27.11.09

El legado de la libertad

ESPECIAL BICENTENARIO Historia

John Lynch, biógrafo de Simón Bolívar y de José de San Martín, reivindica la figura de los dos grandes héroes de la independencia. "Ejercieron un liderazgo desinteresado, sin esperanzas de obtener privilegios, ambos fueron modélicos"


Una legión de ordenanzas, desde la ciudad de Panamá hasta Tierra del Fuego, se afana en sacarle brillo a los miles de retratos de Simón Bolívar y José Francisco de San Martín que presiden las aulas, cuarteles y ministerios desde hace casi dos siglos. Son los rostros mitificados de los dos máximos libertadores de América del Sur que suelen compartir pared con Jesucristo crucificado. Son los héroes intocables. Aunque el legado de ambos se ha utilizado como al gobernante de turno le viniera mejor, sus vidas han estado por encima de todo, como si hubiesen sido sobrehumanos.

Ningún latinoamericano gusta de asumir que ambos libertadores acabaron su obra apesadumbrados. Los dos empezaron su lucha como auténticos republicanos y la terminaron coqueteando con la monarquía. Bolívar llegó incluso a redactar una Constitución vitalicia y con derecho a elegir sucesor. San Martín abandonó su Argentina natal y murió en el exilio en Francia, mientras que su par venezolano falleció enfermo en Colombia, poco después de que su sueño de una América unida se hubiera roto para siempre.

"San Martín y Bolívar pueden describirse como herederos del absolutismo ilustrado, ambos creían que la mejor forma de servir a la independencia era a través de gobiernos fuertes que impusieran el cambio social contra los intereses de los terratenientes", explica el prestigioso hispanoamericanista John Lynch. Para este profesor, "criticar a ambos por haber acabado sus vidas siendo absolutistas conservadores en vez de demócratas liberales es sacar las cosas de quicio. Ninguno de los dos podía satisfacer todos los intereses y no eran tan idealistas como para llevar a sus países hacia la destrucción en una vaga búsqueda de la igualdad. Tuvieron dudas legítimas sobre cuál era el nivel de libertad apropiado y hasta dónde los diferentes grupos opuestos podían actuar sin poner en peligro la propia existencia de los nuevos Estados. Respecto al ejercicio de un liderazgo desinteresado, sin esperanzas de obtener privilegios, ambos libertadores fueron modélicos".

El profesor Lynch, de 82 años, declinó la oferta de hacer una entrevista en Londres por problemas de salud y prefirió hablar sobre las independencias hispanoamericanas desde su ordenador. A través del ciberespacio, el director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Londres -hoy Instituto de las Américas- desde 1974 a 1987 reflexiona sobre los acontecimientos de hace 200 años y cómo éstos aún marcan la vida de los hispanoamericanos. Es un ir y venir de preguntas que podría prolongarse infinitamente.

Lynch conoce la vida de los libertadores como pocos. En 2006 publicó la biografía de Bolívar y hace sólo unos meses la de San Martín (Yapeyú, 1778-Francia, 1850), las dos en la editorial Crítica. No sólo relata sus vidas, sino que contextualiza minuciosamente sus decisiones. Desde la grandeza hasta las intrigas y la rivalidad que pudo haber entre los dos... Todo está en esos textos. En las biografías aprovecha para poner en primer plano y con lujo de detalles la sociedad hispanoamericana de la primera mitad del siglo XIX. Son el complemento de otros dos textos clave de Lynch para entender la construcción de los nuevos Estados: Las revoluciones hispanoamericanas, 1808- 1826 (Ariel, 1989) y Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850 (Mapfre, 1993).

Bolívar, nacido en Caracas el 24 de julio de 1783, era hijo de un terrateniente y comerciante criollo de buena posición. La familia llegó a solicitar un título nobiliario cuya tramitación nunca se concretó. El joven Simón se educó en su tierra natal, pero su fortuna le permitió, siendo aún adolescente, viajar a Europa. Contrajo matrimonio a los 19 años con María Teresa Rodríguez del Toro en Madrid. Ella murió menos de dos años después de fiebre amarilla y él nunca volvió a casarse. Dedicó su vida a conjugar la política, la diplomacia y la guerra.

El 25 de febrero de 1778 nació San Martín en Yapeyú, hoy provincia de Corrientes, Argentina. Allí estaba destinado su padre, un militar palentino, para administrar los bienes que habían dejado los jesuitas tras su expulsión. A los siete años regresó a España y con apenas 11 se enroló en el Regimiento de Murcia. Combatió en Melilla y Orán y contra los franceses en Bailén. Renunció al Ejército español en 1811.

Por entonces, tanto Bolívar como San Martín supieron advertir la debilidad de España como potencia imperial y la importancia de Gran Bretaña como aliado. Bolívar, asegura, Lynch, valoró que Londres "proporcionaba a Hispanoamérica la protección que ésta necesitaba: la Marina británica, en pos de los intereses británicos [sobre todo comerciales], impediría cualquier agresión europea en las Américas".

"Las crecientes demandas económicas de las colonias españolas son un aspecto importante de la independencia y San Martín y Bolívar fueron conscientes de ello. Sin embargo, ésta no es la explicación fundamental de la crisis. El Gobierno de los Borbones cambió el carácter del Estado colonial y el ejercicio del poder en América. Carlos III y sus ministros sabían menos de la América española que los historiadores modernos. Los datos los tenían. Los informes de las capitales virreinales ya habían empezado a registrarse en el Archivo de Indias. Pero nadie los leía o, si lo hacían, no los entendían. El pasado fue ignorado, hasta repudiado. El reinado de los Habsburgo se había relacionado con sus colonias a través del consenso y, desde 1650 hasta 1750, había permitido a los criollos tener acceso a la burocracia y los negocios. Los americanos desarrollaron un mercado interior pujante", explica el historiador.

"Pero, a partir de 1750, los Borbones decidieron poner fin a esta anomalía y volver a los tiempos en que se degradaba a los criollos. El objetivo era restaurar la grandeza imperial de España, y al hacerlo, alienar a la élite criolla que vio cómo el Gobierno y la economía de América pasaba a manos exclusivas de los españoles peninsulares", recuerda el hispanoamericanista. "Esta deconstrucción del Estado criollo, este proceso de desamericanización de América, fue el disparador de las revoluciones por la independencia. Fue este absolutismo colonial el que generó los movimientos de resistencia que acabaron dirigiendo San Martín y Bolívar".

Los libertadores estuvieron a punto de encontrarse a finales de 1811 en Londres, pero San Martín llegó poco después de que Bolívar y otro venezolano, Francisco de Miranda, marcharan a América a impulsar el movimiento independentista. Miranda, considerado por muchos historiadores el padre de la emancipación americana, fue más tarde acusado por Bolívar de traidor a la causa y entregado por éste al Ejército español. El militar, que había luchado en la Revolución Francesa y la independencia de Estados Unidos, murió enfermo en una prisión de Cádiz en 1816. Más de un estudioso ha interpretado que Bolívar traicionó a Miranda para ser la única cabeza del movimiento revolucionario.

En 1822 en Guayaquil, tras el único encuentro que mantuvieron los dos libertadores, San Martín también se marchó con la sospecha de que Bolívar le había negado el apoyo militar necesario para acabar en Perú la guerra contra España con el fin de convertirse en el único héroe de la gesta. "San Martín nunca pudo explicarse a sí mismo o a otros las razones de la negativa. Es plausible creer que Bolívar quiso quedarse con toda la gloria", reconoce Lynch. Dos años más tarde, el mariscal Antonio José de Sucre, el oficial favorito de Bolívar, libró en Ayacucho la última batalla por la independencia.

Mucho antes de la victoria final sobre el Ejército español, San Martín y Bolívar se habían dado cuenta de que las luchas intestinas por el poder en América del Sur iban a ser un peligro mucho mayor que la Corona. El general argentino armó el Ejército de los Andes, cruzó la cordillera para emancipar Chile con escasa ayuda de Buenos Aires y se embarcó para liberar Perú desobedeciendo órdenes del Gobierno porteño, mientras que el venezolano vio cuestionada su autoridad por los dirigentes locales en varias ocasiones. Llegó a sofocar sin piedad una revuelta de los mestizos encabezada por Manuel Piar, un general muy cercano al libertador.

"El caudillismo es la forma primitiva de la dictadura moderna y no deriva del colonialismo español. España gobernaba América Latina a través de las instituciones tradicionales de la propia monarquía -virreyes, gobernadores, audiencias-, no a través de los caudillos. Pero el derrumbe de los Borbones en 1808 dejó un vacío de poder en América que los líderes locales se apresuraron a llenar", reflexiona Lynch. "El caudillismo es, pues, un producto de las guerras de independencia, cuando los líderes regionales pudieron reunir los hombres y los recursos y, a través de ellos, ejercer el poder y el clientelismo político. Tras la independencia el caudillismo continuó desarrollándose, aunque no de forma ininterrumpida. La dictadura de Rosas en Argentina y más tarde el Gobierno de Perón tenían sus señas: absolutismo, exclusivismo y abuso del patronazgo. Estadistas como San Martín y Bolívar no fueron caudillos. Ellos no tuvieron una base económica personal o de fortaleza social para alzarse como tales".

A menudo, cuenta el profesor, se le pregunta si Hugo Chávez, que ha cambiado el nombre de su país por el de República Bolivariana de Venezuela, puede invocar a Bolívar como modelo. "Para responder menciono tres cuestiones: en primer lugar, se llama a sí mismo un "revolucionario bolivariano" y habla de establecer un Estado socialista. Bolívar nunca promovió una revolución social ni pretendió hacerlo. La redistribución de la tierra, la igualdad racial, la abolición de la esclavitud, los decretos a favor de los indios eran las políticas de un reformista, no de un revolucionario. Bolívar era demasiado realista para creer que podía cambiar la estructura de la sociedad de América del Sur por la imposición de leyes o políticas inaceptables para los principales grupos de interés. La segunda cuestión se refiere a las relaciones internacionales. Bolívar cultivó el apoyo de las grandes potencias, no de los países marginales. Mantuvo cierto recelo hacia Estados Unidos pero admiraba cómo este país había encarnado los ideales de igualdad y libertad. Fue deferente hacia el poder imperial de Gran Bretaña. El comercio y las inversiones británicas los vio como un beneficio, no como una amenaza. La tercera cuestión es tal vez la única que le da la razón a Chávez. Una de las ideas más controvertidas de Bolívar era que los presidentes debían servir de por vida y tener el poder de nombrar a su sucesor. Y el historial de Chávez muestra que él siempre está hambriento de poder".

