la luz eléctrica encendida... Parece espiritista. Cuando está en la habitación se oye la escalera trasladarse de un punto a otro apoyada aquí y allá en las paredes". Así describía Miguel Ángel Asturias la vida de Barba Jacob en Guatemala hace 103 años.
"A las siete de la mañana estaba en pie, borroneaba algunas cuartillas para el periódico y así que se había preparado hojas en infusión, tequila y miel, una pócima rara, se volvió al lecho a dormir cuatro horas más". Así narraba Rafael Heliodoro Valle lo que era la vida de Emigdio Paniagua en México hacia 1911.
"He sido agente de publicidad de una compañía de seguros, secretario de un gobernador, autor de monografías y hasta de poemas mercenarios". Así se definía Maín Ximénez en carta al director de El Espectador, Gabriel Cano, en 1941.
"Sea casto. Luche, sangre, fatíguese, pero no se entregue jamás en brazos de la concupiscencia. Nada hay peor, nada hay más feo, nada hay más indigno de un alma. Solo en la castidad están la inteligencia y la fuerza". Así aconsejaba el bohemio Juan Azteca desde Monterrey a su amigo Alfonso Mora Naranjo en 1916.
"Puesto de pie, tosió repetidamente varias veces y de manera estudiada y declamó solemnemente poniendo énfasis a su palabra en una corta estrofa, intrascendente desde el punto de vista poético, que constaba de dos renglones mínimos en su extensión y vacuos en su contenido. En su mefistofélico rostro una sarcástica sonrisa acompañó la acción. Y salió majestuoso, altivo, agitando acompasadamente sus largas y descarnadas manos." Así recordaba Antonio Osorio Isaza un recital remunerado de Almafuerte en un club social de Cali en 1928 ante una audiencia expectante que quedó en profundo silencio tras el desplante del poeta.
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Siete escenas diferentes, siete momentos curiosos, siete personas distintas y un solo hombre verdadero: Miguel Ángel Osorio Benítez, nacido en Santa Rosa de Osos (Antioquia) en 1883 y fallecido en México D. F. en 1942.
Ricardo Arenales, Porfirio Barba Jacob, Emigdio Paniagua, Maín Ximénez, Juan Azteca, Almafuerte... Todos ellos son seudónimos (o, más precisamente, heterónimos) del poeta, ensayista, columnista, bohemio, provocador y andariego antioqueño. Su más célebre firma fue la de Porfirio Barba Jacob, inspirada en un hereje italiano del siglo XVI que se consideraba igual a Cristo. El primer Barba Jacob "fue un pastor sin ninguna cultura, nacido en Cremona -escribió en 1982 Pedro Gómez Valderrama, experto en brujas, herejes y yerbamalas parecidas-, y fue también pastor de almas, según significaba el apelativo de Barba".
Este autor extraño y genial que utilizó numerosos nombres para firmar sus artículos forma parte de la curiosa legión de grandes escritores colombianos que han vivido y desarrollado su obra en México. La pasada Feria del Libro de Bogotá, en la que México fue país invitado, olvidó reservar una agenda especial para estudiar y destacar el fenómeno de que Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Fernando Vallejo y Barba Jacob hubieran escrito lo mejor de su obra en tierras de Emiliano Zapata y Jorge Negrete. A ellos se suman otros autores colombianos que allí vivieron: Germán Pardo García, Antonio Montaña, Octavio Amórtegui, Laura Victoria, Laura Restrepo, Hugo Chaparro, Hugo Latorre Cabal...
El más famoso, por supuesto, Gabo. Pero el más extravagante y enigmático, Barba Jacob. Han sido pocos y tardíos los homenajes bibliográficos a quien sigue siendo uno de los grandes poetas colombianos, pese a que el paso del tiempo ha pelado en muchos de sus versos un oropel cursi.
En 1962, un libro editado por Rafael Montoya y Montoya en 1962 (del que tomo algunas de las citas que encabezan esta nota) fue una primera venia importante a Osorio. Veinte años después, Fernando Vallejo publicó su espléndida biografía Barba Jacob o el Mensajero. Y ahora acaba de aparecer una jugosa y juiciosa recopilación de artículos, cartas, crónicas y reportajes del autor de "Canción de la vida profunda". Se trata de Porfirio Barba Jacob: escritos mexicanos, fruto del trabajo investigativo, clasificatorio y analítico del manizalita Eduardo García Aguilar. Menos sucinta que el título es la denominación del prólogo del mismo García Álvarez: "Orientaciones para violar el sarcófago periodístico de Porfirio Barba Jacob en México".
¿Mejor prosista que poeta?
