30.4.15

La mano que mece la olla

La cocina, los sabores y las recetas no fueron una simple distracción o hábito culinario en la vida de Marguerite Yourcenar. Fue más bien una tarea paralela y cruzada con la de la escritura de sus grandes libros y una seña de identidad tan fuerte como la lengua francesa. De todo esto trata La mano de Marguerite Yourcenar, con recetario recopilado y ensayos escritos en conjunto por las investigadoras Michele Sarde y Sonia Montecino

 
La mano de Marguerite Yourcenar.

Marguerite Yourcenar, sutil cocinera de sus  comidas y textos ./pagina12.com.ar

Un libro de recetas no es un diario íntimo, pero se le parece bastante. De puño y letra, confeccionado a lo largo de décadas, con sus esquinas dobladas por el uso, ubicado en un lugar siempre cercano y fácil de encontrar. El recetario de Marguerite Yourcenar no escapa a esa descripción y es así de elocuente e íntimo. Y lo que narra es, justamente, una serie de cuestiones bastante desconocidas acerca de esta tan popular y distinguida dama emblema de la literatura francesa. Su afición por la cocina, su estilo culinario, la comensalidad que brindó en su sencilla casa en Mount Desert Island, con recetas de los orígenes más disímiles, que fueron delicadamente registradas en su recetario.
Esto es lo que explora La mano de Marguerite Yourcenar, volumen que además de tener como corazón el recetario propiamente dicho, incluye dos ensayos en torno a la relación entre la cocina y la literatura en esta autora. Las encargada de llevar a cabo la tarea fueron Michèle Sarde y Sonia Montecino; la primera, profesora, ensayista y biógrafa francesa, especialista en estudios yourcenarianos, autora del estudio biográfico M. Y. La pasión y sus máscaras, además de participar en la edición de las cartas de la autora editadas por Gallimard. Montecino, por su parte, es doctora en Antropología, titular de la cátedra de Estudios de género de la Unesco, que ejerce actualmente en la Universidad de Chile.
Cada una abordó siguiendo su especialidad un asunto diferente: Montecino analiza el recetario desde la óptica del género a lo largo de la historia. Una escritura privada, típicamente realizada por mujeres y transmitida de generación en generación. Sarde hace una biografía del gusto, atendiendo a las prácticas y devociones culinarias de Marguerite en su vida y sus viajes. Atiende también toda vez que en sus escritos se roza la cuestión, poniendo en alguno de sus personajes –Adriano, Zenón– una prédica sobre este tipo de intereses.
El estudio parte de la infancia de Marguerite Crayencour –su verdadero nombre con el que luego construirá el anagrama Yourcenar–, de su padre francés y su madre belga, de los primeros años viviendo en el castillo Mont Noir en el norte de Francia, con su abuela paterna. El recuerdo es cómo la pequeña Marguerite se escabullía para ir hacia la gran cocina a sentarse en la mesa del personal doméstico. El aroma de los guisos sencillos que se cuecen a fuego lento, los ruidos del lugar donde se pica, machaca, fríe, cautivan a la niña. De estas primeras épocas la autora construye el sino de su cocina: comidas simples y naturales, originadas en el campo o el vergel.
Con la juventud llegan la bohemia y el vagabundeo, iniciado con su padre y continuado en soledad. Recorre el mediterráneo: sur de Francia, Italia, España y Grecia. Convertida en mujer, vive con libertad sus deseos, su sensualidad, en el entorno de la mitología y las leyendas. A esos aprendizajes les corresponde otro modo de alimentarse. Marguerite descubre en territorio helénico, los pequeños cafés donde se deleita con ensaladas, pescados y verduras asadas, bebiendo raki. Esta sensibilidad voluptuosa y trágica, es retomada en su libro Fuegos, de amores mitológicos. Otra familia de sabores simples, contundentes, adopta de allí. Pasa tiempo en París y luego, con su fortuna notablemente disminuida y la segunda guerra en ciernes, decide instalarse de forma definitiva en Estados Unidos. Junto a Grace Frick, a quien conoció pocos años antes y será su compañera toda la vida.
Si bien los sabores ocupan un lugar fundamental en la vida de Yourcenar, es una vez instalada en su casa de Estados Unidos que bautizó Petite Plaisance, que la autora va a dedicarse más plenamente a cocinar. Realizaba ella misma todas las comidas. El tiempo de la escritura se interrumpía a media mañana para ir a buscar hierbas de su huerto y luego preparar el almuerzo. Lo mismo ocurría en la cena, y en algunas oportunidades, también para un té que se servía en el jardín.
¿Cuáles eran esos saberes y esos sabores? La de Yourcenar es una cocina vegetariana –comía carne sólo dos veces por semana– y una cocina expatriada. Puntuada por alimentos que conoció en sus viajes o en sus lecturas, inseparables de las culturas Orientales. El recetario de todos modos no reúne lo más exótico, sino las recetas más comunes –y probablemente las más repetidas–, el núcleo de la identidad de esta escritora fuera de su patria. Junto con las cocinas belgas, francesas y estadounidenses, figuran recetas neerlandesas, suecas, italianas, australianas, rusas, chinas e indias. Muchos alimentos dulces, una variadísima oferta de panes dulces y salados con distintos tipos de especias y preparaciones, pasteles, roscas muffins, scones. Salsas, suflés, bebidas a base de café, alcohol, especias.
Como afirman sus biógrafas culinarias, Yourcenar conservó el núcleo de su identidad mediante su idioma –que nunca abandonó, pese a escribir la mayor parte de su obra rodeada de otra lengua– y la cocina. De eso se trata este libro.

