30.4.15

La mano que mece la olla

La cocina, los sabores y las recetas no fueron una simple distracción o hábito culinario en la vida de Marguerite Yourcenar. Fue más bien una tarea paralela y cruzada con la de la escritura de sus grandes libros y una seña de identidad tan fuerte como la lengua francesa. De todo esto trata La mano de Marguerite Yourcenar, con recetario recopilado y ensayos escritos en conjunto por las investigadoras Michele Sarde y Sonia Montecino

 
La mano de Marguerite Yourcenar.

Marguerite Yourcenar, sutil cocinera de sus  comidas y textos ./pagina12.com.ar

Un libro de recetas no es un diario íntimo, pero se le parece bastante. De puño y letra, confeccionado a lo largo de décadas, con sus esquinas dobladas por el uso, ubicado en un lugar siempre cercano y fácil de encontrar. El recetario de Marguerite Yourcenar no escapa a esa descripción y es así de elocuente e íntimo. Y lo que narra es, justamente, una serie de cuestiones bastante desconocidas acerca de esta tan popular y distinguida dama emblema de la literatura francesa. Su afición por la cocina, su estilo culinario, la comensalidad que brindó en su sencilla casa en Mount Desert Island, con recetas de los orígenes más disímiles, que fueron delicadamente registradas en su recetario.
Esto es lo que explora La mano de Marguerite Yourcenar, volumen que además de tener como corazón el recetario propiamente dicho, incluye dos ensayos en torno a la relación entre la cocina y la literatura en esta autora. Las encargada de llevar a cabo la tarea fueron Michèle Sarde y Sonia Montecino; la primera, profesora, ensayista y biógrafa francesa, especialista en estudios yourcenarianos, autora del estudio biográfico M. Y. La pasión y sus máscaras, además de participar en la edición de las cartas de la autora editadas por Gallimard. Montecino, por su parte, es doctora en Antropología, titular de la cátedra de Estudios de género de la Unesco, que ejerce actualmente en la Universidad de Chile.
Cada una abordó siguiendo su especialidad un asunto diferente: Montecino analiza el recetario desde la óptica del género a lo largo de la historia. Una escritura privada, típicamente realizada por mujeres y transmitida de generación en generación. Sarde hace una biografía del gusto, atendiendo a las prácticas y devociones culinarias de Marguerite en su vida y sus viajes. Atiende también toda vez que en sus escritos se roza la cuestión, poniendo en alguno de sus personajes –Adriano, Zenón– una prédica sobre este tipo de intereses.
El estudio parte de la infancia de Marguerite Crayencour –su verdadero nombre con el que luego construirá el anagrama Yourcenar–, de su padre francés y su madre belga, de los primeros años viviendo en el castillo Mont Noir en el norte de Francia, con su abuela paterna. El recuerdo es cómo la pequeña Marguerite se escabullía para ir hacia la gran cocina a sentarse en la mesa del personal doméstico. El aroma de los guisos sencillos que se cuecen a fuego lento, los ruidos del lugar donde se pica, machaca, fríe, cautivan a la niña. De estas primeras épocas la autora construye el sino de su cocina: comidas simples y naturales, originadas en el campo o el vergel.
Con la juventud llegan la bohemia y el vagabundeo, iniciado con su padre y continuado en soledad. Recorre el mediterráneo: sur de Francia, Italia, España y Grecia. Convertida en mujer, vive con libertad sus deseos, su sensualidad, en el entorno de la mitología y las leyendas. A esos aprendizajes les corresponde otro modo de alimentarse. Marguerite descubre en territorio helénico, los pequeños cafés donde se deleita con ensaladas, pescados y verduras asadas, bebiendo raki. Esta sensibilidad voluptuosa y trágica, es retomada en su libro Fuegos, de amores mitológicos. Otra familia de sabores simples, contundentes, adopta de allí. Pasa tiempo en París y luego, con su fortuna notablemente disminuida y la segunda guerra en ciernes, decide instalarse de forma definitiva en Estados Unidos. Junto a Grace Frick, a quien conoció pocos años antes y será su compañera toda la vida.
Si bien los sabores ocupan un lugar fundamental en la vida de Yourcenar, es una vez instalada en su casa de Estados Unidos que bautizó Petite Plaisance, que la autora va a dedicarse más plenamente a cocinar. Realizaba ella misma todas las comidas. El tiempo de la escritura se interrumpía a media mañana para ir a buscar hierbas de su huerto y luego preparar el almuerzo. Lo mismo ocurría en la cena, y en algunas oportunidades, también para un té que se servía en el jardín.
¿Cuáles eran esos saberes y esos sabores? La de Yourcenar es una cocina vegetariana –comía carne sólo dos veces por semana– y una cocina expatriada. Puntuada por alimentos que conoció en sus viajes o en sus lecturas, inseparables de las culturas Orientales. El recetario de todos modos no reúne lo más exótico, sino las recetas más comunes –y probablemente las más repetidas–, el núcleo de la identidad de esta escritora fuera de su patria. Junto con las cocinas belgas, francesas y estadounidenses, figuran recetas neerlandesas, suecas, italianas, australianas, rusas, chinas e indias. Muchos alimentos dulces, una variadísima oferta de panes dulces y salados con distintos tipos de especias y preparaciones, pasteles, roscas muffins, scones. Salsas, suflés, bebidas a base de café, alcohol, especias.
Como afirman sus biógrafas culinarias, Yourcenar conservó el núcleo de su identidad mediante su idioma –que nunca abandonó, pese a escribir la mayor parte de su obra rodeada de otra lengua– y la cocina. De eso se trata este libro.

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