24.8.10

El orden ficticio

El escritor argentino dictará, el 25 de agosto, la conferencia Lectura del mundo en la Universidad de San Martín. Aquí critica a la maquinaria económica que incita a la estupidez

FUNCION. Gracias a la lectura, dice Manguel, reconstruimos el mundo y sabemos movernos en él.foto.fuente: Revista Ñ

No es posible pensar a la universidad desprendida de la vida. En una época como la nuestra, la universidad debería recorrer su propia trayectoria para extraer de allí la interpelación que reformule su sentido y desagregue un nuevo modelo institucional. La universidad deber ser un laboratorio de innovación teórica." Con estas palabras, el Rector de la Universidad de San Martín, Carlos Ruta, ponía en marcha el programa Lectura Mundi, que el próximo 25 de agosto inaugurará el escritor Alberto Manguel, uno de los escritores más eruditos de nuestro tiempo que no realizó estudios universitarios por considerarlos aburridos. La mirada aguda y crítica de este escritor que durante años se reunía a leer en voz alta junto a Borges (otro referente de la cultura argentina que no tiene título universitario) ha generado una gran expectativa en ambientes poco prestos a las perturbaciones.


­En su libro "La biblioteca de noche", usted resalta la porfía humana de conferirle sentido y orden a un mundo que al mismo tiempo parece obstinarse en el caos y la imprevisibilidad. ¿Es posible extraer de ese juego una lectura del mundo? Y en tal caso, ¿la lectura puede ordenar o es sólo un sucedáneo?
­Nosotros, seres humanos, podemos definirnos como "especie lectora". Venimos al mundo condicionados para leerlo, es decir, para imaginarlo e interpretarlo.

Nuestra habilidad imaginativa nos permite reconstruir la experiencia del mundo para aprender a conducirnos en él, en un sentido práctico. Y esa reconstrucción es el resultado de una lectura. Quiero decir: a través de los sentidos, recibimos señales neutras que las recibimos al mismo tiempo que las interpretamos y las cargamos de sentido: el color rojo no lleva en sí mismo el significado de peligro o de combate, un dromedario no posee en sí mismo la calidad de feo o lindo. Todo eso no lo recibimos como un conjunto de sensaciones arbitrarias sino como parte de un lenguaje que, imaginamos nosotros, está narrándonos algo.

De allí surge la antigua metáfora del mundo como libro.


­¿Y hay un orden posible?
­El "orden" que leemos en el mundo es, por supuesto, ficticio.

No proviene de un supuesto "autor" divino o natural, proviene de nuestros deseos y necesidades de sobrevivencia. De la misma manera que leemos animales y dioses en las constelaciones, y supuestas historias en la gente que vemos en el subte, así leemos el mundo, aunque no obedezca el orden que imaginamos. Y esa lectura del mundo, eso que a veces traducimos en lo que llamamos literatura, nos permite creer que podemos entender algo de ese orbe incomprensible.


­¿Cuál es el vínculo entre los libros y la noche?
­De día, los libros en una biblioteca obedecen a normas más evidentes, más estrictas: a la luz del día, podemos ver cómo han sido clasificados, con qué otros se codean, cuál es su posición en la biblioteca. De noche, sobre todo en las bibliotecas oscuras que me gustan, ese contexto desaparece y estoy a solas con el libro en un espacio que para mí tiene algo de fantasmagórico. De noche, siento la presencia del libro de un modo más secreto, menos categórico.

Para entender lo que estoy diciendo, pruebe leer El desierto de los tártaros , solo, de noche, en una biblioteca sin gente...


­¿Internet es la prolongación digital de la enciclopedia?
­No sé si es válido comparar Internet a una enciclopedia. Una enciclopedia es un instrumento estrictamente ordenado, que tiende a resumir y a canonizar. Internet obedece a una multitud de órdenes y sistemas o programas preestablecidos, y en vez de resumir, explaya, se multiplica, no pretende decir una verdad sino muchas.

Además, los primeros enciclopedistas, gente como Diderot y Voltaire, creían en la educación de la inteligencia, en la búsqueda del conocimiento profundo y lógico.