El argentino Juan Manuel de Rosas, el venezolano José Antonio Páez, el mexicano Antonio López de Santa Anna o el guatemalteco Rafael Carrera, entre otros, fueron los precursores de un modelo de gobierno que ha perdurado en América Latina, un sistema personalista sustentado en la relación patrón-cliente. "La figura del caudillo, que normalmente procedía de una base de poder regional, supuso uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de las naciones. La soberanía personal destruía las constituciones. El caudillo se convirtió en el Estado y el Estado en propiedad del caudillo. Paradójicamente, los caudillos también pudieron actuar como defensores de los intereses nacionales contra las incursiones territoriales, las presiones económicas y otras amenazas externas, fomentando, asimismo, la unidad de sus pueblos y elevando el grado de conciencia nacional. Los caudillos eran representantes y a la vez enemigos del Estado-nación", aclara Lynch. "La historia de las dictaduras no constituye toda la historia de Latinoamérica. Pero aun en los regímenes constitucionales quedaron rastros del pasado. Desde el caudillismo primitivo, pasando por la dictadura oligárquica, hasta los líderes populistas, la tradición del caudillo fue dejando huella en el proceso político. Quizás la cualidad más importante de los caudillos, que les sirvió para sobrevivir a los avatares de la historia, haya sido el personalismo, descrito por un historiador como la sustitución de las ideologías por el prestigio personal del jefe".

Los libertadores fueron capaces de advertir muchos de los males que azotarían a la región en los años venideros. En su carta de despedida del pueblo peruano, San Martín alertó sobre el peligro de los golpes de Estado: "Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado por más desprendimiento que tenga es temible a los Estados que de nuevo se constituyen...", escribió el 30 de septiembre de 1822. Esa misma noche se embarcó rumbo al exilio.

Simón Bolívar plasmó su decepción en noviembre de 1830 en una carta al general Flores, el primer presidente del flamante Ecuador: "Usted sabe que he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1. La América es ingobernable para nosotros. 2. El que sirve a una revolución ara en el mar. 3. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4. Este país caerá infaliblemente en manos de una multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas...".

A pesar del desencanto, John Lynch acaba las dos biografías convencido de que ambos libertadores fueron hombres tenaces que llevaron sus ideales hasta las últimas consecuencias. Tal vez acabaron sus vidas con cierto sabor amargo, pero convencidos de su obra. Ambos primaron los intereses americanos frente a los de sus países y los suyos propios. San Martín nunca pretendió una unión regional. No ignoró las diferencias entre Argentina, Chile y Perú; y las asumió con el mayor pragmatismo. Bolívar sí mantuvo durante 12 años su sueño de la Gran Colombia (Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador juntos). Y aun quebrado su proyecto, preservó la ilusión de una América libre e igualitaria hasta el último aliento.

"En la víspera de los bicentenarios de las independencias", reflexiona Lynch, "España puede argumentar que su imperio en América no fue malvado. Hay muchas cosas de las cuales puede enorgullecerse: la organización de las instituciones, el desarrollo económico y la educación de los pueblos, entre otras cosas. El descontento de los criollos que generó el movimiento independentista no fue el resultado de tres siglos de opresión despiadada, sino una reacción a la política de los Borbones hacia la región y a los acontecimientos de 1808".

Gritos de independencia

El primer levantamiento independentista se produce en Charcas, hoy Sucre, en Bolivia el 25 de mayo de 1809. A su vez en todo el continente, para evitar una confrontación militar, los patriotas hispanoamericanos propusieron una fórmula de transición basada en traspasar la autoridad política a los cabildos capitalinos transformados en Cabildos Abiertos, y éstos en Juntas de Gobierno regionales, elegidas por el pueblo, y consideradas como la máxima autoridad. Uno de los primeros en poner en marcha estos cabildos autogestionados fue México (que proclamó la independencia en 1813). La instauración de estos Cabildos, primer paso para la independencia, fue la siguiente: Caracas el 18 de abril de 1810 (con la independencia sellada tras una batalla el 24 de mayo de 1821), virreinato de Río de la Plata con el cabildo de Buenos Aires el 25 de mayo de 1810 (independencia definitiva en 1816), virreinato de la Nueva Granada con el cabildo de Santafé de Bogotá el 20 de julio de 1810 (independencia definitiva de Colombia en 1819), Capitanía General de Chile con el cabildo de Santiago de Chile el 18 de septiembre de 1810 (independencia definitiva 1818) y Quito el 19 de septiembre de 1810 (Guayaquil proclama la independencia en 1820 y Quito en 1822). -

FERNANDO GUALDONI/El País

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San Martín. Soldado argentino, héroe americano. John Lynch. Traducción de Alejandra Chaparro. Crítica. Barcelona, 2009. 416 páginas. 28 euros.

fuente:elpais.com

El círculo latinoamericano

Cuando están a punto de cumplirse en 2010 los 200 años del arranque de las independencias, BABELIA convoca en su número de mañana a grandes nombres de la cultura de América Latina para mostrar la realidad del continente y para pensarlo de nuevo. Escriben: Martín Caparrós, Horacio Castellanos Moya, Carlos Fuentes, Soledad Gallego-Díaz, Felipe González, Sergio González Rodríguez, Wendy Guerra, Ricardo Lagos, Alberto Manguel, Carlos Monsiváis, Mayra Montero, Antonio Muñoz Molina, Edmundo Paz Soldán, Marcelo Piñeyro, Laura Restrepo, Rodrigo Rey Rosa, Santiago Roncagliolo, Juan Gabriel Vásquez y Jorge Volpi.
En la última edición del Foro Iberoamérica, una institución privada que reúne cada año, a puerta cerrada, a intelectuales, empresarios y políticos de América Latina para que intercambien información y opiniones, no se habló prácticamente para nada de Europa y poco de Estados Unidos. Fue la relación con Asia la que centró todos los análisis, porque es esa relación la que está cambiando la realidad y el futuro de América Latina y ése es el dato que se ha convertido en el elemento diferenciador entre el siglo XX y el siglo XXI en este continente.

La relación comercial con Asia, especialmente con China, ofrece una nueva oportunidad, abre una nueva ventana de modernización en el siglo XXI para que América Latina realice las reformas imprescindibles que le permitan engancharse a la globalización y toda la región quiere participar en ese movimiento. Estados Unidos sigue siendo un socio muy importante y presente, pero está absorbido en nuevas tareas, oculto, en cierta forma, y Europa, cada día más ausente, se limita a mantener en la región su tambaleante perfil cultural. El siglo XX, cuyo mejor balance en América Latina fue el esplendoroso estallido de su literatura, pero que frustró casi todas las esperanzas del continente, ha dejado paso a un siglo XXI con protagonistas desconocidos y con un nuevo renacer de grandes promesas.

Los datos son apabullantes. China se convirtió en 2008 en el segundo socio comercial de América Latina, sólo por detrás de Estados Unidos, y su hambre de materias primas (desde petróleo a soja, pasando por el cobre) ha condicionado el precio al alza de lo que representa el 60% de las exportaciones latinoamericanas. Buena parte de los ingresos de Chile, por ejemplo, depende de la velocidad a la que China extienda sus líneas de teléfono. Asia es ya el segundo mercado de Perú. En 1995 el intercambio comercial entre la región y China era de 8.400 millones de dólares. En 2008 superó los 100.000 millones. "Da la impresión de que la prosperidad de buena parte de América Latina depende de China, pero no estaría de más recordar que China es un país sin sistema de mercado, ni sistema democrático, ni imperio de la ley", apuntó, de forma inquietante, uno de los participantes en el mencionado foro.

La apertura de los mercados asiáticos ha coincidido con otros dos elementos importantes. La gran mayoría de los países latinoamericanos son democracias, más o menos imperfectas, pero democracias. Y también por primera vez existe una conciencia global de que uno de los grandes males de la región es la brutal desigualdad que padece y que lastra cualquier esperanza de futuro.

Dentro de ese despertar de una conciencia social de inclusión figura, de manera muy destacada, la irrupción del indigenismo, un movimiento muy vigoroso en prácticamente toda América Latina, que ha logrado entrar en el escenario político. El indigenismo logró su primer éxito con la elección de Evo Morales en Bolivia, pero no está reducido a los países andinos (Ecuador y Perú) sino que reclama protagonismo en muchos otros puntos de la región, desde Brasil y Chile (con una población significativa de mapuches) hasta toda Centroamérica.

El indigenismo aboga por una cosmovisión distinta, especialmente una relación con la tierra y una protección medioambiental casi radical, pero no implica la existencia de un movimiento político único, porque entre las distintas etnias existen diferencias considerables. La gran duda que se plantea es si es posible hacer compatible progresivamente esa cosmovisión con una sociedad socialdemócrata, como pretenden algunos. Las demandas de los indígenas, afirman los defensores de esta línea, se parecen mucho a las del resto de la sociedad, inclusión, participación y mejora de la calidad de vida, y pueden ser satisfechas de la misma manera. En cualquier caso, lo que está claro es que el indigenismo llegó a finales del XX para quedarse y que ya no será posible en el siglo XXI prescindir de su papel político.

"Éstos son unos años decisivos para equilibrar las décadas perdidas en el siglo XX y por primera vez prácticamente todos los países latinoamericanos tienen regímenes democráticos y modelos económicos más abiertos y capaces de aprovechar la ocasión", asegura Enrique Iglesias, secretario general de las Cumbres Iberoamericanas. "América Latina tiene que conseguir romper el círculo de la pobreza y la exclusión y ya no hay casi nadie que no admita que será imposible lograr avances mientras que América Latina siga siendo la región más desigual del mundo, la que presenta unos niveles de distribución de riqueza más injustos", comenta Alicia Bárcena, secretaria general de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

El 34% de la población de América Latina cae bajo los niveles de la pobreza (unos 189 millones de personas) y aproximadamente un 13,7% (76 millones) directamente en los de la pura indigencia, según datos de Cepal. Aun así, 41 millones de personas habían conseguido superar la pobreza entre 2002 y 2008. La actual crisis ha vuelto a hacer retroceder a nueve millones, pero, pese a todo, el impacto ha sido menor que en ocasiones anteriores y la región ha conseguido mantener el poder adquisitivo de las remuneraciones y bajas tasas de inflación.

