9.8.10

Generación Littell

El éxito de Las benévolas alienta la literatura sobre los años del nazismo

Portada de Las benévolas.foto:letraslibres fuente:lavanguardia.es

Jorge Semprún, 86 años, creó en 1994, con La escritura o la vida, las condiciones para pasar el testigo: la literatura fue su opción para desatascar los recuerdos que aparcara cuando comprendió, al salir de Buchenwald, que el precio de la vida era el olvido. Normal entonces que hoy, "el recluso 44904 que llevaba cosido en el pecho el triángulo rojo con la letra S de Spanier" –como recordó en el 65.º aniversario de la liberación de Buchenwald, el pasado mes de abril–, sea padrino benévolo de una generación benévolas, alusión a la novela de Jonathan Littell que el 2006 sacudió el mundo literario.

El inesperado best seller (más de un millón de ejemplares) desenterró la cara más oculta de las matanzas nazis, los fusilamientos en serie en Ucrania. Más inusual: su autor nació en 1967. Max Aue, el jurista y filólogo nazi creado por Littell, convertirá la Historia en historia. Después, la irrupción de ficciones sobre crímenes cometidos un cuarto de siglo antes de que sus cronistas nacieran permitió hablar de generación, a pesar de diferencias estilísticas, de origen y motivaciones.

En marzo, el Goncourt de la primera novela recayó en un autor añada 1972, Laurent Binet, por HHhH (Grasset), título desvelado en la página 180: "Himmlers Hirn heisst Heydrich" (el cerebro de Himmler se llama Heydrich). Su investigación sobre el asesinato de Heydrich, brazo derecho de Himmler y planificador de la solución final, vendió 55.000 ejemplares. Construido sobre los lazos ambiguos entre literatura y vida, el autor colado en la historia para relativizar la eficacia del discurso, el libro confirma esta definición de Binet: "Para que un hecho penetre en la memoria, transfórmalo en literatura". Binet, autor y personaje, descubre alusiones a Heydrich en un filme de Rohmer, visita los sitios de Praga relacionados con el atentado, acumula libros y datos y plantea, sobre el telón de fondo de una guerra militar, el combate entre ficción novelesca y verdad histórica.

"Si los escritores no se apropian de la memoria de los campos, si no la hacen revivir y sobrevivir con su imaginación creadora –escribe Semprún en Une tombe au creux des nuages (una tumba en lo hondo de las nubes)–, se extinguirá con los últimos testigos". Obediente, otro treintañero, Fabrice Humbert, vecino de Binet en París, se apropió de la memoria de un deportado: en L'origine de la violence (Éditions du Passage; 45.000 ejemplares vendidos), el protagonista y autor reconstruye la vida en Buchenwald, "para comprender lo que sufrió mi abuelo".

Uno de los últimos trenes franceses con deportados salió rumbo a Dachau el 2 de julio de 1944. Arnaud Rykner describe aquel viaje en Le wagon (Éditions du Rouergue), en librerías el 1 de septiembre. El lector es introducido en el vagón, "una lata de conservas desbordante de pus", "los muertos mezclados con los vivos, las náuseas". Pero Rykner aclara de entrada que aquello es novela. Lógico: el autor nació 22 años después de aquel viaje.

En 1949, Adorno prohibió escribir sobre los campos. Treinta años después, Maurice Blanchot, gran escritor pero de actividad oscura bajo la ocupación, trató de "indecente" a William Styon por La elección de Sofía. "Imposible una novela sobre Auschwitz: o no es novela, o no es Auschwitz", zanjaba el Nobel de la Paz Elie Wiesel. Las cosas empiezan a cambiar. "La novedad no es ya que se haga ficción sobre la historia, sino que hacerlo no provoque el mismo escándalo", señala Yannick Haenel, 43 años, cuyo Karski (Gallimard), premio Interallié 2009 y 90.000 ejemplares vendidos. recrea, entre ficción y datos, la historia del resistente polaco que alertó al mundo, en 1943, sobre el genocidio. Haenel sigue asombrado por la repercusión de su libro: "Pensé que sólo podía interesar a un puñado de especialistas, por la yuxtaposición de documentos y ficción, para no mezclarlos en una sopa novelesca".

Ese prurito daría legitimidad a la generación Littell, que hace suya la "verdad esencial" de Wiesel: "Es necesario que los novelistas comprendan lo que sienten los testigos respecto de esta historia: una inmensa humildad".

Para saber es necesario imaginar

]Claude Lanzmann, de 84 años –director de Les Temps Modernes, compañero de Simone de Beauvoir durante siete años–, autor en 1985 de Shoah (holocausto), documental de 9 horas sobre el exterminio de los judíos, reaccionó ultrajado ante Las benévolas y ahora niega el pan y la sal a Haenel. Una larga entrevista filmada con el auténtico Karski le sirve de arma. Pero dos no pelean si uno no quiere.

El propio Haenel duda, en su libro, de la legitimidad de colmar con la imaginación los huecos del archivo. Pero recupera la memoria de Karski.

"Yo lo supe –reconoció Raymond Aron, cuando salió a la luz la atrocidad de los campos de exterminio–, pero no lo creí. Y porque no lo creí, no lo supe realmente".

En 1943, Félix Frankfurter, juez de la Corte Suprema norteamericana, interrumpió las revelaciones de Karski sobre el genocidio: "Eso que usted cuenta es imposible".

Georges Didi-Huberman, 53 años y 30 libros, filósofo e historiador del arte francés, aporta la solución: "Para saber es necesario imaginar".

El guionista de Z quita hierro: "Se apoderaron del tema y me parece muy bien; al no tener memoria personal de los hechos, los reconstruyen con objetividad".

Otro dato generacional: Littell, cuyo contrato con Gallimard lo negoció un agente, dejó claro que no promovería su libro en televisión. Sólo una radio y poca prensa.

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