29.4.15

Preocupa la salud de Ricardo Piglia

El escritor y teórico literario padece esclerosis lateral amiotrófica,ELA. Se puede firmar un petitorio para aprobar un nuevo medicamento para tratar la enfermedad

Ricardo Piglia, autor argentino de El camino de Ida; padece ELA, ayuda solidaria con tu firma./estandarte.com,lavoz.com.ar

En las últimas horas se conoció la noticia de que el escritor argentino Ricardo Piglia padece esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa que requiere de un tratamiento  complejo, y que en su momento también afectó al genial humorista Roberto Fontanarrosa.
Fue el sello Ediciones de la Flor el que dio a conocer la información, con un comunicado titulado "Ediciones de la Flor pide tu ayuda para Ricardo Piglia".
"Adjuntamos un link para firmar una petición acerca de un nuevo medicamento diseñado para tratar la Amyotrophic lateral sclerosis (ALS) por sus siglas en inglés -Esclerosis lateral amiotrófica-, ELA y necesita aprobación. Con un millón de firmas se podría presentar esta petición ante FDA (Food and Drug Administration, USA) para acelerar los procesos que conlleva y poder acceder a este nuevo tratamiento. Apoyemos esta oportunidad. Gracias", dice el comunicado de la editorial, acompañado de un link con el petitorio, que ya lleva cerca de 500 mil firmas.
Para firmar, se puede ingresar acá.
El sello independiente argentino Ediciones de la Flor, en el que han publicado Umberto Eco, Liniers, Silvina Ocampo o Quino, ha lanzado en estos días un llamamiento para ayudar al escritor Ricardo Piglia. Piglia, aquejado de esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Por una triste casualidad, la enfermedad también afectó al escritor Roberto Fontanarrosa.
Ediciones de la Flor nos conmina a firmar una petición en Change.org, relativa a un nuevo medicamento diseñado para tratar la ELA, pero que todavía necesita la aprobación de la Food and Drug Administration (FDA), en Estados Unidos. Si el proceso se acelerare, los enfermos de ELA podrían acceder a este nuevo y efectivo tratamiento.
La ELA es la misma enfermedad que, meses atrás, tuvo eco gracias al famoso Ice Bucket Challenge, el reto del cubo. Otra vez lejos de la primera plana, los enfermos continúan necesitando nuestro apoyo. Quizá una firma no sea tan viral como un vídeo en Youtube, pero en este caso resulta igualmente necesaria.
Ricardo Emilio Piglia Renzi nació en 1941 y es argentino. Después de la caída de Perón (1955), su padre, que era partidario de este, se fue con su familia de Adrogué y se instaló en Mar del Plata. Piglia estudió Historia en la Universidad Nacional de La Plata, ciudad donde vivió hasta 1965. Después trabajó durante una década en editoriales de Buenos Aires, y dirigió la Serie Negra. Comenzó a escribir en la segunda mitad de los años cincuenta del siglo XX en Mar del Plata su diario, y lo ha continuado durante toda su vida. Recibió una mención especial en el VII concurso Casa de las Américas, Cuba, y ello significó la publicación de su primer libro, los cuentos reunidos en Jaulario.
Pero el reconocimiento internacional lo debe a su primera novela, Respiración artificial, de 1980. Desde entonces Piglia ha escrito pausadamente. Publicó en sus inicios en pequeñas editoriales, y en los últimos años la Editorial Anagrama publica toda su obra, en Argentina, México y España. Piglia es, además, crítico, ensayista y profesor académico. Ha escrito sobre su propia escritura (que está ligada a la crítica) y ha elaborado ensayos sobre escritores argentinos. Entre 1977 y 1990 fue profesor visitante en diversas universidades de Estados Unidos, como las de Princeton y Harvard. En los últimos años ha enseñado en Princeton.
Piglia, autor de obras como Plata quemada y La ciudad ausente, es uno de los escritores y teóricos literarios más respetados de Argentina. Entre sus últimas producciones se destaca la adaptación televisiva de las novelas Los siete locos y Los lanzallamas, de Roberto Arlt, para la Televisión Pública.

Fernández Cubas: "Con el cuento aún no ha podido nadie"

La escritora, una de las cultivadoras más destacadas del género, publica un nuevo volumen de relatos, La habitación de Nona

Cristina Fernández Cubas. /Julián Lineros./elcultural.es
La escritora Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945), una de las cultivadoras del relato breve más destacadas de nuestra lengua desde hace tres décadas, regresa al género con La habitación de Nona (Tusquets), un volumen de relatos para adultos en los que la realidad se enriquece con los procesos mentales de sus protagonistas, que guían la narración y se revelan mucho más importantes que los hechos objetivos. La identidad, la memoria, la percepción y el paso del tiempo son algunos de los temas centrales de estos seis cuentos, cuyas claves nos da su autora.

-Después de su libro La puerta entreabierta, en el que daba rienda suelta a su parte más desenfadada con el seudónimo de Fernanda Kubbs, ¿con qué actitud ha escrito este nuevo libro de cuentos?
-Con la actitud de siempre. Dispuesta a sorprenderme, a inquietarme, a responder algunas preguntas, a plantearme otras... Y, sobre todo, a pasármelo bien y a pasármelo mal. A veces de algún relato doloroso se sale renacida.

-Si obviamos la novela La puerta entreabierta, la antología Todos los cuentos y su cuento infantil De mayor quiero ser bruja, hacía bastante que no publicaba relatos nuevos. ¿Por qué?
-Vida y escritura van siempre de la mano y hay momentos en que no se tiene la capacidad de concentración necesaria, ni tampoco las ganas. Pero luego todo regresa. Y en eso estoy. De todas formas, mi ritmo de publicación nunca ha sido vertiginoso. Me tomo mi tiempo, convivo con mis relatos, los dejo reposar... No me gusta imponerme fechas u obligaciones. En realidad, la frecuencia de publicación la marcan los propios libros.

-En los cuentos de La habitación de Nona ahonda en los laberintos de la psique y parece más importante lo que sucede en la mente de los protagonistas que la realidad objetiva. ¿Está de acuerdo con esta impresión?
-Desde luego. Para ellos lo que pasa por su mente es sencillamente su realidad. De eso se trata. Y también de que me interesa penetrar en sus pensamientos y moverme en un mundo de claroscuros donde todo, en cualquier momento, puede ponerse en cuestión.

-La identidad (en “La habitación de Nona”) y la memoria (“La nueva vida” y otros) aparecen como algo difuso. ¿Considera realmente que estos dos pilares que constituyen el “yo” son así de frágiles? ¿Qué podemos hacer al respecto?

-Yo no los llamaría “frágiles” ni muchísimo menos. La identidad, natural o adquirida, es el eje precisamente de uno de los relatos, y de la memoria se dice en otro que “no es una tumba de alta seguridad”. De nada sirve, pues, enterrar recuerdos porque ella, al menor estímulo, se encargará de resucitarlos.

-¿Diría que la memoria y la percepción son el hilo conductor de estos cuentos?
-Cada cuento es independiente y ha nacido con voluntad de vivir su vida. Pero hay pasillos muy sutiles entre ellos. Citas, direcciones, objetos y, desde luego, la memoria, la percepción, lo engañoso de ciertas apariencias, los préstamos entre pasado y presente... Por algo cito al principio la frase de Einstein: “La realidad es simplemente una ilusión, aunque muy persistente”.