"Esto demuestra que se puede crecer y redistribuir, expandir el gasto social y tener prudencia fiscal para mejorar las condiciones de la población de manera significativa. América Latina no está condenada a ser pobre ni injusta", declaró Bárcena en la presentación de su último informe.

El debate no se plantea sobre la necesidad de promover esa rápida transformación social, sino sobre si existen dos posibles modelos a seguir, dos bloques contrapuestos: el que representa Venezuela, con Bolivia y Ecuador, y el que lidera Brasil, con Chile y Uruguay. Desde el punto de vista político, los dos modelos parecen enfrentados. Uno, con el presidente venezolano, Hugo Chávez, al frente, apuesta por un Estado omnipresente, con el mercado subordinado, y otro, con el presidente Lula como su mejor intérprete, por una línea de inspiración socialdemócrata, en la que el mercado es un colaborador imprescindible y bienvenido.

Lo que no parece tan claro es que esos enfoques se traduzcan en dos bloques reales. Dentro del Alba (Iniciativa Bolivariana) de Chávez las cosas no funcionan con la disciplina que algunos creen. De hecho, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, va bastante a su aire. Brasil, por su parte, sencillamente no pretende encabezar ningún bloque, sino ejercer un liderazgo regional, suave y consensuado.

Alicia Bárcena no cree tampoco mucho en esa dicotomía desde un punto de vista estrictamente económico. "Hay enfoques distintos, yo no diría que modelos diferentes ni bloques. Lo fundamental es que todos los gobiernos, de una forma u otra, aumentan el gasto social. Ya hay 37 países que tienen programas de transferencias condicionadas y, algo que es muy importante, ocho países aplican ya una política de salario mínimo", asegura Bárcena.

La secretaria general de Cepal apunta otro elemento que va a influir poderosamente en la transformación latinoamericana: el cambio demográfico. En 1975, América Latina tenía un 40% de su población en la banda entre 0 y 14 años. En 2009, ha pasado a ser un 29% y, según las previsiones, para 2035, el promedio será de un 20%. Eso significa que habrá menos dependientes y más recursos.

La reducción del índice de natalidad reducirá también probablemente los índices de migración. Entre la II Guerra Mundial y hoy, más de cien millones de latinoamericanos abandonaron sus lugares de origen. Cerca de 45 millones (sobre todo mexicanos y centroamericanos) viven en Estados Unidos, donde suponen el 41% de los empleos en las granjas y el 28% del personal de limpieza. Pero no ha sido Estados Unidos (ni España, en los años 2000) el único país de destino y muchas veces se olvida el movimiento migratorio dentro de la propia región: dos millones de bolivianos, por ejemplo, viven en otros países de América Latina.

La nueva etapa latinoamericana deberá plantearse también, probablemente, el papel de México, un gran país latino situado en América del Norte. México contempló con inquietud la decisión de Itamaraty (como se conoce al poderoso Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil) de crear un departamento denominado "Suramérica" y un nuevo organismo llamado Unasur, que le deja fuera políticamente. Las autoridades mexicanas admiten que tiene una agenda económica, comercial e, incluso, política mucho más relacionada con Estados Unidos y el Caribe que con América del Sur, pero luchan por no quedarse completamente arrinconadas y participar en algunos foros comunes, sobre todo el llamado proceso de Río. Lo cierto es que no es posible entender América Latina sin la aportación literaria, política e intelectual de México, que es, además, el caso más destacado de mestizaje racial. México, asegura su actual presidente, Felipe Calderón, ha demostrado su vocación "latinoamericana".

El creciente papel internacional de Brasil es contemplado con algún asombro en otros países latinoamericanos, sobre todo en Argentina, muy reacia a aceptar un liderazgo regional brasileño. Pero Brasil, quiera o no Buenos Aires, es el protagonista de un despegue formidable y de una gran estabilidad política y se ha convertido de la noche a la mañana en una potencia mundial, empeñada en representar un papel en el concierto internacional. Brasilia, que reclama una silla en el Consejo de Seguridad de la ONU, algo impensable hace pocos años, sabe que para alcanzar ese protagonismo necesita ejercer liderazgo regional y se esfuerza en ejercerlo de una manera amistosa y, en lo posible, a través de organismos multilaterales.

La aparición de China como gran socio comercial y de Brasil como líder regional es contemplada con atención en Estados Unidos, que tradicionalmente ha ejercido su influencia en América Latina. Pensar que Washington ha perdido su interés en un área de la que sigue siendo el principal socio y de la que depende para el 50% de sus importaciones de petróleo sería muy arriesgado. Lo que es cierto es que Estados Unidos tiene que atender importantes crisis en otras zonas del mundo y que el fin de la guerra fría ha hecho que no exista ninguna amenaza en la zona. Nadie ha visto un barco de guerra chino en América Latina y los buques rusos que amarran en puertos venezolanos son mercantes que intentan hacer comercio.

En cualquier caso, la presencia de Asia y el papel de Brasil han cambiado la influencia dominante de Estados Unidos y su primacía diplomática en el área, lo que probablemente ayude también a cambiar, con el paso del tiempo, su imagen en América Latina, que sigue siendo negativa. El elemento decisorio será la salida que se encuentre para el régimen cubano, cuya revolución fue seguramente el hecho más relevante para América Latina en el siglo XX, pero ya no desempeña, ni remotamente, ese papel en el XXI. Encontrar una salida razonable es, sin embargo, imperativo para el conjunto del continente, porque Fidel Castro sigue despertando simpatías y apoyos, aunque sean más sentimentales que políticos.

Más importante que Cuba para América Latina en estos momentos es el problema creciente del crimen organizado y el narcotráfico. La región está considerada como la más violenta del mundo, no porque sea escenario de guerras, sino porque sus niveles de inseguridad y homicidio son tres veces superiores a la media mundial. La violencia es un problema que afecta al desarrollo de los negocios, al turismo y a las inversiones en prácticamente todos los países latinoamericanos (excepción hecha de Chile, Uruguay y Costa Rica, en niveles comparables a los europeos). El grado de impunidad, ligada también a la corrupción de policías, jueces y políticos, hace que la confianza en las fuerzas de seguridad y en la justicia sea también una de las más bajas del mundo. La única forma de combatirla eficazmente, según los expertos, es mejorar los niveles de inclusión y de igualdad, con lo que se cierra el círculo.

SOLEDAD GALLEGO-DIAZ

'El círculo latinoamericano' es un reportaje de Babelia del sábado 28 de noviembre de 2009.

fuente:elpais.com

24.11.09

Muñoz Molina: "Los héroes no sirven para construir una novela"

La noche de los tiempos es la nueva novela de Antonio Muñoz Molina, con una magnitud que la coloca entre las grandes obras de este 2009 "España no fue diferente a Europa, es falso que tuviéramos la manía de matarnos"

Antonio Muñoz Molina
Años 30. En un Madrid agitado, con pistolas, muertos y sueños rotos de civilización, pero a la vez verbenas, besos clandestinos y entusiasmos culturales, el arquitecto Ignacio Abel –al cargo de la construcción de la Ciudad Universitaria– arriesga la placidez de su vida familiar por la pasión incontrolada que le despierta una mujer. Ello sucede en un país que va a entrar en guerra sin darse cuenta, con personajes exiliados que viajan en tren a un campus estadounidense, que sufren –o practican– la vileza que despiertan las situaciones límite, con seres reales como Negrín, Alberti, Moreno Villa, con la fuerza destructora de las ideologías y el sufrimiento –y el gozo– de la gente normal... Imposible resumir las casi mil páginas de La noche de los tiempos, la nueva novela de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), cuya magnitud, ambición y amenidad la colocan entre las grandes obras publicadas en España este 2009.
¿Qué pretendía hacer?
Una novela. Es decir, contar vidas humanas verosímiles en un contexto que pueda parecerle divertido al lector. Las opiniones y las teorías, la ideología, no sirven para construir ninguna historia, así que he intentado ponerme en la piel de las personas que vivieron esas circunstancias en el Madrid de 1936. Quiero saber qué llevaban en los bolsillos, cómo era un billete de tranvía, la entrada del cine, la servilleta que te ponían en un café, qué tipo de postales se escribían, cómo vivían su sexualidad, cómo vestían, qué sentían y veían al realizar un trayecto en taxi por la Gran Vía...

Parece todo muy cercano...
No es una novela histórica, que están llenas de trucos: esta está escrita en presente, en directo, transporto esas vidas a hoy, porque las personas de los años 30 eran como nosotros. He querido romper la prisión del tiempo, que diría Nabokov. He introducido como en un collage fragmentos de periódicos para que me dén el tono del lenguaje de aquellos días, así como diarios escritos en el momento por gente que vivía aquello a diario, gente que no se fijaba en los grandes temas de la historia sino en lo trivial, porque la vida es eso y en realidad nadie sabía entonces que aquello era una guerra, la gente se preocupaba de encontrarse con su amado. Si estás enamorado, ¿qué te importa que caiga el gobierno? La gente de la Edad Media no se levantaba y decía: "Joder con la Edad Media, a ver si se acaba ya...", no sabían donde vivían, eso se establece a posteriori. Me han influido mucho los escritos de Arturo Barea, que describía una verbena en el paseo del Prado con mujer barbuda y siameses ¡mientras la gente se mataba alrededor!, los de Julián Marías, escrupulosamente católico y a la vez republicano, los de Jaime Salinas... He paseado mucho por Madrid, desesperado, sintiendo una impotencia terrible: miraba estas colinas de la Residencia de Estudiantes, los chopos y ¿cómo narrarlo? ¿cómo explicar la vida con palabras? Era una angustia muy grande...

Narra cómo se trunca el sueño de la república...
Hablo de unas personas que querían convertir un país atrasado como España en una democracia donde fueran posibles la justicia y la modernidad. Un proyecto que fracasó en 1936 y que comprendemos muy bien porque fue el que retomamos en 1978.

