23.7.15

La violencia de la muerte como oficio

Narrativa brasileña. Los trabajadores de un matadero protagonizan De ganados y de hombres, de la brasileña Ana Paula Maia, que cuestiona las nociones de civilización y barbarie

Ana Paula Maia. Se la considera heredera del tono realista de Rubem Fonseca por su escritura concisa y cruda./revista Ñ.
De ganados y de hombres de Ana Paula Maia.
Seca, contundente, como el golpe certero del matarife que aturde a los animales, De ganados y de hombres , la novela de la joven escritora brasileña Ana Paula Maia, ingresa en un territorio áspero y brutal que la cultura contemporánea prefiere ignorar, el bajofondo del fast food y la cuota Hilton, la trastienda bárbara de nuestra civilización, el matadero. Un universo estrictamente masculino, habitado por personajes lacónicos cuyas trayectorias se asemejan a prontuarios. Allí, los trabajadores ostentan habilidades precisas y primitivas: degollar, apalear, cazar y descuartizar. Son seres rústicos, en una frontera casi indiscernible con el animal que sacrifican.
El argumento de la novela es mínimo. Pequeños conflictos pueden desatar enormes tragedias que, sin embargo, pasan al olvido en un lugar donde la muerte es cotidiana. El dueño del matadero, Don Milo, pide a Edgar Wilson que deje por un momento su rol de “aturdidor” para ir a cobrar una factura al frigorífico donde se elaboran hamburguesas. La tarea de Edgar consiste en pegar con una maza en la cabeza de las vacas que así quedan desmayadas y listas para ser degolladas. Edgar desempeña su rol de verdugo de manera “piadosa” y se resiste a dejar en su lugar a Zeca, un “loquito” que disfruta al hacer sufrir. La visita a la fábrica es un descubrimiento para Wilson, como la hamburguesa misma, que come por primera vez: “Así, redonda y bien condimentada, no parece que haya sido una vaca. Nada deja vislumbrar el horror desmedido detrás de algo tan delicado y sabroso.” Al volver, descubrirá que el “loquito” se ha excedido en su tarea sanguinaria. Por la noche, se deshace de Zeca con su maza de aturdidor. Sólo el patrón, Don Milo, registra esa muerte pero deja pasar el incidente con tal de no perder a su mejor empleado.
La desaparición sucesiva del ganado pone en guardia a los hombres del matadero. Se suceden las hipótesis y las pesquisas. Es un depredador. Quizá sean ladrones de ganado. Las excursiones en busca de los animales perdidos los llevan a descubrir lo que parece un suicidio masivo. “Se acostumbraron a nosotros”, intenta explicar Edgar.
El planteo filosófico –desde Derrida a Peter Singer y Giorgio Agamben– que cuestiona las jerarquías humano/ no humano, y la violencia contra los animales, considerados “vivientes”, es un intertexto pertinente para leer la novela de Maia que resulta, en ese sentido, muy contemporánea.
La barbarización de los hombres y la conducta casi humana del ganado no sólo cuestionan la oposición entre civilización y barbarie, sino que denuncia la falacia del modo de producción capitalista que esconde su trastienda del horror. Como sostiene Gabriel Giorgi en Formas comunes “se escenifica el “hacer vivir” y el “hacer morir” del capital”, las vidas a proteger y las vidas que son empujadas hacia la muerte. En esta contigüidad entre animales sacrificados y trabajadores explotados, se denuncia el sacrificio de los primeros que representan metonímicamente a los segundos. Todos pertenecen a ese orden de las vidas a descartar.

22.7.15

'Los malos', de Leila Guerriero, un retrato de la perversidad humana en América Latina

Guerriero ha explicado, que el libro está pensado como un todo, como un mapa global de la maldad en Latinoamérica bajo todas sus formas

Leila Guerriero, periodista y escritora argentina.


Los Malos, edición recopilada de Leila Guerriero./lainformacion.com
La columna vertebral del mexicano Santiago Meza, El pozolero, estaba muy dañada. Incluso, su doctor le había advertido que si continuaba como obrero de la construcción, quedaría invalido. Así que Meza cambió de trabajo, y se convirtió en el que todas las noches disolvía en soda cáustica los cuerpos de las víctimas de los narcos. Evitó la discapacidad, pero no la cárcel.

Este es uno de los 14 perfiles incluidos en el libro  Los Malos (Universidad Diego Portales), elaborado por periodistas latinoamericanos y dirigido y editado por la periodista y escritora argentina Leila Guerriero.

Guerriero ha explicado, en declaraciones a Europa Press, que el libro está pensado como un todo, como un mapa global de la maldad en latinoamérica bajo todas sus formas. O como ella misma escribe en el prólogo, "un libro de perfiles que dibuje un mapa oscuro e inverso de América Latina".

"Es una radiografía, una muestra de los patrones por los que corre lo peor de lo más bajo de la miseria humana en América Latina. Quería que cada una de las personas perfiladas fueran malos con recorrido, con convicción, no podía ser alguien que hubiera cometido tan solo un crimen. Eso es un caso policial", ha añadido la periodista argentina.

Torturadores y asesinos

Además del caso de El pozolero, el libro incluye al chileno Manuel Contreras, creador de la policía política de la dictadura de Augusto Pinochet, al argentino Jorge Acosta, líder del centro de detención clandestino de la dictadura militar de su país, al colombiano Alejandro Manzano, paramilitar, sicario y descuartizador en más de cien crímenes confesos.

También cuenta la historia del chileno Julio Pérez Silva, acusado de violar y matar a 14 mujeres, de la argentina Mirta Antón, juzgada por 211 delitos contra militantes de izquierda en la década del 70, la brasileña Bruna Silva, que degolló, destazó, cocinó y devoró a varias mujeres, el venezolano Wilmer Brizuela, al mando de un ejército de reclusos capaz de extender su zarpa dentro y fuera de la cárcel, o del argentino Rubén Ale, asociado a la trata de mujeres.

Asimismo, narra las semblanzas del panameño Luis Antonio Córdoba, policía que se ganó el apodo de 'el inventor del miedo' durante la dictadura, del argentino Norberto Atilio Bianco, médico cargado de atender los embarazos y partos de las torturadas por la dictadura, del peruano Féliz Huachaca Tincopa, integrante del movimiento Sendero Luminoso, de la chilena Ingrid Olderock, entrenadora de perros con los que violaba a los detenidos durante la dictadura de Pinochet, o del salvadoreño Miguel Ángel Tobar, miembro de la Mara Salvatrucha y asesino de prostitutas, viejos, y rivales.

"Son productos de nuestra contemporaneidad política. Contreras y Acosta no hubieran sido posibles en un país sin una dictadura tan terrible como la argentina o la chilena. En un contexto democrático, estos tipos hubieran buscado otros caminos. Detrás de estos malos hay una trama social y política que se sostiene en una estructura de corrucion, sobornos e impunidad", ha explicado Guerriero.

Según la escritora argentina, la apuesta principal del libro, y por ende uno de sus mayores retos, fue el de humanizar a estos 'malos'. "Es mucho más perturbador que mostrar un vecino, que nos los topamos en la panaderia y en el supermercado, que pasea con sus hijas, pero que durante sus horas de trabajo tortura embarazadas con una picana eléctrica", ha asegurado.

'Los malos' es la segunda colección de perfiles que edita Guerriero. El primero fue 'Los malditos', un compendio de semblanzas sobre escritores cuyas muertes (y vidas) se dieron en circunstancias singulares. "Esta vez fue algo distinto, ya que en los malditos elegí yo los perfiles y después pensé en quiénes podían escribirlos, y en este caso fue al revé, aunque hubo algunos casos en los que ya yo tenía claro que tipo de perfiles quería, como en Colombia o en México", ha afirmado Guerriero.

La periodista ha adelantado que ya existe un tercer proyecto similar, aunque prefiere no revelar sobre qué tratará. "No es tan densa como 'Los malos' y 'Los malditos', sino que es una idea provocadora e insolente", ha manifestado.