-Usted siempre ha defendido que no hay que edulcorar los cuentos a los niños. ¿Cree que crecen más sanos o mejor preparados psicológicamente si no les ocultamos las partes más crudas de la vida?
-Bueno, no soy tan drástica ni pretendo tampoco elevar mi experiencia a la categoría de verdad universal… Lo que sí he hecho ha sido recordar los cuentos que me contaban de niña, los libros que leí en mi adolescencia y sorprenderme de lo que está ocurriendo ahora: la progresiva infantilización de las lecturas. La isla del tesoro, por ejemplo: ¿era necesario abreviarla y simplificarla? En los libros que leíamos entonces había un montón de palabras que no podíamos entender pero, o bien las preguntábamos, o bien, a medida que avanzábamos, terminaban por explicarse a sí mismas. Todavía recuerdo algunas especialmente intrigantes como “linterna sorda”... ¿Qué podía ser una linterna o lámpara “sorda”? Y cuando lo averiguabas, te gustaba todavía más. Un farol de mano, de uso común, que permitía ver sin ser visto, algo así como el viejo sueño de la invisibilidad.

-¿Cómo suelen venirle las ideas para sus relatos? ¿Se nutre mucho de experiencias cotidianas y vivencias propias? Por ejemplo, la historia de “Interno con figura” parece inspirada en una experiencia verídica. ¿Es así?
-Sí. “Interno...” nace de una sensación poderosa. El cuadro de Cecioni, que descubrí en la exposición de los Macchiaioli en la Fundación Mapfre, me impresionó. La habitación casi desnuda, la cama descomunal, la extraña niña acurrucada junto a la cama... Era un cuadro con secreto. Con historia. Regresé a Madrid un mes después, volví a visitarlo y supe enseguida que un día u otro lo convertiría en cuento... Pero no siempre el punto de partida viene de una emoción intensa. En la lista de posibles estímulos entran los sueños o, mejor, ciertas imágenes entrevistas en sueños. La curiosidad. El deseo de recuperar escenarios perdidos o todo lo contrario: viajar a lugares donde no has estado nunca. La necesidad de responder a algunas preguntas o por lo menos intentarlo... Y la imaginación pura y dura, no lo olvidemos.

-¿Cómo ve el estado de salud del relato breve actualmente en la literatura en lengua española y en España especialmente?
-En España, a diferencia de algunos países de América Latina, el cuento ha pasado por tiempos adversos. Pero el lector de relatos es un lector muy fiel y los tiempos, además, están cambiando. Hoy existen editoriales dedicadas exclusivamente al género y un montón de excelentes cultivadores. Con el cuento, en definitiva, todavía no ha podido nadie.

-¿Por dónde va a seguir ahora? ¿Veremos más novelas de Fernanda Kubbs o más cuentos infantiles?
-La verdad es que me siento todavía en la habitación de Nona y alguna que otra noche sueño con los Wasi-Wano... Estoy, pues, disfrutando del momento y no tengo un plan concreto, pero sí todos los planes. Es decir, seguir con mis relatos no excluye ninguna otra posibilidad. Al contrario: creo que se complementan.

27.4.15

Mendoza: "Al principio pensé que todo había sido un malentendido, ¿de verdad era tan buena la novela?"

Se publica una edición conmemorativa de la ya legendaria primera novela de Eduardo Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta

Eduardo Mendoza. /Antonio Moreno./elcultural.es

Eduardo Mendoza tenía 26 años cuando publicó el libro que, en sus propias palabras, le cambió la vida. Por entonces había estado haciendo "un poco de todo", era esa época en la vida de un escritor en la que tiene que alternar sus noches ante la máquina de escribir, o el cuaderno, como era el caso de Mendoza, con un trabajo. El suyo era un trabajo en un banco. "Estaba estudiando Derecho", recuerda. Luego se fue a Nueva York. Pero antes de eso publicó el libro en cuestión, que, en un primer intento, fue interceptado por la censura, a la que no le pareció en absoluto bien el título que había elegido (Los soldados de Cataluña), y que además, lo consideró "un novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza". He aquí La verdad sobre el caso Savolta. "Nunca he sido bueno para los títulos, ni entonces ni ahora. Pere me ayudó", recuerda Mendoza. Pere es Pere Gimferrer, que está a su lado y asiente. "Estoy convencido que con este otro título", dice, y señala el ejemplar de la edición conmemorativa de la novela que hay sobre la mesa, "la novela habría tenido una vida muy distinta", añade.

De hecho, dice, la novela es hoy "muy distinta" de como era entonces. "Yo también lo soy. No sólo cambia el mundo, también cambiamos nosotros, y cambian las novelas, la forma en que las percibimos. Por ejemplo, entonces Cataluña no significaba nada. Era una parte del mapa del colegio. Hoy es algo muy distinto", expone el escritor, que jamás olvidará cómo, a su regreso de Nueva York, un año después de que el libro se hubiera publicado, y sin ser consiciente aún de su repercusión ("la vida del libro entonces era muy larga, la primera crítica salió un año y media después de que se hubiera publicado, porque era lo normal", recuerda), se fue directo al banco, pensando que, con lo que le hubiera ingresado la editorial por los derechos, podría invitar a una cena a sus amigos. "Al llegar allí le pedí al cajero que me diera lo que tuviera en la cuenta y él me miró extrañado: ‘¿Todo?', preguntó. Resulta que había un millón de pesetas", explica. La historia de Javier Miranda y Savolta, el industrial catalán que se dedicaba a vender armas a los aliados, estaba lista para dar la vuelta al mundo. Y eso fue lo que hizo.

"El éxito era algo insólito en aquel momento para un escritor. Un éxito así era impensable. Que no sólo se vendiera si no que estuviera bien considerada, que me dieran, como ocurrió, el Premio de la Crítica, que hoy no es tan importante, pero entonces lo era, y mucho, hizo que, de repente, verdaderas divinidades del mundo literario quisieran charlar conmigo, y yo estaba muerto de miedo", asegura el autor de La ciudad de los prodigios.