Queda claro que España no era un lugar muy diferente a Europa.
¡Claro que no! Mire la Europa de la época: Hitler, Stalin, Mussolini... Todo el continente estaba fatal, la democracia era una idea desprestigiada, por las matanzas de la primera guerra mundial, la crisis económica de 1929 con millones de parados, incluso Churchill admiraba a Mussolini. Los españoles de entonces tal vez tenían peculiaridades molestas, como su afición a los toros, pero la de matarse entre ellos no era una de sus manías.

Su novela no tiene héroes...
La novela es un género que nace cuando alguien decide contar la vida de las personas comunes, en España fue con El lazarillo de Tormes, un personaje que es un desgraciado total. La novela es el reverso de la épica, no se pueden hacer novelas con héroes, la mayoría de la gente no somos así, no tenemos un comportamiento intachable. Mi personaje hace daño a los demás, lo que es una cosa muy grave, y está desgarrado entre su vida familiar y su pulsión erótica, entre sus ideales socialistas y su vida burguesa, entre su origen pobre y su posición social elevada, en un país donde los ricos llevaban zapatos pero los pobres alpargatas y se mojaban los pies cuando llovía. Mi personaje es un hombre que, en circunstancias decisivas, decide actuar con vileza. No sabemos cómo actuaríamos nosotros en un contexto de derrumbe social. Por eso es bueno vivir en esta democracia, porque es mejor que no nos pongan a prueba. ¡Es muy fácil pasar de la normalidad a la catástrofe! Lo vimos en Yugoslavia... Un día, hay unas americanas haciendo un curso de verano en la Residencia de Estudiantes y, a la mañana siguiente, en el mismo lugar, se amontonan los cadáveres.

¿Siente que ha tocado un tema tabú, como los crímenes en el bando de los rojos?
¡Para nada! Yo no me he inventado nada. No ha dejado nunca de hablarse de ello, me hace gracia que tanta gente sostenga lo contrario. Se han estado publicando libros de historia serios sobre el tema ininterrumpidamente durante décadas, lo que sucede es que no les hacíamos caso. Una novela cuenta la vida tal como era, no debe ser una leyenda consoladora para la gente que hoy profesa una ideología y, con vehemencia adolescente, idealizan a presuntos héroes de otra época. Gente de izquierdas como Barea han explicado cómo los jóvenes iban a reirse de los cadáveres, les ponían cigarrillos en la boca y esas cosas, Manuel Chaves Nogales, que dirigió El Socialista, tampoco se negó a ver y quedó desgarrado por el horror. Sólo hay que leer a Azaña o las actas de las Cortes... Yo tengo varias novelas sobre la guerra civil, antes todo esto se veía como algo rancio, no estaba de moda, y ahora me dicen: "Ya era hora de que hablarais de esto". Pero si nunca hemos parado... Lo peor es la frivolidad, toda la reducción de las complejidades de la historia a un tebeo. También discuto ese mito de las dos Españas, ¡había cientos, todas incompatibles entre sí!

Vemos, en muchos momentos, instantes en que las cosas podrían haber sido de otra manera y cambiarlo todo.
No estamos predestinados a nada. La historia tiene esa cosa engañosa de que puede hacer creer que las cosas debían haber sucedido exactamente así pero, cuando uno analiza a fondo los hechos, ve que existieron muchas otras opciones, que se desvanecieron por azares y voluntades varios. Treinta días antes de que Hitler llegara al poder nadie en Alemania daba crédito a esa opción descabellada.

El pobre Rafael Alberti no queda muy bien...
Lo siento, pero en todos los escritos de la época, incluso en los suyos, aparece como un señor que organiza fiestas de carnaval y se hace fotografías vestido de uniforme. No quiero juzgar, sólo describo cómo, incluso en una guerra, hay gente que hace mucha vida social. Y, claro, luego llegaba Miguel Hernández del frente y se quedaba con la boca abierta ante aquellas juergas en palacios que organizaban sus camaradas...

Va saltando de un punto de vista a otro, de un personaje al siguiente...
En una época de tanto narcisismo como esta, la novela es un correctivo muy útil y saludable, te enseña a salir de ti mismo porque está hecha de muchas miradas. Cada persona es el centro de su historia pero al lado hay otra historia igualmente importante, como la de este camarero que nos sirve un café, tan esencial como la mía. Así, vemos al arquitecto explicar los hechos y, de repente, asistimos a la versión de sus hijos, diferente. O a la de su mujer, Adela, a la que él no ve, no la mira, no se puede ni imaginar, por ejemplo, que ella, tan conservadora, vota al Frente Popular. Para un narrador, qué atractivo resulta centrarse en la historia de los amantes furtivos, tan guapos y apasionados, y yo lo hago, pero también me detengo del mismo modo en Adela, la esposa, una mujer mayor, no tan atractiva pero para mí igualmente esencial. Hay que tener el valor de ver que todas las vidas son igual de soberanas. Miro el amor arrebatado de cerca pero también el efecto que tiene en las personas que hay alrededor. Cómo la misma carta que a una mujer le provoca felicidad a la otra le supone una puñalada. El origen de todo esto es mi incertidumbre, mi inseguridad, no sabía cómo narrar, qué punto de vista adoptar, pero se ha convertido en una ventaja porque la novela quiere ser unsa imitación de la vida y la vida son muchos puntos de vista.

Es una historia de amor apasionado, erótico, sin control...
Ese es el impulso fundamental de la novela. En la literatura española hay un exceso de frialdad y de pudibundez, parece que quien escribe sobre estas cosas es un débil pero, en realidad, es una exploración literaria de lo más hondo que tenemos las personas. Toda la parte sobre la infidelidad serviría para personajes de hoy... Trato de personas reales que sienten lo mismo que nosotros.

¿La amante se basa en alguien?
Tiene algo de Katherine Whitmore, la amante de Pedro Salinas, que escribió aquello de "no sé si Pedro llegó a verme algún día". A lo mejor el amante no ve a la otra persona nunca... También posee elementos de Jan Gabrial, la primera esposa de Malcolm Lowry, una de esas mujeres que en los años 20 y 30 hicieron la revolución sexual.

El exilio es otro de los temas...
Es el gran tema del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Millones de personas han sido arrancadas de sus vidas por fuerzas terribles, como el hambre o la guerra.

O el sentimiento de extranjería...
Sí, y la sensación de perderlo todo: familia, casa, trabajo, país, amigos... y quedarte solamente con una maleta en un tren en un país en el que no entiendes la lengua.

¿Cómo se le ha quedado el cuerpo después de este tour de force?
Mire, esto es un trabajo, uno lo hace lo mejor que puede. Siento alivio y esperanza, deseo que se parezca a lo que había querido hacer. Pero ¿quién lo sabe? ¿qué sabe uno de los libros? Imposible saber si un libro es bueno, no sabemos el valor de las cosas. La solidez de una obra siempre es precaria, es un castillo de naipes.

No me diga que no se da cuenta de lo que ha hecho...
De joven pensaba que la novela era lo más grande que existía en el mundo. Después me di cuenta de que existían otros campos de expresión tan válidos como ella. Y ahora, he vuelto a ese amor radical por la novela como gran riqueza del mundo, como expresión total del alma humana. Me volví a enamorar del género al leer Vida y destino de Vasili Grossman, y he releido Moby Dick, el Ulises de Joyce, Mrs Dalloway de Virginia Woolf... y sí, en este libro, como un brujo, he intentado convocar todos los poderes de la novela.
Xavier Ayén/Madrid

fuente:lavanguardia.es

La conspiración de las mujeres

Ni botellas de whisky medio vacías, ni el humo de mil pitillos o huellas de balazos. Los despachos de los modernos investigadores filosóficos y culturales no se parecen en nada a los de Sam Spade o Marlowe, pero el talento y la constancia de José Antonio Marina (Toledo, 1939) y de su ayudante MaríaTeresa Rodríguez de Castro (Jerez, 1970) aseguran la enjundia del proyecto, nada sencillo pero apasionante. Cuentan con menos de 300 páginas para desentrañar La conspiración de las mujeres, que lanza Anagrama el próximo jueves y que descubre uno de los casos más interesantes y olvidados de nuestra historia. El de un puñado de mujeres que a principios del siglo XX se propusieron adelantar la hora de España antes de que la guerra civil lograse silenciarlas.
José Antonio Marina
La primera pista se la dio Carmen Martín Gaite a José Antonio Marina hace más de diez años, al descubrirle la historia “fascinante” de “un grupo de mujeres brillante, en un ambiente intelectual también brillante, viviendo un momento trágico de la historia de España que desembocó en la guerra civil, y decididas a adelantar el reloj de la historia”. “Pero olvidé el proyecto -se lamenta Marina-. Lo recuperé cuando hace un par de años, al escribir La revolución de las mujeres, volví a tropezarme con este extraordinario grupo”.

Sólo entonces comenzó a investigar la aventura del Lyceum, el centro que entre 1926 y 1936 reunió a unas mujeres audaces que, evoca Marina, “tenían procedencias ideológicas, políticas y religiosas muy dispares, pero supieron unirse por un proyecto más importante que sus diferencias: mejorar la situación cultural, social y política de las mujeres españolas”.

Ignoradas por las españolas de hoy en día, les debemos, según María Teresa Rodríguez de Castro, “la igualdad jurídica por la que ellas pelearon. Las madres trabajadoras son las mejores herederas del espíritu del Lyceum. La incomprensión que sufren por su situación (que les lleva a sentir que son malas madres o malas trabajadoras) y la falta de apoyo social a las mismas es una de nuestras asignaturas pendientes”. Por eso, en este volumen, prosigue Rodríguez de Castro, “hemos pretendido reproducir el ímpetu de estas mujeres, su inconformismo, sus deseos de mejorar lo que les rodea, su convicción de que la educación y la ética serán nuestra tabla de salvación. El libro está tratado con un enfoque sistémico; dentro de los movimientos sociales, el que condujo al reconocimiento de la igualdad jurídica, política, social y económica de la mujer es uno de los más interesantes, por su riqueza y particularidades”.

El Lyceum fue, confirma Marina, un ejemplo de “inteligencia compartida”, una demostración de que es posible hallar un marco común de entendimiento, a partir del cual defender posiciones diversas.