20.7.15

Burroughs homicida

El sumario guardado en el Archivo del Distrito Federal sobre el procesamiento del escritor por matar a su esposa en 1951 arroja nueva luz sobre el caso

El escritor William S. Burroughs, fotografiado con una pistola y unas dianas de tiro al blanco. /elpais.com

No hubo orificio de salida. La bala quedó alojada en el cerebro de Joan Vollmer. Cayó al suelo y el vaso que tenía sobre su cabeza rodó por el salón. En la mesa había cuatro botellas vacías de ginebra Oso Negro, y en su frente un orificio de siete milímetros de diámetro. Un agujero circular y oscuro por el que William Seward Burroughs entró de lleno en la literatura. Aquel 6 de septiembre de 1951, en el número 122 de la calle de Monterrey, en la Ciudad de México, Burroughs acababa de matar de un disparo a su esposa. Había nacido, con una Star automática en la mano, una leyenda del siglo XX. Burroughs, el homicida. El maldito por excelencia. “Todo me lleva a la atroz conclusión de que jamás habría sido escritor sin la muerte de Joan”, escribiría 34 años después.
Esa misma tarde fue detenido. El crimen llegó a las portadas de los periódicos. “Quiso demostrar su puntería y mató a su mujer”, titulaba La Prensa. Las fotos de primera página muestran a Burroughs, de 37 años, intentando taparse el rostro, y a su esposa ya cadáver. A las pocas horas fue ingresado en la penitenciaria de Lecumberri. El expediente del caso permaneció durante más de 60 años perdido. Un error en la transcripción del nombre lo mantuvo oculto en el Archivo Histórico del Distrito Federal. Hace tres años volvió a la luz. Son 19 folios que recogen desde decisiones judiciales a testimonios claves, como el de Lewis Marker, marino, amante y por quien Burroughs escribiría la asfixiante y autobiográfica novela Queer (Marica).
Burroughs, en la foto policial

Incompletos, los papeles ofrecen una visión fragmentaria pero muy cercana del histórico proceso. En ellos se advierte, por ejemplo, el cambio de declaración de Burroughs que, nada más haber matado a su esposa, confesó haber disparado mientras emulaba a Guillermo Tell. Ya ante el juez esta versión desapareció. La muerte se redujo a un puro accidente cuando iba a mostrar el arma. Una fiesta, mucha ginebra y un disparo fortuito. Un relato, creado para lograr la pena mínima por homicidio accidental, que validó el testimonio más que parcial de Marker. “Estuvieron ingiriendo bebidas alcohólicas y en un momento dado sacó de su funda una pistola, jalándola el carro, produciéndose un disparo que ocasionó la muerte de la hoy occisa”, señala el sumario.
Tras la detención, la familia de Burroughs, nieto del millonario inventor de la máquina calculadora, se movilizó para salvarle. El hermano se desplazó a la Ciudad de México y logró, posiblemente mediante sobornos, que saliera bajo fianza. El escritor había permanecido sólo 14 días preso. Fue, según los papeles, un buen reo. Pero al volver a la calle, el autor de El almuerzo desnudo vería el mundo con otros ojos. En su interior se había abierto el abismo que alimentaría su obra. “Mi pasado fue un río envenenado, del que tuve la fortuna de escapar y cuya amenaza aún siento años después”, diría en el ocaso de su vida.

Viajes enloquecidos

Burroughs y Vollmer se habían conocido en Nueva York en plena efervescencia beat. Él, homosexual y heroinómano; ella, psicótica y enganchada a las anfetaminas. La enloquecida pareja, íntima de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, había saltado de una ciudad a otra huyendo de los cargos por consumo y posesión de drogas contra él, hasta que en otoño de 1949 recalaron en la Ciudad de México.
Documento del juez de 1953 para dejar en libertad a Burroughs.
A su nuevo destino les acompañaron dos niños: Julie, hija de una anterior relación de Volmer, y Billy, el hijo de ambos, nacido en 1947. Pese a esta compañía familiar, la capital mexicana apareció ante los ojos del prófugo como un continente libre, cargado de heroína barata y “fabulosos burdeles”. “Era una ciudad de un millón de habitantes con aire claro y brillante, y un cielo de ese tono especial de azul que tan bien combina con los buitres, la sangre y la arena: el puro, amenazador y despiadado azul mexicano”, escribió.
Bajo esa luz extraña, Burroughs dio rienda suelta a sus pulsiones heroinómanas y combinó el inicio de su novela Yonqui con sus escarceos homosexuales y sus viajes alucinógenos a Centroamérica. Vollmer, cada día más inestable, se fue desintegrando en alcohol. El propio Ginsberg, de visita en 1951, se alarmó ante su degradación.
Esta relación crepuscular no aparece en los documentos judiciales. Por el contrario, los testimonios presentados por la defensa con el ánimo de rebajar la acusación dibujan al escritor y su compañera como una pareja bien avenida y preocupada por sus hijos. “Por el trato que se daban entre sí y por las atenciones a sus hijos, la testigo cree que los esposos Burroughs eran felices”, indica el sumario.
Esta edulcoración y el dinero pagado por la familia surtieron efecto. En 1953, dos años después de quedar libre bajo fianza, el proceso se cerró con una condena en suspenso de dos años por homicidio. Para entonces, el escritor había dejado México y Joan Vollmer había sido enterrada en la ciudad que la vio morir. Queer, la novela nacida de aquella tragedia, no vería la luz hasta 1985. Pero Burroughs, maldito y abismal, jamás dejaría ya de escribir. Para él no hubo salida. La bala del calibre 38 también había quedado alojada en su cabeza.

17.7.15

Amores kafkianos

Un libro repasa la desgraciada historia de las relaciones de Franz Kafka con las mujeres

Grete Bloch.

Dora Dymant.

Franz Kafka junto a Felice Bauer.


Milena Jesenská./elperiodico.com

La figura y la obra de Franz Kafka puede ser examinada desde muchos puntos de vista parciales. El judaísmo. La tensión existente con la figura paterna. La conexión entre los sueños y su ficción. El humor, el absurdo... Sus vínculos con Praga, y la convivencia de las culturas alemana y checa. O su relación con las mujeres, que es como se aproximó a Kafka el erudito Nahum N. Glatzer en un libro publicado en 1986, Los amores de Franz Kafka, traducido por primera vez al castellano para Ediciones del Subsuelo. Un vaciado, comentado e interpretado, de la información dispersa en la correspondencia y los diarios de Kafka, de sus amantes y de su amigo Max Brod.
Como todo lo que tenga que ver con el escritor checo, no se trata de una cuestión fácil. Kafka siente repugnancia ante el acto sexual -el deseo "de una bien definida abominación, de algo levemente repugnante, penoso, inmundo"- pero mantiene relaciones que no se quedan ni mucho menos en lo epistolar. No deja de sentir la necesidad de ser amado por una mujer, por una después de otra, o al mismo tiempo, pero la opinión sobre las capacidades de estas es como poco displicente -"es curiosa la falta de agudez de las mujeres"-. Se siente inválido para el matrimonio -"no soy espiritualmente apto", dice-, pero se compromete tres veces (dos con la misma mujer). Demasiada confusión, que lleva a Glatzer a preguntarse, ya en la primera línea del prefacio, "si Franz Kafka sabía qué es el amor".
La editora Laura Claravall cree que, al margen del valor de la selección de textos que Glatzer utiliza, este muestra "ecuanimidad, al margen de interpretaciones sensacionalistas y con el espíritu de dar una imagen lo más clarificadora posible".Glatzer repasa cada una de las relaciones que mantuvo Kafka (incluyendo la fraternal con quien cree que fue su verdadero amor, su hermana Ottla): un primer intercambio carnal con una dependienta que, en la habitación de una pensión, realiza "una pequeñísima cosa repugnante" que le hace retraerse; el encuentro, relación epistolar, compromiso y ruptura, entre 1912 y 1917, con la secretaria de dirección berlinesa Felice Bauer, una mujer "con los pies en el suelo, sana, enérgica y de gustos básicamente burgueses"; durante este periodo, la relación en un balneario con la jovencísima suiza Gerti Wasner y con la amiga de Bauer Grete Bloch, que debía mediar entre ambos y acabó, según su versión, teniendo un hijo con Kafka, fallecido a los 7 años; tras la ruptura con Felice, la relación con la traductora y escritora Milena Jesenská, de 1919 a 1923, truncada por la enfermedad de Kafka y las reticencias de ella, de las que se lamentaría amargamente, a romper con su matrimonio; y finalmente, en el último año de su vida, su desesperado proyecto de vida con la militante sionista Dora Dymant, con quien fantaseaba con abrir un restaurante en Palestina y que le acompañó hasta su muerte en 1924.
En lo más parecido a una síntesis de la cuestión con la que empieza el libro, Glatzer concluye: "El amor no era lo bastante fuerte para superar su soledad, mientras que su soledad era demasiado fuerte para permitir que el amor creciese".