"Lo peor vino después. Porque de la timidez pasé a la angustia y el agobio, ¿cómo iba a ser capaz de escribir algo que no defraudara a toda esa gente? Fue por eso que cambié de estilo. Estuve mucho tiempo dándole vueltas a cómo continuar, y entonces fue cuando empecé con las novelas de humor", recuerda Mendoza, que pensaba "que todo aquello era un malentendido, que no podía haberme hecho tan famoso con una novela, y que no podía ser tan buena".

De hecho, aún hoy, 40 años después, le parece "sorprendente" que se hable de ella. Seix Barral ha preparado una edición especial que conmemora las cuatro décadas y en la que, además de la novela, por primera vez llegará a librerías con el título original (aquel Los soldados de Cataluña que no le pareció en absoluto apropiado al censor), se incluyen los informes de la censura y artículos de Juan García Hortelano, Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa y el propio Mendoza.

"Ahora hay otra generación leyéndolo. Para mí, hoy ya es como si fuera algo que no es mío. Porque, ya lo he dicho, yo tampoco soy aquel chico de 26 años. Lo de recuperar el título y la portada es un pequeño homenaje pero en ningún caso quiero que se recuerde con este título. Las cosas son como son y han de pertencer a su momento. Y La verdad sobre el caso Savolta ya tuvo su momento", dice. Un momento al que, cada vez que se abre un ejemplar del mismo, se regresa, como si el libro fuera una máquina del tiempo.

16.4.15

Amos Oz, el siglo de Israel

Se publicará en una nueva colección la obra completa del escritor israelí. En abril salen a la venta Quizás en otro lugar, Una historia de amor y oscuridad y La bicicleta de Sumji

Amos Oz, autor israelí que se publica en español toda su obra./elcultural.es

Un día, cuando tenía seis años, su padre le hizo un hueco en la estantería y le dejó trasladar allí sus libros. "Fue un gran día para mí", escribe Amos Oz en su autobiografía. "Para ser exactos, me cedió unos treinta centímetros, más o menos un cuarto de la superficie del estante de abajo. Abracé todos mis libros, que hasta ese día habían estado tendidos en una banqueta junto a mi cama, los llevé en brazos a la vitrina de mi padre y los puse de pie, como es debido, de espaldas al mundo exterior y de cara a la pared".

Pues bien. Lo mismo que hizo el pequeño Amos con sus primeras lecturas se podrá hacer a partir de ahora con los libros que ha escrito él. Y será gracias a la editorial Siruela, su sello en España desde 1998, que publicará su obra completa en una nueva colección. La editorial dirigida por Ofelia Grande eleva así al israelí a la altura de otros puntales de su catálogo, como Italo Calvino, Jostein Gaarder o Clarice Lispector. Y empieza ya, este mes, con la publicación de Quizás en otro lugar, su primera novela; Una historia de amor y oscuridad, su autobiografía novelada; y La bicicleta de Sumji, la historia de un niño israelí de once años que vive en el Jerusalén posterior a la Segunda Guerra Mundial. También este año, en noviembre, se publicará su último libro, Judas.

Oz es un escritor utilísimo para entender Israel, y más atrás, las décadas posteriores a la creación del Estado, las raíces de sus conflictos con los pueblos vecinos y las tensiones entre las diferentes comunidades hebreas. Ofelia Grande aconseja comenzar a leer su obra por Una historia de amor y oscuridad, en donde "están presentes todas las inquietudes personales y literarias del escritor". El libro recorre el último siglo de Israel a partir de la vida del escritor, parte de cuya familia de askenazíes emigró a Palestina, en circunstancias muy diversas, durante las primeras décadas del siglo XX.

El hogar de Amos Oz da la medida del pueblo que intentaron exterminar nazis: su casa estaba llena de libros; su padre, un bibliotecario que no consiguió acceder a la docencia universitaria, hablaba once idiomas y leía en diecisiete; su madre hablaba cuatro o cinco y leía en siete u ocho; y en las tertulias de su tío Yosef conoció, entre otros, a Shmuel Yosef Agnon, futuro Premio Nobel de Literatura. "Los judíos eran los únicos europeos en los años veinte y treinta", escribe el autor de La colina del Mal Consejo. Y sobre el proverbial antisemitismo en el viejo continente, apunta: "Hoy Europa ha cambiado mucho. Cuando mi padre era joven y vivía en Vilna, en las paredes de Europa ponía: "Judíos, marchaos a Palestina". Hace unos cincuenta años, cuando mi padre volvió a visitar Europa, las paredes le gritaron: "Judíos, marchaos de Palestina". Además de Una historia..., Raquel García Lozano, traductora y profesora de Lengua y Literatura Hebrea en la Complutense, recomienda Quizás en otro lugar, en donde ya aparecen algunos personajes, o tipos, presentes en el resto de su obra.

La literatura de Amos Oz debe tanto a la cultura patrimonial judía como a la nueva cultura israelí. "Es una literatura apegada a la tradición textual y cultural hebrea de miles y miles de años, y también apegada al lugar y al tiempo en el que surge. Pero, sobre todo, es una literatura personal, íntima y familiar", dice la traductora, para quien el sentido universal de la obra de Oz se debe, precisamente, a ese carácter íntimo, de círculo cerrado, en el que sitúa a sus personajes para "enfrentarlos a sus contradicciones".

Y aquí en España, ¿es valorada su obra? Amos Oz recibió el Premio Príncipe de Asturias en 2007, así que parece que, al menos oficialmente, sí. Según Ofelia Grande, el premio le dio un nuevo brillo a sus libros. De hecho, dice, un título del catálogo de Siruela que funcionó especialmente bien en 2014 fue Los judíos y las palabras, de Amos Oz y su hija, la historiadora Fania Oz-Salzberger. Raquel García Lozano, que actualmente trabaja en la traducción de Judas, lamenta que la influencia del escritor en España siga siendo "más política que literaria". "A la prensa y a la opinión pública españolas todavía les resulta difícil distinguir entre las opiniones políticas y la obra literaria de un autor cuando este procede de un país como Israel".

Amos Oz nunca ha evitado hablar de la realidad de su país, ha escrito varios ensayos sobre el dilema moral que vive su pueblo, además de cientos de artículos políticos, y muchas veces ha manifestado estar favor de un entendimiento entre judíos y palestinos. Lo hizo también durante el último verano de conflicto en la zona. Entonces calificó de "excesiva, pero justificada" la intervención militar israelí y volvió a apoyar la solución de los dos estados con "la coexistencia de Israel y Cisjordania: dos capitales en Jerusalén, una modificación territorial aceptada por ambas partes y retirada de la mayor parte de los asentamientos judíos en Cisjordania".