Internet, si bien permite ese uso inteligente, es sobre todo un instrumento que brinda la ilusión de conocimiento sin esfuerzo, a través de la acumulación ilimitada, y prefiere lo superficial a lo profundo, lo inmediato a aquello que requiere tiempo y fatiga. Pero claro, como todo instrumento, su valor depende de quién lo usa y de cómo es usado.


­¿Cómo piensa su vínculo con el futuro un escritor que cabalga entre dos épocas?
­Mi vínculo con el futuro es preguntarme, con mínima curiosidad, si voy a despertarme a la mañana siguiente. Después veremos. Hay quienes sostienen que los nativos digitales han decidido prescindir de la profundidad, la radicalidad y la gravedad para habitar un mundo más superficial, menos ambicioso y más liviano, pero más humano.


­¿Qué opina de esta generación de Bartlebys que, sin rupturas ni revoluciones, con un simple "preferiría no hacerlo", abre una nueva dimensión política?
­ No creo que la generación digital sea una generación de Bartlebys.

El Bartleby de Melville prefiere no hacer nada pero activamente. La generación digital deja, en gran medida, que la elección la hagan otros. Es útil recordar, hablando por ejemplo de "lectura interactiva", que es "interactiva" sólo en la medida en la que el programa utilizado lo permita. Yo no puedo explorar una palabra no programada, o conectarme con otro sitio con el cual no se haya establecido un "link" de antemano. Y quien quiera utilizar Internet para lo que sea ­buscar información, enviar un e-mail, ver un video­ debe hacerlo sometido a un diluvio de imágenes y anuncios publicitarios impuestos por otros. Edith Wharton decía no poder escribir una carta sabiendo que había alguien en la habitación de al lado. No quiero imaginar lo que hubiese sentido la pobre mujer, escribiendo en medio de una cacofonía de anuncios y solicitudes, vigilada por un programa electrónico que subraya sus errores de ortografía y gramática, y sabiendo que al menor descuido alguna persona extraña leerá su correspondencia.

En tal contexto, es difícil rescatar el libre albedrío.


­¿Cómo convive con los avatares políticos del lugar en que despliega su vida cotidiana?
­Samuel Beckett decía que, siendo un extranjero en Francia, no le correspondía dar su opinión sobre la situación política del país que lo albergaba: nunca firmaba peticiones, no iba a manifestaciones, no escribía cartas de protesta a los diarios. Yo, menos sabio que Beckett, no puedo quedarme callado. Viviendo en un país donde se ha instalado un abominable Ministerio de Identidad Nacional e Imigración para definir quién es y quién no es francés; donde el presidente tacha a los habitantes de los barrios pobres de racaille, "basura"; donde otro ministro dice de los imigrantes argelinos que "uno de ellos está bien, pero el problema empieza cuando hay muchos"; donde el presidente pregunta en público para qué sirve leer el clásico francés más importante del siglo XVII, como La Princesse de Clèves ; donde la ministra de financias declara que los franceses deben "pensar menos y trabajar más"; viviendo en un país así siento la obligación de denunciar estas infamias. Si no lo hago, no tengo derecho a dar mi opinión ni sobre literatura ni sobre nada.


­Usted homologa la Torre de Babel y la Biblioteca de Alejandría como símbolos de la ambición humana: desafiar a Dios y poseer todo el conocimiento. Esas pulsiones también inspiraron el iluminismo que hoy capitula frente a nuevos paradigmas.

¿Cuál considera que es el vínculo con la autoridad y el conocimiento que conlleva este cambio de paradigmas?
­ La maquinaria económica que hemos construido necesita, para funcionar, que no seamos curiosos, que no ref lexionemos. Para avanzar, esa maquinaria debe hacerlo en un mundo en el que todo incite a la estupidez, a hacernos creer que no somos lo suficientemente inteligentes para merecer Alejandría ni hábiles como para construir Babel. A menos que la detengamos y la destruyamos, esa maquinaria nos destruirá a nosotros. Pero quizás no sea demasiado tarde para cambiar...

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