15.7.15

Sergio Ramírez dice que su última novela es "transgresora" porque "reinterpreta el papel de la mujer"

Afirma que hablar "dentro de la mente y el corazón de una mujer es un verdadero desafío" 

 
Sergio Ramírez, autor nicaragüense  de su última novela,Sara./lainformacion.com
Sara de Sergio Ramírez.


El escritor nicaragüense Sergio Ramírez ha afirmado este martes en Santander que su última novela, Sara, es una obra "transgresora" porque "reinterpreta el papel de una mujer" (el personaje bíblico de Sara) y narra cómo vivió junto al patriarca Abraham "como una mujer marginada, cuya vida está llena de silencios, que vivía escuchando las conversaciones masculinas detrás de una cortina", por lo que ha asegurado que está "emparentada" con  La regenta, de Leopoldo Alas Clarín. "La novela se ocupa de cómo esta mujer intenta ingresar en este mundo que le está vedado y cómo busca su libertad, su independencia, insertándose dentro de este mundo en el que aún le está prohibido reír porque la primera gran prohibición es reírse y reír es una transgresión", ha resumido en una rueda de prensa con motivo de su curso 'El autor y su obra. Confesiones de un fabricante de mentiras', que se celebra en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) de Santander. Ramírez, que interviene en los  Martes Literarios, también ha manifestado que La regenta  es "un retrato de una sociedad muy conservadora y vetusta y donde los prejuicios pesan tanto sobre el mundo de una mujer que al final termina siendo una víctima". Por ello, ha comentado que "la gran enseñanza de Clarín" y de su novela es "cómo puede revivir de una manera tan monumental" un tema "tan decimonónico, tan paradigmático en el siglo XIX", en referencia a "la mujer engañada y destruida por los prejuicios de la sociedad en base al engaño sexual", que se trata en obras como Ana Karenina  o Madame Bovary. Y en relación con el personaje de su novela  Sara, Ramírez ha afirmado que entrar dentro de la vida de una mujer y hablar dentro de su mente y su corazón es "un verdadero desafío porque representa un gran misterio". Además, ha asegurado que "es probable" que en la realidad haya existido una mujer que haya vivido este tipo de situaciones porque "la literatura está hecha de las grandes posibilidades y no es más que un espejo de las realidades". "En este caso, no he investigado tanto como para saber cuáles fueron las fuentes de Clarín para formar este personaje, pero estoy segurísimo de que en la tradición de la ciudad (Oviedo) debió haberlo como en cualquier lugar", ha afirmado. Al respecto, ha reconocido que en su propia familia se ha producido esta situación porque una tía suya "fue embarazada por un burlador", que no quiso casarse con ella y eso fue "una verdadera tragedia". LITERATURA FRENTE AL CINE Y LA TELEVISIÓN Igualmente, ha anunciado que está tratando de escribir una secuela de su novela policíaca  El cielo llora por mí porque "quiero hablar de la Nicaragua de hoy en día, la que estamos viviendo", debido a que, a su juicio, la novela negra "no es solo un conflicto criminal, sino que da la oportunidad de hacer un retrato de la sociedad contemporánea". Asimismo, en contraposición con las series televisivas, ha defendido que el mundo visual "nunca va a acercar sus fronteras" a la literatura porque "la gran maravilla" de la literatura es que "las imágenes que yo tengo en la cabeza las transformo en signos, que son las palabras, y esos signos, a su vez, van a ser descifrados por el lector". "Él va a imaginar lo que yo imaginé y lo va a imaginar de manera distinta. Y cada lector que lee imagina a su modo. Esa es la gran maravilla de la literatura con la que ni el cine ni la televisión pueden competir", ha proclamado, porque aunque pueda haber "buenos guionistas, no fabrican imágenes, fabrican diálogos", mientras que el escritor fabrica las dos cosas y "tiene un universo más completo". Igualmente, ha incidido en que desde 1996 "no soy miembro de ningún partido" y está "lejos" del mundo político, pero ha aclarado que opina sobre lo que ocurre en América Latina "como ciudadano" y que se siente "muy bien en el territorio de la literatura". "Tengo más lectores que electores", ha asegurado. LAS ELECCIONES EN NICARAGUA NO SON "NINGÚN RETO DEMOCRÁTICO" Sobre Nicaragua, ha incidido en que es un "país pequeño" con una economía "débil" y dependiente, por ejemplo, del petróleo de Venezuela y ha puesto de relieve que América Latina es un continente "muy vasto" con distintos tipos de países.
Con respecto a las próximas elecciones de Nicaragua, no prevé ningún cambio porque "no puede haber sorpresas electorales en el país" ya que Daniel Ortega volverá a optar a la presidencia y porque "no hay quien cuente los votos, es un mecanismo electoral totalmente sometido al Gobierno y al partido del Gobierno". "Por lo tanto, lo veo como algo cautivo que no presenta para mí ningún reto democrático", ha lamentado. 

14.7.15

Murió Gustavo Sainz

El amor es la pasión más habladora, decía

Gustavo Sainz, autor mexicano de Gazapo, una novela juvenil dentro de la llamada Onda./jornada.com.mx


El escritor y ensayista mexicano Gustavo Sainz, personaje representativo del movimiento de la literatura de la onda de los años 60, murió el 26 de junio a los 74 años, confirmó el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
La noticia del fallecimiento se difundió en México ayer por la tarde luego de que su nombre apareció en el obituario del Herald Times Online, en Bloomington, Indiana, donde vivía Sainz, quien era docente retirado de la Universidad de Indiana en esa ciudad.
Gustavo Sainz nació el 13 de julio 1940 en el Distrito Federal y en 1974 recibió el premio Xavier Villaurrutia. Fue director literario de las editoriales Grijalbo y Joaquín Mortiz, además de titular del Departamento de Literatura del INBA, y se desempeñó como investigador y catedrático de literatura española en las universidades de Indiana y Nuevo México, Estados Unidos.
Entre sus obras destacan Gazapo, Obsesivos días circulares, La princesa del Palacio de Hierro (1974), Compadre lobo (1978), Fantasmas aztecas (1982), Muchacho en llamas (1987) y A la salud de la serpiente.
El escritor estudió derecho y filosofía y letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, asimismo, fue asesor editorial de la Secretaría de Educación Pública y Premio Nacional de Narrativa Colima para Obra Publicada 2003 por A troche y moche.
En una entrevista, de 1999, Gustavo Sainz dijo a La Jornada: “Trato de ser honesto conmigo mismo, y si voy a hacer una novela sobre el tema que sea, no puedo pensar que tomaré el modelo de Pavese o Fielding o Payno para hacer el libro. Lo invisible que quiero hacer visible, cuando por fin me decido a escribirlo, adquiere su propia forma, su ritmo, velocidad y disposición tipográfica.
“No hago –prosiguió– que las novelas sean forzosamente de una manera o de otra, no puedo hacer uno de mis libros como una crónica a la manera de Wolfe o de Mailer o de Gore Vidal. Prefiero que la obra fluya a través de mí. Y a la vez hay otra cosa: pienso que en el final de siglo hay estéticas nuevas, como las había a finales del XIX.”
El autor, en esa ocasión a propósito de su obra La novela virtual (atrás, arriba, adelante, debajo y entre), dijo que “el amor es la más habladora de las pasiones”.
“El problema es qué es el amor cuando no es una estampita. Puede ser un impulso eléctrico, una asociación química, el encuentro de dos imaginarios o meramente palabras. En esta novela se confirma esta tesis que sostuve en La princesa del Palacio de Hierro.
“De modo que –añadió– este sentimiento puede ser una red de palabras y lo que hace la novela es un poco investigar qué se esconde atrás del cliché. No es fácil explorar eso. En algún momento del libro se dice, por ejemplo: ‘La mujer no existe, lo que existe son las muchachas y los varones que las destruimos’.”
Luego de impartir cátedra durante más de 19 años en la Universidad de Indiana, continuaba escribiendo y proyectaba la creación de un centro cultural en Saltillo, a cuyo sistema de bibliotecas públicas Sainz tuvo la intención de donar en 2011 toda su biblioteca, de más de 75 mil libros, películas y obras de arte.
El proyecto jamás se concretó por falta de recursos de la entidad para transportar a México tan valioso acervo.
En 2005, Gustavo Sainz narró a La Jornada el motivo de su autoexilio del país cuando la revista La Semana de Bellas Artes –fundada por él y auspiciada por el INBA– publicó un cuento que resultó “ofensivo” para Carmen Romano, esposa del entonces presidente José López Portillo.
Los hechos derivaron en la renuncia de Juan José Bremer –actual embajador de México en Gran Bretaña– a la dirección del INBA, cargo que había desempeñado durante varios años con el beneplácito de buena parte de la comunidad artística e intelectual. “Fui un chivo expiatorio”, dijo Sainz.
No obstante, aseguró que no se fue del país por el problema con la pareja presidencial de entonces. Se fue, dijo, invitado por una universidad de Estados Unidos, que le dio “una beca de 15 mil dólares para preparar una conferencia sobre los dioses aztecas en la obra de Carlos Fuentes. Me pareció que en México jamás iba a tener un pago como ése por una conferencia”.