-¿De qué manera las 115 primeras socias del Lyceum aceleraron la hora de España?
-Creo que tuvieron una influencia grande. Personalidades como María de Maeztu, Clara Campoamor, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Lejárraga, María Teresa León, y muchas otras ayudaron a crear el clima que favoreció la llegada de la República, y sus importantes cambios educativos y jurídicos. También fueron víctimas de su caída. El interés de los periódicos y las revistas de la época por el Lyceum demuestra su importancia.

Pero ¿de quiénes estamos hablando? Rodríguez de Castro describe brevemente a las protagonistas de esta aventura:

María de Maeztu: una de nuestras grandes pedagogas; dirigió la Residencia de Señoritas. Como diría Marañón, una trapera del tiempo: aprovechaba cada minuto del día, se embarcaba en múltiples proyectos. Según Pedro Laín, era sobre todo una mujer de vocación. Fue la primera presidenta del Lyceum.

Victoria Kent: abogada, diputada en las cortes constituyentes republicanas, Directora General de Prisiones en los años 30, y vicepresidenta del Lyceum. Mujer de fuerte carácter y gesto sobrio que amaba su trabajo. En su opinión, “nada se pierde en la obra que se realiza con nobleza de miras y fundada en la realidad cotidiana”.

María Teresa León: su amor por Alberti le lleva a permanecer en un segundo plano, lo que oscurece su trayectoria literaria. Su Memoria de la melancolía es un estupendo testimonio de aquella época, el de una niña a la que “se le iba a desarrollar junto con las trenzas un principio de crítica”.

Zenobia Camprubí: una mujer muy activa, alegre, dinámica, que vivió su vida con bastante independencia pese a permanecer a la sombra de Juan Ramón Jiménez. “En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho”, aseguraría en su Diario. Fue secretaria del Lyceum.

Carmen Baroja: vivía a caballo entre dos mundos, el doméstico y el artístico. Atraída por el ambiente en el que se movía su hermano Pío, sin embargo se vio atrapada por las obligaciones que como mujer se le imponían, lo que produjo un choque. Sus memorias sirven de magnífico testimonio del club.

Maruja Mallo: pintora vanguardista y mujer de carácter rebelde, perspicaz y curiosa; sus cuadros reflejan mujeres practicando deporte, verbenas…una fusión entre tradición y modernidad. Participó en alguna de las actividades del Lyceum.

María Lejárraga: esta maestra amante del teatro fue una mujer con una fuerte vocación política (llegaría a ser diputada). Su obra se escondería bajo el seudónimo de “Gregorio Martínez Sierra”, nombre de su marido, con quien colaboraba. Ayudó a Encarnación Aragoneses a convertirse en Elena Fortún.

Elena Fortún: la autora de los libros de Celia era una mujer peculiar, de gran imaginación, que adoraba anotar las anécdotas relacionadas con los niños que se sentaba a contemplar en el parque. Colaboró con la “Casa de los niños” fundada por las socias del Lyceum.

Concha Méndez: una mujer “inflamada de aventura”. Viajera incansable, poetisa, nadadora, impresora... Una de nuestras vanguardistas. Ella y su inseparable amiga Maruja Mallo paseaban por Madrid, causando escándalo con el “sinsombrerismo”.

Constancia de la Mora: nieta del que fuese Jefe de Gobierno Antonio Maura y criada en un ambiente tradicional, lucha contra las injusticias de las desigualdades sociales. Mujer temperamental y con fuerte vocación política.

Clara Campoamor: estupenda oradora, abogada y diputada durante las Cortes Constituyentes de la República. Su máximo logro, que le enfrentaría a su propio partido, fue lograr la aprobación del voto femenino. “Dejad a la mujer que actúe en Derecho, que será la mejor forma de que se eduque en él”.

Ernestina de Champourcín: vivía para la poesía, aunque lo que le interesaba era el proceso creativo. Joven vanguardista criada en un ambiente tradicional, mujer espiritual de fuertes convicciones religiosas.

Isabel Oyarzábal: las memorias de esta escritora y periodista que llegaría a ser Embajadora en Suecia y Finlandia durante la República, y vicepresidenta del Lyceum, reflejan una fuerte conciencia social.

Hildegart: niña prodigio, moldeada a su antojo por una madre decidida a convertirla en la “redentora del mundo”, que debía salvar a las mujeres y a los oprimidos. Su madre terminaría matándola. La elección que para otras era la única permitida (el matrimonio) habría sido revolucionaria en ella.

La lista mueve al asombro. Pero quedan misterios por resolver. Su defensa de la ética las hizo parecer inmorales a los ojos de gran parte de la sociedad, así que, ¿cómo consiguieron que los corazones de estas mujeres veloces no les pesaran con todos esos prejuicios?

"Éste es el asunto que más me ha interesado desde el punto de vista teórico”, explica José Antonio Marina. “El libro cuenta una historia, que María Teresa y yo hemos procurado documentar, pero además es un ejemplo de filosofía. Me interesa pasar de la anécdota a la categoría. El Lyceum fue una oportunidad perdida. Ya sabes que me interesa saber por qué la inteligencia triunfa y fracasa. La República española fue un caso dramático de ‘quiebra de la inteligencia social’. Y estas mujeres, que habían demostrado que el triunfo de la inteligencia era posible, fueron arrastradas por el hundimiento del entorno. '¡Qué difícil es no caer cuando todo cae!', escribió el conmovedor Antonio Machado, víctima también de esta situación. Esta historia me hacer sentir una enorme irritación ante la estupidez humana”.

-¿El olvido fue el precio más injusto que debieron pagar?
-No. Casi todas tuvieron que emigrar. Hemos seguido su historia, en muchos casos heroica. Pero, ciertamente, el olvido hace más dolorosa esta situación. Cuando hablamos de “memoria histórica” solemos pensar en la compensación de hechos terribles. Pero no podemos dejar de lado otra memoria histórica que es, ante todo, gratitud.

-¿Cómo se mezclan conceptos como inteligencia, memoria y justicia en el libro?
- La justicia es la culminación de la inteligencia social. La meta de la inteligencia es la felicidad, privada y pública. Y a la felicidad pública conviene llamarla “justicia”, o viceversa. Recuperar la memoria da profundidad y densidad al presente. El actual desconocimiento de la historia que tienen nuestros jóvenes no es sólo un fallo en su cultura, es una simplificación y trivialización de la realidad. No podemos comprender el presente sin saber cómo hemos llegado hasta aquí.

-Casi un siglo después de esta aventura, ¿por qué los sistemas educativos siguen siendo incapaces de crear “las mayorías ilustradas y críticas necesarias para el triunfo de la inteligencia social”?
-Porque hemos primado la instrucción sobre la educación. Desconfiamos de todo. Hay miedo o pereza para admitir una ética universal que es el fundamento de los sistemas democráticos. Por buenas razones, ha triunfado un individualismo que nos libera de tiranías estatales, ideológicas o religiosas, pero que, como efecto negativo, ha producido una glorificación de la opinión personal, y una dificultad para alcanzar evidencias compartidas. Las mismas tensiones que hacen que las parejas fracasen amenazan a las sociedades.

Nuria AZANCOT

El Cultural. es

22.11.09

La comunidad de los ausentes

Semiología: Diarios de Roland Barthes

Un día después de la muerte de su madre, Barthes inicia un "Diario de duelo", que se edita ahora en la Argentina. Aquí, una lectura crítica de esas páginas íntimas en el contexto de su obra y un fragmento que, fiel a su estilo, una vivencia y análisis.

Escribir la pena. Barthes registra su dolor como una experiencia de discurso: “él sufre, pero sobre todo escribe que sufre”, afirma Link.
Daniel Link
La obra de Roland Barthes, que no necesita presentación alguna, ha suscitado, en los últimos años, acercamientos cada vez más complejos, que la apartan del lugar del mero análisis del discurso o del comentario de textos y la colocan en la vertiente de la filosofía contemporánea en la que se construye una ética adecuada a nuestros tiempos.

Tanto en Incidentes (1987), el libro póstumo que recoge fragmentos de diario (de la "forma diario", que tanto preocupaba a Barthes, desde sus primeras publicaciones hasta "Deliberación", 1979), como en Roland Barthes por Roland Barthes (1975), ese extraño autorretrato que reinterpreta su propia obra, o en La cámara lúcida (1980), su último libro publicado, urdido a partir del dolor que Barthes siente al contemplar una foto de su madre muerta, se deja leer el proyecto barthesiano de devolverle un porvenir a aquello que, en Mitologías (1957), habría de constituir el objeto de una ciencia: lo imaginario, que deja de concebirse como sólo un conjunto de representaciones estereotipadas y adquiere el estatuto de una práctica (y en tanto tal, se liga con una ética y, aun, una política).

Aun cuando Roland Barthes no desdeñara el tratamiento técnico de la materia que se impone (el lenguaje, el relato, la fotografía, la ideología, la moda o los mitos), lo que "decanta" de su obra está en otro dominio: un dominio de indiscernibilidad donde ética y estética se presuponen. Barthes va recurriendo progresivamente a diferentes paradigmas para resolver esa articulación, pero está presente desde su primera intervención y constituye una de sus obsesiones más recurrentes. En Diario de duelo (1977-1979) se lee: "¿En qué mamá está presente en todo lo que yo he escrito?: en que hay por todas partes una idea del Bien Soberano".

En Mitologías, el signo (ideológico, unidad de lo imaginario) se presentaba como insufrible (predicado ético). A partir de El sistema de la moda (1967) queda claro que es, además, ingobernable. Contra la ilusión (moderna) de que lo imaginario puede ser "controlado" (por la vía de la semiología, del sistema, o de la historia), se sospecha sobre la posibilidad de tal control. Mejor es la huida hacia adelante, hacia "allá". Y "allá" es, para Barthes, un Oriente idealizado que le entrega la verdad de una humanidad capaz de resistir los embates de la Historia y, sobre todo, el más temible de entre todos ellos: el final de la historia y la consecuente naturalización (animalización) de la especie humana.