Noventa años después del arribo de Barba a Ciudad de México, y 25 desde la publicación de la biografía de Vallejo, tenemos ahora nueva información sobre este compatriota que padeció varios exilios, conoció la fama, rozó la riqueza y se hundió en la miseria. Se trata de uno de los libros más interesantes que ofreció la Feria, producto de años de husmear en hemerotecas y bibliotecas, perseguir pistas perdidas, buscar recortes amarillentos y registros microfilmados, descifrar nombres supuestos y deducir autorías, acopiar trabajos publicados a lo largo de más de tres décadas, clasificarlos y ofrecerlos en una edición mexicana del Fondo de Cultura Económica, donde se echa de menos una bibliografía final.García Álvarez, nacido en Manizales en 1953, autor de varias novelas, poemas y ensayos, realizó la investigación y escribió el prólogo hace un cuarto de siglo, con motivo del centenario del nacimiento de Barba Jacob, pero su trabajo había permanecido inexplicablemente inédito.
Además del estudio previo, el tomo de casi 600 páginas abarca una recopilación de 148 piezas periodísticas de Osorio. Hay entre ellas una inmensa mayoría de columnas políticas, algo que sorprende a quienes conocen el Barba Jacob lírico, el de las canciones y las baladas. Pero también es posible encontrar notas ligeras, crónicas y reportajes. En suma, un acopio de prosas de Barba Jacob escritas durante sus muchos años de vida y trabajo en México.
La opinión del prologuista sobre el autor no resulta muy positiva. "Pocas prosas literarias de Barba Jacob valen verdaderamente la pena -dice-: son acartonadas como la mayoría de sus poemas." Pero considera que las que forman parte de la antología son algo diferente. "Estos textos que hemos rescatado del sarcófago adonde fueron condenados por los hinchas que los consideraban basura dan otra imagen de nuestro poeta. Es casi como descubrir el otro lado de la luna. Es rescatar a un gran hombre colombiano: ponerle otra estrella a nuestra nacionalidad".
El juicio resulta un poco contradictorio. Pero parece serlo aún más si nos atenemos a otro párrafo de García Aguilar donde dice que "Porfirio Barba Jacob hacía de su prosa tal vez un reino más importante y trascendental que su propia poesía, convirtiéndose en uno de los más lúcidos, modernos y divertidos prosistas colombianos de todos los tiempos". Cuesta trabajo estar de acuerdo con ambas afirmaciones. Por una parte, que Barba Jacob hubiese sido mejor prosista que poeta y, por otra, que hay sido uno de los mejores prosistas colombianos de todos los tiempos. Lo importante, sin embargo, es leer las notas y reportajes de Barba Jacob. Solo así podrá formarse cada uno su propia idea sobre la obra.
Años de destrucción
García Aguilar tuvo el buen cuidado de señalar las épocas que atravesó Miguel Ángel Osorio y cómo se reflejaron estas en sus escritos. En tal sentido, el aspecto biográfico del prólogo adquiere un interés especial. Allí nos cuenta cómo en 1922 el gobierno mexicano lo expulsó del país a Guatemala, donde inició un penoso periplo centroamericano del que regresa diez años después tuberculoso, sifilítico y en la miseria. Tras un rosario de hospitales, consigue que le contraten un artículo diario en el periódico derechista Últimas noticias. En México, Barba Jacob era conservador y en Colombia, liberal. Cuando escribe en México, muy rara vez se ocupa de temas colombianos.
"Serán años difíciles -dice García Aguilar--, pues lo que gana apenas le alcanza para vivir al ritmo de su bohemia. Fuma marihuana por las calles, se declara públicamente homosexual y es llevado por eso a la comisaría, escandaliza, viste mal, se emborracha en las cantinas, insulta, hiere, humilla, se hunde en una amargura incontenible provocada por el terrible fracaso de su vida".
El 11 de enero de 1942 Barba Jacob entró en agonía. Uno de los últimos amigos que lo vio con vida fue otro poeta colombiano, Germán Pardo García, quien describió en El Tiempo de febrero de ese año la muerte de su colega y compatriota. "A las nueve de la noche lo vimos por última vez. Salimos de su cuarto para darle aviso al maestro mexicano Enrique González Martínez de la muerte inminente de Porfirio, cuyo rostro, al alejarnos de su alcoba y mientras en el umbral dudábamos, presa como lo éramos de una pena extraordinaria, se volvió para mirarnos fijamente, cubiertos ya los ojos por una fría neblina y el pecho en trágica agitación, incapaz de resistir los golpes final de una larga enfermedad que le arrasó los pulmones".
Falleció tres días después. Tenía 59 años. Pasó fuera de Colombia más de la mitad de ellos.
Fue tan copiosa su producción que aún siguen saliendo versos y prosas que permanecían sepultados en otros países, como lo demuestra el libro de sus escritos mexicanos. ¿Cuántos más habrá?
Por: Daniel Samper Pizano

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