14.4.15

Eduardo Galeano, que estás en los cielos

Tenía una profunda conciencia social, y eso se ve desde su libro testimonial Días de amor y guerra, un elocuente testimonio de sus años de periodista vinculado al compromiso ideológico a la izquierda
 
Eduardo Galeano, un escritor comprometido.

Ha pasado mucha agua bajo el puente del tiempo y son largos años desde que en el Magazin Dominical suplemento literario de El Espectador leí con fruición, un ensayo suyo, donde la frase memorable era no hay que leer para dormir sino para despertar. Desde entonces sus libros pasaron a convertirse en cierta biblia donde cuenta de los depredadores  y tropelías que han visto a estos países como Las venas abiertas de  América Latina, cuyos detractores aún perviven por considerarlo un escritor panfletario. O sea, hoy sería un escritor políticamente incorrecto y equivocado, según estos tiempos tan funestamente consumistas de todo orden. Fue un escritor comprometido, considerando que al calor de los tiempos esta palabreja condicionaba entonces si se estaba con el pueblo proletario y sus ilusiones y sueños de igualdad, que su prosa está cargada de deseo transformador en el potencial lector de sus escritos. Tenía una profunda conciencia social, y eso se ve desde su libro testimonial Días de amor y guerra, un elocuente testimonio de sus años de periodista vinculado al compromiso ideológico a la izquierda, y que de seguro le tocó como a muchísimos intelectuales de izquierda salir de su país, que es como abandonar en horas de su propia casa porque el vecindario se volvió insoportable por la intolerancia y la represión que conllevaron en esos años de dictaduras muy sangrientas que sufrió su patria Uruguay como las del cono sur continental.

Donde mejor lo hallé como verdadero escritor cuando escribió unas prosas selectas sobre fútbol donde compartimos esa pasión borrega de sufrir por esa pelota que rueda  y los malestares y derrotas o triunfos que sufrimos casi a diario.

En la última época estaba casi olvidado, pero el presidente Chávez, en un encuentro de cumbre desempolvó un ejemplar de Las venas abiertas de  América Latina, la obra que le entregó a Obama como testamento de los abusos del imperialismo y el libro se vendió como pan caliente. Sobre todo en los más jóvenes que están tan alienados por la tecnología de la actualidad del presente, y niegan el pasado, o simplemente desconocen y son jóvenes deseosos de saber y hallar su pie en este mundo de competencias y consumo donde Galeano acertó con sus últimas frases memorables.

Y suena como frase manida y reusada por un innúmero de opinadores y comentaristas de ocasión: el mejor homenaje a un escritor que nos deja, es leerlo, releerlo para degustar su prosa y su compromiso social, que en caso de los escritores de raza, si sigue vigente su obra que no es otro que  la vigencia de su literatura. El tiempo, esa dimensión convencional para contar los días de nuestras vidas lo dirá...

13.4.15

Jack Kerouac: confesiones de un beatnik herido

La aparición en castellano de Diarios (1947-1954), que a fin de este mes publicará Editores Argentinos, permite zambullirse de lleno en la época más productiva del gran autor estadounidense. Vida privada, ambiciones, misticismo y procesos creativos confluyen en estas notas personales, realizadas antes de que la marea del éxito lo convirtiera en ícono generacional

Jack Kerouac, autor estadounidense de En el camino. /adncultura.com

La aparición de los diarios de Jack Kerouac en inglés continuó en su momento (2005) un proceso de publicación de la muy abundante cantidad de material escrito de todo tipo que había quedado inédita después de su muerte en 1969, y que había comenzado con títulos tan importantes como la edición completa de otro de sus libros, Visiones de Cody
En Buenos Aires había aparecido una selección de los diarios en la revista Las Ranas (2009), traducida por Américo Cristófalo y Esteban Bértola. Iba acompañada por numerosas fotografías en blanco y negro. Diarios de Jack Kerouac (1947-1954). Un mundo llevado por el viento (Editores Argentinos, traducción de Martín Abadía) es la flamante edición completa en castellano de ese material. En la tapa muestra una foto que el propio Douglas Brinkley (historiador que ordenó el volumen) describe en detalle, diciendo que representa al "Kerouac icónico, es como si le ofreciera a Ginsberg su mejor pose de Jack London para consideración de la posteridad".
Además de usar gran parte de su vida como materia de su obra, el mismo Kerouac fue consciente de su condición de ícono mucho antes de que la aparición de En el camino (1957) se lo llevara por delante en una marea de éxito también icónico, que nunca se detuvo (como en El cazador oculto de Salinger, o El extranjero de Albert Camus). Tan temprano como en 1947, mientras se encontraba "en el Sur", apunta con fastidio:
Pues ¿qué soy yo? Un "personaje" (en el sentido americano). Me llaman Kerouac, omitiendo el nombre de pila, como si fuera una especie de figura en este mundo, inferior a un "tipo", a un "poder". Hacen eso y sonríen pensando en mí, incluso cuando me paso largos inviernos en soledad y lucho por ser disciplinado, discreto, digno.
Hoy los Diarios operan realmente como un libro o, mejor, dos libros. Uno va desplegando la escritura y el mundo cotidiano, familiar y social de Kerouac mientras escribía El pueblo y la ciudad, una visión de Lowell, su lugar de infancia y juventud. El otro tiene que ver con En el camino, el impacto monumental que torció incluso la publicación de su obra, ya que los editores buscaban todo lo que tuviera que ver de cerca o de lejos con él, postergando algunas de sus obras inéditas. Son dos libros porque son bien distintos, en tono y estructura. El primero es cronológico, tiene material íntimo no sólo en el sentido convencional (mujeres, borracheras, odios y polémicas) sino también porque su "figura" aún no es pública. El 9 de septiembre de 1948 dice por fin claramente: "El libro está terminado", y el diario sobre él termina.
El segundo, sobre En el camino, está armado con una cronología mezclada y un extenso cuaderno distinto, "Lluvia y ríos", que para quien haya leído la novela repetirá buena parte de su tono y contenido. En el primero, en cambio, el lector asiste al ritmo parejo que caracteriza la vida de Kerouac mientras se encarniza en terminar su primera novela, de más de mil páginas: trabajo, trabajo y trabajo de lunes a viernes, en Ozone Park (una zona de Queens), y viaje a la cercana Manhattan en el week-end, para fiestas, conversaciones interminables, bebida, droga, espectáculos o cine. El ciclo se repite una y otra vez.
En la segunda parte hay un desplazamiento importante a Denver, donde Kerouac pasa un período solitario esperando a su familia. Él mismo reconoció el cambio de tono. En agosto de 1949 escribe, con el toque culposo de un auténtico católico:
Me doy cuenta de que me he tornado perezoso en el corazón. No es que no quiera garabatear y arreglármelas como en el pasado, sino simplemente que ya no quiero pensar las cosas hasta el fondo, se acabó el pescador de lo profundo.
En ambos casos hay parrafadas directamente religiosas, sobre Jesús y Dios, que suenan como auténticas monsergas. El peso de la culpa era denso: le había dolido mucho la muerte del padre (que le hizo jurar que cuidaría a la madre hasta el fin) y de un hermano mayor sobre quien escribiría Visiones de Gerard, y que en los diarios aparece en un breve pasaje como fantasma nocturno.