Lo "milenario" le permite a Barthes, en El imperio de los signos (1970), su libro peor leído (tal vez porque siendo el más distinto de todos los que hasta entonces ha ensayado, es el que parece más tonto), pasar del signo singular y pleno a los signos plurales y vacíos. En términos históricos, es la supervivencia de los fantasmas (o imágenes) a través del tiempo, más allá de la lógica de inscripción prevista por Marx. Ya no se trata de "la conciencia burguesa" sino de "la conciencia", pero (sobre todo) de su radical exterioridad.

La experiencia del afuera

El satori, escribe Barthes, es un pequeño seísmo (conmoción y sacudida de la persona), y el zen un acto de conocimiento sin sujeto cognoscente y sin objeto de conocimiento. Oriente, que por suerte no ha tenido su Hegel (y que tampoco ha tenido Dios), ignora la identidad total del sujeto y del objeto que sería el resultado de la teleología histórica; más bien vacía de antemano esas categorías.

Es el pasaje (decisivo) del habla ("El mito es un habla") a la escritura (la inscripción): la comida, la gestualidad, todo es del orden de la escritura (de lo escribible) y lo es en tanto y en cuanto suspende el habla. Comida: fragmentos, musicalidad (ritmo), apertura, suspensión del sistema –lo crudo/ lo cocido, lo frito/ fresco (tempura). Pero también el pasaje del lenguaje a la voz como punto de juntura entre la conciencia y el cuerpo: lo imaginario, el lugar donde se tocan lo real y lo simbólico y que excede a ambos registros.

En El sistema de la moda, Barthes reclamaba que se leyeran sus escritos como "las tribulaciones de un aprendizaje". ¿Qué aprende Barthes en El imperio de los signos? La experiencia del afuera, que es una experiencia total de esnobismo en estado puro, que ha creado disciplinas negadoras del dato "natural" o "animal", que ha sobrepasado con mucho en eficacia a aquellas que nacían, en Japón o en otros lugares, de la acción "histórica", es decir, de las luchas guerreras o revolucionarias o del trabajo forzado.

Podría glosarse la experiencia de Barthes y de El imperio de los signos con palabras de su amigo Michel Foucault: se trata de una "pura exterioridad desplegada" en la que el responsable del discurso no es el sujeto que habla sino "la inexistencia en cuyo vacío se prolonga sin descanso el derramamiento indefinido del lenguaje", "alejándose lo más posible de sí mismo. Y si este ponerse fuera de sí pone al descubierto el propio ser, esta claridad repentina revela una distancia más que un doblez, una dispersión más que un retorno de los signos sobre sí mismos".

Es verdad que esas cumbres (no igualadas en ninguna otra parte) del esnobismo específicamente japonés han sido patrimonio exclusivo de los nobles y de los ricos. Pero, a pesar de las desigualdades económicas y sociales persistentes, todos los japoneses, sin excepción (las palabras son de otro viajero ilustre, Alexandre Kojève, pero los subrayados son míos), son capaces en la actualidad de vivir en función de valores totalmente formalizados, es decir, vacíos por completo de cualquier contenido "humano" en el sentido de "histórico".

Desde entonces y hasta su último curso (La preparación de la novela, la mitad del cual está consagrado al haiku japonés), Roland Barthes no cesará de investigar esas formas totalmente vaciadas de historicidad (en el sentido hegeliano) como variables y reglas para organizar la vida en común y la cohabitación (la comunidad más allá del comunismo).

Es sobre todo a partir de Fragmentos de un discurso amoroso (1977) donde Barthes desarrolla ese proyecto (antimoderno) hasta sus últimas consecuencias. Hay allí, como en El imperio de los signos, un abandono de la theoria (el estructuralismo, al que le dedicó sus mayores esfuerzos y le regaló todo su brillo) en favor de lo di-verso (lo imaginario, como diversión, es lo que escapa y se resiste al mismo tiempo a lo simbólico y a lo real, ese imposible), lo imaginario es lo que fluye en nosotros y nos arrastra. "No suprimir el duelo (la aflicción) (idea estúpida del tiempo que abolirá) sino cambiarlo, transformarlo, hacerlo pasar de un estado estacionario (estasis, nudos en la garganta, recurrencias repetitivas de lo idéntico) a un estado fluido", escribirá Barthes sobre la experiencia de su madre muerta. Hacer que los signos fluyan es liberarlos del estereotipo.

No se trata de situarse fuera de lo imaginario para denunciar sus engaños, sino de operar desde su interior (la oposición entre décomposer y détruire, tan característica de Barthes, es correlativa de ese propósito) y, de ese modo, superar la coacción de dos formas de saber: el saber de la estructura (propia de la primera parte de su obra), y el saber de la muerte (que domina La cámara clara y, ahora, las anotaciones de Diario de duelo). En ese sentido, Roland Barthes usa el fragmento y el "como si" como herramientas de investigación: hacer como si fuera "un enamorado el que habla y dice" (el epígrafe de los Fragmentos) permitiría sostener un discurso riguroso de lo imaginario en lo Imaginario. En ese punto, no es casual la recuperación de Sartre, a quien Barthes homenajea cada vez que puede. En sus últimos cursos en el Collège de France (Cómo vivir juntos, Lo neutro, La preparación de la novela), contemporáneos del duelo por la madre muerta, Barthes está inmerso en una indagación sobre lo Neutro que es, también, una experiencia del afuera: no se trata de optar, sino de suspender toda resolución entre dos opciones.

No se trata, por lo tanto, de lo "verdadero" y lo "falso" de las imágenes, porque el imaginario, en su perspectiva, ya no funciona como discurso sino como práctica. Y no se trata tampoco de un régimen de la negación como la dialéctica (que el primer Barthes había adoptado de Brecht, pero que ya ha abandonado en estos años), ni de la transgresión (cuya lógica verificaba como cada vez más hegemónica en la cultura industrial, de la que fue uno de sus grandes analistas: Mitologías), sino de algo (la sobria ebrietas) que involucra una recuperación de la ascesis como soporte de una ética.

Los signos ya no ocultan nada, porque están vacíos: son claros, transparentes, si es que uno es capaz de despegarse del "estorbo de lo visual" y escucha sus voces. Los signos son la pura exterioridad desplegada de la conciencia. El dolor (la pena amorosa o el duelo por la madre muerta), como signo, no es sino la forma de una experiencia radical de conocimiento, el índice "de una domesticación radical y nueva de la muerte; pues, antes, sólo era saber prestado (torpe, venido de las artes, de la filosofía, etc.), pero, ahora, es mi saber. No me puede hacer mucho más daño que mi duelo".

El último proyecto de Barthes, que no pudo completar porque cometió la imprudencia de dejarse atropellar por una camioneta de lavandería, se llamaba Vita Nova (1979) y en el Diario de duelo (texto establecido y anotado por Nathalie Léger) pareciera que ese proyecto se inscribe en la "futuromanía" ("construcción enloquecida del porvenir") que sufrimos "en cuanto alguien está muerto".

Es importante retener esta tensión, porque Barthes no se imaginaba a sí mismo como un eterno doliente, aunque sabía que la muerte de su madre (intolerable como fue para él) debía ser asumida día a día y hasta sus últimas consecuencias. Las fichas en las que registra su dolor ("al tomar estas notas, me confío a la banalidad que está en mí") son, para Barthes, una experiencia de discurso: sí, él sufre, pero sobre todo: él escribe que sufre (como el enamorado de Fragmentos) y la escritura le garantiza un doble acceso al dolor: como vivencia y como material analítico.

En el dolor (ese satori) no hay que leer la identidad entre sujeto y objeto ("a partir de ahora y para siempre soy mi propia madre"), sino una experiencia radical del afuera, la suspensión entre sujeto cognoscente y objeto de conocimiento, y por eso los roles pueden invertirse como manera de pensar un futuro (una ética y una política) para el dolor: "Hablar de mamá: ¿y qué, Argentina, el fascismo argentino, los encarcelamientos, las torturas políticas, etc.? Eso la habría herido. Y la imagino con horror entre las mujeres y madres de los desaparecidos que se manifiestan por aquí y por allá. Cómo habría sufrido si me hubiese perdido".

No sabemos qué habría hecho Roland Barthes con estas fichas y anotaciones, pero sin duda tienen la fuerza (porque dicen "la naturaleza abstracta de la ausencia") de "lo novelesco sin la novela", ese empecinado proyecto de destitución en el que a Roland Barthes se le fue la vida, y de la praemeditatio malorum, ese ejercicio de los estoicos en el que el sujeto de la escritura se obliga a vivir la propia muerte. Eso es la muerte de la madre, para Barthes (y, también, la literatura): un ejercicio ascético de premeditación mortuoria y, como tal, el soporte de una ética preocupada por la comunidad de los ausentes, nuestros muertos, de quienes sólo nos separa el tiempo.

Daniel Link dicta el seminario "Roland Barthes: La imaginacion del signo", en la Maestria de Analisis del Discurso (UBA).

"Pero ¿no ha sido toda mi vida sino eso: emoción?"
27 de octubre
Todo el mundo conjetura –así lo siento– el grado de intensidad de un duelo. Pero imposible (signos irrisorios, contradictorios) medir hasta qué punto alguien ha sido alcanzado.

27 de octubre
Reunión demasiado numerosa. Futilidad creciente, inevitable. Pienso en ella, que está al lado. Todo cruje.

Está, aquí, el principio solemne del gran, largo duelo.

Por primera vez desde hace dos días, idea aceptable de mi propia muerte.


30 de octubre
... que esta muerte no me destruya por completo, quiere decir que decididamente quiero vivir
perdidamente, hasta la locura, y que por lo tanto el miedo de mi propia muerte está ahí, no se ha desplazado ni una pulgada.

31 de octubre
No quiero hablar por temor a hacer literatura –o sin estar seguro de que eso no lo sería– aunque
de hecho la literatura se origine en estas verdades.

31 de octubre
A veces, muy brevemente, un momento blanco –como de insensibilidad– que no es momento de
olvido. Eso me espanta.

2 de noviembre
Lo asombroso de estas notas: un sujeto devastado que es presa de la presencia de espíritu.

4 de noviembre
Esta noche, por primera vez, he soñado con ella; estaba acostada pero nada enferma, con su camisón rosa comprado en un supermercado...