Zelda y Francis Scott Fitzgerald: la gran resaca de los felices veinte

La pareja se casó en 1920 en plena apoteosis erótica y literaria. Lo tuvo todo y todo lo perdió

Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald, en 1921, un año después de su boda. / Colección Everett./elpais.com
Ni antes ni después, ninguna pareja literaria se codeó con las estrellas como ellos. Tampoco ninguna se despeñaría tan estrepitosamente a la vista de todos. Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald pasaron del cielo al infierno sin estaciones intermedias. Se amaron mucho y parecieron detestarse aún más, aunque entre sus días de rencor se colaban rayos de ternura y nostalgia. Se bebieron los felices años veinte en todos los sentidos, y acabaron roídos por mezquindades, penurias, adicciones y enfermedades, el signo de los tiempos que arrancaron con el crashde 1929 y desembocaron en la hecatombe mundial de 1940.
Cuando al novelista le preguntaron en una entrevista en 1936 qué había sido de los protagonistas de la generación que amó por igual al jazz y a la ginebra, respondió: “Algunos se hicieron especuladores y saltaron por la ventana. Otros se convirtieron en banqueros y se pegaron un tiro. Otros se hicieron periodistas”. Si alguna duda quedaba sobre su estado de ánimo de entonces —él, un indiscutible de la literatura—, sólo había que leer el arranque del relato El Crack-Up: “Toda vida es un proceso de demolición”.
Zelda y Scott lo tuvieron todo y todo lo perdieron. Las cartas que se intercambiaron a lo largo de su vida, publicadas en EE UU en un solo volumen en 2002 y traducidas al castellano por Ramón Vilà Vernis en la obra Querido Scott, querida Zelda (Lumen), ayudan a entender ese proceso de derrumbamiento. Ayudan pero no despejan la incógnita mayor, la misma que se planteaba Zelda en el otoño de 1930: “Me pregunto por qué no hemos sido nunca demasiado felices y por qué ha sucedido todo esto”.
El cuento había empezado en 1918 en un baile en un club de campo de Alabama, donde coincidieron Zelda, hija del juez Sayre criada con un margen de libertad artístico impropio en jóvenes sureñas, y el alférez Francis Scott Fitzgerald, que aguardaba en Fort Sheridan la orden para combatir en la Gran Guerra. Eran atractivos, ingeniosos, inteligentes: dos luminarias condenadas a atraerse. El 3 de abril de 1920 se casaron en Nueva York, en plena apoteosis erótica y literaria. La tirada inicial de la primera novela de Scott, A este lado del paraíso, se había agotado en tres días. El escritor se había convertido en alguien célebre. Su pareja pronto lo haría también, como la acompañante perfecta de correrías. Nueva York era una fiesta.
Y cuando dejó de serlo se fueron a Europa, más barata, a intentar continuarla. Su primera estancia en Italia y Francia desagradó al escritor: “Que el diablo se lleve al continente europeo. Su interés es meramente arqueológico”. En 1921 nació Frances Scott Fitzgerald, su única hija. También echa a andar —y ya no parará— el carrusel económico y sentimental. Gastan más de lo que ingresan, se pelean más de lo que se divierten. Cuando regresan a Europa, Zelda se obsesiona con la danza y tiene una aventura con el aviador francés Edouard Jozan. “Supe que había pasado algo que nunca podría repararse”, escribió Scott.
Aquellos días acabarían novelados en Suave es la noche por Scott y Resérvame el vals por Zelda. El escritor se indignó al descubrir que su esposa había utilizado el mismo material literario —sus propias vidas— en su primera novela. Hasta entonces él había dispuesto libremente de sus biografías y de fragmentos de cartas y diarios de Zelda, lo que alimentó la teoría de que se había apropiado de su talento. Hemingway, por el contrario, afirma que ella estaba “celosa del trabajo de Scott”. Eleanor Lanahan, nieta de ambos, no lo cree así en ningún caso: “Un rasgo admirable de mis abuelos era su infinita capacidad de perdonar”. Scott ayudó a revisar el manuscrito, aunque Zelda suprimió los párrafos que le exigió.
En 1930, Zelda sufrió una crisis que provocó su primera hospitalización. Poco después se le diagnosticó una esquizofrenia, que la llevaría por distintos centros y tratamientos a veces disparatados. Scott logró salvar de la demolición de su alcoholismo nuevos destellos de talento y, al final de su vida, alcanzó cierto sosiego junto a Sheilah Graham. Falleció en 1940, escuchando un partido de fútbol por la radio. Zelda tuvo un final más horrendo: murió calcinada en 1948 en un incendio en el hospital Highland, en Carolina del Norte. En 1975 los restos de ambos se enterraron juntos. En su lápida se lee el final de El gran Gatsby: “Y así seguimos empujando, botes que reman contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado”.

Apuntes biográficos

Francis Scott Fitzgerald (Saint Paul, Minessota, 1896) fue un precoz triunfador. Su primera novela, A este lado del paraíso (1920), se convirtió en un inesperado éxito. Su talento se corroboró con obras como El gran Gatsby o Suave es la noche y sus relatos (aunque abjurase de ellos). Murió de un ataque al corazón en 1940.
Zelda Sayre (Montgomery, Alabama, 1900) escribió una novela autobiográfica, Resérvame el vals, y cuentos. Sus cartas revelan un notable talento literario. Fue una bailarina frustrada, que dejó el ballet joven y lo retomó mayor. Falleció en 1948 en el incendio del hospital de Carolina del Norte, donde vivía internada.

13.7.15

Los peligros de la verdad

Ensayo. El madrileño Hotel Florida hospedó a personalidades –Capa, entre ellos– como cronistas de la Guerra Civil. Un libro analiza esa experiencia