Prosa espontánea, literatura, Europa

La principal leyenda que demuelen ediciones como la de los Diarios o la de las Cartas con Ginsberg (Anagrama) es el supuesto puro flujo espontáneo con que Kerouac habría escrito En el camino (traducido por Anagrama como En la carretera) en tres semanas, representado a la perfección por el "rollo" ininterrumpido de papel que sería el único original "fiel", con los nombres propios reales. En los diarios, la escritura de En el camino tiene numerosas instancias previas y se va construyendo de a poco, con varios cambios de dirección. Ya en la primera página distingue (como suele hacerlo) la distancia entre el impulso y la concreción:
Los dos últimos años estuve trabajando bajo un ánimo preliminar, el ánimo de empezar algo y no concretarlo. Completar algo es un horror, un insulto a la vida, pero el trabajo de vivir ha de consumarse, y el arte es trabajo. ¡¡Y qué trabajo!!
Desconfiaba en general de los críticos, la universidad, los liberales norteamericanos y Europa. Eso no le impedía tomar como uno de sus principales modelos a Céline, o considerar que estaba en la huella de Balzac, o sobre todo, en la de Proust. En verdad es mucho más cercano a otro gran norteamericano, Thomas Wolfe, que tenía una apetencia semejante en cuanto a representar la totalidad de América, algo que Kerouac reconoce sobradamente. De Europa decía:
La sensibilidad y la violencia de los franceses, los austríacos y otros como ellos es apenas el resultado de una combinación hórrida en sus corazones y de mucha charlatanería además. A un europeo, por lo general, lo moviliza un orgullo desfasado.
Desconfía también de Joyce: "Creo en una literatura sana opuesta al desvarío psicótico de Joyce. Joyce tan sólo renunció a tratar con los seres humanos". Y ya que está, agrega: "Es la imbecilidad del despectivo".
El lunes 5 de enero de 1948 escribe un fragmento maravilloso, inesperado, sobre las "cositas alegres" en forma de polilla, corpóreas, que lo rodean, único tanto en el tono como en el tema. "Si yo fuera un poeta irlandés, un bardo céltico, me concentraría exclusivamente en estas alegres hadas' de mi corazón". Pero es un escritor norteamericano (con mucho de franco-canadiense) y sigue con lo suyo. En octubre de 1949 dice: "Quiero, como en 1947, escapar de la narrativa europea para alcanzar los Capítulos Anímicos de una dispersión' poética norteamericana". Y ya en 1950, refina:
Un arte que expresa la mente de la mente, y no la mente de la vida (la idea de la vida mortal sobre la tierra), es un arte muerto. [?] Un arte muere cuando se describe a sí mismo en vez de a la vida, cuando pasa de la expresión de lo que siente el hombre frente al vacío, a una mera descripción del vacío. Al pasar del drama a las líneas abstractas, un arte expira.
Lo abruma la posibilidad de perder el tiempo, de divagar. "Desde ahora -dice- menos notas sobre la cuestión de escribir y sobre mí mismo, y escribir más." También la soledad: el último día de 1947 va a una fiesta, "pero qué triste me sentí a medianoche, sin una chica, solo en una habitación tocando Auld Lang Syne' en el piano con un dedo". En la mitad de ese año, junio, apunta irónico: "Cuántos tipos conocí que iban a escribir'. Todos se volvieron políticos.. un buen truco, una buena manera de abrirse paso en este mundo ¡Creativa, además!". Un poco después, en julio, lo vuelve a apretar la depresión: "Éstos deben ser los peores días de mi vida, no sé. Me siento viejo y acabado? sólo trabajo y me siento más solo que nunca". Y cierra: "Además, últimamente, me siento como un periodista: sin cerebro".
De todos modos tenía pasta de buen periodista cultural (lo aprovechó a fondo en su momento de gran fama, escribiendo para numerosas revistas masivas). Detectó por ejemplo el "sonido" de cada escritor. Los personajes de Dostoievski (o Dosti, como lo llamaba) solían decir "¿H'm?", el de él mismo en El pueblo y la ciudad era "¿Hah?". Quizá el de Balzac fuera "¡Arre! ¡Arre!", el de Melville, un silbido; en Twain, la palabra "satisfecho" y en Céline, "¡Uah! ¡Uah!", u "¡Oink! ¡Oink!".

Los otros

La contradicción permanente, el movimiento a veces simultáneo de atracción/rechazo aparece también con sus compañeros más cercanos. Además de amigos como Lucien Carr (quien había matado hacía un tiempo a David Kammerer, lo que puso en aprietos legales a Kerouac) o John Holmes, veía a menudo a Allen Ginsberg o a William Burroughs, dos pesos pesados. Pero a veces le costaba:
Acabé envuelto en una discusión sin sentido con Burroughs y Ginsberg, sobre psicoanálisis y "horror", y me perdí el partido de fútbol. Ellos todavía siguen embalados con las mismas cuestiones de hace un año, o dos. A todos nos gusta cocernos en el mismo caldo año tras año, incluso a mí.
Más adelante se centra en Ginsberg: "él intenta hacerse el avispado (léase, sarcástico) [?], hasta que lo acapara la tristeza y habla sin argucias intelectuales". Esa diferencia es radical. Ya en 1948 se pregunta cómo puede ayudar a un hombre que nunca se detiene y nunca quiere descansar, y siempre lo acusa "de estúpido porque a mí me gusta descansar de vez en cuando y porque me siento bien conmigo mismo ocasionalmente, y porque creo en el trabajo, y me gustan las cosas y la gente de vez en cuando".
En cuanto a Burroughs, era el mayor de ellos, el más extraño, una especie de "tío raro", y lo veían con mayor respeto incluso por sus experiencias extremas (como haber matado a su pareja de un tiro, jugando a ser Guillermo Tell). De todos modos, reconoce que se siente más cómodo con John Holmes: "No me siento conscientemente involucrado con él como con Burroughs, digamos, (a quien le temo), y le temo a Burroughs porque él me teme a mí".
Cuando murió Kerouac, otro "beat", el poeta Gregory Corso, le escribió un largo homenaje: "Sentimientos elegíacos americanos". Sin embargo, en una visita a su casa a principios de los años sesenta, desesperado por dinero, le había robado un diario fundamental de En el camino, que vendió luego a la House of Books de Nueva York y ésta, a su vez, a la Universidad de Austin, Texas. Aunque no integra la edición en tapa dura de los diarios, sí fue incluida por Douglas Brinkley en la edición en rústica, y agregado aquí. Por suerte, porque incluye material de primer nivel.