5 de noviembre
Tarde triste. Breve salida de compras. Con el pastelero (futilidad) compro un pan de chocolate. Al servir a un cliente, la muchacha de servicio dice: Ahí está. Eran las palabras que yo decía al llevar algo a mamá cuando la estaba cuidando. Una vez, hacia el final, semiinconsciente, repitió en eco: Ahí está (Aquí estoy, palabras que nos dijimos uno al otro toda la vida).
Estas palabras de la muchacha me traen lágrimas a los ojos. Lloro largo tiempo (de vuelta en el departamento insonoro).
Así puedo cernir mi duelo.
No está directamente en la soledad, en lo empírico, etc.; tengo ahí una especie de soltura, de dominio que debe hacer creer a la gente que tengo menos dolor del que habrían pensado. Está ahí donde se vuelve a desgarrar la relación de amor; el "nos amábamos". El punto que quema más en el punto más abstracto...

10 de noviembre
Se recomienda "ánimo ". Pero el tiempo del ánimo era cuando ella estaba enferma, cuando la cuidaba viendo sus sufrimientos, sus tristezas, cuando me tenía que esconder para llorar. A cada momento había que tomar una decisión, asumir una figura, y eso es el ánimo. –Ahora ánimo querría decir querer vivir y de eso ya se tiene demasiado.

10 de noviembre
Molesto y casi culpabilizado porque por momentos creo que mi duelo se reduce a una emotividad.
Pero ¿no ha sido toda mi vida sino eso: emoción?
Barthes Básico

Escritor, teórico y docente tuvo influencia decisiva en la semiología y en la crítica literaria. Su "proyecto", se dijo, consistió en tratar la literatura como experiencia de la libertad. Inicialmente interesado por el carácter social del lenguaje (éste nunca es "neutro"), contribuyó a dar sentido teórico y a desmitificar a la semiología (rechazando su aspiración a ser una ciencia "cerrada"). Echó por tierra la idea de que el significado de una obra proviene de una realidad que representa o de una mente que expresa (lo llamó "la muerte del autor"). Escribió, entre otros, "El grado cero de la escritura".

fuente: Revista Ñ
Certifica.com

Volpi:"Hoy un escritor latinoamericano debe descreer del compromiso"

ENTREVISTA

El autor se considera uno de los pocos que todavía se interesan por la política.

ELEGIDO. Jorge Volpi fue señalado por Carlos Fuentes como uno de sus sucesores literarios
Del pelo largo y la actitud rockera, al look cool o nerd. De la colección amarilla de Gallimard a la del mismo tono de Anagrama. De los debates iracundos sobre política en la universidad a miles de posts en la blogosfera. Del realismo mágico al realismo y la ciencia ficción; de Gabriel García Márquez a Santiago Gamboa y de Mario Vargas Llosa a Iván Thays: ¡vaya si ha cambiado el perfil del perfecto y joven escritor latinoamericano!"

El que ilustra y grafica un poco en broma, un poco en serio, la hilarante cartografía literaria regional es el mexicano Jorge Volpi, integrante de esta casta; la de los escritores nacidos a partir de 1965, ya no tan jóvenes. Hace unos años, Volpi estuvo entre los cinco escritores que Carlos Fuentes eligió como sus herederos literarios.

De paso por Buenos Aires, adonde vino a presentar El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América latina en el siglo XXI -que le valió el Premio de Ensayo Debate-Casa de América- Volpi habla detrás de sus ojos diminutos sobre la literatura latinoamericana, o -como prefiere decir- "la literatura que hoy se escribe en América latina".

Para él -escritor y director de un canal de televisión-, la idea de una literatura continental murió con el chileno Roberto Bolaño, "el último escritor latinoamericano".

¿Por qué?

Bolaño sí tenía esa convicción de estar respondiendo a la tradición latinoamericana. Él conocía bien lo que pasaba en la tradición literaria argentina, chilena, colombiana o mexicana y le importaba pelearse con esa tradición.

En cambio ahora...
Se buscan otras tradiciones, otros autores, otras influencias, de manera que ya no hay rasgos claros de lo latinoamericano, excepto en aquellos escritores que temáticamente retratan los principales conflictos sociales actuales; que eso sigue existiendo.

Si antes el compromiso era un deber ser, ¿hoy el deber ser no es justamente ser apolítico?
Sí. Para ser escritor latinoamericano ya no hay que estar comprometido con la izquierda. Ahora hay que descreer de cualquier compromiso político, y hay que estar vinculado con el mayor cosmopolitismo posible. Somos excepcionales los que nos interesamos todavía por lo político.

Muy lejos está Volpi de afirmar que todo tiempo pasado fue mejor. Simplemente argumenta que se acabaron los grandes discursos y con ellos los sumos pontífices. "Ahora hay una enorme pluralidad -o un enorme caos- de temas y de propuestas. El que haya estos contrastes hace que la literatura que se escribe en América latina viva un momento interesante, desde las propuestas minimalistas de Mario Bellatín hasta algunas novelas totalizadoras de Santiago Gamboa".

Pero ambos y los que cita en su libro, como los argentinos Mairal, Kohan, Guillermo Martínez y Pablo de Santis, pertenecen a los canales de distribución masiva? ¿No pasa nada más?
Por supuesto. Pero la concentración editorial en España provocó que prácticamente tres empresas dominaran todo el mercado editorial en lengua española, apabullando a los editores más pequeños. Sin embargo, el fenómeno comienza a revertirse. Cada vez hay más editoriales pequeñas. La paradoja es que lo que no se ve, no existe, y para un lector común es difícil encontrar aquellas grandes obras que están sepultadas en editoriales muy marginales. Es muy raro que un escritor notable se mantenga permanentemente dentro de esas pequeñas editoriales. Para un latinoamericano publicar en editoriales españolas significa la única forma de escapar de su jaula nacional y de ser leído en los demás países de la región.
fuente: Revista Ñ

19.11.09

Rescate de un Perec olvidado

NOVEDAD DEL AUTOR DE ‘LA VIDA INSTRUCCIONES DE USO’

Una editorial segoviana, La Uña Rota, publica un inédito del escritor francés cuya existencia descubrió en el 2007 y que había pasado desapercibida para Hachette, dueña de los derechos

Nadie discutirá que es un hecho insólito que una pequeña editorial independiente de Segovia, La Uña Rota, descubra un texto inédito de Georges Perec (1936-1982) que había pasado desapercibido incluso a la propietaria de los derechos de la obra del escritor parisino, la poderosa editorial francesa Hachette. Pero así ocurrió en septiembre del 2007, cuando el traductor y experto perequiano Pablo Moíño halló pistas de la existencia de El arte de abordar a su jefe de servicio para pedirle un aumento, un texto de Perec que solo había visto la luz una vez, en 1968, en el número 4 de la prácticamente desconocida revista L’Enseignement programmé, y que el próximo día 23 llegará por primera vez a las librerías españolas en un volumen junto a otra obra de Perec inédita en España, El aumento.
Esta pequeña joya de extenso título es «un larguísimo ejercicio de estilo», escribe Moíño en un documentado posfacio, donde el lector «corre el peligro de quedarse sin aliento», ya que está escrito en una sola frase sin signos de puntuación y el original ocupaba 22 páginas, a dos columnas a letra pequeña. Es una muestra del aprovechamiento de las posibilidades del lenguaje que experimentaba el grupo literario de Perec, el Oulipo, que Raymond Queneau fundó en 1960.
«Tenemos que agradecer a Carlos Rodríguez [editor de La Uña Rota] que nos orientara hacia un texto que todo el mundo había olvidado», expresa desde París Virginie Rouxel, responsable de los derechos extranjeros de Hachette. La historia de la recuperación de El arte de abordar a... empezó «cuando buscábamos material para enriquecer la edición de la obra de teatro El aumento, que íbamos a publicar traducida por Moíño», recuerda Rodríguez. Este texto, pese a haber sido llevado a escena en catalán por Sergi Belbel en los años 80, y después en castellano, no se había publicado aún en España.
«Consultando unos libros de conferencias de Perec comprados en París –prosigue Moíño– encontré una referencia a que El aumento tenía su origen en un texto en prosa publicado en una revista pedagógica cuya búsqueda en bibliotecas españolas y francesas acabó sin éxito». Hachette la había coeditado pero ni ellos la tenían en sus archivos. Al final pidieron a un amigo que viajaba a París que se acercara a la Association Perec (que solo abre los jueves de 13 a 16 horas y a la que se accede por un lateral de la Bibliothèque de l’Arsenal) y comprobara si estaba allí. El resultado fue positivo.
Rodríguez pidió a Hachette los derechos y eso alertó a Rouxel, que acudió a la misma asociación. «Allí descubrí un texto increíble y divertido y la casualidad hizo que fuera justo a los 40 años de su publicación –explica Rouxel–. Enseguida vi que teníamos que publicarlo en forma de libro pero antes hubo que convencer a la anciana heredera, una prima de Perec muy respetuosa con su obra, que desde su muerte se ha negado a publicar ningún escrito nuevo. Solo lo autorizó porque ya se había publicado, aunque fuera en una revista».
Como no podía ser de otra forma Hachette publicó el libro primero. Salió hace justo un año en Francia, y llevan vendidos 30.000 ejemplares. «Para nosotros fue un evento, la prensa hizo un seguimiento impresionante ya que no se había editado ningún texto de Perec tras su muerte. Hemos vendido los derechos a 15 países, a grandes editoriales, pero por supuesto para España accedimos a que lo publicara La Uña Rota, aunque fuera una editorial pequeña. Son los únicos que lo sacarán en un volumen junto con el texto de teatro», asegura Rouxel.
Original juego literario
En El arte de..., Perec, como contaba él mismo en una carta a su amigo Maurice Nadeau, desarrolla «linealmente un organigrama», reproducido en el libro, en el que va agotando todas las «hipótesis, alternativas y decisiones» posibles con que se encuentra un empleado que quiere pedir un aumento de sueldo. Así, el empleado puede encontrar o no al sr. X en su despacho, esperarlo o volver mañana... Según Rouxel, «es un juego literario tratado con mucho humor y originalidad. Aunque es un tema escrito en los 60, no envejece. La prueba es que El aumento, la versión teatral, sigue representándose hoy».
Y también se continúan reeditando obras suyas. Por ejemplo, en los últimos meses, Impedimenta ha publicado Un hombre que duerme y Lo infraordinario y Alpha Decay, ¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio?
fuente: elperiodico.com

La pelea de Millás con las palabras

El autor de El mundo desgrana sus traumas lingüísticos en la Biblioteca Nacional de España

Juan José Millás, fotografiado ayer ante la Biblioteca Nacional.- CRISTÓBAL MANUEL
Uno dice Millás y ve un tipo friolero, embotado en un abrigo de cuero negro encima de una americana gris, con gafas metálicas, cubierto también de parsimonia y retranca que probablemente se pregunte a menudo: "¿Por qué si soy un hombre hecho y derecho no me llamo Millós?". La relación de un escritor con las palabras no es sana. Es, por definición, conflictiva, cuando no traumática o directamente de diván, como es el caso de Millás. Así lo percibió el público -más de 200 personas- que abarrotaba y se desternillaba ayer en el salón de actos de la Biblioteca Nacional, donde el autor de El mundo dio rienda suelta a su terror y su perplejidad ante el lenguaje, dentro de un ciclo dedicado a los Premios Nacionales.