Hotel Florida de Amanda Veill portada original en inglés.
Desde el frente. Hemingway, 1938 (derecha.). Fue uno de los extranjeros que narró el conflicto español./revista Ñ.
Amanda Veill, escritora y editora estadounidense de Hotel Florida. Verdad, amor y muerte en la Guerra Civil.
Es posible escribir la verdad durante una guerra si la información o análisis en un conflicto bélico se carga de subjetividad adicional cuando quien la difunde es alguien comprometido con una causa? El tema de la verdad, de la subjetividad, es uno de los afluentes del relato histórico Hotel Florida. Verdad, amor y muerte en la Guerra Civil de la estadounidense Amanda Vaill, una experta en el conflicto armado en España en los 30 y su libro, uno de los primeros bestsllers en EE.UU. el año pasado.
Hotel Florida no es una historia de la Guerra Civil, es una narración, no un estudio académico pero menos, una ficción. Es una reconstrucción de aquel drama del levantamiento faccioso de la derecha contra un gobierno constitucional de izquierdas, basada en “cartas, diarios y memorias personales –publicadas o inéditas– además de documentos oficiales, bobinas de películas recuperadas, biografías fidedignas, historias y noticias de la época”.
Vaill reconstruye la vida en esos tiempos claves de España de tres parejas de famosos pasajeros del Florida: los periodistas estadounidenses Ernest Hemingway y Martha Gellhorn; los famosos fotógrafos europeos Robert Capa y Gerda Taro; y quiso darle también un rol a un español y eligió al censor republicano de los corresponsales extranjeros, Arturo Barea y su pareja, la austríaca Ilsa Kulcsar. Además cobran vida y dramatismo personajes como John Rodrigo Dos Passos , el soviético Ilya Ehrenburg con su compatriota Mijail Koltsov corresponsal de Pravda y de la inteligencia con llegada a José Stalin y su víctima, al finalizar la guerra. La presencia de famosos escritores como André Malraux o George Orwell, poetas como Pablo Neruda o Nicolás Guillén pasan por esta historia junto a María Teresa León con su marido Rafael Alberti; a veces, viajeros ocasionales como el entonces famoso actor Errol Flyn.
Cuando se produjo el alzamiento de Francisco Franco el 18 de julio de 1936, el gobierno legal recurrió a Francia gobernada por el Frente Popular y al Reino Unido, pero la respuesta fue, al igual que la de EE.UU., la no intervención, pese a la descarada presencia de tropas de armamento de todo tipo y asesores militares de la Alemania nazi y la Italia fascista. En réplica la Komintern organizó las Brigadas Internacionales que convocaron a alrededor de 50 mil personas con y sin preparación militar: quedaron con vida poco más de 8 mil al finalizar el conflicto en 1939. La URSS envió material de guerra que permitió al Ejército republicano enfrentar el levantamiento faccioso. Stalin cobró los envíos con el traslado de las reservas de oro a Moscú.
Si positiva fue la ayuda militar soviética como señala la autora, la de sus servicios secretos a la caza de trotskistas o supuestos izquierdistas resquebrajó la confianza en la República en intelectuales como Dos Passos, muy amigo de su traductor José Robles Pazos reprimido por los comunistas. El autor de Manhattan Transfer viró hacia posiciones derechistas enfrentándose a Hemingway. Este lo acusó de haberse vendido a los fascistas.
El Hotel Florida fue bombardeado como todo Madrid, condicionando la vida de sus huéspedes. En 1960 un pariente de Franco lo hizo demoler para construir la Galería Preciados. Pero también albergó a los corresponsales extranjeros, el Majestic en Barcelona. De allí partían los periodistas hacia diversos frentes como el de Teruel, una verdadera carnicería, pero las notas de Hemingway fueron rechazadas por la agencia NANA para la que trabajaba, porque eran iguales a las del corresponsal del New York Times , Herbert Matthews. Ese año, más tarde, entrevistará a Fidel Castro en la Sierra Maestra popularizando a la guerrilla dentro de EE.UU. El enfoque de la autora es de una antifascista que no se guarda hechos críticos ocurridos en las fuerzas republicanas o en contar historias que no dejan bien parados a mitos del periodismo como Hemingway, Malraux o Gellhorn. Estos nombres y otros fueron a España para apoyar a la República. De hecho fueron “periodistas militantes”, porque creyeron que sus crónicas (o Robert Capa con sus fotos como “Muerte de un miliciano” que dio vuelta al mundo) debían ser la palabra del frente de lucha contra el fascismo ascendente. Lo mismo le ocurrió al holandés J. Ivens con su documental España en llamas , en el cual colaboraron Hemingway, Dos Passos y Capa, que conmovió al público estadounidense pero no doblegó a la Casa Blanca de F. D. Roosevelt.
Vaill es meticulosa y describe el horror de la guerra, los bombardeos sobre ciudades indefensas a través de cómo viven la guerra y trabajan sus protagonistas. Es particularmente destacable el relato sobre Capa y su mujer Gerda quien muere cubriendo combates mientras que el fotógrafo húngaro morirá más tarde en Vietnam al pisar una mina personal.
Se pregunta la autora: ¿Por qué lo hicieron? ¿Por convicciones, por gloria, por dinero? Dirá en un momento el autor de Por quién doblan las campanas : “Es muy peligroso escribir la verdad durante una guerra y llegar a averiguar la verdad es mucho más peligroso aún”. Vaill ayuda a encontrarla.

11.7.15

Jorge Luis Borges: el axioma de la literatura argentina

Los lugares comunes algunas veces aciertan. Por ejemplo: es imposible pensar la literatura argentina sin Borges

 
Sarlo imagina que Borges no existió y reordena lo que queda./ Sophie Bassouls./adncultura.com
Pieza maestra del siglo XX, a partir de él se cruzan o se dispersan todas las líneas. Esto vale hasta comienzos de 1980. Desde entonces pasan cosas diferentes que darían lugar a otra nota, cuyo título podría ser "La literatura argentina después de Borges", cuando comenzó a funcionar de modo más "normal", menos volcánico; sigue siendo el Gran Escritor con quien, sin embargo, ya no todos ajustan cuentas y se trazan diagonales que Borges no pisó. La culminación absoluta y el apaciguamiento.
¿Cómo habría sido la literatura hasta los años ochenta sin Borges? Es difícil imaginar a Bioy Casares sin ese prólogo a La invención de Morel que escribió Borges. Pero podemos imaginar otros que, probablemente, habrían dibujado una cartografía distinta, despojada del "centro Borges". La pregunta permite pensar "en hueco", no como si algo faltara sino intentando imaginar su radical inexistencia. Si se lo pensara como un simple faltante, el ejercicio no valdría la pena.
En cambio, se trata de olvidar que existió y reordenar lo que queda. Los libros inaugurales de lo nuevo habrían sido Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), Calcomanías (1925) y Espantapájaros (1932), de Oliverio Girondo, y no la serie Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). Probablemente nadie habría releído a Evaristo Carriego, como lo hizo Borges, y la poesía argentina tendría en su centro operaciones más "vanguardistas", como las de Girondo. Y en lugar de las orillas porteñas, el barrio y las calles rectas hasta el horizonte, estaría el paisaje fluvial y fluyente de Juan L. Ortiz. En ausencia de Borges, probablemente ésas serían las dos grandes líneas poéticas de la primera mitad del siglo XX.
Martínez Estrada fue el gran escritor ideólogo; pero, sin Borges, no habría obstáculos para pensarlo, en soledad, como el gran ensayista del siglo. Por otra parte, sus relatos se correrían al centro del sistema. El prodigioso "Marta Riquelme", por ejemplo, habría inventado un espacio original, fantástico, laberíntico, arbitrario y terrible. "La inundación" sería el tributo que la literatura argentina, en ausencia de Borges, rindió a Kafka, el escritor que Borges admiró de modo incondicional. Pero algo estaría faltando. Martínez Estrada no es citable como lo es Borges, y una literatura es, entre otras cosas, un sistema de citas y reconocimientos, rebotes, préstamos y deformaciones.
Sin Borges, la forma más simple de ordenar la literatura de la primera mitad del siglo caería en pedazos. La servicial oposición en la que Borges fue lo que Arlt no pudo ser y viceversa le da un orden a los libros hasta 1950. Pero sin Borges, la originalidad de Arlt enlazaría directamente con la de Puig: dos escritores que escriben "desde afuera" de la literatura, aunque sea un mito sostener que no sabían literatura. Arlt escribe desde el periodismo, el folletín y la novela rusa (Borges detestaba la novela rusa y le gustaban, como una debilidad, sólo los folletines gauchescos); Puig escribe desde la novela sentimental y el imaginario del cine (Borges detestaba la novela sentimental, y le interesaba el cine, pero no a la manera de Puig: ponía sus distancias, hacía esguinces).
Probablemente Bioy no habría sido quien fue realmente sin Borges y a Silvina Ocampo se le reconocería una marca de originalidad muy fuerte. Ella no fue borgeana; su escritura tiene una turbiedad, una buscada imprecisión, una perversidad en el acople de palabras que no son borgeanas. Hay en Silvina Ocampo una especie de rebeldía a la racionalidad formal y a la trama bien compuesta, a la nitidez de lo complejo (la gran marca de Borges) que la coloca siempre como una outsider. Sin Borges, Silvina Ocampo habría sido una alternativa de primer plano, no una escritora extraña que, paradójicamente, estuvo cerca de Borges mucho tiempo.
Algunos escritores intocados por la ausencia de Borges: Leopoldo Marechal, por ejemplo. Poco habría cambiado. Adán Buenosayres está escrito en absoluta contemporaneidad con los grandes relatos de Borges, pero como si perteneciera a un sistema musical diferente, con otros tonos y escalas. La huella de Marechal habría sido probablemente la misma. Borges y Marechal no se escuchaban. Cortázar, en cambio, leía a Borges y declaró que quiso escribir en la lengua que Borges usaba. Como inventor de ficciones buscó lo que Borges rechazaba: el shock del surrealismo, el disparate de la patafísica. No estoy muy segura de que Borges le fuera indispensable del modo en que lo fue para Walsh o para Piglia. Lo fantástico de Cortázar no es una respuesta a Borges; es diferente.
Sin Borges, ¿qué habría sido Saer? Su primer libro, de 1960, En la zona, es tan borgeano como un homenaje o una ironía. Después, Saer (lector de Borges, de los mejores) se dedica a lo suyo, como si En la zona hubiera sido el paso necesario para mostrar que cualquiera imita a Borges, en un momento de copia necesaria y de competencia temeraria que, una vez atravesado, abre un territorio original. Copiar para exorcizar; copiar para ausentar.
Sin Borges, la literatura argentina no habría tenido un capítulo "anti-Borges" donde se discutieron las implicaciones entre figuración literaria e ideología política. AntiBorges es el título de la recopilación, hecha por Martín Lafforgue, de esos debates. Aunque parezca una discusión vieja, no lo es tanto y, a veces, vuelve en el momento menos pensado (precisamente porque es el momento en que se piensa menos). Sin Borges, el escritor de literatura fantástica más citado habría sido Cortázar, que presenta pocos problemas ideológicos después de su conversión a la revolución cubana. La oposición fantástico-realista habría tenido como objeto sus relatos.
Sin Borges, la teoría literaria no habría encontrado una obra que le permitiera alcanzar una autoconciencia argentina: pensar problemas teóricos con textos escritos acá, como si esos textos anticiparan aquellos problemas, los adivinaran y los dejaran abiertos. Y, aunque la lengua de Arlt y la de Saer llegan de geografías originales, sin Borges no se habría escrito en ese castellano rioplatense límpido, tan criollo como cosmopolita, que (al revés de los enigmas rebuscados pero banales) sólo muestra su dificultad magistral, su desafío a la inteligencia, una vez que el lector se ha acercado a comprenderla.