Ellas

Sin discusión La Mujer en la vida de Kerouac fue la madre, que lo acompañó hasta el final y con quien hablaba a menudo. Ahora que lo freudiano dejó de estar de moda, tampoco es fácil no reconocer que eso le complicaba bastante las cosas. Los diarios incluyen bastante material sobre mujeres, desde relaciones complejas (como el triángulo con Neal Cassady y Louanne, o luego con Carolyn Cassady e hijos) hasta pasiones (e idealizaciones salvajes) sucesivas. A veces con momentos violentos, como cuando Neal muele a golpes a Louanne, ante él y Lucienne Carr, y comenta: "Estoy desilusionado, pero interesado en este salvajismo de Neal".
Muchas chocaban contra el muro de la falta de trabajo: "Quizás le dije demasiado sobre mí -reconoce en un caso- y la dejé atónita con todas mis contradicciones que, según ella, nunca me pondrían a trabajar. Ah no sé". Unos meses después sigue concentrado en el tema con una bella muchacha de 16 años (pega la foto). "A su edad, el matrimonio [que él busca] sólo significa encarcelamiento". Hay muchas ideas pero también límites, o simple desorientación: el martes 10 de agosto de 1948 afirma que está "a punto de amar a alguien muchísimo de veras, en serio, esta vez será un amor de verdad', pero no sé a quién".

Los chirridos

También abundan los momentos de choque con los chismes, rumores o simple mala onda de los demás. O en los que siente una violencia interior desmesurada e inexplicable. Recomienda mantener la calma: "Quiero un montón de cosas, no esto ciertamente". También duda del propio diario: "Me pregunto si debería continuar [?]; hay demasiado que contar, y quizás la mayor parte de eso sea insignificante. ¿A quién se lo estoy contando?".
Mientras transcurre el diario, El pueblo y la ciudad va ascendiendo trabajosamente hacia la edición. Cuando llega, Kerouac le agradece emocionadamente a Dios. Ya experimenta el descontrol de lo que él cree la fama, y cree haber alcanzado la fortuna. Pero en abril de 1950 anota: "EL LIBRO NO VENDE MUCHO. No nací para ser rico".
El alcohol fue su destructor final. Era muy consciente de eso. En marzo de 1948 decía:
Decidí dejar de emborracharme, al menos de la manera en que lo hago habitualmente. Es curioso no haberlo pensado antes: empecé a beber a los dieciocho, y ahora, que llevo ocho años bebiendo ocasionalmente, comienzo a no poder soportarlo ni física ni mentalmente. Fue a la edad de dieciocho, por otra parte, cuando la melancolía y la indecisión llegaron a mí, no es casualidad el vínculo.
Igualmente lúcido era para percibir la novedad de su estilo: "Rumiar atónito. Pensar atónito". Era algo que iba más allá de lo literario, el giro crucial de las costumbres: "No hay sociedades secretas para el hípster, sólo la noche secreta del bebop. Pero es el espectáculo de la ruptura formal de una generación con la idea sobre la gente que tenía la generación anterior".
Nunca abandonó el combate. En abril de 1949 creía que viviría una década más de lo que vivió: "¿Qué clase de novela estaré escribiendo a los 57? (¿edad en la que Dosti escribió Karamazov?)". De los últimos tres libros publicados en vida, Satori en París es el más endeble; Big Sur, el más desesperado, y el último, La vanidad de los Duluoz , uno de los mejores que escribió en su vida. Allí detalla su período de futbolista universitario, de marino en la guerra y luego en la Marina Mercante, de "reventado" drogadicto poco después de la guerra, o el crimen cometido por Lucien Carr por el que tuvo que casarse para poder pagar la fianza. Abarca el período 1936-1946, y empalma a la perfección con los diarios, exponiendo de dónde viene todo. Además, como suele suceder con este tipo de escritores imparables, aún queda mucho por leer y descubrir...

9.4.15

La invención de Morel: Bioy Casares en la rueda del devenir

La invención de Morel es una celebración de la literatura, con su capacidad de seducir e inventar mundos paralelos