El amigo Millás sale a escena como en un monólogo y dicta una lección de comedia a lo Woody Allen, con gotas de Groucho Marx y aires de diccionario secreto en plan José Luis Coll o de greguería de Ramón Gómez de la Serna. De hecho, está trabajando con Juan Diego en una adaptación teatral de lo que leyó ayer. Con complejo de Edipo y sexo incluidos. "Las palabras nos hacen y nos deshacen. Tienen un significado dentro de ti y otro fuera", afirmaba Millás. "Los diccionarios se refieren al término 'vagina' como un conducto de paredes membranosas que en las hembras de los mamíferos se extiende desde la vulva hasta el útero. Pero si la vagina no fuese más que eso: qué interés, por Dios, íbamos a tener los hombres en meternos en ellas y con la desesperación que lo hacemos, como si nos fuera la vida en ello".

Su desconcierto viene de lejos. La suya fue una infancia complicada, que aterraba a su madre por las rarezas del angelito. Ya lo ha narrado en esa joya autobiográfica que es El mundo. Ayer se extendió. "De pequeño no comprendía por qué mis hermanas, siendo chicas, comían garbanzos y no garbanzas y por qué a los chicos nos daban remolacha en lugar de remolacho. De hecho había colegios de chicos y de chicas pero los de ellas no se llamaban colegias". Así comenzó el conflicto. También el pavor de su madre al conocer sus curiosidades y su preocupación: "No le digas nada a nadie que ya lo arreglo yo", le contestó.

Según fue creciendo comprobó que todo seguía patas arriba en ese aspecto. Que el hecho de que existieran personas sin personalidad podría implicar que también se dieran casos de mesas sin mesalidad o sartenes sin sartenidad. Lo primero es la definición de amorfo que le dio su padre: "Una persona sin personalidad". Cuando el chaval le planteó su duda con otros objetos, el hombre le contestó: "¿Tú eres idiota o qué?".

Con todo, y a la vista de que no encuentra respuestas en los diccionarios, ni en la lógica implantada por las cosas, Millás ha comenzado a definir el suyo propio. Va por la "a". De Avemaría, por ejemplo: "Una oración con la que nos castigaban por masturbarnos sin advertir que al darle ese uso punitivo (maravillosa expresión) la contaminaban de nuestra impureza. Muchos de mi generación no pueden hoy masturbarse sin rezar ni rezar sin masturbarse".

Las palabras encierran muchísimos peligros, según Millás. "Una vez mi hijo me preguntó qué quería decir 'efímero", relató ayer el escritor. "¿De dónde has sacado esa palabra?", le preguntó en tono un tanto amenazante su padre. "No me lo quería decir. Le presioné. 'De un libro', dijo al fin. '¿Qué clase de libro?', insistí. No me gustaba que fuera recogiendo palabras por ahí, de cualquier sitio. Las palabras están llenas de infecciones. Una vez contagiado, caen sobre ti las enfermedades oportunistas (las frases oportunistas, cabe decir) y estás perdido. '¿La vida es efímera?', preguntó entonces y comprendí que había sacado la palabra de donde no debía".

Las palabras definen un mundo que no puede ser consensuado. Cuando un escritor sabe esto, comprende el conflicto que llevan preñado en su seno, está condenado a desentrañar el misterio. Millás lo supo pronto. Como también comprendió que los vocablos no sólo contienen definiciones: "Que tienen sabor, textura, volumen, que las hay imposibles de tragar, como el aceite de ricino y las que entran sin sentir, como un licor dulce. Las que curaban y las que hacían daño, las que dormían y las que despertaban. Las que proporcionaban inquietud y paz. Había palabras, incluso, que mataban".

fuente: elpais.com

Marías: “Siento una especie de desdén hacia lo que ya he logrado”

ENTREVISTA "He empezado una nueva novela, quizá la más pesimista de las que he escrito"
Javier Marías, en el despacho de su casa. / gorka lejarcegi

Javier Marías tiene un cuadro que cobra vida en el salón de su casa madrileña. Es un pueblo decimonónico envuelto en las sombras de la noche a orillas de un río, pero que dependiendo de la luz y de dónde se mire desvela detalles de su mundo. Debajo de este Keller-Reutlingen, el escritor y académico, con gafas redondas y sentado en el borde del sofá con los codos apoyados en las rodillas, da pistas sobre la nueva novela que ha empezado, “la más pesimista de todas”, narrada y protagonizada por una mujer, y se explaya acerca de Tu rostro mañana (Alfaguara), traducida a 16 idiomas, que se edita por vez primera en un solo volumen.

Un proyecto literario que empezó a publicar en 2002 y que a medida que escribía fue creciendo hasta convertirse en tres partes, en 2007, y es considerado por muchos como su obra cumbre. Esta nueva edición de 1.328 páginas coincide con la salida del tercer tomo en otras lenguas, como inglés, holandés o francés. Las críticas siguen la línea elogiosa de los dos anteriores. Entre ellas se cuenta la del escritor Anthony Beevor para The Sunday Telegraph.

Con voz pausada, Marías (Madrid, 1951) habla de su obra y de sus proyectos. Una especie de monólogo que bien podría dividirse en las siete palabras que conforman los subtítulos con que fueron publicadas las tres partes de Tu rostro mañana.

» Fiebre. “Es bueno leer el libro como en gran medida es, una sola novela. Siempre dije que no era una trilogía, sino una misma obra en tres partes. Si he dicho que no es del todo una sola novela es porque el comienzo de cada tomo me supuso un esfuerzo equiparable al de empezar una nueva novela. Ha habido ahora alguna pequeña enmienda, alguna errata que se había despistado, y uno o dos errores que había cometido. El libro es el mismo para los lectores a los que les gustan las novelas largas, a mí no”.

» Lanza. “Cuando escribía Tu rostro mañana tenía la sensación de estar haciendo algo difícil, que me costaba esfuerzo… sin saber que iban a resultar tres volúmenes, y pensaba: ‘Esperemos que lo logre terminar’. Ahora, al cabo de dos años de haberla concluido, no puedo evitar la sensación de que no ha sido suficiente… Me suele ocurrir que el mero hecho de haber terminado un libro lo disminuye a mis ojos, le quita valor, porque me digo: ‘Si lo he logrado no debía de ser tan difícil, ni tanta la complicación como me parecía, por lo cual tampoco tendrá tanto mérito’. Envidio a otros escritores que están satisfechísimos”.

» Baile. “Uno siempre agradece los elogios, estimulan. Pero no se pueden tomar en serio. A veces no puedo por menos que verlos como una exageración. Siento una especie de desdén hacia lo que ya he logrado. Tiene que ver, aunque no exactamente, con la frase de Groucho Marx: ‘No pertenecería a un club que estuviera dispuesto a admitirme como miembro’. Uno tiene que aceptar lo que digan los demás sobre lo que publica, y no protestar, aunque en casa pueda decir lo que quiera”.

» Sueño. “Nunca busco temas literarios o que queden bien. Siempre escribo sobre las cosas que me preocupan. Todo el mundo se ha interesado por la naturaleza del secreto, el engaño, la persuasión, el azar, la mentira o la sospecha, que es muy desasosegante. Quién no ha sufrido una traición o la ha cometido con pequeñas cosas o defraudado o decepcionado. Y la traición está ahí. Pero hay que ir de buena fe. En mayor o menor grado las relaciones humanas están expuestas a la decepción y también a la ratificación de lo bueno. Hay cosas que nunca son transparentes, ésas son las zonas que me interesa explorar, y quizá también las que dan una dimensión dramática. Soy de los que cree, como Faulkner, que los escritores seguimos escribiendo sobre lo mismo desde Homero”.

» Veneno. “Veo el mundo muy decadente. Basta con mirar alrededor. Berlusconi, Sarkozy, los Kirchner, Chávez o la corrupción en España. Gente mediocre y desfachatada. Tengo la sensación de un envilecimiento general de las poblaciones. Ojalá no tenga nada que ver con lo que se produjo en los años treinta. Ahora hay una especie de pragmatismo, de falta de escándalo; una tendencia a darle importancia a lo que no lo tiene y a no dársela a lo que quizá sí”.

» Sombra. “He empezado una nueva novela y me siento muy inseguro. Es de dimensiones normales, sencilla, quizás la más pesimista de las que haya escrito. Tal vez por haber estado ocho años en compañía de los personajes de la anterior y su mundo, ahora tengo la sensación de extrañeza frente a estos nuevos. No me preocupa que se siga hablando de Tu rostro mañana como una obra de referencia mía. Uno nunca sabe lo que va a quedar, si es que queda algo, porque no importa el esfuerzo o pasión que ponga el autor en cada uno de sus libros, no depende de él”.

» Y adiós. “En Reino de Redonda sigo publicando dos o tres libros anuales. En la Academia estoy a gusto, y desde la comisión donde estoy hemos logrado salvar alguna palabra del diccionario. Uno de los problemas es que está en desuso casi todo. El vocabulario de la gente es más limitado de lo que ha sido nunca. Sería bueno que se empezara a usar palabras olvidadas para recuperar varias de ellas”.

fuente: elpais.com