10.7.15

El libro que alumbró ‘Matar a un ruiseñor’: el regreso de Harper Lee

El martes se publica Ve y pon un centinela, la novela que dio origen a uno de los clásicos de la literatura de EE UU. Llegará con una tirada de tres millones de copias en ingles y español

Harper Lee, en una imagen de 2007. / Chip Somodevilla./elpais.com

Ven y pon un centinela de Harper Lee, en un lanzamiento mundial.

En cuatro días se romperá un silencio mítico. Un pitido fatigado anuncia que el tren se acerca bajo el calor inmisericorde de Maycomb. Ahí viene la señorita Jean Louise Finch, Scout de niña, procedente de Nueva York a visitar a Atticus, su padre. Los años 50 ya doblan la esquina y parece que el pasado ha quedado atrás, pero no es así. Ella tiene 26 años y él ronda los 70. La última vez que se supo de ellos fue en los años 30. Cuando llegue hablarán de muchas cosas, con el telón de fondo de la lucha por los derechos civiles, los disturbios políticos y la convulsión por la segregación racial en Estados Unidos, mientras ella tiene las ideas claras sobre la mujer contemporánea. Sombras, secretos, verdades y dudas aparecerán. El aire faltará por momentos. Nada será igual, ni pasado ni futuro. Nada. Ni para ella ni para los lectores, en el encuentro literario más esperado de los últimos tiempos: Ve y pon un centinela (Harper Collins Ibérica). Es la novela original que escribió Harper Lee pero que su editor pidió que reescribiera hasta dar como resultado Matar a un ruiseñor, Premio Pulitzer 1961, y con más de 40 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo
Todo se sabrá a partir del martes 14 de julio en Estados Unidos y Reino Unido, con tres millones de ejemplares (es el número uno en la preventa de Amazon) y en España y Latinoamérica al día siguiente, con una tirada inicial de 120.000 copias. Una historia que romperá el silencio de 55 años de Harper Lee (Monroville, Alabama, 1926) desde la publicación en 1960 de su única novela conocida hasta hoy, y convertida en clásico desde su nacimiento. Narra, bajo la mirada de Scout, la historia de un hombre negro juzgado y condenado a muerte por violación que es defendido por su padre, mientras ella, su hermano Jem y un amigo de ambos ven cómo las manzanas de su paraíso no son tan brillantes y sanas como parecen.

“La isla de cada ser humano, Jean Louise, el centinela de cada uno, es su conciencia”, le dice Atticus a su hija en Ve y pon un centinela, título que Harper Lee le puso desde el primer momento y que es sacado del Libro de Isaías del Antiguo Testamento. Una frase que sobrevuela no solo la misma historia que narra la novela, sino también su lanzamiento envuelto en dudas y polémicas. Primero porque muchos cuestionan la lucidez de Harper Lee y su autorización para la publicación del libro, ella vive en una residencia de ancianos en Monroville, su pueblo natal e inspiración para su condado de Maycomb; y, segundo, porque si el 3 de febrero, fecha del anuncio del hallazgo de este inédito, se afirmó que el manuscrito había aparecido en septiembre pasado, hace un par de semanas se dijo que el manuscrito fue visto en una subasta en 2011. Sea la fecha que sea, en febrero el mundo editorial peregrinó a Londres, durante dos semanas, a leer el original en la agencia literaria Andrew Nurnberg Asociados para participar en la puja por los derechos de publicación.
Preguntas reales, dudas reales que conviven con las que despierta Ve y pon un centinela. Todo indica que aquel mundo de Matar a un ruiseñor será distinto. Aquel fue narrado con los ojos de una niña. Y este con los de una adulta que ya sabe que los héroes son humanos y que los ideales hunden sus raíces en la Tierra.
Puede que la historia como tal guste más o menos, pero los resoplidos del tren que se acerca anuncian que es una gran novela. Lo que sí parece cierto es que esas 276 páginas desvelarán a una Harper Lee más realista, más política y más combativa y más directa y audaz a la hora de haber querido debutar en la literatura con 30 años que tenía en 1957 cuando presentó la obra a varios editores. ¿Acaso una novela escrita por un blanco, una mujer y del sur con las ideas tan claras sobre los derechos civiles, la segregación racial, la justicia, la convivencia y los derechos de la mujer en un Estados Unidos en plena vorágine de ideas y protestas de eso mismo era demasiado para el país? Nunca se sabrá.
Lo cierto es que su editora de entonces Tay Hohoff, la única mujer en la pequeña editorial Lippincott, en Nueva York, tras leer el original en el verano de 1957, le sugirió básicamente dos cosas: que potenciara la voz de la niña, Scout, y que contara los hechos como una larga evocación de ella sobre aquel suceso de los años 30. El libro hace referencia, según los medios anglosajones, a la sentencia de la Corte Suprema de 1954 que prohibió la segregación en las escuelas públicas. Ve y pon un centinela refleja el pulso real de lo que ocurría en Alabama en los años 50 y de lo que pensaba Harper Lee de eso y de la situación de la mujer frente a muchas cosas, en una mirada avanzada para la época.
Esa es la historia que ella quería contar de veras. Una hija que llega a visitar a su padre y ambos charlan sobre sus vidas y recuerdan los hechos ocurridos 20 años antes, mientras ese pasado político y judicial bulle en las calles al tiempo que van apareciendo los pliegues del padre, otrora héroe infantil. El que por la noche la sentaba sobre sus piernas y la arrullaba leyéndole libros hasta que se dormía y él callaba pero, entonces, ella decía desde el otro lado del sueño que siguiera leyendo... El mismo que le dijo que "solo poniéndose en el lugar de un hombre y viviendo como él se le llegaba a conocer".
Atticus es la clave en Ve y pon un centinela. Aquel padre ejemplar y abogado convertido en referencia para sus colegas en la vida real estadounidenses que al explicar a Scout, en Matar a un ruiseñor, por qué defendía a Tom Robinson si todos aseguraban que era culpable le dice: “Es algo que atañe a la esencia de la conciencia misma de un hombre… Scout yo no podría ir a la iglesia y adorar a Dios si me negase a ayudar a ese hombre”. ¿Qué es lo que se sabrá, ahora, de este hombre negro condenado a muerte y que Harper Lee escribió en origen?
“Es un libro histórico que conecta dos épocas, los años 30 y los 50. Con personajes fantásticos. Y son dos libros distintos tanto en estructura, enfoque y tono narrativo. Lo que demuestra que Lee es una autora muy creativa”, afirma Luis María Pugni, Director de Harper Collins Ibérica, sello encargado de la publicación en España. La traducción, edición y lanzamiento de la novela se ha llevado con el máximo secretismo y con unas reglas propias para un libro de este calibre. María Eugenia Rivera, directora editorial de Harper Collins Ibérica, cuenta que el libro primero se tradujo al español en Estados Unidos, por la misma casa Harper Collins que tiene los derechos allí, luego se envió a España y algunos países de Latinoamérica para que a partir de ahí se hicieran los cambios o versiones acordes a cada región. En España jugaban con la ventaja de que hace un mes ellos hicieron una nueva traducción de Matar a un ruiseñor, con lo cual la historia, el lenguaje y el contexto histórico estaban frescos. “Hemos intentado captar lo que Harper Lee quería transmitir. La traducción ha sido un regalo para mí como editora. He podido ver el original, el embrión o padre de la historia, y comprobar los cambios que la autora hizo, el proceso creativo de cómo a partir de una novela crea otra distinta sin perder el espíritu”.
Uno de los aspectos más interesantes, dice Rivera, son los personajes, “ver la progresión de su cambio, su coherencia, su psicología, teniendo en cuenta que Harper Lee los crea primero en Ve y pon un centinela, ya mayores o muy mayores en el centro de una convulsión política y de cambios sociales en los años 50, y luego debe retrocederlos en el tiempo hasta los años 30, a los albores de parte de todo, para escribir Matar a un ruiseñor”.
El éxito fue tan apabullante, impulsado por la película homónima, que Lee casi se transformó en Boo, ese personaje creado por ella, enigmático y recluido en la Mansión Radley que despertaba el miedo y la curiosidad de todos por su silencio e imagen casi espectral.
Aquel silencio empezó hace 55 años, pero la historia que le devuelve la voz a Harper Lee es la primera novela que escribió. Donde empieza y termina todo. De aquello hace ya 58 años. Harper Lee tenía 30. Era enero de 1957 cuando empezó a escribir aquella visita que le hace Scout, en tren, a su padre Atticus a Maycomb, donde ella nació y creció con su hermano Jem, mientras ambos esperaban los veranos para jugar con su vecino Dill (inspirado en su amigo Truman Capote). Fue una historia diez veces rechazada hasta que en Lippincott creyeron en ella, pero con cambios que le aseguraron un sitio en los clásicos contemporáneos.
Harper Lee escribió Ve y pon un centinela entre enero y julio de 1957. Aquel verano se puso a reescribirla como Matar a un ruiseñor, y dejó aquellas 293 páginas en una carpeta olvidada… Ahora vuelven como un tesoro dispuesto a cambiarlo todo, y desde ese porche de su casa en Maycomb echa la vista atrás... Y se vuelven enigmáticas las palabras de Atticus Finch, cuando siendo ella una niña le dice: “Lo único que puedo decirte es que cuando tú y Jem seáis adultos, quizás recordaréis todo esto con cierta clemencia y con la sensación de que no os defraudé”.