 
Adolfo Bioy Casares, eclipsado por Jorge Luis Borges./elcultural.es
La obra de Borges ha eclipsado a la de Bioy Casares. Ambos han escrito conjuntamente algunos libros memorables, como Seis problemas para Isidro Parodi (1942), Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevas crónicas de Bustos Domecq (1977), pero la fama agasaja a Borges y descuida a Bioy Casares. Paradójicamente, los dos recibieron el Premio Cervantes, pese a su compartido furor anticervantino. Al recoger el galardón, Borges señaló: “El destino del escritor es extraño” y, con su fina ironía británica, añadió enseguida: “Todos los destinos lo son”. En vida, Bioy Casares comentó que la posteridad no le parecía un lugar particularmente atractivo y que se conformaba con el reconocimiento de un puñado de lectores. No ser objeto de un culto unánime tiene sus ventajas. Los grandes autores soportan peor el paso del tiempo, pues casi siempre aparece un crítico o un colega que intenta rebajar sus méritos. Por ejemplo, Borges nunca se cansó de señalar las imperfecciones del Quijote. Admitía que el clásico más conspicuo del Siglo de Oro había logrado ciertas “magias parciales”, pero apuntaba que esos méritos no podían competir con los hallazgos de las piezas de Shakespeare, bendecidas por la gracia de un genio superlativo. Bioy Casares es un clásico, sí, pero pertenece a la categoría de los “raros”, si bien su biografía carece del misterio de un Lautréamont o el fatalismo de un Novalis.
Escritor precoz, repudió sus primeras obras. Se dice que recorrió las librerías de Buenos Aires, buscando los ejemplares, con la intención de adquirirlos y destruirlos. Algo semejante se ha contado de Juan Ramón Jiménez, que saltó del Modernismo a la poesía pura y esencial. Es imposible verificar esos rumores, pero su circulación corrobora la exigencia estética de ambos escritores, que no anhelaban el éxito, sino la palabra exacta. Bioy Casares considera que La invención de Morel representa su primer logro; para muchos, constituye su obra maestra. Publicada en 1940, su espíritu recuerda a las vanguardias históricas, que concebían la literatura como un juego infinito. Al mismo tiempo, reivindica el relato clásico, que exige orden, precisión y armonía. En su célebre prólogo, Borges se burla de la novela psicológica (Henry James, Marcel Proust) y la novela espiritual o metafísica (Dostoievski, Joyce), que han movilizado complejos recursos narrativos para convertir lo improbable y el tedio en materia estética. “Hay páginas, hay capítulos de Marcel Proust que son inaceptables como invenciones: a los que, sin saberlo, nos resignamos como a lo insípido y ocioso de cada día”. Los rusos, aficionados a los grandes dilemas morales y a las incongruencias de los afectos, “han demostrado hasta el hastío que nadie es imposible: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia, personas que se adoran hasta el punto de separarse para siempre, delatores por fervor o por humildad…”.
En La invención de Morel se combina la parodia filosófica y la intriga policiaca. No es un secreto que Isidro Parodi, el detective inventado por Borges y Bioy Casares, emplea la deducción para resolver los casos. A fin de cuentas, no puede hacer otra cosa, pues cumple una larga condena de prisión por un delito que no ha cometido. Isidro Parodi sigue los pasos de Auguste Dupin, el famoso detective de Edgar Allan Poe. Sus razonamientos preludian los métodos de Sherlock Holmes y Hércules Poirot, pero con más aliento poético. En La invención de Morel, el protagonista no es un detective, pero consigue explicar unos hechos asombrosos mediante el análisis racional. Sólo sabemos que es un escritor venezolano y que ha huido de la cárcel. Condenado a reclusión perpetua, no parece un criminal común. ¿Se trata de un perseguido político? ¿Está sano o es un loco, atrapado por delirios paranoides? Está claro que es romántico y sentimental, pues se enamora locamente de Faustine, una mujer con una belleza morena, casi gitana, y un francés con acento sudamericano. Bioy Casares reconoció que se había inspirado en Louise Brooks, la femme fatale de La caja de Pandora (George Wilhelm Pabst, 1929). Brooks fue uno de los espíritus más libres del Hollywood de los años 30 y creó un tipo de mujer, con su peculiar peinado, sus faldas cortas y sus cigarrillos con boquilla. El fugitivo se obsesiona con Faustine y experimenta celos. Sospecha que es promiscua y se pregunta si es la amante de Morel, un científico con barba que casi nunca se separa de su lado.
La súbita aparición de Morel y sus acompañantes en la isla altera la rutina del fugitivo, obligándole a abandonar un recinto con apariencia de museo y a refugiarse en los pantanos. No entiende la presencia de esos extraños, con aspecto de turistas, pues el vendedor de alfombras italiano que le reveló la existencia del lugar le advirtió que sufría el azote de una terrible y contagiosa enfermedad. La trama policiaca se transforma en pantomima filosófica cuando empiezan a producirse acontecimientos inexplicables, como la aparición de dos soles y dos lunas. El fugitivo descubre las notas del doctor Morel, una versión moderna del doctor Moreau de H. G. Wells (La isla del doctor Moreau, 1896). Morel ha fabricado una máquina capaz de inmortalizar una secuencia de tiempo. No se trata de la codiciada inmortalidad del cuerpo y la mente, sino de estados de conciencia durante un breve período. Al igual que Moreau, Morel prescinde de las consideraciones éticas, pues no le mueve el anhelo de saber, sino el amor, el deseo. No le importa matar a Faustine, si puede escenificar un idilio inexistente, creando un bucle temporal infinito. Es una iniciativa especialmente temeraria, pues exige fingir unas emociones que nunca existieron, ya que ella nunca se sintió atraída por él. El fugitivo copiará el ardid de Morel, pero en unas circunstancias menos propicias, pues sólo puede cortejar a una proyección de Faustine, no a la mujer de carne y hueso, destruida por la radiación de la máquina.
A semejanza de Borges, Bioy Casares sólo se interesa por la dimensión lúdica y estética de la filosofía, no por sus grandes preguntas. A veces se habla del pensamiento filosófico de Borges, pero éste nunca existió. Borges no era un filósofo. De hecho, su conocimiento de la materia era limitado. Sus incursiones en la Crítica de la Razón Pura desembocaron en estrepitosos fracasos. Sólo pudo avanzar unas páginas. El estilo de Kant le pareció frío como un silogismo y oscuro como una capilla. Por el contrario, Bioy Casares llegó hasta el final, pero su tenacidad no le sirvió de gran cosa, pues la obra le aburrió y le dejó indiferente. El profesor de la universidad de Königsberg buscaba un fundamento para el saber y la moral. Borges y Bioy Casares eran unos escépticos incurables, que nunca se plantearon hallar una certeza indubitable. La inteligencia nunca puede librarse de la servidumbre del carácter, que determina nuestras fobias y pasiones. La invención de Morel aborda la idea del eterno retorno de lo mismo, pero no lo hace desde una perspectiva cósmica o ética, sino desde el artificio y el ingenio. No  pretende impugnar el concepto lineal del tiempo y, menos aún, recuperar la doctrina estoica del amor fati, según la cual nada acontece por azar y, por tanto, no hay que lamentar ningún aspecto del pasado. Bioy Casares no es Nietzsche, proclamando que debemos amar el dolor. Su ligereza no resta valor a su novela. Al margen de su perfección formal, ya señalada por Borges, La invención de Morel es una celebración de la literatura, con su capacidad de seducir e inventar mundos paralelos, dilatando los límites de la realidad. Al releerla, es inevitable preguntarse si la creación literaria no es la máquina de Morel, extendiendo un barniz de eternidad sobre nuestros sueños.