9.7.15

Israel se queda con la memoria de Franz Kafka

Se celebra el natalicio del escritor de Praga Franz Kafka, que después de fallecer dejó encomendado a su mejor amigo: Max Brod la tarea de destruir todos sus manuscritos

Franz Kafka, autor checo de ascendiente judio, traicionado por su amigo, Max Brod, al no quemar sus manuscritos./elpais.com


Cuando el autor de La metamorfosis falleció había dejado encomendado a su mejor amigo que quemara todos sus manuscritos. Gracias a que Max Brod no cumplió su palabra, la obra en alemán del escritor judío de Praga Franz Kafka (1883-1924) pudo dejar su sello en la literatura universal con textos como El proceso o Carta al padre.La justicia israelí parece haber completado la misión de Brod 91 años después al dictaminar que sus manuscritos, en manos hasta ahora de los herederos de la secretaria del amigo y albacea, deben ser entregados a la Biblioteca Nacional de Israel para que puedan ser consultados por los investigadores y el público en general.
El Tribunal del Distrito de Tel Aviv ha ratificado esta semana el fallo de un tribunal inferior en 2012 favorable a la Biblioteca Nacional. Al desestimar el recurso de los titulares privados de los archivos —con duras palabras sobre su “conducta criminal”— la justicia cierra un largo y complejo pleito que hace honor a una de las novelas más conocidas del escritor.
Nacido bajo el Imperio Austro-Húngaro en la capital de la actual República Checa, Kafka apenas publicó un puñado de relatos durante su corta vida, marcada por las tribulaciones familiares y las enfermedades. Su amigo Brod se ocupó de buscarle a su pesar un lugar en la historia de la cultura mundial, pero tuvo que huir de Praga tras la invasión de la Alemania nazi en 1939.
El albacea del escritor judío acabó su peripecia en la Palestina bajo administración británica, adonde llevó consigo todos los manuscritos de Kafka. A su muerte en Israel en 1968, Brod legó todos sus papeles, incluidos los del autor de El castillo a su secretaria personal, Esther Hoffe, con la obligación de que los entregara a un archivo público: “La Universidad Hebrea de Jerusalén, la Biblioteca Municipal de Tel Aviv u otra institución similar en Israel o en el exterior”. Pero Esther y su hermana Ruth empezaron a gestionar entonces el legado provisional de documentos como una colección privada.
Hoffe tampoco cumplió con la voluntad póstuma y se dedicó a subastar manuscritos y documentos al mejor postor para conseguir elevadas sumas, que se cifran en millones de dólares. Muchas de las decenas de miles de páginas que recibió en custodia acabaron en manos del Archivo de Literatura Alemana, situado en la localidad de Marbach. El resto de los documentos se ocultaron de la vista del público en 10 cajas de seguridad situadas en bancos de Tel Aviv y Zúrich, así como en los muros de la casa de la secretaria.
A su muerte en 2007, Esther Hoffe legó los manuscritos y cartas a sus dos hijas. Fue entonces cuando la Biblioteca Nacional, amparada por el Gobierno de Israel, y las herederas hermanas Hoffe, apoyadas por el Archivo de Literatura Alemana iniciaron el complicado pleito que acaba de cerrarse.

Historia vendida al mejor postor en pública subasta

El tribunal de Tel Aviv que ha fallado a favor de la Biblioteca Nacional de Israel en el proceso sobre la propiedad de los archivos de Franz Kafka se ha expresado en términos inusualmente duros contra los hasta ahora poseedores de los documentos. “Causó una indignante injusticia con la forma en que gestionó el legado literario”, se afirma sobre la conducta de Esther Hoffe, la secretaria de Max Brod, albacea del escritor. Ella recibió el encargo de custodiar los documentos en 1968 a la muerte del mejor amigo del autor.
“Kafka no conoció a Hoffe y nunca habló ni se reunió con ella”, precisa la sentencia. “[La secretaria] No era una persona próxima ni con la que él tuviera una relación familiar”. El tribunal de Tel Aviv sostiene que, mientras el escritor había ordenado la destrucción de su obra tras su muerte, la secretaria de Brod, primero, y las hijas de esta, después, “se dedicaron a venderla al mejor postor en pública subasta”.
En otra argumentación algo más forzada, los jueces israelíes consideran que Brod, que tuvo que huir de Praga en 1939 y refugiarse en lo que hoy es territorio de Israel para escapar de los nazis, “difícilmente hubiese aceptado que su legado hubiese acabado en una institución alemana”. Esther Hoffe y sus hijas vendieron parte de los manuscritos de Kafka valorados en varios millones de dólares al Archivo Nacional de Literatura de Alemania.

8.7.15

Cuatro de cada diez españoles no ha leído ni un capítulo de "El Quijote"

Un 40'9% de los encuestados reconoce no haber leído la obra magna de Cervantes. La mitad de estos por falta de tiempo, por ser muy largo o porque no les gusta leer

Detalle de la portada de la 2ª edición de la primera parte del Quijote, impresa por J. de la Cuesta. Biblioteca Nacional./elmundo.es

Un 40,9% de los españoles reconoce no haber leído ni un capítulo de 'El Quijote' de Miguel de Cervantes y la mitad de ellos aseguran que el motivo es o bien porque no les gusta leer o porque es muy largo y no tienen tiempo, según el Avance de Resultados del Barómetro de junio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Además, el 54,3% no ha oído hablar del cuarto centenario de la publicación de la obra.
Frente a ese 40,9% de la población que no ha leído esta obra, un 21,6% dice que sí la ha leído completa y un 21,3% admite haber leído solo algunos capítulos. Además, la encuesta revela que un 7,4% de los entrevistados se quedó en la primera parte de 'El Quijote' y que un 4,5% ha leído una versión abreviada.
Entre los que no lo han leído, el 31,9% explica que el motivo principal ha sido que no les gusta leer; el 14,8% alega la falta de tiempo para leer un libro tan largo; un 11,4% dice que no le interesa la obra; y un 10,4% afirma que no le gusta la literatura clásica. Mientras, más de la mitad de aquellos que sí lo han leído dicen haberlo hecho en el colegio o la facultad y un 30%, por interés personal.
En general, el 51,3% de los encuestados consideran "más bien difícil" la lectura de 'El Quijote', sobre todo, por el lenguaje en el que está escrito (para un 66,2%) y porque es muy largo (para el 36,8%). Otra de las razones que cita un 16,4% de los entrevistados es "que se refiere a un época muy antigua".
Atendiendo a los personajes de la obra, los más conocidos por los españoles son Don Quijote, Sancho Panza, Dulcinea del Toboso, Rocinante --el caballo de Don Quijote-- y los molinos de viento. Además, más de un 80% de los encuestados no acierta o dice no saber cómo se llama realmente Don Quijote de La Mancha, Alonso Quijano.
En cuanto a la obligatoriedad de leer o no 'El Quijote' para los estudiantes de 15 a 18 años, la población española se muestra dividida, ya que un 37,5% piensa que "no debe ser obligatoria en ningún caso" frente a un 35,4% que piensa que sí debe serlo. En general, sobre los hábitos de lectura, el 34,1% de los encuestados admite no haber leído ningún libro en el último año, un 28%, entre dos y cuatro; y un 13%, de cinco a ocho.

7.7.15

Amarlo todo

Las dos autoras produjeron parte de su obra becadas en Yaddo, la residencia para artistas en una finca de 400 hectáreas, de la que John Cheever dijo que albergaba más actividad artística que cualquier otro lugar en el mundo


Flannery O’Connor,escritora estadounidense.

Carson McCullers, autora estadounidense./revistadeletras.net
1. Flannery O’Connor y Carson McCullers se odiaban. O al menos lo que en el mundo literario se conoce como tal: mientras la una –Flannery– andaba diciendo que El reloj sin manecillas era la peor novela que se haya escrito jamás, la otra –Carson– decía que su contrincante parece haber leído atentamente Frankie y la boda para aprender la lección y recitarla en el cuento El templo del Espíritu Santo. Las dos autoras crecieron a 200 km de distancia en ese sur norteamericano cuyos ejes –racismo, religión, campo–  han generado un plano tridimensional listo para albergar lo grotesco y delicado de ambas. Las dos autoras produjeron parte de su obra becadas en Yaddo, la residencia para artistas en una finca de 400 hectáreas, de la que John Cheever dijo que albergaba más actividad artística que cualquier otro lugar en el mundo. Las dos autoras padecían un contacto con la realidad más cercano de lo común.
2.
Un personaje de McCullers está sentado en una cafetería estilo Edward Hooper, de esas que abren toda la noche y reciben el día con las luces aún encendidas. Está sentado en el lugar donde presumiblemente bebió algunas cervezas. Afuera llovía y se aclaraba poco a poco cuando de repente entra un niño de doce años que reparte periódicos. El hombre le llama, le dice que le quiere, le invita a tomar algo. Le muestra la foto de una mujer que lo abandonó hace mucho tiempo. Pero no lo hace por lamentarse sino simplemente como preludio a lo que de verdad quiere contarle esa mañana. Porque ya está amaneciendo, dejan de caer las gotas y se termina el silencio: le quiere explicar la ciencia del amor.
“Hijo, ¿sabes cómo debería empezarse el amor? Un árbol. Una roca. Una nube”. Ese es el título del cuento: Un árbol, una roca, una nube. Separadas por puntos seguidos, porque el hombre lo hace separadamente, los ama separadamente. El problema, dice, es que siempre hacemos las cosas al revés: siempre empezamos por el final. Después de meditarlo con profundidad, tras el abandono de su esposa por otro -porque siempre es por otro- había comenzado con precaución. Cogía cualquier cosa de la calle y se la llevaba a la casa. Se concentraba en ella. La amaba. Ahora puede mirar una luz hermosa dentro mientras externamente ve una calle llena de gente. Cualquier cosa. Cualquier persona.
Un personaje de O’Connor, por su parte, escapa de la finca en la cual acaba de quemar el cuerpo muerto, aunque todavía tibio, de su tío abuelo. Tiene un poco más de doce años y lleva toda la vida sin ir a la escuela para no confundir su mente. Solamente ha estado al amparo de un familiar que se cree profeta: le ha enseñado un cristianismo que a veces de tan grotesco parece real. Es inevitable recordar también a la familia Glass, de J. D. Salinger, que empezaba a aparecer en estos años sesenta y  tampoco recibían la educación acostumbrada sino una puramente espiritual. El chico, con las llamas a sus espaldas, sale a la calle y busca que alguien lo lleve a la ciudad. Lo recoge un comerciante. Se ven, al fondo, las luces eléctricas que encienden el paisaje a medianoche.
“Hijo, ¿sabes cuál es la mejor táctica para vender tubos de cobre? El amor. Es la única táctica que da buenos resultados el noventa y cinco por ciento de las veces. No le puedes vender tubos de cobre a alguien que no ames”.
Algo así le decía el vendedor al adolescente recién conocido que tenía al lado. El chico de O’Connor olía a alcohol: había encontrado los depósitos de su tío abuelo profeta aprovechando su repentino fallecimiento mientras desayunaban. El comerciante seguía diciendo que primero tenía que saber la salud de la esposa de su potencial comprador, cómo estaban los hijos, los fallecimientos cercanos, etc. Todo lo anotaba en su libreta. Si no, el negocio no funcionaba.
3.
Flannery O’Connor había conocido a Maryat Lee en Georgia. Esta última la había visitado por recomendación de una amiga en común y allí nació la amistad cuyo testimonio es una abundante correspondencia. Años después sería la precursora del eco-teatro u obras montadas en las calles de Harlem con actores y –muchas veces– guiones improvisados. Se trataba de una licenciada en interpretación con una tesis doctoral sobre los orígenes del arte dramático en la religión. Aunque conversaron mucho en los alrededores de Andalusia –la granja en la que vivía O’Connor– ambas eran polos opuestos: mientras la una era una dama sureña de vestido que vivía con su madre, la otra andaba de pantalones, botas y gorro, siempre con una bolsa de cervezas, y vivía sola en un departamento que tenía la bañera en la cocina (fue parcialmente retratada en el escritor neoyorkino protagonista del cuento El escalofrío interminable publicado en Harper’s Bazaar).
En 1957 Maryat se casa con un australiano y se va de luna de miel a Japón. Allí, a finales de mayo, le escribe una carta de cuatro páginas a su amiga del sur de Estados Unidos en la que, aparte de contarle que se acaba de enamorar de un crítico de cine, le dice que también la quiere a ella, aunque solo en los setenta dirá abiertamente que –como McCullers– es bisexual. O’Connor responde:
“Todo ha de diluirse con el tiempo y la materia, incluso ese amor tuyo que debe llegar a muchos de nosotros para que pueda llegar. Es la gracia y es la sangre de Cristo, y, después de verte la primera vez pensé que estabas llena de ambos y que no sabías que hacer con ello, o tal vez qué era siquiera. Aunque ames a Faulkes, a Ritche, a mí, a Ammet, al hermano de Emmet y a su novia equitativa e individualmente, al final has de volcarlo en alguna parte”.
(Carta 9 de junio de 1957).